La Historia de las armas venezolanas entregadas a Fidel Castro por La Operación Cóndor en 1958


Por Dr. Fernando Falcon V.

Otro zamarro de la política, el general Gómez y sus sucesores inmediatos, López y Medina, prefirieron mantenerse al margen en materia de “ayudas” e intervenciones en asuntos de terceros países. La coyuntura internacional que abarcaría incluso dos guerras mundiales tampoco daba cabida para ese tipo de cosas.

Pero nuestro espíritu solidario, la imagen de Bolívar Libertador y nuestra tendencia a meternos donde no se nos llama, no tardaría en manifestarse de nuevo. Entre 1946 y 1948 La Junta, presidida por Betancourt, se constituiría en factor importante en la organización y actuación de la Legión del Caribe, cuyo mayor logro sería la derrota del presidente Calderón en Costa Rica y la asunción al poder de José Figueres.

Somos históricamente nobles, solidarios, ingenuos…y hasta pendejos.

Un Bolívar para la Sierra Maestra


Tras la salida del poder del general de división Marcos Pérez Jiménez, se constituyó una junta militar presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto. En aquellos días la sociedad venezolana se encontraba embriagada con los aires de democracia, después de diez años de gobierno militar.

Apenas un mes después de esos hechos, el 22 de febrero de 1958, se funda en Venezuela el Comité en el Exilio del Movimiento 26 de Julio, que quedó integrado por Francisco Pividal Padrón como Coordinador Nacional, Oscar Villar Fernández, Juan José Díaz del Real, Sergio Rojas Santamaría, Jorge Rodríguez González y Gustavo Arcos.

Para el mes de junio son organizadas en toda Venezuela 36 seccionales del Movimiento y habían logrado recaudar a través de diferentes actividades financieras la cantidad de 219.579,51 dólares, fundamentalmente en la campaña de recolección de fondos denominada “Un bolívar para la Sierra Maestra”, que dentro del clima de euforia democrática que se vivía, gozó de gran aceptación dentro de la ciudadanía.

La nobleza venezolana no tendría prácticamente límites. El abogado Francisco Pividal exilado cubano y jefe de la Sección Venezuela del Movimiento 26 de julio, fue contratado como profesor de la Escuela de Aviación Militar. Ello le permitió hacer contactos dentro de las Fuerzas Armadas, básicamente a través del teniente retirado Hugo Montesinos Castillo, muy vinculado al ala izquierda de la institución armada, encabezada para entonces por el teniente coronel Hugo Enrique Trejo.

El 17 de abril de 1958, se produce la anhelada entrevista con Trejo en la casa de la madre política de éste, Josefa Fernández de Mogollón, ubicada en la urbanización Bella Vista. En dicha reunión el teniente coronel Trejo se comprometió entregar a los revolucionarios cubanos un lote de armas. Les dijo que se trataba de un lote de armas sin inventario entregadas a Venezuela por el gobierno norteamericano en 1947, mediante la Ley de Préstamos y Arriendos, con destino a la modernización de la Infantería de Marina, pero que nunca habían sido usadas. Se trataba de material bélico totalmente nuevo. Exigió, además el más estricto secreto y la más rígida compartimentación.

De inmediato Trejo ordenaría, en su condición de Sub Jefe del Estado mayor Conjunto y a través del Servicio de Armamento de las Fuerzas Armadas, que el material de guerra seleccionado fuese retirado del Cuartel San Carlos, donde se encontraba depositado y fuese puesto a la orden del Comando de la Infantería de Marina, con sede en Maiquetía, a cargo del capitán de navío Armando López Conde.

Seis días después, y con motivo de una crisis interna al seno de las propias Fuerzas Armadas, en las que se venía produciendo una lucha por el liderazgo entre Trejo y el Contralmirante Larrazábal, Presidente de la Junta, se decide la salida de Trejo de su cargo y su nombramiento como Embajador en Costa Rica.

Estando ya Trejo en funciones en Costa Rica, recibe la visita de Gustavo Arcos, delegado especial del Movimiento 26 de julio, quien le expone que las armas prometidas aún no habían sido enviadas. Después de censurar acremente la poca osadía, decisión y coraje, demostrados por las más elevadas instancias de los mandos militares, en particular, y del Gobierno, Trejo solicitó que se le mantuviese informado de la operación a través del teniente Montesinos.

Esta situación resulta en un duro golpe para los directivos del Movimiento 26 de julio en Venezuela, quienes de inmediato, y siempre a través de los contactos militares de Pividal, buscan contactar al Contralmirante Larrazábal, todavía Presidente de la Junta de Gobierno. El administrador general de Radio Caracas TV, René Estévez, también miembro del Movimiento 26 de julio se encarga de hacer el lobby para el contacto con el Palacio de Miraflores. Por esta vía los directivos del Movimiento entran en contacto con personajes militares del círculo íntimo del Presidente de la Junta, como el capitán de navío Miguel Rodríguez Olivares, el capitán de corbeta Héctor Abdelnour Mussa, el teniente de navío Carlos Alberto Taylhardat y el capitán de navío Armando López Conde, comandante de la Infantería de Marina y custodio, para ese momento, de las armas ofrecidas. Igualmente, Pividal entra en contacto con Fabricio Ojeda, antiguo miembro de la Junta Patriótica y le pone al tanto del asunto. Guillermo García Ponce y Héctor Rodríguez Bauza, connotados dirigentes comunistas, estaban también al tanto de estas diligencias.

Por vía de René Estévez y la mediación del dirigente del Partido Comunista de Venezuela, Radamés Larrazábal, tío tanto del Presidente de la Junta como del Comandante General de la Marina, se logra la anhelada audiencia. Ésta se produce en los últimos días del mes de octubre con la presencia de Manuel Urrutia Lleó, Presidente de Cuba en el exilio, Francisco Pividal, Jefe de la Sección Venezuela del Movimiento 26 de julio, Carlos Larrazábal, Comandante General de la Marina y hermano del Presidente y el Edecán, capitán de corbeta Héctor Abldenour Mussa.

Urrutia solicitó el reconocimiento del gobierno de Cuba en el exilio y ayuda con armas para el Movimiento 26 de julio. En cuanto al primer punto, Larrazábal manifestó complicaciones de orden interno que le impedían dar ese paso. Respecto a las armas, y en conocimiento de la orden dada meses atrás por el teniente coronel Trejo y su posterior custodia por la Infantería de Marina, el Presidente de la Junta acuerda el envío de las mismas.

Operación Cóndor


Inmediatamente después de la audiencia, Larrazábal ordena la preparación y ejecución de la operación “Cóndor”. La misma estaría a cargo del contralmirante Larrazábal (Cóndor 2), capitán de corbeta Héctor Abdelnour (Cóndor 4) encargado de la adquisición de un avión para transportar las armas, el cual sería adquirido con dinero donado por el gobierno. Además, en su condición de radio aficionado reconocido, se comunicaría con las estaciones clandestinas ubicadas en la Sierra Maestra como enlace radial directo con Fidel Castro (Cóndor 1). La estación de radio se identificaba como “Cinco estrellas orientales”. El Presidente de la Junta (Cóndor 2) efectuaría el enlace con la sección venezolana del Movimiento 26 de julio a través de su amigo René Estévez. No habría comunicación directa con él.

Al día siguiente el teniente de navío Carlos Alberto Taylhardat es citado al despacho de comandante general de la Marina, situado en el piso uno de la torre Sur del Centro Simón Bolívar, en El Silencio.

Inmediatamente, el contralmirante entró en materia: «Te vamos a encomendar una misión secreta. Se ha decidido prestarle ayuda a Fidel Castro. Tu misión consistirá en coordinar el envío de un cargamento de armas, municiones, medicinas, equipos de campaña, botas y uniformes a través de un puente aéreo desde Maiquetía. Coordina desde ya con el capitán Abdelnour y con el capitán de navío López Conde, quien tiene las armas bajo custodia en el Batallón de Infantería de Marina en Maiquetía. Tú serás conocido como Cóndor 3”.

El secreto de la operación ― al margen de los restantes miembros de la Junta de Gobierno, del Ministro de la Defensa, del Jefe de Estado Mayor Conjunto y del resto de los comandantes de Fuerza – se encontraba garantizado por la existencia del Decreto Nº 288 emanado el 27 de junio de 1958, que le confería autonomía operativa y administrativa a cada Fuerza, anulando gran parte de las competencias del Ministro de la Defensa y la supervisión del recientemente creado Estado Mayor Conjunto. Esta sería una operación de la exclusiva competencia de la Marina.

El 13 de noviembre, el contralmirante Wolfgang Larrazábal, anuncia al país su disposición a participar como candidato del partido Unión Republicana democrática (URD) a la presidencia del país, lo que implicaba su retiro de Presidente de la Junta de Gobierno, el cual se haría efectivo dos días más tarde.

Previendo cualquier escenario posible en la contienda electoral que pudiese estorbar los planes trazados por la sección venezolana del Movimiento 26 de julio, la directiva del mismo decide reunirse con Rómulo Betancourt, candidato presidencial del partido Acción Democrática (AD). Sin ningún tipo de ambages, Rómulo le dice a los delegados que lo visitan, que no sólo el Movimiento 26 de julio estaba combatiendo en Cuba, para derrocar la tiranía de Batista, sino también otras organizaciones políticas tales como el Directorio Revolucionario, la Organización Auténtica y el Partido Ortodoxo y que estas también deberían recibir apoyo de todo tipo por lo que, en el caso que Venezuela tuviese que contribuir con armas y municiones, su opinión era que deberían distribuirse equitativamente.

La posición de Betancourt alarma a los miembros del Movimiento 26 de julio, quienes deciden, el 15 de noviembre y en medio de un brindis por su candidatura presidencial, visitar al contralmirante Larrazábal en su residencia ubicada en Santa Mónica. Francisco Pividal, dejaría constancia de lo allí tratado:

A poco de las felicitaciones de brindis, comenzó a caminar con mucha lentitud hacia el patio de su casa. Le seguíamos Luis Buch, Luis Orlando Rodríguez y yo. Cuando nos consideramos a salvo de miradas imprudentes y de escuchas indiscretos, le comentamos nuestro cambio de impresiones con Rómulo. Con mucho aplomo y recalcando sus palabras, nos manifestó con energía y firmeza que él era el presidente de Venezuela y, por tanto, solo él dispondría de cuándo y a quiénes se entregarían las armas.

Casi a quemarropa, aludimos también a las posibilidades de perder los pertrechos. Con extraordinaria valentía, respondió:

“¡Venezuela se ha comprometido y su Presidente cumplirá!”

Un fuerte abrazo selló aquella expresión de bizarría inaudita. Solo nos quedaba esperar el momento oportuno para que el contralmirante diera curso a la salida de las armas.

Pero había un problema. El contralmirante Wolfgang Larrazábal ya no era el Presidente de la Junta de Gobierno, sino un ciudadano más, sin potestad para ordenar lo que ocurriría luego.

El robo de las armas
El 21 de noviembre de 1958, el encargado de los Depósitos del Servicio de Armamento, ubicados en el Cuartel San Carlos, produce una orden de movimiento para justificar la salida del material que desde el mes de abril había salido de esa sede y se encontraba custodiado en el batallón de Infantería de Marina Nº 1 en Maiquetía. El material en cuestión, según el documento firmado por el Mayor Emiliano Peña Peña, iba destinado al apostadero naval de Punto Fijo.

Se trataba de 11 cajas contentivas de:

150 fusiles Garand calibre .30-06 cada uno con su portafusil y tres peines en bloque, con ocho cartuchos.
20 fusiles ametralladores Browning (BAR) calibre .30-06 con tres cargadores llenos.
10 ametralladoras livianas calibre.30 con su respectivos afustes.
35 cajas de munición calibre .30 con 100.000 cartuchos.
Una caja contentiva de 100 granadas fragmentarias.
Todo este material era completamente nuevo y sin usarse, con las armas recubiertas de su grasa protectora original. Se trataba, pues, de material para equipar totalmente a una compañía regular de infantería y ponerla inmediatamente en capacidad de combatir.

Esa misma semana y por instrucciones directas del capitán de navío Armando López Conde, comandante de la Infantería de Marina, las armas fueron colocadas en seis camiones y ubicadas en el extremo oeste de la pista de aterrizaje del aeropuerto de Maiquetía, siendo custodiadas fuertemente por efectivos del batallón de Infantería de Marina Nº 1.

El 30 de noviembre, los directivos de la sección venezolana del Movimiento 26 de julio se reúnen con el Comandante General de la Marina en sus oficinas del piso uno de la torre sur del Centro Simón Bolívar. En esa reunión el Contralmirante Carlos Larrazábal, hermano del candidato, despliega ante sus visitantes un mapa de la provincia cubana de Oriente y seleccionan los posibles lugares de aterrizaje o de desembarco de armas en el supuesto que fracasare lo primero. También allí se determinan los probables lugares de aterrizaje para llevar las armas a la isla y se colocan los nombres en clave. Los campos seleccionados para el aterrizaje en la sierra son Mayará arriba (Ana), Esmeralda (Marta) Agrio (María Naranjo) y Calabaza (Luisa). Tres días después se incrementa el número de campos de aterrizaje previstos y se añaden La Plata (Alfa), Cayo Espino (Bravo), Caridad Mota (Coca), Cieneguilla (Delta), Ocujal (Eco), Belic (Felipe) y Macho (Golf).

Esta información fue transmitida inmediatamente a Fidel Castro por medio de la estación de radio aficionados ubicada en Venezuela denominada “Cinco estrellas orientales” y operada por el capitán de corbeta Héctor Abdelnour Mussa desde su domicilio.

El otro problema a ser resuelto consistía en la adquisición de una aeronave con prestaciones suficientes para llevar a cabo la tarea de transportar las armas y equipos ofrecidos a los rebeldes cubanos. Aunque el Movimiento 26 de julio en el exilio había intentado adquirir un avión tanto en Colombia, como en México, la escasez de fondos y diversos problemas con los aparatos ofrecidos, habían dado al traste con esa tarea.

A petición del Movimiento, Larrazábal dispondrá recursos del Estado venezolano para la compra del avión. Se seleccionó un avión Curtiss Commando C-46, perteneciente a la aerolínea venezolana AVENSA. Se trataba de una nave de amplias prestaciones para transporte de carga y evacuación de heridos, probada en todos los teatros de operaciones en la segunda guerra mundial y dado el número de unidades construidas, lo suficientemente común como para pasar desapercibida. Tenía una capacidad de transporte de alrededor de seis toneladas por viaje y un alcance de 4.750 km. La compra del avión le fue encomendada al capitán Abdelnour.

El 4 de diciembre, el referido capitán de corbeta Abdelnour, que continuaba en su cargo de edecán de la Presidencia realiza la compra de un avión Curtis C-46, serial 264 a la empresa Aerovías Venezolanas S.A. (AVENSA) a nombre de una empresa fantasma de nombre Compañía Anónima Agropecuaria Motilón. El pago fue hecho con dos cheques, el primero el cheque Nº 438 del Banco Ítalo-Venezolano por Bs. 190.380,00, al portador y endosado por Abdelnour y el segundo del First National Bank of New York a favor de Aerovías Venezolanas, S.A., por Bs. 94.000,00 y firmado por él. El recibo original estaba firmado por el contralor de la empresa, un tal señor Antonio Peña, que resultó ser hermano de la persona que había autorizado el traslado de las armas desde el cuartel San Carlos. El dinero saldría de la partida secreta del Palacio de Miraflores. Unos días después, cuando ya la operación Cóndor estaba en curso, el Director de Aeronáutica Civil, el capitán Horacio López Conde, hermano del capitán de navío que tenía las armas bajo custodia desde el mes de abril, le asigna a dicho avión las siglas YV– P– EPV, según comunicación del 10 de diciembre de 1958.

A todas estas la operación continuaba sin que la Presidencia de la República, los ministros de Defensa y Relaciones Exteriores, ni los restantes comandantes de Fuerzas supiesen absolutamente nada.

Mientras tanto, y ante la inminencia del proceso electoral, Fidel Castro sugiere que la operación se realice el día 6 de diciembre, pues el país entero estaría pendiente del proceso electoral y ello garantizaba tanto el secreto de la operación como reducía las posibilidades de algún inconveniente de última hora, en el caso de que el Gobierno nacional se enterase. Larrazábal, por medio de Abdelnour, acepta la fecha sugerida.

El día 5 de diciembre Fidel Castro, desde la Sierra Maestra, envía un cifrado a través de Radio Rebelde y de las estaciones de radioaficionados ubicadas en Venezuela, que se comunicaban directamente con los mandos del Movimiento. En esa comunicación se ordenaba activar la operación de traslado de las armas a partir del 6 de diciembre a las a las 8:30 p.m., para arribar a Cuba pasadas las 12. Igualmente indicó las personas que debían viajar en ese vuelo. Carlos Urrutia Lleó, su esposa e hijo, el comandante rebelde Luis Orlando Rodríguez, Enrique Jiménez Moya, el capitán Willy Figueroa Alfonso y Luis Buch.

Al atardecer del día fijado, el teniente de navío Taylhardat procede a embarcar la primera parte del material. Mayormente, armas, municiones y medicinas, todo bajo la colaboración y custodia de la Infantería de Marina. Esa noche, los pasajeros seleccionados fueron llevados a un edificio en La Guaira, donde cambiarían su ropa por uniformes militares del ejército rebelde, siendo conducidos luego a la pista de aterrizaje del aeropuerto de Maiquetía en vehículos militares y escoltados. Al frente de esa operación estaban Ricardo Lorié, responsable bélico del Movimiento 26 de julio en el exilio y el referido teniente de navío Taylhardat.

Una vez terminada la carga el avión y abordados los pasajeros, el capitán de corbeta Abdelnour, quien presenciaba el embarque, recuerda que Wolfgang Larrazábal deseaba enviar a Fidel un fusil automático liviano (FAL) como regalo personal. Como en ese momento no había alguno disponible, el teniente de navío, Carlos Alberto Taylhardat, entregó el que tenía como dotación individual para que se lo llevaran a Castro. ¡Curiosa manera de disponer alegremente del material bélico de la Nación!

Los pilotos de la aeronave eran José R. Segredo (el Petiso) y Humberto Armada, con los nombres claves de Inciarte y Guillot, respectivamente. El plan de vuelo declarado ante la torre de control de Maiquetía llevaba la ruta Maiquetía-Kingston-Miami. La ruta verdadera era Maiquetía-La Orchila-Sierra Maestra. La ruta declarada daba tiempo suficiente para que una vez llegado el avión a la Sierra Maestra y descargadas las armas y el personal, la aeronave podía regresar a tiempo a Kingston, a fin de evitar que fuese declarada como desaparecida, lo que provocaría acciones de búsqueda y rescate aeronáutico que podrían al descubierto el plan de vuelo real y comprometer toda la operación.

Dado que las ochenta y cuatro cajas de armas y municiones excedían las prestaciones de carga del avión, el vuelo no estuvo listo para partir sino hasta las 10 de la noche, hora en que por fin emprende el primero de los viajes a la Sierra Maestra.

En el transcurso del día se produce un incidente de carácter diplomático. De conformidad con la naturaleza del contralmirante Larrazábal y a pesar de su abierta simpatía con el Movimiento 26 de julio, no se habían roto las relaciones entre Cuba y Venezuela, por lo que la embajada de ese país continuaba funcionando con normalidad. El agregado militar cubano, coronel Pedro Barreras, tiene conocimiento, finalmente, de la operación de embarque de armas y logra comunicarse con el Presidente Sanabria, poniéndole al corriente de lo que desde hacía meses estaba sucediendo. Éste, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Central de Venezuela y profundamente apegado a la Ley, ordena al Director de la muy incipiente Policía Técnica Judicial, que se dirigiese al Aeropuerto de Maiquetía e impidiera la salida del vuelo.

Cuando ya el avión estaba en el aire, llega el Director de la PTJ a la rampa donde se estaba haciendo la carga. Allí, de forma insolente, los delegados del Movimiento 26 de julio, amparados en la presencia de un edecán del propio Larrazábal y del comandante del Batallón de Infantería de Marina, le dicen al funcionario policial que le informe al Presidente Sanabria que había llegado tarde y que el vuelo no se haría regresar de ninguna manera. A Rodolfo Plaza Márquez, el Director, no le quedó más remedio que volver a Caracas a informar al Presidente Sanabria de lo acontecido.

Una vez enterado de los acontecimientos, Sanabria se comunica personalmente con Wolfgang Larrazábal y llama a su presencia al Ministro de la Defensa. Es en ese momento, horas antes de las primeras elecciones democráticas en el país en mucho tiempo, cuando por fin las más altas autoridades de la defensa de la nación, se enteran de los pormenores de la operación.

Ante la disyuntiva de establecer responsabilidades y proceder a la detención de los involucrados, incluyendo a un candidato presidencial y un comandante de Fuerza o apuntalar la muy novel y esperanzadora democracia en el país, el viejo profesor universitario se decide por lo segundo. La estabilidad del país bien valía unas armas en depósito de la época de la Segunda Guerra Mundial.

El primer vuelo del puente aéreo con la mayoría de las armas, tiene una duración de tres horas. A la una de la mañana del 7 de diciembre, el Curtis C-46 aterriza en la localidad Delta (Cieneguilla), en las estribaciones de la Sierra Maestra, y se procede al descenso de los pasajeros y descarga del material, todo ello supervisado por el comandante rebelde Crescencio Pérez.

Continua la Operación Cóndor
En vista de que la capacidad de carga del avión adquirido no permitía embarcar todas las armas y municiones en solo viaje, Castro y Larrazábal, de común acuerdo, deciden continuar la operación, tanto para llevar el resto de las armas, equipos, 500 uniformes militares, alimentos y medicinas, como para evacuar heridos y enfermos que serían atendidos en clínicas y hospitales de Caracas.

Entre el 7 y el 26 de diciembre se efectuarían cuatro vuelos más a la Sierra Maestra, todos coordinados por el teniente de navío Carlos Taylhardat, quien indicaba que:

«Sobrevolamos la zona donde debíamos aterrizar, en medio de la noche oscura, y de repente vimos un rectángulo iluminado con fogatas hechas con bidones de aceite llenos de kerosene, para iluminar el área de aterrizaje. Antes de que el avión se detuviera en la improvisada pista, se lanzaba una rampa donde comenzaban a bajarse a toda marcha las provisiones y municiones. Luego subieron un grupo de heridos, y en pocos minutos, el avión se encontraba otra vez en el aire. Descargamos el avión en 20 minutos, que era el tiempo que nosotros estimamos en que la aviación de Batista reaccionaría».

Estos vuelos, con la misma ruta ficticia, aterrizaban en la Isla de la Orchila como escala de ida y vuelta y luego seguían a su destino. Para el momento esa isla poseía, una pista de aterrizaje asfaltada, bien construida y que permitía la operación de cualquier tipo de aviones de carga existentes en Venezuela para la fecha. Los vuelos se iniciaban al anochecer para evitar posibles detecciones. El avión se reportaba a la torre de Maiquetía con destino a La Orchila supuestamente para pernoctar en el sitio. Después de oscurecer despegaba de nuevo, sin reportarse esta vez, en pleno secreto cumplía su misión de apoyo a las guerrillas en la isla cubana y regresaba en la mañana siguiente a Maiquetía, reportando a la torre de control que procedía de la Isla de la Orchila.

Una tarde aterriza en la isla un avión Curtis C-46, de aspecto sucio y descuidado, sin siglas visibles, ni marcas ni bandera (aunque todo el mundo sabía que pertenecía a la línea aérea AVENSA.). El alférez de navío Juan Bautista Rojas Benavides, comandante del pelotón de custodia de las instalaciones, procedió a acercarse a la pista con el fin de interrogar a la tripulación del avión. Al observar la carga, se hizo evidente que el avión transportaba material de guerra. Al solicitar las explicaciones del caso, los pilotos, que se identificaron con marcado acento cubano como Inciarte y Guillot, se limitaron a dar esos nombres (que eran los seudónimos correspondientes a José R. Segredo y Humberto Armada) y que se encontraban cumpliendo una misión especial.

Los pilotos cubanos pretendían que el oficial a cargo aceptara como válido el argumento de la “misión especial”, cuando a simple vista se trataba del aterrizaje de una nave sin identificación, que transportaba material de guerra y que había aterrizado en una instalación oficial sin presentar ninguna documentación que lo justificara.

El comandante de la instalación procedió por propia iniciativa a detener preventivamente el avión, ordenando al sargento reemplazante y a una docena de infantes de marina que rodearan el aparato y no permitiera a nadie ni bajar ni subir. Además recalcó con mucha claridad que “si alguien intentaba encender los motores, le desinflaran los cauchos a tiros”. Acto seguido procedió a llamar por radio a su comando superior, informando sobre la novedad existente. Como no había sido dotado de libro de claves, debió hacerlo en lenguaje claro. No tuvo más remedio que hacerlo así, era la única opción que tenía a mano. La respuesta tardó algo en llegar. Allá en el comando de la unidad, en Maiquetía, cundió la alarma, nadie sabía qué hacer ni que responder porque tampoco estaban en pleno conocimiento del asunto. Un total desbarajuste.

Al final, tal vez una o dos horas después el capitán de navío Armando López Conde, ordenó al oficial al mando que permitiera la salida del avión y recomendó además que el oficial fuera severamente reprendido por haber transmitido ese tipo de novedad en lenguaje “no cifrado”.

El oficial reconvenido buscó consejo en un familiar inmediato, el mayor Camilo Vethencourt Rojas, quien por ese medio se enteró de los pormenores del asunto. Éste informó a sus comandos superiores y por esa vía al comandante del Ejército. La misión había dejado de ser secreta.

Las armas enviadas por Venezuela fueron utilizadas en la ofensiva sobre los pueblos de Palma Soriano y Maffo, combates a nivel de compañía ensalzados como “batallas” por la historiografía oficial cubana. Según la misma, una vez recibidas las armas en Cieneguilla, el comandante Crescencio Pérez recibía las armas procedentes de Venezuela, y sin autorización alguna decide abrir las cajas que contienen el armamento. En la operación se confunden las balas por la entrega precipitada de las mismas y Fidel, furioso, ordena que traigan a la Comandancia, en calidad de detenido, a Crescencio. Allí lo amonesta y reclama por haber abierto las cajas de municiones sin autorización y por las probables consecuencias que pudiese traer el confundir las municiones de cada arma. Lamentablemente a los hagiógrafos de Castro se les pasó por alto un detalle: todas las armas y las municiones entregadas eran calibre .30-06 por lo que no había posibilidad alguna de confusión. Tal vez sólo el genio de Fidel podía encontrar alguna diferencia.

De igual tenor es la conseja cubana relacionada con los fusiles entregados. Según ésta, los ciento cincuenta Garand que se envían a la Sierra llegan defectuosos por el tiempo que estuvieron sin usarse. Los muelles se habrían sobre-estirado, por lo que se hizo necesario repararlos en la armería revolucionaria ubicada en Charco Redondo. Las armas entregadas estaban completamente nuevas y con su grasa original, diseñada precisamente para evitar cualquier desperfecto por lo que la conseja no sólo carece de sentido, sino que es una prueba del verdadero “agradecimiento” por la ayuda recibida.

El 30 de diciembre finaliza el combate de Maffo, llevado a cabo enteramente con las armas donadas por Venezuela. Este fue un hecho de guerra determinante para el triunfo de las tropas revolucionarias, pues fue el preludio para la toma de Santiago de Cuba. Su triunfo permitió a los rebeldes el control militar de la estratégica Carretera Central y con la captura de Palma Soriano prácticamente quedaba libre el camino a Santiago de Cuba.

Dos días después, los revolucionarios cubanos se harían con el poder. La operación “Cóndor” fue una operación de solidaridad internacional, planificada, conducida y financiada por funcionarios venezolanos, al margen de la Ley y de la política exterior del Estado, disponiendo de recursos de la Nación y proporcionando a particulares de otro país un armamento propiedad de las Fuerzas Armadas, sin el conocimiento del Presidente de la República, su Canciller y su Ministro de la Defensa, todo ello en nombre de la generosidad venezolana y el espíritu de Bolívar.

Los responsables, jamás fueron castigados…

Dr. Fernando Falcon V.
Director del Doctorado de Ciencias Políticas UCV

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