Creencias opositoras se estremecen con confesiones, delaciones e informes (+Clodovaldo) 


Severos ataques de disonancia cognitiva han sacudido a las huestes opositoras venezolanas y de la derecha global en los últimos días. Sus creencias más mineralizadas han crujido bajo el peso de las confesiones, las delaciones y hasta los informes oficiales. 
 
Tomemos en primer lugar a los negacionistas del efecto destructivo del bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales (MCU). Llevan casi una década diciendo que esas estrategias arbitrarias no existen o que si acaso existieran no han sido la causa fundamental del sufrimiento del pueblo venezolano en este tiempo. Toda la culpa, según ellos, es del fracasado modelo socialista.  

Y de pronto sale a la luz un informe oficial del Congreso de Estados Unidos en el que se concluye que las llamadas sanciones produjeron la ruina económica de Venezuela y forzaron a siete millones de ciudadanos (cifras de ese documento) a irse el país, provocando una crisis migratoria que ha afectado a los países vecinos y algunos no tan vecinos, como el mismísimo imperio. Y —lo peor del asunto para los redactores del informe— no consiguieron derrocar a Nicolás Maduro.  
 
Lo ocurrido no es poca cosa. En términos concretos, significa que el Congreso estadounidense les da la razón al gobierno venezolano (el verdadero) y a todos los voceros revolucionarios que desde la década pasada vienen denunciando el bloqueo y las medidas coercitivas como atentados contra el país, como delitos de lesa humanidad y como uno de los motivos de que Venezuela haya pasado a ser, por primera vez en la historia, un país de emigrantes. 
 
Es más de lo que pueden soportar las cabezas de muchos opositores locales y obsesionada gente de derecha en otras partes del mundo. Cuando leen u oyen esas verdades dichas por individuos o entidades de Estados Unidos, algo se les desbarata en el cerebro. Pero, mejor sigamos llamándole disonancia cognitiva, que se oye menos catastrófico. 
 
Empiezan entonces los intentos de reseteo mental. Hay que buscar la forma de anular ese informe parlamentario. Pero, claro, no les resulta cómodo. Es sencillo cuando lo dice la “Asamblea Nacional ilegítima-chavista-madurista”, pero todo se complica si lo afirma el Poder Legislativo de su amado Estados Unidos. Queda el recurso de descalificar el informe, alegar que lo escribieron unos representantes demócratas ahí, unos infiltrados filochavistas, unos socialistas gringos del siglo XXI o, como diría el señor presidente de Argentina, unos “zurdos de mierda” (¿cómo se dirá eso en jerga gringa?). También se puede lanzar la tesis multiuso de que el rrrégimen compró a algunos legisladores con la petrochequera gorda, aunque con el bloqueo y las MCU, las élites estadounidenses se quedaron hasta con esa chequera y solo les dan una mesada a sus venezolanos favoritos [que así viven como reyes, pero ese es otro tema]. 
 
Hay que advertir, además, que cuando dicen esto último se generan otras turbulencias de disonancia cognitiva porque, a ver: ¿cómo puede un rrrégimen dirigido por una panda de brutos ignorantes manipular a los respetables parlamentarios estadounidenses, que –según el relato dominante– son todos inteligentísimos e ilustrados? O ¿cómo puede haber gente dispuesta a venderse en un Congreso inmaculado como el de Estados Unidos, un país «donde sí funcionan las instituciones»? 
 
Lo cierto del asunto es que ante semejante reconocimiento interno del fracaso del bloqueo y las MCU y la admisión de que esa política imperial causó la cacareada diáspora venezolana, el oposicionismo duro quedó sumido en el desamparo argumental.  
 
Claro que es algo transitorio. Pronto van a olvidar ese informe, lo van a borrar de su memoria y van a seguir repitiendo que aquí no hubo guerra económica interna ni ha habido MCU ni bloqueo ni sabotajes eléctricos ni intentos de invasión con mercenarios.  

No será la primera vez que lo hagan. Siempre lo hacen. Por ejemplo, uno de los cabecillas de la banda que orquestó esta estrategia de «cambio de régimen», el zafio Donald Trump, declaró sin dejar espacio para ninguna duda de traducción ni interpretativa, que el fin de todo ello era apoderarse del petróleo venezolano. Pero el escualidismo militante sigue diciendo que el magnate anaranjado actuó movido por el noble propósito de restablecer la democracia y los derechos humanos en Venezuela. 
 
Una creencia global que se desploma

Por cierto, Trump lanzó en la semana otro bombazo contra el mito de Estados Unidos como el país-superhéroe y puso en estado de disonancia cognitiva a millones de pitiyanquis en el planeta. Lo hizo al decir lo mismo que tantos han venido diciendo por más de 20 años: el atentado de las Torres Gemelas fue un autoatentado. 
 
¿Cuántas personas estarán presas –Ley Patriota mediante– por haber sostenido esa tesis en los años que han transcurrido desde el 11S de 2001? ¿Cuántos expertos han sido condenados al ostracismo o tildados de orates conspiranoicos por haber afirmado que esos rascacielos solo pudieron caer en la forma en que el mundo entero lo vio si se hubiese hecho una demolición controlada? 

La delación de Trump debería haber causado una hecatombe interna y mundial, pues se confirma (por boca de un expresidente, nada menos) que el Gobierno de Estados Unidos, a cargo entonces de otro republicano, el igualmente zafio George W. Bush, planificó y ejecutó una acción que costó la vida a miles de sus conciudadanos, sembró el terror y le dio motivos a ese mismo gobernante para emprender dos invasiones en las que fueron asesinados millones de seres humanos y devastados países enteros… Debería haber causado un cataclismo político y diplomático, pero no lo hizo ni lo hará: la gente ve desplomarse esa creencia pero elige seguir pensando que era verdad. 
 
Confesiones / delaciones 

Volviendo al plano interno, tenemos más ataques de disonancia cognitiva, es decir, de negativa a aceptar una realidad que contraría las creencias de la gente. El presidente anunció, en su mensaje anual, que fueron detectados unos nuevos intentos de magnicidio y golpe de Estado. Los opositores empedernidos desmintieron o, peor aún, ridiculizaron la denuncia. Pero unos días después aparecieron varios de los implicados confesando todo y delatando a sus cómplices, jefes y subalternos. 
 
Una vez más se presentó el mismo dilema para el antichavismo rabioso: ¿cómo decir que es mentira algo que confiesan los compañeros de lucha implicados?  

Bueno, es algo que también les ha pasado ya varias veces. Tienen experiencia porque los «líderes» de los movimientos golpistas o magnicidas son bocones y lenguaflojas por naturaleza y con exageración. Les encanta presumir cuando andan en una movida “secreta”, saben de un complot y salen a corriendo a contarlo en televisión o en redes sociales y hasta amenazan a los adversarios por adelantado. “Ve buscando dónde te vas a esconder porque vamos por ti”, dicen, con el estilacho de un casarrecompensas en un espagueti western. 
 
Igualmente les ha pasado porque los detenidos demuestran sin remilgos su talento en el arte vocal, algunos para los cantos gregorianos más exquisitos y otros para el reguetón vulgar, porque a cada quien según sus capacidades.  
 
Con respecto a los delatores, el opositor disonante cognitivo ha encontrado una solución. Decir que las confesiones fueron obtenidas bajo inclementes torturas en las ergástulas del rrrégimen, aunque los «presos políticos» no evidencian en los videos síntomas de maltrato y algunos hasta salen de la cárcel gordos o musculosos. Entonces, la alternativa es afirmar que les inyectan un suero de la mentira, una sustancia demoníaca hecha en Rusia, China o Cuba (¿dónde más podría ser?), para que el privado de libertad exprese lo que le ordenen decir Diosdado, Jorge, el general Padrino o el fiscal Saab.

La coba repetida del 23 de enero

Sigamos con una semana de caídas de la palma de coco. Una vez más (ya van más de 20) dijeron que el 23 de enero iban a repetir la hazaña de esa misma fecha de 1958, cuando el pueblo hizo huir al tirano. La montaña volvió a parir un ratoncito, pero los disonantes pusieron los ojos en blanco y negaron que la convocatoria hubiese fracasado. “La dictadura amedrentó al millón de personas que querían asistir”, dijeron. 
 
Luego centraron sus expectativas en la decisión del Tribunal Supremo de Justicia sobre las inhabilitaciones. Con su aire de guapetones, algunos pronosticaron un sacudón popular si se ratificaba la medida contra María Corina Machado. Se produjo la sentencia y todo siguió igual. Hasta en las redes, territorio apache del oposicionismo contagioso, la gente siguió ocupada polemizando a muerte, pero no sobre las sentencias del TSJ, sino sobre la trifulca arrabalera de Tiburones y Cardenales. 

[Es imposible abordar este asunto sin sarcasmo, pero hay que advertir que se trata de un tema de salud mental colectiva y, por tanto, bastante peligroso, sobre todo porque la gente que padece este mal no quiere curarse].  

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV) 

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