Madera: La tragedia del Orinoco


grupo madera

10 de agosto de 1.980

Una avería en el motor dejó a “Esther” en medio del Orinoco cuando faltaba poco para llegar a destino. De forma inexplicable, no había a bordo alguien capaz de reparar la falla. Los pasajeros, niños de la agrupación teatral “El Mosquito”, se tomaron el incidente con buen humor y se dispusieron a contemplar el mágico paisaje.

Trascurridas dos largas horas a la deriva, el capitán Lucio Silva, vio que otra nave se acercaba. Por fortuna uno de sus mecánicos se ofreció a revisar la maquina.

“Esther” era una chalana tipo Falca con capacidad para 80 pasajeros, de dos pisos y 30 metros de eslora de la que había una gemela en Puerto Ayacucho; ambas se fabricaron en Brasil con madera del Parature, especie arbórea muy usada en la amazonia para levantar estructuras, por su resistencia y flexibilidad. Fueron adquiridas un año antes por el Comité de Damas del Ministerio de la Defensa que a su vez las donó a la Fundación del Niño. El 23 de abril de 1979 fueron recibidas y bautizadas por la Primera Dama de la República Betty Urdaneta de Herrera y enviadas a prestar servicio como dispensarios médicos flotantes en el Territorio Federal Amazonas bajo la custodia y mantenimiento del Comando Fluvial Frank Rísquez Iribarren.

Esta que relatamos era la primera travesía de “Esther”; pues pese a que se le había asignado la función arriba descrita, en ese momento se usaba en el traslado de pasajeros del plan de campamentos de fronteras del Ministerio de la Juventud. La nave a la que los vehículos accedían por una compuerta levadiza situada en la proa, venía presentando problemas de funcionamiento. Al inicio de este mismo viaje estuvo dos horas detenida porque la compuerta de carga no cerraba. El capitán no quiso partir hasta que sus hombres no resolvieron el problema.

Cuando por fin se solucionó la avería continuaron la marcha a Samariapo. Allí, la falca quedaría en espera de nuevo destino. Cinco días después debía partir en un segundo viaje, esta vez río arriba, largo y peligroso hasta San Fernando de Atabapo…

El Plan Nacional de Animación Cultural

A comienzos de los 80, una serie de incidentes fronterizos y una intensa campaña de medios colocaron sobre el tapete el tema de la soberanía. La amenaza –real o ficticia – que representaban Colombia, los mineros ilegales de Brasil y los misioneros de las Nuevas Tribus, era algo que se discutía en todas partes. Las posiciones iban desde el más feroz chauvinismo hasta las más moderadas posiciones nacionalistas.

Algunos abogaban por la guerra y otros por el resguardo integral del territorio patrio. En lo que todos coincidían era en criticar el abandono de las zonas fronterizas.

Radio Sutatensa – decía la gente escandalizada – bañaba con sus poderosas ondas una amplia porción del espacio nacional, divulgando la cultura, la música y las tradiciones colombianas, mientras que prácticamente no se sabía nada de Venezuela en aquellas tierras. Los garimpeiros depredaban y contaminaban la selva, mientras que los estadounidenses se empeñaban en alterar con su predica la milenaria cosmogonía de nuestros aborígenes.

El ejecutivo – con poco más de un año en el poder – diseñó un programa orientado “al resguardo del territorio a través de la defensa intransigente de la identidad nacional”. De aquel programa se derivaron dos planes, uno de campamentos fronterizos y otro de animación cultural. La idea era trasladar a jóvenes y a grupos organizados para que conocieran la zona e intercambiaran experiencias y conocimientos con los pobladores. Los entes responsables eran el Ministerio de la Juventud y el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC).

tagedia grupo madera

A comienzos de agosto, Levy Rossell, director del Plan Nacional de Animación Cultural invitó a un grupo que había llamado la atención por la seriedad y la autenticidad que imprimía al estudio y difusión de las tradiciones afrovenezolanas y caribes: El Madera.

El miércoles 6, Juan Ramón Castro uno de los integrantes, hizo efectivo un cheque de 11.250 bolívares, monto que representaba la mitad del pago acordado por una gira que debía cumplirse en el Territorio Federal Amazonas. Las poblaciones a visitar serían Puerto Ayacucho, Samariapo, San José, Moriche y San Fernando de Atabapo. El cronograma que originalmente contemplaba doce días se modificó y redujo a siete. De las dieciocho personas que para entonces conformaban el grupo viajaron catorce, el resto debía permanecer en Caracas por diversas razones. Al momento de separarse no podían saber que la despedida sería definitiva.

Los entusiastas jóvenes partieron el martes 12 al territorio federal en un vuelo de la línea Aeropostal. En Puerto Ayacucho se alojaron en el modesto hotel “Elisa Delia”.

Allí hicieron buenas migas con los lugareños quienes los invitaron a disfrutar de una de las maravillas turísticas de la zona: el tobogán de la selva; un declive rocoso sobre el que pasa agua de río que desemboca a gran velocidad en un enorme pozo. La noche del jueves actuaron en el polideportivo de Puerto Ayacucho. Los tambores y los cantos resonaron en la oscura densidad selvática, transportando una vez más su mensaje de lucha y esperanza. Como en el casi centenar de presentaciones anteriores, los asistentes se contagiaron con aquella mágica mezcla de música y danza…

Pasaje al infinito

A la 5 de la mañana del viernes 15, los pasillos del “Elisa Delia” experimentaron una inusual algarabía. Eran los muchachos del Madera que salían a esperar el autobús para viajar hasta la vecina Samariapo. En aquella población se reunirían con miembros de “El Chichón”, grupo de teatro universitario que como ellos andaba de gira; con jóvenes de la Unión Cultural de Barrios, procedentes de Barquisimeto y con un grupo de excursionistas del Ministerio de la Juventud.

Mientras esperaban para abordar, goterones de lluvia golpeaban el follaje. El destino previsto era San Fernando de Atabapo y se zarparía con 45 personas entre pasajeros y tripulantes.

El mal tiempo seguía pero no enfrió el ánimo de los viajeros, que se repartían las tareas mientras buscaban acomodo en la falca. Algunos instalaron colchonetas en la parte superior, otros bajaron a guardar el equipaje y los instrumentos. Alejandrina Ramos quien estaba embarazada fue llevada a un pequeño camarote. A las 8 en punto comenzó a rugir el motor de 120 caballos de fuerza empujando a la masa de madera y hierro hacia el centro del cauce…

san agustin del sur

San Agustín y Marín

El 4 de julio de 1.875, Antonio Guzmán Blanco presidente de la república inauguraba el Puente de la Regeneración. La estructura, cercana a la esquina del mismo nombre en la parroquia Santa Rosalía, fue popularmente bautizada como el puente de hierro y vino a unir a Caracas con las poblaciones ubicadas al sur. Los terrenos al otro lado del río Guaire pertenecían a la hacienda San Agustín a cuyos dueños compró el estado una franja. La idea era construir allí un barrio para gente pudiente, que a pesar de estar fuera del perímetro central respetara el trazado y el estilo colonial. Se proyectaron 12 viviendas de amplios solares con patios internos y zaguanes, unidas por veredas en cuadrícula y una calle principal. Al inaugurarse la obra en agosto de 1.877 se le bautizó con el mismo nombre de la hacienda.

Alrededor de 1.887, campesinos que venían de los valles del Tuy comenzaron a poblar el cerro ubicado detrás de la pequeña urbanización. Ese primer núcleo engrosó con la llegada de margariteños y barloventeños y con grupos de inmigrantes provenientes de América latina, Asia y Europa formando con el tiempo un interesante crisol de culturas.

Para 1926, buena parte del cerro era propiedad de la empresa “Sindicato Prolongación de Caracas”, que tenía por objeto la lotificación del terreno y la construcción de viviendas en él. Al poco tiempo las parcelas se vendieron entre los socios que a su vez las irían traspasando a otras manos. El dueño de la zona occidental era el conocido urbanista Luis Roche. En sus predios funcionaba desde finales del siglo XIX un horno que se usó originalmente para quemar la basura de Caracas y que posteriormente sirvió para fabricar cal y ladrillos; por los años 20 del siglo pasado su propietario era el señor Mercedes Marín, que terminó siendo epónimo de una parte del cerro…

¡Capitán, la compuerta está abierta!

Desde el puesto de mando, Lucio Ezequiel Silva, dirigía la entrada a las procelosas aguas del Orinoco. De pequeña estatura subrayada por la obesidad; tez aceitunada por la exposición solar; con 50 años a cuestas y una calvicie que comenzaba a extenderse por el cráneo impartía órdenes a los bisoños infantes navales. Estos a su vez, orientaban a los viajeros comisionados para acomodar la carga en la bodega. Los que estaban en cubierta se disponían a disfrutar de la belleza circundante.

Además de Ezequiel Silva, se encontraba a bordo el Maestre Técnico de Segunda Carlos Navas Spínola, personaje por el que luego se desataría una polémica en torno a la función que realmente desempeñaba dentro de la nave en aquel viaje.

La profesora América Nouel, veterana en navegar el Orinoco, mostraba a su pequeño de siete años el colorido paisaje. José Morillo uno de los responsables de las actividades del “Mosquito” y que había estado en el viaje previo de la falca, se extrañó de que la compuerta de proa estuviese abierta. Llamó la atención sobre aquello pues sabía que esa vez, el capitán no quiso salir hasta que la cerraron; junto a Armando Carías, director de “El Chichón”, emplazó a Lucio. Pronto hubo un coro de voces preocupadas porque se veía como la compuerta se había convertido en una especie de pala que tomaba agua del río para lanzarla sobre la chalana. Hasta ese momento, sin embargo, no se veía a donde iba a dar el agua que entraba.

Gilberto Nieves, funcionario del ministerio de la Juventud recordaría luego que ante la angustiada pregunta de los pasajeros, uno de los infantes respondió: “Tranquilos, es normal que esa puerta esté así”. Desde el puente, el capitán hizo lo mismo. Desestimó que hubiese peligro alguno y continuó como si nada grave pasara.

Los viajeros que ordenaban la carga en la bodega notaron que estaba entrando agua. La tripulación que los acompañaba les instó a mover los paquetes a otra zona para que no se mojaran. Sin embargo el nivel seguía subiendo, así que decidieron llevar las cosas a cubierta. Felipe Rengifo, tomó varios de los instrumentos musicales y subió.

Carlos Daniel Palacios, vocalista del Madera conversaba con Marcela González cuando vio venir a Felipe quien les dijo que traía los instrumentos pues abajo se estaban mojando…

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Los barrios unidos… contra el Grupo Occidente

A lo largo del siglo XX, el cinturón de cerros que rodea al valle de Caracas se fue poblando. Campesinos e inmigrantes buscaban allí lo que en sus lugares de origen les estaba negado: la posibilidad de salir adelante. Su vida transcurría en frágiles viviendas de latón y madera. Salían en la madrugada a ganarse el pan en la ciudad y volvían por las noches a reencontrarse con su gente. Los fines de semana se repartían entre “hacer el mercado”, salir con los niños, participar con los vecinos de las iniciativas que les permitieran mejorar el entorno y distraerse. Todas y cada una de esas actividades estaban llenas del influjo mágico de las tradiciones: la música, la comida típica y las creencias espirituales de cada grupo ayudaban a sobrellevar la dura cotidianidad.

Esto no era diferente en el cerro de San Agustín, cuyas parcelas pasaron por distintos dueños hasta terminar en manos de una abigarrada multitud; de Luis Roche y Juan Bernardo Arismendi a Juan Oramas y Pedro Cardona (hijo este último de Mercedes Marín). Cardona que comenzó siendo colector de tranvías usó sus ahorros para comprar a Bernardo Arismendi una importante cantidad de lotes que después vendería a 4 bolívares por metro cuadrado. Antes le había negociado a su padre, el horno de cal, con lo que pasó a ser propietario de una extensa porción del terreno y de una de sus más importantes fuentes económicas.

El 21 de diciembre de 1936 parte de Santa Rosalía se desmembró para formar la parroquia San Agustín cuyo proceso de desarrollo tenía marcados contrastes: urbanismos formales en el valle y construcciones precarias en las colinas. Con la llegada al poder de Rafael Caldera a fines de los 60, se programó la intervención del área a través de dos proyectos: La construcción del Parque Central en el norte y la renovación urbana en San Agustín del Sur, para esto se constituyó la empresa Centro Simón Bolívar C.A. que debía encargarse de la planificación, consecución de recursos y ejecución de la obra. Los objetivos centrales de la intervención eran: Regularizar la zona, eliminar ranchos, reforestar 37 hectáreas del cerro y desarrollar un conjunto residencial en la parte baja para 10.500 familias.

En 1971 se aprobó la ordenanza que definió a los cerros de San Agustín como zona verde, sin tomar en cuenta que gran parte del mismo ya estaba habitado y se adelantó ante el registro público una investigación para establecer la titularidad de la tierra. La investigación determinó que un total de 645 parcelas tenían títulos legales. Ambos pasos fueron dados para dar comienzo al proceso de desalojos.

Vale decir en este punto, que los dos proyectos de intervención arquitectónica fueron en su momento muy cuestionados; tanto por los habitantes de la zona como por sectores de la vida política; entre los primeros se generó un proceso de luchas y entre los últimos una polémica que se prolongaría por años. El 14 de abril de 1975, en medio de un debate en el Congreso Nacional, el señor Luis Piñerúa Ordaz reveló parte del entramado de corrupción que hubo en el otorgamiento de contratos para la construcción de Parque Central y el programa de renovación urbana en San Agustín del Sur. Habló de una influyente camarilla empresarial que desde la época del presidente Caldera había estado medrando a la sombra del poder. Se refería al Grupo Occidente, del que formaban parte Pedro Tinoco, Ciro Febres Cordero, Enrique Delfino, Edgar Espejo y Arturo Pérez Briceño.

Este grupo, según la información que manejaba el entonces secretario político del partido de gobierno, recibió de la administración Caldera contratos para construir Parque Central y renovar San Agustín del Sur, sin la supervisión de la Contraloría General y con recursos ilimitados en el tiempo. Las obras abarcarían tres etapas y afectarían toda el área que va desde San Agustín del Sur hasta La Hoyada.

Al mismo tiempo en el barrio Marín se conformó un comité que se dio a la tarea de explicar por toda la parroquia en qué consistía y cómo los afectaba aquel plan de reubicación propuesto por el Centro Simón Bolívar. Las actividades, a las que se incorporaron jóvenes de otras parroquias, tomaron tanta fuerza que lograron detener los desalojos. En 1975 el estado rescindió el contrato firmado con el señor Enrique Delfino, miembro del Grupo Occidente para la construcción de la tercera etapa de Parque Central y La Hoyada…

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La tragedia del Orinoco

La lluvia seguía cayendo; el viento barinés la arrojaba sobre la falca en cortas y fuertes ráfagas. La corriente en el caño alcanzaba los 60 kilómetros por hora y el ronroneo del motor se perdía entre el ruido del chubasco y las voces de los pasajeros.

En la bodega el agua subía con rapidez. Arriba, Armando Carías se preguntaba si lo de la compuerta era realmente normal. Muchos desconocían el peligro al que se enfrentaban, confiados en la pericia de la tripulación, seguían absortos en la contemplación del paisaje. Navegaban por un punto lleno de islotes y declives que producen furiosos remolinos. A lo lejos un grupo de aborígenes de la etnia yekuana se dedicaba a pescar. Mientras Rengifo acomodaba los instrumentos, Carlos Daniel Palacios sintió que la colchoneta se mojaba.

– Esta vaina como que se está hundiendo – dijo sorprendido.

Las personas que seguían en la bodega salieron despavoridas al ver que el nivel del agua pasaba de un metro. Cuando abrieron la puerta, afuera se dieron cuenta de que aquello estaba completamente anegado. En seguida cundió al pánico, todos corrían desconcertados. Los infantes, que parecían más asustados que los pasajeros no fueron capaces de imponer la calma. La gente iba de un lado a otro. El capitán dio la orden tardía de cerrar la compuerta; dos de los tripulantes trataron de hacerlo pero al querer subirla, una de las guayas se rompió empeorando la situación. El agua entraba ahora con más violencia. Marcela, aterrada se subió al techo de la nave. La proa se hundía aceleradamente.

– ¡Atrás, atrás! ¡Vayan todos a la popa! – Ordenaba Navas Spínola en medio de la confusión.

Un grupo corrió a buscar chalecos salvavidas topándose con una desagradable sorpresa: Solo había 5, bajo llave y en mal estado. No se podían usar. Horrorizados preguntaron el maestre por más chalecos y éste respondió con el mayor desacierto:

– ¡¡Que salvavidas del carajo, sálvese quien pueda!!

Al hundirse la proa, Armando Carías quedó debajo de la falca; a punto de sucumbir, comenzó a buscar una salida.

La embarcación ya sin rumbo cierto dio un coletazo quedando a merced de la corriente. El agua la embistió con tal fuerza que la desintegró. El crujir del maderamen llevó el terror al paroxismo. A partir de aquí, ya cada quien trató de buscar la manera de salvarse.

Gilberto Nieves se quitaba los zapatos mientras gritaba a la gente que subiera. Italo Espinoza y Víctor Méndez, promotores del Ministerio de la Juventud se lanzaron, como muchos otros, al agua, pero al estar allí cayeron en cuenta de que la ropa y el calzado les dificultaban el nado, la corriente los vapuleaba llevándolos a un casi seguro desastre.

Felipe Rengifo, que tenía rato tratando de ganar la orilla, sintió que desfallecía, viendo que aún le faltaba mucho para llegar y que el agua lo arrastraba, cerró los ojos dándose por vencido – No puedo seguir – se dijo a sí mismo resignado a lo peor. Carlos Daniel que también se lanzó a nadar decidió regresar al ver que la tierra estaba muy lejos, se aferró al mástil y allí esperó a ver qué pasaba. Desde donde estaba vio con horror e impotencia cómo se ahogaban sus amigos.

Nívea Yaneth, dispuesta a salvar su vida, midió la distancia que la separaba de la orilla. En medio del río presenció un acto sobrecogedor: Las hermanas Nilda, Alejandrina y Tibisay Ramos, integrantes del Madera rindieron sus fuerzas y sabiendo que iban a morir se fundieron en un abrazo antes de ser engullidas por el Orinoco.

Los yekuana en una típica muestra de arrojo y desprendimiento, se arrojaron al agua buscando salvar a la mayor cantidad posible de náufragos. Los hombres nadaban, las mujeres acercaban las curiaras al punto del hundimiento. La profesora América Nouel trataba de mantener a flote a su pequeño. Unos pocos lograron alcanzar la ribera y se aferraron a las raíces que sobresalían de los árboles. En medio del río y entre los restos despedazados, la lucha por la vida seguía. Carías, en el último minuto consiguió una escotilla abierta por la que pudo salir a la superficie; exhausto fue llevado a tierra en una de las curiaras.

Creyéndose ya muerto, Rengifo sintió que alguien lo agarraba por la franela mientras le decía – Quédate tranquilo y agárrate de aquí-. Era Gilberto Nieves quien ya había logrado rescatar a 4 personas. Exánime decidió quedarse con Felipe aferrado a un tablón hasta que los indígenas pudiesen rescatarlos. Al llegar a tierra Marcela González y Carlos Daniel le dieron la terrible noticia: El resto de sus compañeros estaban muertos.

En medio del río, Italo Espinoza se sintió perdido, aunque era nadador experto había cometido un grave error. Se arrojó al agua con las botas puestas y éstas de por sí pesadas se convirtieron en un lastre que lo sumergía. En vano trataba de avanzar, el poderoso raudal lo azotaba. A su lado había varias personas que gritaban en demanda de auxilio, entre ellos uno de los infantes que minutos antes pedía calma a los pasajeros. Espinoza se hundía y salía a flote; en trance de muerte lo invadió el pánico; viéndose nuevamente bajo las amarillentas aguas braceó con desesperación hacia la superficie; al salir encontró que los yekuana lo rodeaban con sus curiaras, uno de ellos lo agarró por el cuello y le dijo algo que no entendió pero supo que estaba a salvo.

En otro punto Víctor Méndez nadaba contra la corriente, sorteando los restos desprendidos de la embarcación que pasaban a su lado como proyectiles; las fuerzas lo abandonaron, sentía que sus brazos eran de plomo, se resistió a morir hasta que ya no pudo moverse. Pensando que era el momento final se encomendó a Dios, de pronto un objeto redondo pasó fugaz a su lado, sin saber bien que era se lanzó hacia aquello. Resultó ser una pelota de baloncesto que le permitió seguir a flote hasta que fue rescatado.

Más de 20 personas sobrevivieron gracias a los indígenas, algunas murieron estando aún dentro de la chalana, varias se ahogaron camino a la ribera y otras simplemente desaparecieron. Algunos de esos cuerpos serían devueltos por el río, para otros solo sería posible el doloroso recuerdo.

En cinco minutos todo había terminado…

grupo madera barrio marin

El Grupo Madera

La lucha contra los desalojos fortificó entre los habitantes de Marín el sentido de pertenencia y sembró en algunos la inquietud de hurgar en las raíces de su pletórica cultura.

A mitad de los 70, una veintena de jóvenes descargaba esa inquietud participando en heterogéneas agrupaciones musicales; “Los Colosos”, “Los Gaitétricos”, “Los Súper Crema” y “Los Juveniles” fueron algunas de las vías para encauzar el talento que abundaba en la zona hasta que surgió la necesidad de profundizar; de ir más allá de la guataca, la tarima ocasional y los ensambles.

Había llegado la hora de recoger metódicamente y con sentido pedagógico la experiencia musical de la parroquia. Esa hora marcó la génesis del Madera.

No se registra una fecha exacta de nacimiento – si se obvia, claro está, la de su primera presentación en la Casa Monagas el 18 de noviembre de 1977 – fue más bien un proceso de construcción que incluyó reuniones, intercambio de ideas y definiciones.

Madera no se limitaba a ser un grupo musical, iba más allá de eso. Quiso ser un movimiento que sintetizara la profunda experiencia social y cultural de la parroquia y aunque sus comienzos fueron empíricos muy pronto asumió el método científico como manera de trascender. De la recopilación en el entorno próximo pasaron a investigar a escala continental.

En la última entrevista hecha a la agrupación y publicada por El Nacional pocos días antes de la tragedia, Alejandrina Ramos y Jesús Quintero hablaron de aquel proceso: “Nos propusimos la recopilación de las danzas, las poesías y las expresiones musicales de raíz africana que existen en Latinoamérica.” – Exponía Alejandrina – Jesús por su parte enfatizaba que detrás de toda aquella labor había un objetivo didáctico que se apoyaba en investigaciones – A través de las presentaciones el público ha ido conociendo el folklore afrovenezolano.- decía al periodista.

Así que se trataba de estudiar, aprender y divulgar. Para lograrlo se tenía el concurso de músicos, cantantes, artesanos, bailarines y cultores de variadas disciplinas. Los convocados a integrar la agrupación debían cumplir con un perfil y entender sobre todo, lo que se buscaba: Una propuesta artístico-musical que plasmara las expresiones cotidianas de la comunidad. El nombre, como el resto de las cosas, tenía que surgir del aporte colectivo y en él se debía reflejar la esencia, el quehacer y los objetivos del movimiento en ciernes. Iría además en respuesta a un petulante director de orquesta que menospreciaba el trabajo de los músicos de San Agustín; debía evidenciar entonces que en aquel lugar si había talento, que sus músicos si tenían “madera”. De allí que se terminaran llamando “Grupo Folklórico y Experimental Madera”.

grupo madera maestros

En un principio lo integraron Jesús Quintero, Juan Ramón Castro, Ricardo Quintero, Felipe Rengifo, Alejandrina Ramos, Carlos Daniel Palacios, Nelly Ramos, Ricardo Orta, Nilda Ramos, Lesvy Hernández, Luis Orta, Ángel Silvera, Miriam Orta, Farides Mijares, Alfredo Sanoja, Tibisay Ramos y Héctor Romero, grupo al que pronto se sumarían Mirna Istúriz, Marcela González, José Rivero y Cecilia Becerrit. En plan de colaboradoras se unieron Aleida Hernández y Eva Francia Martínez. Para el momento de la tragedia lo componían 18 personas de las que quedaron siete; 4 que no fueron a la gira y los tres sobrevivientes.

Madera gustó desde el inicio por su propuesta original. Cosechó el aplauso del público en casi un centenar de presentaciones y llamó la atención de la crítica con su consigna de dar a conocer la voz afroamericana genuina, sin adulteraciones.

Sus integrantes buscaron y recibieron el apoyo de los veteranos del barrio, de los que ya conocían el camino y estaban dispuestos a mostrarlo con generosidad, entre ellos destaca el ya fallecido Jesús Blanco, a quien la comunidad llamaba cariñosamente “El Pure”, un versátil artista popular, en cuya casa se tocó, se bailó y sobre todo se aprendió. En su larga trayectoria, “El Pure” fundó varias agrupaciones musicales, quizás la más importante fue “Son Marín” con la que llegó a grabar dos discos. Otro personaje, Carlos Román Gutiérrez, conocido como “Carlos el de La Charneca” fue quien fabricó la mayoría de los instrumentos del Madera, incluidos los primeros tambores batá utilizados por agrupación alguna en nuestro país; esos cuyas medidas llegaron gracias a la acuciosidad de Jesús “Chú” Quintero. Otro maestro digno de mención, es sin duda alguna el percusionista Pedro García, el popular Pedro “Guapachá”, cubano natural de Santa Clara quien se residenció en Venezuela a fines de los años cincuenta y quien luego de una dilatada carrera musical sería el mentor, entre otros de Felipe “Mandingo” Rengifo, Juan Ramón Castro, Felipe Blanco, Jesús “Chu” Quintero, Farides Mijares y Carlos “Nene” Quintero.

El afinque de Marín

En enero de 1979 el cineasta Jacobo Penzo tenía en mente un tercer cortometraje. El nombre tentativo era “La Salsa del Barrio” y con él quería verter en la pantalla la vida de los músicos caraqueños dedicados al sabroso género. En la etapa de investigación alguien le habló de Marín, le hizo saber que ese barrio era una verdadera cantera de la que podía sacar mucho provecho para el film; así que enfiló hacia allá.

Marín se le reveló como una sorpresa, había de todo. Talentosos músicos de distintas generaciones, guatacas callejeras, niños y jóvenes interesados en asimilar conocimientos de los más viejos y un verdadero laboratorio cultural: el grupo Madera. Con todo aquel material el concepto inicial evolucionó. Decidió entonces con su equipo, acopiar en 24 minutos la trepidante vida de aquel barrio intercalando imágenes del día a día con intervenciones didácticas de Felipe “Mandingo” Rengifo y entrevistas o apariciones de distintos personajes (algunos de ellos son hoy en día verdaderos embajadores de nuestro quehacer cultural: El propio Felipe Rengifo, Carlos “Nene” Quintero y Orlando Castillo “Watussi”).

En él vemos a Jesús Quintero con su peculiar brillo en la mirada explicando como el legado cultural de los que migraron del campo a la ciudad conformó la materia prima para el trabajo del grupo; vemos a Alejandrina Ramos en una sesión de danza con las niñas del barrio; vemos a Pedrito Guapachá contando cómo fue que llegó hasta allí y tuvo la oportunidad de transmitir conocimientos; en la secuencia final aparece el pure Jesús Blanco invitando “si se podía” a escuchar una descarga de guaguanco “para que vean cómo es que afinca el barrio”. Afortunada frase de la que se derivó el nombre del cortometraje.

El afinque de Marín llenó de orgullo a los habitantes de la parroquia y se convirtió en éxito de taquilla. Dio a conocer a otra escala el vigoroso movimiento que se desarrollaba en una de nuestras comunidades. Hoy día es una pieza importante para la comprensión cabal del tema que abordamos pues allí vemos eternizadas las voces de los que hicieron posible todo aquello.

grupo madera el afinque de marin

Madera en pasta

Luego vendría el disco, con todas las dificultades que ello representaba. No era nada fácil mantener la independencia de criterio frente a la lógica empresarial. La disquera quería hacer dinero y Madera se empeñaba en hacer lo suyo: difusión didáctica de la cultura afro. En la entrevista ya citada de El Nacional, Jesús Quintero explicó brevemente como fue la experiencia:

– Primero que todo, no creían en nuestro trabajo. Los de la disquera argumentaban que eso era mucho tambor y que a la gente no le iba a gustar. Lo más cómico de todo es que el disco salió tal cual queríamos y hasta se pegó un número, “Compañeros”.

A renglón seguido señaló que otra de las dificultades estaba en las letras, los empresarios tenían miedo de ser censurados o sancionados pues “todas aquellas canciones tenían un sentido humano, social, nacional y latinoamericanista”.

Cuando se planteó la posibilidad de una segunda producción, la casa disquera insistió en marcar ciertas pautas, una de ellas era que las piezas debían ser más bailables, más digeribles por el gran público. Los integrantes de Madera fueron claros en acotar que no caerían en eso pues jamás le darían la espalda al folclor.

Para agosto de 1980, el trabajo de Madera había sido apreciado en una considerable cantidad de espacios públicos. Tenían en ese momento dos compromisos por cumplir: una gira por el Territorio Federal Amazonas y otra por el estado Mérida, ésta última abarcaría del 28 de agosto al 4 de septiembre pero la catástrofe la impediría…

Incredulidad, estupor, rabia

Impactados aún por la experiencia, los sobrevivientes seguían en fase de negación. No podía ser posible que los amigos con los que apenas minutos antes compartieran, ahora estuviesen muertos. Algunos lloraban inconsolablemente, otros escudriñaban el agua con un tenue brillo de esperanza en los ojos. Pronto serían testigos incrédulos de una sorpresa que casi rayaba en la burla; a pocos minutos del desastre apareció en el lugar un camión lleno de chalecos salvavidas. Los chalecos que debían estar en la embarcación y que pudieron haber salvado las vidas de sus seres queridos. Tristemente no sería ese el único chasco al que deberían enfrentarse en lo sucesivo.

Faltando poco para terminar el trágico día, periodistas de distintos medios entrevistaron a los supervivientes en un modesto cuarto de hotel. Éstos, con frases que se interrumpían por el llanto relataron en detalle lo que había ocurrido.

Todos coincidieron en señalar que desde el principio hubo negligencia. Los pasajeros fueron embarcados sin recibir ningún tipo de orientación por parte del mando de la nave, no fueron distribuidos dentro de la chalana por lo que cada quien se acomodó donde quiso, la nave arrancó con la compuerta de proa abierta y pese a que se advirtió de la situación varias veces nadie hizo caso; por el contrario, el capitán aumentó la velocidad con lo que el agua entraba con mayor fuerza, no había sino 5 salvavidas que estaban bajo llave e inservibles y finalmente cuando siendo muy tarde se trató de subsanar el problema de la compuerta, una de la guayas que la sostenía se rompió, revelando que la falca tenía problemas estructurales. Otro elemento denunciado fue la evidente falta de veteranía de los infantes navales quienes en los momentos más críticos entraron en pánico generando mayor confusión y angustia.

La respuesta oficial ante las acusaciones fue inmediata y reactiva; sin esperar a que comenzaran las pesquisas, el ministro de la Juventud Charles Brewer Carías aseguró que no hubo negligencia. Lo que ocurrió según él, fue que al romperse la guaya y entrar agua a la embarcación, los pasajeros corrieron de un lado a otro sin atender a las indicaciones de las autoridades, lo que provocó movimientos bruscos en la nave que provocaron su hundimiento. 

Para empeorar las cosas, el propio presidente Herrera, luego de reconocer que aún no tenía el informe de lo sucedido dijo lo siguiente: “Ustedes saben… las circunstancias en las que se producen estas tragedias son, indiscutiblemente muy variadas, y que uno cuando está en ciertas edades es de todo menos previsivo”. En alusión a una presunta actitud ligera e irresponsable por parte de los jóvenes pasajeros.

Con esas declaraciones, ambos se concitaron la antipatía de la opinión pública. Se pidió la cabeza del ministro y se exigió a la Fiscalía que comenzara la investigación oficial. Los integrantes de Madera y Chichón rechazaron la posición del gobierno, aclarando que ellos no estaban en Amazonas de paseo sino trabajando como siempre lo habían hecho en pro de la cultura y el fortalecimiento de la identidad nacional.

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El CONAC como el resto de las instituciones involucradas trató de escurrir el bulto de las responsabilidades, llegando al colmo de afirmar por medio de un vocero que más bien Madera estaba en deuda con ellos, pues aún le faltaba cumplir con la mayor parte de las funciones contratadas.

En relación con la actitud asumida durante el naufragio por el maestre Carlos Navas, la Marina de Guerra argumentó que este sub oficial no estaba en la chalana en calidad de comandante sino que iba como un pasajero más, pues estaba de vacaciones. Según la aclaratoria, Navas se dirigía a Isla Ratón para visitar a sus familiares. Sin embargo, en entrevista que Brewer Carías concedió a El Universal y que este diario publicó el lunes 25 de agosto, el ministro lo mencionó como responsable de la nave. Ante el misterio de quién comandaba la embarcación, un acucioso periodista de El Diario de Caracas intentó contactar con el capitán Lucio Ezequiel Silva, la gestión fue infructuosa, días después alguien de la Marina le hizo saber que el capitán no era oficial de esa institución, agregando en tono despectivo: “Es un patrón de río que bien puede ser hasta analfabeto”.

El sábado 16 de agosto un aviador colombiano reportó haber visto en territorio de ese país algunos instrumentos musicales y tablones con herramientas de navegación. Eran restos del naufragio que luego serían enviados a Puerto Ayacucho. Para aquel día gran parte de la amazonia venezolana estaba tomada por un verdadero ejército, funcionarios de distintos cuerpos se hicieron presentes en la zona por mandato del presidente Luis Herrera Campins. La labor fue coordinada por el ministro Brewer Carías.

El Fiscal General Pedro J. Mantellini comisionó a la doctora Luz María Marrero, fiscal tercero de la circunscripción judicial Apure –Amazonas para que se encargara de las investigaciones. Los días pasaban y algunos de los cuerpos iban apareciendo, el 17 localizaron los de David Gerardo Colina del grupo Chichón y Eleazar Sánchez de la Unión Cultural de Barrios de Barquisimeto, así como los de Nilda Ramos y Alfredo Sanoja de Madera. Dos días más tarde hallaron el cadáver de Jesús Quintero y el jueves 21 ubicaron a Lesvy Hernández y a Juan Ramón Castro…

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Homenaje y protestas

A las 6 de la tarde del lunes 18 de agosto un avión de la fuerza aérea despegó de Puerto Ayacucho con los restos de Nilda Ramos, Tibisay Ramos, Alfredo Sanoja, Eleazar Sánchez y Leonardo Castillo.

Los tres primeros fueron llevados a Caracas y recibidos en una gigantesca manifestación de dolor por los habitantes de Marín. Como la orden que había era la de transportarlos directamente al Cementerio General del Sur se produjo una disputa con familiares y amigos de las víctimas que tenían la intención de rendirles homenaje en el barrio. Las autoridades cedieron y pasadas las ocho de la noche los féretros se trasladaron a Marín. Con repiques de tambor, anécdotas y lágrimas la comunidad se despidió de los jóvenes que tanta vitalidad y alegría sembraron en sus calles.

A la mañana siguiente, ante el rumor de que la búsqueda de los cuerpos restantes había sido suspendida, el dolor se transformó en indignación. A las diez, los vecinos estacionaron motocicletas frente al cine Alameda con la intención de bloquear el paso por esa vía de San Agustín; cuarenta minutos después decidieron extender la acción a la autopista Francisco Fajardo. Centenares de personas portando la bandera nacional tomaron ambos tramos al tiempo que gritaban consignas en las que exigían la continuación de la búsqueda y la destitución del ministro de la Juventud.

Mientras entonaban el “Gloria al Bravo Pueblo”, un helicóptero de la Policía Metropolitana comenzó a sobrevolar la zona, uno de los funcionarios a bordo exhibía el cañón de un arma larga. Abajo, más y más gente se sumaba a la protesta. Rato después, en el momento en que el coronel Mora Salas conversaba con los manifestantes, una descarga de perdigones hirió a tres personas, una de ellas el mensajero de una empresa constructora que se detuvo en el lugar a curiosear; Luis Díaz, que así se llamaba, denunció que el disparo provino del helicóptero; las heridas por fortuna eran leves pero aquello encendió más aún los ánimos.

Los oficiales de la Metropolitana contactaron al Dr. Alfredo Muraccioli, director de política de la gobernación quien se acercó al lugar para reunirse con una representación de los vecinos; en la reunión que duró media hora se hicieron promesas y se creó un canal de comunicación entre la comunidad y las autoridades mediante el cual se brindaría, a decir del funcionario, información oportuna sobre la marcha del operativo en el Amazonas. Atendido el reclamo, los manifestantes se fueron dispersando. Con el tiempo y como casi siempre ocurre, las promesas se quedaron en promesas…

grupo madera duele

¿Otro caso impune?

El año siguiente fue de actividad febril. Con el dolor a flor de piel, los siete integrantes que dejó la tragedia decidieron que el mejor tributo a sus compañeros era seguir la ruta trazada. Nueve meses después, como nace una criatura, renacería Madera. El 30 de mayo de 1981 el grupo reapareció en su solar: el barrio Marín. El mundo musical entusiasmado le dio la bienvenida. Alí Primera, la Sonora Ponceña, el Son 14, Orlando Castillo “Watussi”, Cheo Feliciano y la orquesta Anabacoa entre otros le compusieron y le cantaron a la gloria del grupo.

El trabajo de reorganización no fue tarea fácil, como recuerda Nelly Ramos, había elementos esenciales que por fuerza debían echar de menos; entre ellos el denuedo y la empatía que existió entre los fundadores. Otra dificultad estaba en que los ensayos y la escogencia de nuevos miembros debían alternarse con los trámites ante la justicia en busca de castigo para los responsables.

A finales de agosto de 1981, la doctora Celina Hernández jueza de primera instancia en lo penal del Territorio Federal Amazonas, dictaminó auto de averiguación terminada con sentencia absolutoria en el caso de la tragedia del Orinoco. Según la funcionaria las causas del accidente no estaban suficientemente probadas en el expediente y difícilmente llegarían a probarse pues la mayor parte de la embarcación quedó atrapada en una zona que hacía imposible su rescate.

Esta decisión provocó la movilización de los sobrevivientes y sus familiares hasta la Dirección de Derechos Humanos de la Fiscalía General de la República. Allí anunciaron que la sentencia sería impugnada y que la lucha por establecer las responsabilidades penales continuaría en instancias superiores. Alegaron que la doctora Hernández se pronunció días antes de comenzar las vacaciones judiciales, sin hacer la notificación previa a las partes involucradas y que la fiscal comisionada en el caso había renunciado pocos días antes por lo que su reemplazo no podía estar suficientemente empapado de los hechos.

En aquella ocasión, las víctimas acusaron de homicidio culposo a los oficiales y clases de la Marina de Guerra que se constituyeron como tripulación de la falca; solicitaron una investigación en torno a quién dio la orden de uso de esa embarcación, a sabiendas de que estaba en mal estado; que se investigara además a los promotores y organizadores del campamento fluvial; pidieron averiguación de nudo hecho en contra de los funcionarios Levy Rossell, Capitán Noel Hernández y Josefina Patiño, del CONAC, Comando Fluvial y Fundación del Niño respectivamente. Finalmente exigieron que el juicio se radicara en Caracas.

Estos fueron los primeros pasos de una demanda que lleva 33 años sin respuesta oficial. Respuesta que bien se merecen las almas de las 18 víctimas mortales del suceso.

El jueves 14 de agosto de 2008, Noel Márquez presidente de la Fundación Grupo Madera acudió a la Fiscalía General de la República para solicitar que se reabrieran las investigaciones, desde entonces cada 15 de agosto, diversos sectores de la vida cultural venezolana exigen que la justicia finalmente castigue a los responsables.

Les dejamos con El Afinque de Marín de Jacobo Penzo

Referencias

Quintero, Rafael Augusto. “Vivir en Marín”. El Perro y la Rana. Ediciones del Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Caracas 2006.

Rauseo, Newton. “La gestión comunitaria en la autoproducción de su hábitat: los barrios de San Agustín del Sur”. Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Central de Venezuela. Caracas 2011.

“Habla el Grupo Madera, desde el dolor y la indignación”. El Nacional, Caracas. 17 de septiembre de 1980. Cuerpo C, página de Arte.

“El Grupo Occidente”. Extracto de la intervención de Luis Piñerúa Ordaz en el Congreso Nacional” Revista SIC  Centro Gumilla. Número 375, mayo de 1975. 196 a 197

Ramos, Nelly. “A 30 años de la tragedia del Grupo Madera, quedan la impunidad y el recuerdo”.

Penzo, Jacobo. “El afinque de Marín” (Cine) Caracas 1980

Prensa consultada:

Últimas Noticias, El Nacional, El Universal, 2001, El Mundo, Diario de Caracas y Vea entre 1980 y 2008

Publicado el 5 de octubre de 2013

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