EL PODER SIN COHESIÓN: Grupos, egos y caudillismo en el PACTO HISTÓRICO

CARLOS MEDINA GALLEGO Historiador y Analista Político

Con especial afecto a la senadora IMELDA DAZA COTES.

En la historia reciente de Colombia, el Pacto Histórico emergió como una promesa transformadora. Un proyecto de unidad popular que logró movilizar una fuerza social y electoral capaz de alcanzar el gobierno en 2022, dando lugar al primer mandato de izquierda en la historia del país. Sin embargo, tras el triunfo, las fisuras internas, los grupismos y la arrogancia política no tardaron en hacerse evidentes. El sueño de un frente amplio y pluralista comenzó a mostrar signos de descomposición, y la incapacidad para sortear la propia del ejercicio del poder ha debilitado al movimiento, alejándolo de las bases sociales que lo llevaron al poder.

Este artículo busca hacer un balance crítico de las dinámicas internas del Pacto Histórico, su falta de madurez política, el papel de sus liderazgos, la utilización de la movilización social como instrumento de presión y propaganda, y el resurgir de un caudillismo anacrónico que se resiste a ceder espacio a la deliberación democrática y a la construcción colectiva.

  1. El germen de los grupismos

Desde su conformación, el Pacto Histórico agrupó una constelación diversa de fuerzas políticas y sociales: movimientos progresistas, sectores de izquierda, partidos alternativos, liderazgos regionales, sindicales, feministas, ambientalistas y comunitarios. Pero esa diversidad, que fue inicialmente su mayor fortaleza, se convirtió rápidamente en una fuente de disputas internas. Los grupismos, muchas veces sustentados en lógicas clientelistas, egos desbordados y cálculos electorales, minaron el proyecto común.

En lugar de conformarse como una coalición estructurada y programática, el Pacto Histórico ha funcionado más como una suma de intereses individuales o de pequeños grupos que compiten por cuotas de poder. Esta situación se ha reflejado en el Congreso, donde las bancadas actúan con escasa coordinación, protagonizan disputas públicas y se enfrentan entre sí en redes sociales y medios de comunicación, desdibujando la imagen de unidad ante la opinión pública.

Los intentos de establecer una dirección política unificada han fracasado, y los esfuerzos por consolidar una bancada cohesionada han sido saboteados por la resistencia de ciertos liderazgos a ceder protagonismo. Así, el Pacto se ha convertido en un espacio atravesado por divisiones internas, luchas intestinas y la permanente sospecha de traición entre compañeros.

  1. El ego como estrategia de poder

Uno de los males estructurales del Pacto Histórico es la hipertrofia de los egos. En lugar de consolidar un liderazgo colectivo y horizontal, muchos de sus dirigentes han optado por alimentar su imagen personal, construir plataformas individuales de poder y cultivar seguidores más que militantes críticos. La política se ha vuelto un ejercicio de visibilidad mediática, donde las disputas por aparecer en la agenda pública han sustituido a la reflexión programática.

El egoísmo político ha derivado en una práctica excluyente, donde las voces disidentes son acalladas o deslegitimadas, y donde las decisiones se toman en pequeños círculos cerrados. Este personalismo ha minado los procesos de deliberación democrática interna, ha provocado la salida de sectores importantes del movimiento, y ha creado un clima de desconfianza generalizado.

Algunos líderes, con una trayectoria genuinamente comprometida, han dado muestras de convicción y coherencia. Sin embargo, han tenido que enfrentarse a otros actores más interesados en el cálculo electoral, en la manipulación de la opinión pública o en la defensa de agendas personales y oportunistas.

  1. El culto a la personalidad y el caudillismo

Un fenómeno particularmente grave ha sido el resurgimiento del caudillismo, una forma de liderazgo vertical que concentra el poder en figuras carismáticas, y que anula la autonomía de las organizaciones sociales y políticas. El culto a la personalidad ha reemplazado el debate de ideas, y ha generado una dependencia excesiva del presidente Gustavo Petro como único referente del cambio.

Si bien es innegable el papel crucial que jugó Petro en la construcción del Pacto Histórico y en la victoria electoral, el proceso de transformación social no puede depender exclusivamente de su figura. La falta de construcción de liderazgos colectivos, el silenciamiento de las críticas internas y la intolerancia hacia la disidencia han producido una cultura política que reproduce lo peor del autoritarismo caudillista, incluso desde sectores que se reivindican democráticos.

Este caudillismo se expresa también en la forma en que se instrumentaliza la movilización social: no como una herramienta autónoma del pueblo, sino como un recurso para defender al gobierno, presionar a los opositores o blindar decisiones impopulares. Las marchas y concentraciones, lejos de ser espacios deliberativos, se han convertido en vitrinas de apoyo acrítico, en actos de aclamación más que en expresiones de soberanía popular.

  1. La instrumentalización de la movilización social

Uno de los compromisos fundamentales del Pacto Histórico era devolverle protagonismo al pueblo colombiano, construir una democracia participativa y fortalecer el poder popular. No obstante, tras la llegada al gobierno, muchos de los movimientos sociales que fueron soporte del proyecto han sido desplazados, cooptados o desmovilizados.

El gobierno ha optado por convocar a la movilización cuando lo necesita, sobre todo frente a crisis políticas o derrotas legislativas, pero sin fortalecer los espacios autónomos ni respetar las agendas propias de los sectores populares. Las organizaciones sociales han sido reducidas a escenografía política, a simples respaldos ocasionales, mientras sus demandas concretas —tierra, salud, educación, justicia— siguen sin respuesta o han sido postergadas.

Este uso instrumental de la movilización social reproduce una lógica verticalista que contradice los principios del cambio democrático. Se exige lealtad incondicional, se premia el aplauso y se castiga la crítica. Así, en lugar de construir un poder popular autónomo, se consolida un poder subordinado a la voluntad del líder y al cálculo político del momento.

  1. Los liderazgos: entre la esperanza y la decepción

Dentro del Pacto Histórico coexisten liderazgos valiosos y comprometidos con otros profundamente oportunistas y recalcitrantes.

Hay actores cuya presencia en el Pacto responde más al oportunismo que a una convicción real con el cambio. Provenientes de sectores tradicionales, se han sumado al Pacto para asegurar beneficios políticos sin compartir realmente su horizonte transformador.

Incluso dentro del Ejecutivo, se han visto contradicciones profundas.

  1. El fracaso de la deliberación y la urgencia de una refundación

El mayor problema del Pacto Histórico no es la existencia de diferencias internas —lo cual es natural en cualquier coalición democrática— sino la incapacidad para procesarlas mediante mecanismos deliberativos, incluyentes y transparentes. La ausencia de una estructura política sólida, de reglas claras y de instancias de decisión colectivas ha dejado el movimiento a merced del conflicto permanente y del desgaste constante.

La fragmentación política, la lógica de “yo o el caos”, y el afán de protagonismo están destruyendo el proyecto por dentro. Lo que debería ser un frente popular en disputa por el poder y en defensa de los intereses del pueblo, corre el riesgo de convertirse en un campo de batalla entre egos inflamados, redes clientelares y discursos vacíos.

Es urgente una refundación política del Pacto Histórico. Se requiere reconstruir la unidad sobre nuevas bases éticas y organizativas, recuperar la centralidad de los movimientos sociales, democratizar las decisiones, respetar la diversidad interna y, sobre todo, romper con las prácticas caudillistas que impiden la construcción colectiva.

  1. Del poder como posibilidad al poder como pérdida

El Pacto Histórico llegó al poder con la promesa de transformar el país, pero hoy sufre de los mismos males que históricamente ha criticado: arrogancia, fragmentación, oportunismo y culto a la personalidad. Si no se produce una autocrítica profunda y se toma la decisión de refundarse desde las bases, el proyecto corre el riesgo de diluirse en las aguas turbias del poder tradicional.

Más que una alianza electoral, el Pacto debe volver a ser un movimiento político y social que dialogue con el pueblo, que escuche, que aprenda y que sea capaz de reconocer sus errores. La historia no perdona a quienes desperdician el poder que les fue confiado por las mayorías. Colombia necesita una izquierda democrática, ética y popular. La oportunidad está aún presente, pero el tiempo se agota.

CARLOS MEDINA GALLEGO
MAYO 21 DE 2025