Fake news en la primera línea de ataque



Bien sabemos que, en la realidad, las cosas ocurren 
de manera muy distinta y que no existe inocencia 
ni gratuidad alguna en el campo de la información.


Federico Álvarez

(La información contemporánea).

13/10/2023.- La mentira es un arma vieja, pero doblemente poderosa. Acusar al otro de falsear la realidad da una ventaja moral enorme: nadie quiere retratarse con un embustero por aquello de “dime con quién andas y te diré quién eres”. Pero en sectores influyentes ese rechazo no es óbice para hacer correr falsedades, montajes y cualquier cosa que desdibuje la realidad, siempre que sea beneficioso (y no descubran al responsable de la patraña, claro). No estamos diciendo nada nuevo, como tampoco lo es el continuo perfeccionamiento del aparato propagandístico para opacar y pulverizar la verdad. Basta mirar la historia de Israel y Palestina, especialmente esta semana, para darse cuenta.

Entender este conflicto desde esta parte del mundo solo con un navegador o desde las redes sociales es, de antemano, una condena al fracaso. La forma en que cada uno de nosotros usa esos instrumentos cotidianamente marca de antemano la ruta que nos permitirá aproximarnos –si se logra– a un problema de insondable alcance. Los algoritmos, al final, no saben de historia ni de apego a la realidad y el derecho internacional. Eso sin considerar las diferencias culturales que nos han inculcado sobre los territorios que no entran dentro de la etiqueta “Occidente”, las narrativas dominantes, que terminan minimizando circunstancias como la histórica resistencia del pueblo palestino, y todo el bagaje discursivo que las corporaciones mediáticas terminan imponiendo cada vez que ocurre un evento de interés informativo.

Por estos días, a la par de la atención mundial ante la compleja situación que involucra a israelíes y palestinos, las dificultades para informarse tienen un inmenso escollo: potentes y expansivas fake news. Basta mencionar la supuesta decapitación de 40 bebés en Kfar Aza, una comuna israelí cercana a Gaza. Luego de la difusión de este bulo, comenzaron a verse incongruencias en las informaciones que sostenían la veracidad de esa afirmación, viralizada a partir del reporte de una televisora israelí. La inconsistencia fue tal que la Casa Blanca se vio obligada a rectificar declaraciones de Joe Biden, quien aseguró haber visto imágenes de ese hecho. Desde Washington reconocieron no haber encontrado esos materiales, mientras equipos de verificación de empresas como la agencia EFE indican que no se han hecho públicas pruebas sobre tal crimen.

No faltará quien diga: “Que no haya pasado A no quiere decir que no haya pasado B”. Podríamos tomar el camino de esa discusión o detenernos a analizar el impacto de la propaganda negra en la paz mundial. Hablamos de un poderoso aparato que solo ha perfeccionado su herramienta fundamental: la información dirigida. Hoy, la promoción, distorsión y omisión de hechos se vuelve meme, GIF, sticker, mensaje de audio, video y texto. Lo más alarmante es su velocidad y eficacia para instaurarse en la colectividad.

Quien piense que eso es solo un problema derivado de los medios tradicionales ignora olímpicamente cuán prolijas pueden ser las redes sociales al momento de falsear la realidad. Estas plataformas también son territorios en disputa. Esta misma semana Thierry Breton, comisario de Mercado Interior y Servicios de la Unión Europea, le reclamó a los propietarios de X y Meta (que agrupa a Facebook, Instagram y WhatsApp) la difusión de contenidos considerados “ilegales” sobre la situación entre Israel y Palestina. Si estas empresas tienen sus propios protocolos para “combatir” la información falsa, ¿qué significa que un poderoso agente externo los amenace con sanciones? Nada queda claro en el panorama informativo mientras las fake news siguen en la primera línea de ataque contra la verdad.

Rosa E. Pellegrino

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