LA SEMBLANZA DE UN ACTO – MARIA ANTONIETA IZAGUIRRE


 por elelefantebocarriba

Que sirva de homenaje a quien fuera mi presidente por 14 años

 y el eje de un movimiento que se inició hace 26 años con un fracaso y un por ahora.

Comento, en esta oportunidad, algo de las enseñanzas que recojo de ese 4 de febrero y de sus consecuencias, pero que no ha sido sino después, cuando he podido comprender la profunda enseñanza de lo que, por razones personales, se vivió, en forma de angustia, preocupación, peligro, confusión y de una sorpresa que no le podía dar lugar en el universo de mis ideas para ese momento,1992.

Parte de estas ideas siguieron a la lectura, tiempo atrás, del Seminario XV de Jacques Lacan.

Una se pregunta de quién fue la orden y quiénes la pusieron en práctica, de dejar hablar a Chávez.  En la urgencia del momento, impresiona qué realmente no lo conocían y no sabían de su trayectoria. Hay un relato de esas circunstancias en el libro de José Vicente Rangel, De Yare a Miraflores. Es posible que no estaban las condiciones políticas y sociales para, como en otra época, se lo eliminara, se lo exiliara, se lo alejara. Dejarlo hablar fue un golpe de suerte para los venezolanos, pero si lo vemos desde el lado de nuestro joven Comandante y a posteriori, desde el punto de vista de la subjetividad, esa intervención la considero un Acto. Con toda la significación que tiene esa palabra para el psicoanálisis.

Veamos.

Un acto se valora por sus consecuencias sobre lo individual y sobre lo colectivo. Henos aquí, veintiséis años después de ese 4 de febrero de 1992, testigos  de las  consecuencias que en el campo social tuvo lo que bien podríamos llamar, y hablo desde el psicoanálisis, un ACTO. Ese movimiento militar, -Chávez siempre lo consideró una insurrección y no un golpe de Estado- cuyo comandante tomó la oportunidad –”la oportunidad la pintan calva”- de decir unas palabras. Aunque aparentemente iban dirigidas a sus compañeros de armas, en realidad sus palabras nos llegaron a todos, tarde o temprano, nos llegaron a todos quienes habitábamos una nación en un ambiente social de desesperanza, de pasividad, de pobreza y desamparo.

Pasaron muchas cosas ese día, los días que lo precedieron y los días posteriores. Pero la marca, el sello fueron las palabras del Teniente Coronel quien se hizo responsable de ese movimiento, de esa transgresión. Los comandantes bolivarianos, en su decisión, y luego Chávez al aceptar rendirse y así declararlo, me recuerda la decisión de Julio César cuando decide pasar el Rubicón, poniendo su destino en manos de la “fortuna” con una frase que ha quedado para la historia: ”Alea jacta est”, la suerte está echada, o, los dados están echados.  Eso es, desde el concepto psicoanalítico, la semblanza de un Acto.

Ese decir, esas “palabras que brotaron â€œ, como él las califica en esa entrevista, que aludí, no hubiera sido suficiente si no lo hubiera acompañado de un hacer. Pero ese decir, en aquel momento, visto desde el después, es un acto. El acto es un decir. Acto hecho desde un “no pienso”, porque creo que Chávez no preparó esas palabras de antemano, es un decir que surge de la necesidad. Un acto donde había la necesidad de hacer uno. Cuando el decir es un acto y el acto es un decir, se inicia el proceso que nos ha traído hasta aquí.

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Pero el acto implica asumir responsabilidad de eso que se materializó en palabras, en un decir. No solo Chávez se responsabilizó de sus acciones, de la insurrección armada, del derramamiento de sangre y de la rendición, sino también, lo supongo, de eso que se lanzó al aire, a la conciencia y al corazón de un pueblo. Un acto que es la marca de un inicio.

Es curioso, en psicoanálisis, sabemos que el acto vino de la mano de Freud desde la ideA de lo fallido, del acto sintomático, del lapsus, bajo la rúbrica del error y los actos accidentales. Vino en su calidad de mensaje, del lado de la significación, arropado en una concepción del inconsciente, la del eso habla. El comandante Chávez, logró, gracias su genio, hacer de lo fallido, de un fracaso, una victoria, Se suele decir, en alusión a las Guerras Napoleónicas: hizo de Waterloo un Austerlitz. Pero de ese fracaso vino un decir que se hizo acto. Se anuda, entonces, el verbo y la acción.

En su libro, Cuentas, Gustavo Pereira, el muy querido y admirado poeta, menciona:

“Tiempo hubo en que la palabra se identificaba con el acto. En la Biblia judeocristiana se dice: ‘En un principio era el verbo’, es decir, la palabra, que algunos asimilan con Dios. Sólo que palabra en el antiguo hebreo es dábúr, que también significa acción. Goethe, que no lo ignoraba, traduce en el Fausto el célebre versículo así: ‘En el principio era la acción’”.

Si el acto es un decir, cuyo sujeto cambia y se transforma de una manera particular, es, también, eso que dice algo a quien escucha ese decir. No solo le dice algo, le da ocasión de producir significaciones, de cambios subjetivos y también a una transformación, de lo que llamamos, el imaginario de una persona. Pero tal como lo vimos, a un imaginario social, colectivo.

Muchas son las consecuencias de ese Acto. Diría que la Constituyente de 1999, y por supuesto todo lo que siguió y ha seguido después. Un efecto, una consecuencia más inmediata, de ese acto fue el carnaval de ese año 92. Unas semanas después. Creo se celebró el 27 o 28 de febrero o el 1 y 2 de marzo.  Al menos en Caracas y entre los habitantes de los barrios. Sabemos cuáles eran los disfraces tradicionales de los niños y niñas de esa época. Los modelos correspondían a personajes de ficción, extranjeros o ajenos a la cultura propia. A veces se colaba alguna representación de lo criollo, una llanera, un o una india, pero la vida comercial se llenaba de ofertas de disfraces de series de televisión, comics, películas, etc. ¿Por qué se hizo tan popular el Chavecito?  ¿Qué fue lo significado colectivamente de ese breve, pero contundente discurso, que construyó un imaginario, que rompió con la imagen que se tenía del soldado, de una rebelión militar o golpe de Estado? ¿Fue quizás algo del lado de la sorpresa, de la materialización en una presencia, una voz, unas palabras, un gesto que se rendía, pero no se entregaba? ¿Algo del lado de la esperanza, del lado de un “cañón de futuro” como dice la canción de Silvio Rodríguez que cantamos una y otra vez? ¿De la dignidad? ¿Es acaso que se produjo una identificación con un rasgo del Otro, la dignidad, la entereza, que reconstruía una noción perdida, aplastada, como fue aplastado el Caracazo, y luego calificado de manera humillante?

Así el acto marca un inicio. Y si vamos a ver el acto final, el 8 de diciembre, es la última jugada de una partida de ajedrez. Pero, como todo lo de Chávez, es un acto que marca un final, pero sobre todo un principio, un inicio-continuación de ese acto del 4 de febrero y de diciembre del 98. Aparece un efecto de identificación de asunción de un rasgo que nos devuelve y nos permite la construcción de la visibilidad, de la dignidad. Ojalá que también se asumiera en forma generalizada el asunto de la responsabilidad.

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Hay otro elemento que quiero rescatar, de ese 4 de febrero. En la película de Oliver Stone, hay una escena para mi memorable. Chávez lleva al director a una terraza de Miraflores, y la mirada se dirige hacia el Cuartel de la Montaña. Entonces, Chávez comenta, no recuerdo palabras exactas, (solo sé que me conmovió la escena), dice a Oliver Stone que no olvida la sangre derramada, a quienes murieron ese día, en Caracas y en otras partes del país. Por un tiempo pensé que aludía a un sentimiento de culpa que conlleva la responsabilidad. Ahora pienso que esas palabras, y ese sentimiento, revelan a un ser profundamente compasivo, de alguien que le importa la vida, pero es capaz de entregar la suya, y que a nadie empuja a la muerte sin saberse responsable, pero dando lugar a que, quien siga una idea, también se haga responsable de la suya. Y se le respeta. Y esa entrega los hace dignos.

Chávez fue, es, un sujeto causado por una causa. Solamente con la lectura de esas entrevistas concedidas a José Vicente Rangel se lo comprueba. Causa que impulsa a la creación. Para un verdadero comienzo, hay un acto que sería creador y que marca un inicio, que ya había sido, si me permiten esta especie de trabalenguas.

Concluyo esta breve exposición, diría que inacabada, recordando que el 4 de febrero marca un atravesamiento, la ruptura, una transgresión, que es la dimensión del acto revolucionario. Diferente en esto a toda eficacia de guerra y que se llama suscitar un nuevo deseo.

Cito a Rimbaud, unos versos de Una Razón:

“Un golpe de tu dedo sobre el tambor descarga todos los sonidos y comienza la nueva armonía

Un paso tuyo. Y es el alzamiento de los nuevos hombres y su caminar

Tu cabeza se aparta: ¡el nuevo amor!

Tu cabeza se vuelve: ¡el nuevo amor!

Texto leído en la Casa de las Letras Andrés Bello

Caracas, 8 de febrero 2018

 

 

 

 

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