Indios y Judíos


VLADIMIR ACOSTA

10 OCTUBRE, 2023

Como decía al final del artículo anterior, este segundo aspecto, directamente derivado del tema de los indios impuesto por Colón, no fue tan perdurable como el primero, el que ya vimos, que sigue vivo hasta hoy, pero en cambio en los siglos pasados en que estuvo vigente, es decir, el (XVI, XVII y XVIII, fue tema de importantes polémicas y decisiones racistas sostenidas o tomadas por los colonizadores españoles, en especial por sus monjes, lo que afectó tanto a los indios como a los judíos. Y apoyado en recursos válidos del alfabeto español que heredamos de ellos, se nutrió de esos detalles afectando las vidas de unos y otros; y en general tanto a España como a toda la colonia. Lo examino aquí, pero debo partir de una digresión que nos ayudará a entender todo mejor.

Desde el último cuarto del siglo XV, España es gobernada por los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, pareja que la historia oficial de España ha embellecido siempre presentándolos casi como santos. Ni Isabel ni Fernando fueron santos. Fueron solo hábiles políticos que como tales se propusieron concentrar dinero y poder para sus planes de expansión territorial y dominio político. Querían unificar a España bajo su mando y disponer de recursos para ello. Crearon así una nueva Inquisición que, a diferencia de la medieval, dirigida por la Iglesia, sería controlada directamente por el Estado, es decir, por ellos como reyes; y querían unificar a España como país exclusivamente cristiano, católico, cercano al papado, pero no sujeto del todo al papa. Y es que hasta entonces y al menos desde el siglo XIII, España, en medio de su lucha contra el dominio árabe para reconquistar su territorio perdido, y de frecuentes y horrendas masacres de judíos combinadas con períodos de tolerancia, era una sociedad en la que, sobre todo en Andalucía, convivían y compartían sus vidas y culturas cristianos, árabes y judíos.

Los Reyes Católicos aprovechan la creciente decadencia árabe para conquistar Granada en 1492 y expulsar a los árabes de España y casi inmediatamente también a los judíos. Así, esa España, sin duda a un alto costo que solo se apreció más tarde, se convierte en un país cristiano, católico, sin árabes ni judíos. Unos y otros emigraron al África del norte, o a Portugal, que recibió a los judíos y los expulsó poco después, o a países como Grecia y al extenso Imperio turco. De esta manera a esa España solo le quedó un problema masivo y de difícil solución: el de los conversos, porque uno de los resultados que tuvieron las masacres judías de 1391 y las que siguieron en el siglo XV fue que, a diferencia de lo usual, que era que la mayoría de los judíos amenazados de degüello si no aceptaban el bautismo forzoso, prefirieran la muerte, en estos casos la mayoría de los judíos amenazados de muerte aceptó el bautismo forzoso a cambio de permitirles conservar la vida. Eso hizo que España se llenara de conversos judíos que se convertían en nuevos cristianos y que en la mayoría de los casos fueran judíos ricos que pronto empezaban a obtener o a recuperar altos cargos religiosos o administrativos en los que como nuevos cristianos entraban a competir con los cristianos viejos. Aunque el poder político y religioso español que estaba en manos de los Reyes Católicos aceptó esto al principio, investigaciones ulteriores más cuidadosas mostraron que gran parte de esos conversos que pasaban por nuevos cristianos eran en realidad judíos que se disfrazaban de cristianos para continuar practicando en secreto su religión judía. La respuesta del poder político religioso fue brutal y en ella se combinó, como era de esperarse, la indignación religiosa con el interés material en asesinar a esos conversos, falsos o verdaderos, aprovechando para despojarlos a todos de sus riquezas, que así pasaban al poder real de los Reyes Católicos o de sus sucesores como reyes. La solución española fue la más brutal de todas y a lo largo de los siglos XVI y XVII consistió en juzgarlos sin darles tiempo  a defenderse y quemarlos vivos mediante inhumanos autos de fe, que esa misma España, mientras se presentaba como modelo de país civilizado, convertía en masiva y popular fiesta rutinaria. Pero, a fin de cuentas, esa monstruosidad no distaba mucho de lo que hacían en sus países también europeos católicos y protestantes como parte de las llamadas guerras europeas de religión de los siglos XVI y XVII.

Después de esta necesaria digresión, vuelvo al tema principal, el tocante solo a indios y a judíos. El hecho es que a los españoles del siglo XVI el territorio inmenso de su colonia americana se les llenó de indios, sus habitantes originarios, que no se sabía de dónde habían venido ni cómo habían llegado, ya que Yahveh, el Dios hebreo, que era también el Dios Padre cristiano, no los mencionaba por no tener idea de ellos ni de su existencia y por eso la Biblia los ignora. Pero no solo se les llenaba América de indios, gradualmente sometidos o exterminados, sino que también los judíos, expulsados de España, empezaban a aparecer y; tampoco se sabía de dónde y cómo habían llegado o cómo estaban apareciendo en este nuevo territorio hispánico. Es que no todos los indios eran pobres y andaban desnudos como los de los primeros contactos con los conquistadores. Pronto aparecieron grandes culturas indias con asombrosos templos, caminos y ciudades y fue en esos casos, en México y Perú, que pareció a los monjes y españoles cultos que esos indios bien vestidos, que calzaban sandalias, eran los que parecían ser judíos porque además de ello tenían narices grandes, típicas de judíos, poseían sospechosos ritos propios y además se bañaban mucho, rasgos estos todos propios de judíos, empezando por el baño, ya que los españoles raras veces se bañaban. Y partiendo de esos hechos e hipótesis e investigando, los monjes descubrieron semejanzas también en los nombres y esto fue confirmado acudiendo al alfabeto español que, como se sabe, repetía el romano o latino como a su vez este había hecho antes con el griego. Y así bastaba con escribir indio al lado de judío para descubrir que eran lo mismo.

Pero aquí es necesario usar el alfabeto que ellos, los monjes, usaban, porque en él esa semejanza resaltaba. Veamos: indio se escribía indio y judío se escribía iudio, de modo que bastaba con voltear la ene de indio para que esta se convirtiera en u (sinónimo válido de la ve corta que los españoles aún llama uve), para que indio se leyera iudio o iudío); y si se remplazaba la i por la jota, que era su equivalente, podía incluso escribirse y leerse judío. Y también podía hacerse lo contrario, pues iudio o iudío, al reemplazar la i por la jota, que era su otra forma válida, iudío se escribía y leía judío. Quedaba así demostrado lo que había sugerido ya la similitud fonética, que judío e indio o indio y judío eran la misma cosa.

Y a partir de entonces se le planteó a estos monjes e investigadores españoles  demostrar que en la realidad, al menos en casos importantes, la coincidencia de nombres entre indios vestidos y cultos y judíos debía nacer de que en la realidad unos y otros estaban emparentados o al menos que sus procesos históricos hasta entonces mal conocidos habían coincidido en un momento o se había cabalgado uno de ellos sobre el otro, casi seguramente el indio sobre el judío, que sin duda de los dos era el más culto. Se generó así uno de los procesos intelectuales de corte ideológico y político más ricos e interesantes que produjo la colonia española, sin olvidar que en esos siglos del XVI al XVIII lo poco de real y mucho de fantasioso que contenía se fundieron en un enorme pastel de especulación sin base, de fantasía y racismo que sirvió no solo para degradar más a los indios sino también a los  siempre despreciados judíos, aunque estos pudieron al menos sacar algunas ventajas porque tenían culturas propias en tierras europeas distintas del dominio español mientras los indios carecían de esa ventaja pues sus culturas, que solo existían en la América entonces española eran al mismo tiempo objeto de procesos de destrucción violenta o de forzosa aculturación por parte de los españoles. De esto deriva una historia extraordinaria. Sigue.

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