De “crisis humanitaria” a mercado de esclavos: caso Libia


EL MISMO FORMATO DE INTERVENCIÓN LO USAN CONTRA VENEZUELA

Luego de seis años desde que la OTAN dividió y destruyó Libia, la subasta de esclavos en muchas de sus ciudades y pueblos enseña que debe desecharse la noción de que la “intervención humanitaria” es la solución a las crisis que Occidente mismo crea intencionalmente. Con el espejo libio, bien se puede saber el futuro que se le avizora a Venezuela, si se le aplican todos los nombres artístico que hoy se agitan contra el país con la excusa de la existencia de una “crisis humanitaria”.

El expediente libio

El pasado 12 de noviembre Red Voltaire publicó un testimonio de Saif al-Islam Gadafi, hijo del legendario Muamar el-Gadafi, liberado el pasado 9 de junio por una de las facciones que controla el territorio libio.

En el texto se relata cómo en 2011 se instruyó el expediente de Estado fallido sobre Libia con el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) acusando a Muammar el Gadafi, Saif al-Islam Gadafi y Abdullah Senussi de crímenes contra la humanidad ante la Corte Penal Internacional (CPI), sin investigaciones en el terreno, para lo cual se emitió una orden de arresto a partir de un montaje mediático al que fueron destinados ingentes recursos. Con el pretexto de la “responsabilidad de proteger” (R2P) se ejecutaba el derrocamiento, planeado desde hacía tiempo, del gobierno libio que entonces encabezaba Muammar el-Gadafi.

Agrega Gadafi hijo que dicha corte internacional “adoptó un doble rasero sobre la guerra contra Libia y la intervención de la OTAN. Implicó a personalidades políticas libias en crímenes inventados mientras que ignoró y no condenó el bárbaro linchamiento perpetrado contra Muammar el-Gadafi y contra su hijo Moatassem por las milicias que la OTAN respaldaba”, entre otras omisiones.

El testimonio incluye detalles de cómo las 1 mil 500 milicias que puso la OTAN en el poder han fracturado el país y destruido ciudades e infraestructuras vitales durante los seis últimos años, en el marco de una limpieza racial y étnica sin precedentes donde han quemado y torturado personas, arrojado funcionarios del gobierno anterior a fundiciones, organizado el tráfico de órganos humanos extraídos a los presos en las cárceles, masacres, crucifixiones, mutilaciones…

En su momento ciudades como Zleitan, Sirte, Surman, Trípoli y Bani Walid fueron arrasadas por aviones de la OTAN, ente principalmente financiado por el gobierno estadounidense. Como no estaban dispuestos a desembarcar tropas terrestres, los combates fueron llevados a cabo por milicias que luego se revelarían más tarde como miembros de grupos extremistas: Al-Qaeda y sus afiliados.

Aunque la OTAN ha reconocido algunos crímenes, la CPI no ha emitido ni una sola orden de arresto contra los jefes de las milicias y de las fuerzas otanistas.

Sirve bastante de ejemplo este expediente libio frente a la CPI si se compara con el caso que llevan contra Venezuela en la Organización de Estados Americanos (OEA). Dirigido por el Departamento de Estado, su función en pos de criminalizar al país en la misma CPI, donde se llevó al gobierno de Libia, demuestra cómo los formatos se repiten una y otra vez. Aquí y allá, como si la memoria de la opinión pública global se formateara al paso de cada intervención.

De la estabilidad a la fragmentación: el desastre es de Occidente

En un informe recientemente publicado por el comité de asuntos exteriores del parlamento británico se reconoció que la intervención occidental en Libia, desde 2011, se basó en errores de inteligencia y allanó directamente el camino para el resurgimiento de los grupos terroristas islamistas en el país. Lo que inicialmente se había propagado como una especie de “intervención humanitaria” para “proteger” a los civiles de la “tiranía de Gadafi”, se exacerbó en el notorio juego del cambio de régimen y condujo al desastre, la proliferación de grupos islamistas y la caída de Libia de la estabilidad a la fragmentación.

El informe sugiere además que la intervención en Libia no ocurrió porque Gadafi infligiera atrocidades contra la población, sino porque estaba ganando la lucha contra las milicias financiadas por Occidente y algunos Estados árabes. En función de ello se entiende que Libia sería la puerta para extender la influencia occidental en el continente africano. Detalla que detrás de la intervención militar y el cambio de régimen en Libia, el ex presidente francés Nicolas Sarkozy manejaba los siguientes objetivos críticos:

  1. El deseo de obtener una mayor participación en la producción de petróleo de Libia.
  2. Aumentar la influencia francesa en el norte de África.
  3. Mejorar su situación política interna en Francia.
  4. Brindar a los militares franceses la oportunidad de reafirmar su posición en el mundo.
  5. Abordar la preocupación de sus asesores sobre los planes a largo plazo de Gadafi para suplantar a Francia como potencia dominante en el África francófona.

La intervención de 2011 detonó la inestabilidad en Libia y creó una reacción en cadena de violencia y caos en el oeste de Nigeria, Malí y Níger. Esta violencia sirvió de pretexto para la reintroducción de las tropas francesas en varias de sus antiguas colonias, y como un plus para la expansión del Comando de África de los Estados Unidos (AFRICOM) bajo la excusa de luchar contra las mismas milicias islamistas que respaldaron en Libia mediante la distribución de armas.

El informe declara que “(…) la comunidad internacional hizo la vista gorda ante el suministro de armas a los rebeldes”. Lord David Richards, antiguo jefe del Estado Mayor de Defensa del Reino Unido, destacó “el grado en que los emiratíes y los qataríes (…) jugaron un papel importante en el éxito de la operación terrestre. Qatar, por ejemplo, suministró misiles antitanque de Milán a ciertos grupos rebeldes. Nos dijeron que Qatar canalizó sus armas a las milicias favorecidas en lugar de a los rebeldes en su conjunto”.

Aun cuando la versión oficial de Occidente cuenta que lo ocurrido en Libia durante ese año 2011 fue un levantamiento general, y que los extremistas se involucraron en alguna etapa posterior, lo cierto, según el informe, es que las milicias islamistas desempeñaron un papel fundamental en la rebelión desde febrero de 2011 en adelante. Se separaron del ejército rebelde, se negaron a recibir órdenes de los comandantes no islamistas y asesinaron al entonces líder del ejército rebelde, Abdel Fattah Younes.

Ni se preocupe en comparar esto con el germen de ejército rebelde que se intentó implantar en Venezuela, llamado “La Resistencia”. Dado que justamente ni eran resistencia, ni estudiantes pacíficos, sino que estaban engordados de paramilitares y mercenarios. Muchos de los cuales, convenientevemente, pasado cualquier escenario violento que hubiese derrocado a Maduro, habrían actuado de la misma forma que los “rebeldes libios”.

De esclavos, refugiados y desaparecidos

CNN fue una de las corporaciones mediáticas globales que aceleró con mentiras la intervención en Libia. Recientemente han dedicado espacio a la situación de los migrantes que, provenientes desde los países del África Occidental, sufren tratos inhumanos en dicho territorio por parte de mafias lideradas por encargados de centros de detención de inmigrantes y líderes de milicias yihadistas locales que les secuestran y venden a ciudadanos libios.

Los inmigrantes subsaharianos que llegan a Libia con la intención de embarcarse rumbo a Europa son vendidos y comprados en plena calle, en mercados de esclavos. Se están pagando entre 500 y 300 euros por persona para ser utilizados como jornaleros en construcción o agricultura.

Si bien hace tres años la OTAN declaraba que la misión en Libia había sido una de las más exitosas en su historia, la trata de personas se descontroló en forma previsible junto a temas como la piratería, el contrabando y el crimen organizado que, antes de 2011, eran mantenidos bajo control.

Hoy ocurre todo tipo de abusos y torturas, las mujeres son prostituidas por redes de traficantes que sistemáticamente les someten a malnutrición, abuso sexual, incluso a asesinatos.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM), agencia de la ONU para los movimientos migratorios, ha recibido testimonios de cómo los transeúntes son obligados a ponerse en contacto telefónico con sus familias para pedir un rescate mientras son golpeados, confinados a espantosas condiciones sanitarias y hambre, mientras que el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein, manifestó el pasado martes que “la política de la Unión Europea de asistencia a los guardacostas libios para interceptar y devolver a los migrantes en el Mediterráneo es inhumana”.

Think-tanks políticos como el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés), que promovió la intervención de Libia, lamentan que cerca de 11 mil inmigrantes hayan llegado a las costas italianas solo en los últimos cinco días de junio, después de casi 80 mil en la primera mitad de 2017; mientras, más de 3 mil han perecido en el mar desde comienzos de este año. La gran mayoría vino del África subsahariana y se embarcó desde la costa libia.

El mismo informe del CFR lamenta la debilidad de la Armada libia ante el gran volumen de migrantes y el número de grupos que se benefician de su tráfico; se refiere a la misma flota que yace en el fondo del Mediterráneo hundida por aviones de la OTAN.

Ministros de varios países europeos y africanos sostuvieron una reunión el pasado miércoles en Berna (Suiza) para determinar estrategias de protección a los refugiados en Libia.

Estos tanques de pensamientos y medios son los que hoy sostienen los mismos argumentos para intervenir Venezuela. La excusa para venderla es que se debe proteger a su población civil de la “crisis humanitaria” que atraviesa, como si no tuvieran ninguna responsabilidad en el bloqueo al país para evitar que estabilice su economía y, por ende, su situación social. Son los mismos con mentiras más repetidas, y muchísimos más crímenes de guerra de cuales responsabilizarse.

Giros en la coyuntura

Hoy, aunque la mediática global calla, coexisten en Libia tres gobiernos con diversos grados de legitimidad.

El 55% de los libios fueron obligados a huir de su país hacia los Estados vecinos, y ciudades como Sirte, Misurata y Bengasi son asediadas por el Daesh (conocido también como Estado Islámico) mediante atentados con bombas y degollaciones. La OTAN no ha desarrollado sobre ellos ningún “ataque humanitario”.

Saif concluye que “Libia sigue hasta ahora bajo control de los grupos yihadistas y Occidente los respalda a pesar de todos los crímenes que cometen contra Libia y contra el pueblo libio”.

Analistas consideran que tal respaldo pudiera cambiar luego del atentado en Manchester (Reino Unido) y del bloqueo a Qatar este año, debido a cambios en las relaciones de Occidente y los grupos extremistas.

En una cadena de eventos en junio de 2017, facciones lideradas por el mariscal Khalifa Haftar (visualizado como próximo dictador), que han luchado durante mucho tiempo contra el Islam radical y están vinculadas a Saif, han logrado victorias militares sobre los restos de los grupos islamistas en Bengasi, logrando que el primer ministro aliado de la OTAN, Fayez al-Sarraj, solo se quede con parte del puerto marítimo de Trípoli bajo su control y sin apoyo de las tribus, que es el más importante factor en la formación de cualquier tipo de estructura política en Libia. Su gobierno no ha conseguido el apoyo del parlamento, y después de un rechazo triple de sus candidatos nominados, ya no será aprobado.

Libia es víctima del código imperial que impone un cambio de régimen en países que se niegan a cumplir sus reglas geopolíticas. La guerra, que siempre es económica, ha hecho que algunos indicadores cayeran estrepitosamente.

En 2010, su economía generaba 75 mil millones de dólares en Producto Interno Bruto (PIB), con un ingreso per cápita promedio de 12 mil 250 dólares, aproximadamente el mismo ingreso que en algunos países europeos. A partir de 2016, sin embargo, es probable que experimente un déficit presupuestario de alrededor del 60% del PIB. La ONU le clasificó como el 94º país más avanzado del mundo en su índice de desarrollo humano 2015, un descenso desde el lugar 53 en 2010.

Lo descrito conforma una muestra del caos y el atraso que aporta la intervención de la corporatocracia global mediante brazos armados y organismos internacionales, donde su influencia es total, como la Unión Europea que recientemente sancionó a Venezuela.

Si las organizaciones internacionales, tribunales y leyes tuvieran algún significado, la OTAN estaría excluida de cualquier rol adicional con respecto a Libia, más allá de pagar reparaciones por lo que ha hecho.

El caos permanente que actualmente consume naciones como Libia, que partió de sanciones económicas y “protestas” por un cambio de régimen, también sirve como una advertencia de lo que le espera a Venezuela si no logra disuadir a Occidente de una mayor intervención dentro de sus fronteras.

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