Opositores celebran sus “logros”: La renovación de las sanciones y la lesión de Yulimar.


(+Clodovaldo)
20 abril, 2024

Si se juzga por lo que vociferan en las redes sociales, podríamos concluir que los últimos dos grandes motivos de satisfacción de una buena cantidad de opositores han sido el recrudecimiento de las medidas coercitivas unilaterales (MCU) de Estados Unidos y —¡se cuenta y no se cree!— la lesión de Yulimar Rojas.

Revise usted los mensajes y post de su escuálido favorito (todos tenemos uno) y comprobará que estos dos acontecimientos le han devuelto a esa persona, habitualmente amargada y quejosa, la alegría de vivir.

Más que pronunciar largas condenas morales sobre por qué alguien celebra este tipo de hechos tan desgraciados para Venezuela, hagamos un esfuerzo por entender.

Lo primero sería aceptar que para estas personas, tanto las llamadas “sanciones” como el daño sufrido por la supercampeona de salto triple son hechos positivos, buenos para el país. Solo así se explica que se pongan eufóricos al enterarse de esos acontecimientos y hasta eleven oraciones para darle gracias por eso a su respectivo dios.

Desglosemos para comprender mejor. Empecemos por el asunto de la eliminación de las “licencias gringas”, expresión sublime del colonialismo estadounidense impuesto a la brava.

Esta gente debe saber que las MCU han sido una de las causas del sufrimiento del pueblo en general, incluidos ellos mismos y ellas mismas, sus familias, sus empresas, sus amistades y sus mascotas (a las que aman con teatral intensidad). Lo saben, no me vengan con cuentos y cada día son más los voceros altamente calificados de ese mismo segmento político, incluyendo empresarios y economistas de gran renombre, que así lo han reconocido.

Entonces, ¿por qué aplaudir lo que nos va a causar dolor, incluso personal y físico, a nosotros, a nuestros familiares, amigos, vecinos y compatriotas en general? No será por masoquismo, piensa uno en su ignorancia de los recovecos de la mente ajena, porque si algo nos caracteriza en este trópico es que no somos dados a sufrir por gusto, como si parece ocurrir con otros pueblos. Más bien nos encanta pasarla lo mejor posible, incluso en medio de la calamidad.

El punto es que esta gente está convencida de que las MCU, el bloqueo, la injerencia gringa más directa y descarada acelerarán la caída del rrrrégimen. Sería más preciso decir que lo siguen creyendo, a pesar de que entre los años 2018 y 2022, a Venezuela le aplicaron todos los ácidos disponibles en el muy surtido arsenal de ultrajes y atropellos del poder imperial y el ansiado derrumbe de la “tiranía” no ocurrió y, por lo contrario, fueron los sectores opositores los que quedaron en cuatro bloques, dicho sea coloquialmente.

Se puede entender que la élite gobernante de Estados Unidos insista en una “solución” como esa. De hecho, aplicar sanciones parece ser el recurso más socorrido y multiuso del imperio norteamericano en su fase de declive, pues así pretenden ganarle la guerra proxy a Rusia, derrotar a China en la lucha por los mercados y reimponer su dominio en el que fue su patio trasero. Lo que resulta un poco más complicado de asimilar es por qué reinciden en pedir sanciones y bloqueos unos venezolanos y unas venezolanas que han vivido en carne propia o muy de cerca lo que esas medidas arbitrarias e ilegales significan en forma de muerte, sufrimientos e incomodidades.

Una hipótesis es que son personas tan desesperadas por el cambio político que están dispuestas a hacer cualquier sacrificio, sufrir mucho dolor, como esos fanáticos religiosos que se ponen un cilicio en el costado o se castigan de madrugada con un flagelo, en aras de merecer el reino de los cielos. Pero, no es eso. Ni de vaina.

No lo es porque el opositor promedio que ovaciona la reimplantación de las sanciones suele ser el mismo que luego chilla desconsoladamente en la cola de la gasolina subsidiada. Son los que dicen estar dispuestos a irse a las montañas como guerrilleros, siempre y cuando les garanticen una dieta de combate baja en azúcar, que incluya pan sin gluten y leche de almendras.

Como causa del aplauso a las sanciones reimplantadas no podemos dejar de considerar un componente fundamental de la idiosincrasia pitiyanqui, expresada con suma nitidez en una reciente declaración del candidato opositor (ahora ex) Manuel Rosales. Para este sector nacional, Estados Unidos tiene no solo el derecho, sino también el deber de “tutelarnos”.

Es decir, que en la autoimagen de estas personas, los venezolanos somos como niños o como personas con alguna discapacidad intelectual y, por tanto, no podemos gobernarnos solos. Tienen los gringos que decirnos cómo manejar nuestros asuntos, con quién relacionarnos, a quién venderle petróleo y a quién no. Por eso es conveniente que Washington elija a los gobernantes, como hizo Trump con Juan Guaidó. Y si los que están al mando se niegan a alinearse, hay que escarmentarlos, darles pao pao.

¿Y lo de Yulimar, por qué?

Ya resulta muy difícil de comprender cómo es que alguien apoya que otro país tenga sometido al suyo mediante medidas gangsteriles que, por lo demás, pisotean los derechos humanos, las leyes del mercado y la libre competencia. Pero lo que sí lleva a los límites del delirio (no en sentido metafórico, sino terapéutico) es que ciertos venezolanos se alegren de que Yulimar se haya lesionado y, en consecuencia, vaya a estar ausente de los Juegos Olímpicos de París este año, en los que era primera favorita para repetir su medalla de oro.

A simple vista resulta demasiado perverso, excesivamente retorcido, muy miserable. Estamos hablando de sentirse feliz con el mal de una joven deportista que ha llegado a la cumbre mundial ascendiendo desde muy, muy, muy abajo. ¿Qué clase de mecanismo mental produce ese tipo de giros repugnantes?

Un amigo cercano, a quien suelo caracterizar en mis escritos como “el Profesor de Historia”, dice que estas expresiones tan destempladas de odio hacia personas como Yulimar son la ruin cosecha de aquello que sembraron dirigentes políticos, medios de comunicación, docentes, curas, pastores, así como padres y madres en estado de disociación psicótica hace veinte y tantos años. Unos cuantos de esos que hoy festejan la desventura de la mejor atleta venezolana de todos los tiempos son los que eran niños en 2002 y en los años sucesivos, cuando en todos los ámbitos de la cotidianidad (hogar, escuela, templo, medios de comunicación, espacios comerciales, lugares recreativos, etcétera) te empapaban la cabeza de mensajes anticomunistas, de abominación de lo popular, cargados de individualismo capitalista, nunca exentos de supremacismo racial, social y religioso.

Cierta clase media no le perdona a Yulimar que sea simpatizante del chavismo y que haya desarrollado su inconmensurable talento en Revolución. Y la odian más todavía desde que bailó salsa con Maduro y porque hizo una la cuña publicitaria de un banco público en la que dice “¡Juácata!”.

Y es que, como subtexto de los motivos políticos, tampoco les gusta que sea una simpática negrona, una flor de barrio, que tenga la alegría guapachosa de nuestro pueblo profundo. Ese segmento de la sociedad nacional habría sido feliz si la campeona mundial y olímpica fuese una sifrina blanca de hablar mandibuleado, opositora furibunda o, mejor aún, todo eso junto. Y si ese fuera el caso, hoy estarían lamentando su baja en las Olimpíadas y echándole la culpa al rrrégimen por no cuidarla lo suficiente.

Lo más alarmante es que muchos de los que drenaron su rencor contra ella son también personas de pueblo, de tez morena, hijos e hijas de gente trabajadora.

Analizando el punto, hay muchas explicaciones. Y aquí podemos conectar el primer tema con el segundo porque una conducta tan degenerada como lo es solazarse por la lesión de una atleta (sea quien sea) es coherente con personas que siguen a líderes de cartón piedra que han solicitado invasiones, bloqueos, sanciones. Es una actitud esperable en militantes de movimientos fachos que han quemado gente viva; que han hecho festines de violencia callejera con sus propios excrementos; que han firmado contratos para que el país sea invadido por mercenarios, en medio de una pandemia.

Volviendo al análisis del Profesor de Historia, debemos tomar en cuenta que estamos hablando de varias generaciones de connacionales (compatriotas es otra cosa) forjados por una de las más deplorables camadas de figuras públicas que algún autor distópico hubiera podido imaginar. En ese terrorífico elenco están líderes mundiales y locales de la derecha y la ultraderecha, periodistas, comediantes, influencers y especialistas en la dispersión del odio y el resentimiento. ¿Qué podía salir bien?

Con toda esa gente (los que odian a Yulimar y los causantes de su enfermedad) vale cambiar un poco la exclamación de la campeona y decir, con algo de su picardía: ¡Guácala!

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)

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