Nikos Mottas
Editor jefe de In Defense of Communism
La renovada agresión estadounidense contra Venezuela no puede entenderse de
forma aislada. No se trata simplemente de
un episodio de la hostilidad unilateral de Washington contra un gobierno desobediente. Más bien,
forma parte de la lucha interimperialista más amplia que define nuestra época: un orden mundial
cada vez más marcado por la feroz rivalidad entre
el bloque imperialista liderado por Estados Unidos y las potencias emergentes de Rusia y China.
Venezuela, con sus vastas reservas petroleras y su
posición estratégica en América Latina, se ha convertido en un punto focal en esta contienda global
por la dominación, los recursos y la influencia.
La clase dominante estadounidense, tanto bajo gobiernos republicanos como demócratas, ha
considerado durante mucho tiempo a América
Latina como su «patio trasero»; una región que
debe ser subyugada política y económicamente mediante la coerción, los golpes de Estado y el
control de los mercados. El gobierno de Trump,
en particular, intensificó esta ofensiva bajo el lema de la «promoción de la democracia» y la
«guerra contra los cárteles de la droga».
La realidad fue más cruda: estrangulamiento
económico mediante sanciones, interferencia política y amenazas abiertas de intervención militar.
Estas medidas infligieron consecuencias devastadoras al pueblo venezolano —escasez, inflación y
crisis humanitaria—, todas diseñadas para doblegar su voluntad y doblegar a la Nación.
Los comunistas, las fuerzas de izquierda y todas las personas progresistas del mundo deben
condenar rotundamente esta campaña imperialista. No puede haber neutralidad ante una ofensiva imperialista que busca reafirmar el dominio
estadounidense en su esfera de influencia tradicional y lanzar una advertencia a cualquier Estado
que se atreva a resistir los dictados de Washington. La defensa de la soberanía y el derecho a la
autodeterminación de Venezuela es una cuestión
de principios, independientemente de la opinión
que se tenga sobre el actual gobierno de Caracas.
Sin embargo, nuestra solidaridad con el pueblo
venezolano no debe traducirse en un apoyo acrítico al gobierno socialdemócrata de Nicolás Maduro y al Partido Socialista Unido de Venezuela
(PSUV). El liderazgo venezolano, si bien se presenta como antiimperialista, ha aplicado sistemáticamente políticas que traicionan a la clase trabajadora y socavan los principios socialistas. Bajo
el peso de la crisis económica y la presión internacional, el gobierno del PSUV ha adoptado cada
vez más medidas que favorecen los intereses del
capital, tanto nacional como extranjero, a la vez
que suprime la voz independiente de la clase trabajadora.
Esto se evidencia en la campaña sistemática
contra el Partido Comunista de Venezuela (PCV),
la única fuerza política que ha defendido firmemente los derechos de los trabajadores, campesinos y pobres contra la agresión imperialista y
las políticas oportunistas del partido gobernante.
Los intentos del gobierno de deslegitimar, acosar
y aislar políticamente al PCV no representan simplemente un ataque a una organización, sino a la
posibilidad misma de una auténtica lucha socialista en Venezuela. Es una trágica ironía que un
gobierno que reivindica el legado bolivariano esté
silenciando a los defensores más consecuentes del
socialismo y el poder obrero.
Por lo tanto, una postura marxista-leninista sobre Venezuela requiere claridad dialéctica: nos
oponemos sin reservas a la agresión imperialista
estadounidense, reconociéndola como parte de la
rivalidad interimperialista más amplia que amenaza la paz y la soberanía en todo el mundo. Sin
embargo, también rechazamos la ilusión de que
el modelo de «socialismo bolivariano» del PSUV
represente un verdadero camino hacia la emancipación obrera. En realidad, se ha convertido en
un régimen burocrático y reformista que sacrifica
a la clase trabajadora en aras de la colaboración de
clases y el capital extranjero.