50 AÑOS DEL SECUESTRO DE LOS HERMANOS MOLINOS PALACIOS


-EPICENTRO-
JESÚS ANTUÁREZ
*Sociólogo/periodista de investigación.

50 años se están cumpliendo del secuestro de los hermanos Molinos Palacios, un hecho altamente noticioso que mantuvo en expectativa a Venezuela, y que hoy, medio siglo después, luego de una rigurosa investigación, podemos contarles con lujo de detalles.

Para ello cuento con datos bibliográficos aportados por los protagonistas, visitas de campo, y lo que es más relevante, un valioso testimonio de la familia Molinos que por primera vez habla del caso a un periodista… ¡se les agradece!

Y aquí voy, vía al sur de Maturín, rumbo al Hato Valle Hondo, donde 5 hombres armados, pertenecientes al grupo Bandera Roja, se llevaron, la mañana del 23 de febrero de 1974, a Pedro José (Perucho) y Jesús Rafael (Chucho) Molinos Palacios, por cuya liberación exigieron la cantidad de 5 millones de bolívares, en billetes de a 100, no seriados, equivalente en la actualidad a más de un millón de dólares.

Maturín fue por aquellos días el Epicentro noticioso del país.

Era sábado, vísperas de carnaval. Perucho de 48 años de edad, quien iba en “un destartalado Jeep sin frenos”, en compañía de su hijo “Chano”, a chequear el canal de riego, es emboscado, exactamente en un lugar que la familia bautizó como “la mata de los guerrilleros”.

Francisco Jiménez, mejor conocido como “el viejo Ruperto”, natural de La Peña, estado Sucre, jefe de la operación, dijo que la idea era secuestrar solo a Perucho, pero que al ingresar a la casa se encontraron a su hermano Chucho, médico anestesiólogo, asimilado al ejército…“entonces dejamos al muchacho y nos llevamos al coronel”.

12 horas después de abandonar Valle Hondo con sus ojos vendados, por una carretera que aún se mantiene sin asfaltar, a bordo de una Wagoneer color azul, propiedad de la familia, que luego aparecería desmantelada, Chucho y Perucho Molinos llegaron al “campamento” donde permanecerían cautivos durante 34 días. Un lugar al aire libre, bajo una mata cualquiera, protegidos por una lona, en medio de la nada.

Pedro Segundo, Benita Elena y Jesús Martín Molinos Rincones, hijos de Perucho, cuentan detalles y anécdotas familiares de aquel día, y me muestran gentilmente lugares de Valle Hondo que permiten afinar la investigación, mientras voy armando, como un Sherlock Holmes tropical, todas la piezas de esta epicéntrica historia.

Posteriormente, Jesús Aquiles Molinos Bermúdez, hijo mayor de Chucho, a quien logré ubicar “por causalidad”, aporta más datos, complementa la historia y valida junto a Benita, cada una de las letras de esta crónica.

Recordamos, cómo los alrededores de la “Quinta Los Pedros”, residencia de la familia Molinos, ubicada en la avenida Fuerzas Armadas de Maturín, se llenó de carpas donde pernoctaban reporteros nacionales de todos los medios, quienes esperaban el desenlace del caso en medio de informaciones, contrainformaciones y potes de humos, diseñados para despistarlos y evitar entorpecer la negociación.

Bandera Roja, célula guerrillera clandestina, previo a este evento, había secuestrado en 1971 al banquero Enrique Dao, y luego, en 1972, a Carlos Domínguez, conocido como “El rey de la hojalata”.

Chucho Molinos, en un libro que escribió como testimonio del trance que le tocó vivir junto a su hermano, titulado “Platón y nosotros”, describe su experiencia y la estrategia que utilizaron para soportar el cautiverio y salir con vida de aquella circunstancia… “rezábamos cuanta oración conocíamos”.

Chucho pidió un cuaderno para documentar sus días de incertidumbre, y Perucho un cuatro para mitigar la ansiedad. Ambos escribieron dos mensajes a la familia que sirvieron como fe de vida. Sostuvieron diálogos ocasionales con uno de sus custodios a quienes bautizaron como “Platón” por “su hablar filosófico”. De vez en cuando escuchaban la radio que encendían sus custodios rastreando noticias sobre el secuestro. Lo demás era rebuznos de burros, algunos ladridos y pisadas de vacas que pasaban en busca de pastos, porque ni gallos había en aquel monte.

En líneas generales, expresa que el trato de parte de sus captores fue siempre digno. Recibieron abundante comida, medicinas, periódicos, revistas, libros de Confucio y Lenin, y ropa usada en buenas condiciones “porque a Perucho lo sacaron de Valle Hondo en alpargatas y sin camisa”.

Y mientras avanzaba la negociación, las autoridades policiales los buscaban por aire, mar y tierra, incluyendo las montañas del Tuy y del Turimiquire, hasta que el presidente Caldera prometió no intervenir. Eran tiempos de trasmisión de mando. Carlos Andrés Pérez asumiría la presidencia el 12 de marzo de 1974.

Los secuestrados, hombres del campo al fin y al cabo y pilotos de avionetas, utilizando el suelo como pizarrón y astillas de madera como lápices, fueron tejiendo hipótesis acerca del sitio donde se encontraban. Creyeron inicialmente que era algún lugar cerca de Urica, para luego concluir que el campamento estaba en los límites de una finca ganadera, sobre la ruta aérea Maiquetía o La Carlota- Ciudad Bolívar- Anaco o San Tomé, entre los estados Anzoátegui y Guárico.

“Con el tiempo las conversaciones estaban salpicadas de anécdotas y chistes”- dice Chucho en su libro – cada grupo trataba de conocer datos acerca del otro. Estaba claro que los captores tenían información precisa de la rutina en la finca y hasta de las amistades de Perucho a quien asociaban favorablemente con Perucho Aguirre “compositor y profesor con fama de revolucionario”.

Lo que desconcertó a los guerrilleros en su prédica “por un mundo mejor” y su reiterado discurso antiimperialista (y quizás fueron las razones por la cual se establecieron lazos fraternales que pudieran confundirse con el síndrome de Estocolmo), fue la actitud sencilla de los hermanos Molinos quienes resultaron no ser los típicos “hombres ricos, oligarcas y terratenientes” que preferían, por ejemplo, el espagueti con sardina del campamento a un arroz a la marinera que les traían de alguna ciudad cercana.

Y de esa manera, entre un inusual proceso de “lucha de clases” que se desarrollaba en aquella soledad, fueron transcurriendo los días hasta ser liberados, el 28 de marzo de 1974, aproximadamente a las 9 pm en un tramo carretero próximo a Zaraza.

Una visita al puesto de la Guardia Nacional y un chequeo médico en el hospital Francisco Troconis de Zaraza, antecedieron su salida de aquellos parajes, rumbo a Caracas.

Oscar Loynaz, ex presidente de la Sociedad de Anestesiología, quien por instrucciones de los secuestradores, mantuvo el dinero durante 5 días en la maleta de su vehículo, lo entrega a Juan Conde Barrozzi, amigo de los Molinos, quien finalmente paga el rescate 4 días antes de la liberación, en un lugar cerca de Anaco.

¿Quiénes secuestraron a los Molinos?

Pedro Figueroa Guerrero, en su libro, “Dos Testimonios: Fuentes para el Estudio de la Insurrección en Venezuela, siglo XX” (aquí les dejo el ISBN por si acaso: 978-980-18-0899-2) recoge las conversaciones con Francisco Jiménez (El viejo Ruperto) y Ricardo Ochoa (Sierra), quienes admiten su participación en el caso como miembros relevantes del Frente Guerrillero “Antonio José de Sucre”, “bajo la dirección directa de Tito González Heredia”.

Ochoa, quien actuó de corretaje, señala además a Andrés Cova Mata como el negociador con la familia; a Pedro Veliz Acuña como el responsable de recibir el dinero y a Rubén Ricarde, residente de una comunidad próxima a la finca y quien conocía Valle Hondo por dentro, como responsable de la captura de los hermanos.

“Ricarde – dice Figueroa en una nota de pie de página- fue un ex militante revolucionario conocido como “El indio” o “Alcides” que posteriormente se convirtió en delator y pasó a trabajar en la DISIP”.

El viejo Ruperto confirmó que se trató de una operación “netamente financiera” que contribuyó, entre otras cosas, a ejecutar la espectacular fuga del cuartel San Carlos, que el 18 de enero de 1975, puso en libertad a connotados miembros de Bandera Roja, entre ellos a Carlos Betancourt, Gabriel Puerta Aponte y Emperatriz Guzmán Cordero, asesinada 7 años después en “la masacre de Cantaura”.

“Yo tenía en mi poder, en Las Pavas, unos 3.800.000 bolívares y cumplía con el papel de administrar ese dinero que obtuvimos en una operación que tiramos en Monagas, llamada la operación de Los Molinos”, confesó el viejo Ruperto al escritor Elvin Barreto en abril de 2001, exactamente 19 meses antes de morir. (Ver “Historia de vida de Francisco Jiménez”).

¿Cómo vivió la familia Molinos el trance de aquellos días y qué piensa actualmente de todo esto?

Eso se los contaré la próxima semana.
Lo dijo Isabel Allende: “el que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla”.

JESÚS ANTUÁREZ
25 de feb 2024
@EPICENTRO88
Esta crónica es cortesía de la respetable logia José Quijada Gamboa 191 Oriente de Maturín.

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