LOS ORÍGENES DEL PENSAMIENTO ANARCOCAPITALISTA


Murray Rothbard fue uno de los más destacados teóricos del anarcocapitalismo (Foto: Archivo)

En este momento de la historia resulta difícil imaginar una configuración distinta a la distribución espacial que actualmente se conoce, como si ya todos los Estados estuvieran constituidos y las tierras repartidas.

A estas alturas sería complicado mover o establecer nuevas fronteras sin que esto resulte un problema. Entonces es mejor que todo se quede como está porque contravenirlo sería violentar las leyes sagradas del derecho internacional, aun cuando los contornos sean arbitrarios y las minorías desplazadas tengan derecho y razón.

Este ejercicio de imaginación es planteado por Quinn Slobodian recientemente en “La maravillosa muerte de un Estado. ¡Separarse y triunfar!“, un artículo que describe la génesis del pensamiento libertario-anarcocapitalista, fuente original de la que beben políticos como el argentino Javier Milei, una suerte de Trump sureño cuya estridencia novedosa le ha hecho ganar popularidad.

Quinn Slobodian es un historiador canadiense especializado en historia política e intelectual global. Hoy en día es profesor asociado de historia en el Wellesley College de Massachusetts, Estados Unidos, y sus intereses de investigación incluyen la historia del neoliberalismo, la globalización y el derecho internacional. Ha publicado varios libros, entre ellos Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism (2018) y Foreign Front: Third World Politics in Sixties West Germany (2012).

Slobodian señala que en la década de 1990, tras la disolución de la Unión Soviética, se creó una serie de naciones nuevas y restablecidas, misma fragmentación ocurrida con la fragmentación de Yugoslavia: “La ruptura de la Europa socialista pareció abrir la caja de Pandora”, señala, al tiempo que refiere que se creó un efecto dominó por el derecho a la secesión en distintas partes del mundo.

¿Cuáles eran las implicaciones? Por más pequeñas que fueran, estas recién nacidas naciones tenían un peso importante en la toma de decisiones en organismos multilaterales, así como en los nuevos bloques de poder por constituirse. Pero más allá de eso, estos nuevos espacios político-territoriales eran una oportunidad para llevar a cabo experimentos económicos y sociales.

Para algunos, las secesiones y los neonacionalismos surgidos fueron una oportunidad para clasificaciones sociales definidas por jurisdicciones cada vez más reducidas. De acuerdo con el historiador, en EE.UU. dos grupos formaron una alianza en respuesta a este momento de agitación geopolítica: Los radicales del mercado, que buscaban el paso a una política capitalista más allá de la democracia; y los neoconfederados, cuya aspiración era resucitar el Viejo Sur, un espacio geográfico y simbólico que representaba los valores coloniales originales de los estadounidenses.

Visto a la distancia, los secesionistas querían un mundo económicamente globalizado pero socialmente dividido. Si bien fracasó el proyecto, la idea del apartheid desde abajo se siguió teorizando.

Para Slobodian la figura más importante de la alianza secesionista fue Murray Rothbard, un pensador neoliberal que en la década de 1950 desarrolló una versión particularmente radical del libertarismo, conocida como anarcocapitalismo.

EL SURGIMIENTO DEL ANARCOCAPITALISMO

Rothbard se oponía firmemente a la existencia de los gobiernos y consideraba los impuestos como un “robo a una escala gigantesca y sin control”. En su mundo ideal la seguridad, los servicios públicos, la atención médica, entre otros se comprarían a través del mercado sin una red de seguridad para quienes no pudieran pagar. Es decir, un mundo con divisiones precisas donde los pobres no tienen un lugar definido para estar y desarrollarse.

¿Cómo llegar a la antirrepública? Rothbard quería situarse en ese punto llevando la autodeterminación nacional a un extremo, lo que provocaría una reacción en cadena de desintegración. El fin era acabar con la impresión de permanencia del Estado.

Según su filosofía mientras más divisiones existieran menos hegemonía podía acumular un Estado. Para él era un primer principio que los movimientos de secesión debían celebrarse y apoyarse “donde quiera y como quiera que surjan”.

Entonces le dio por buscar señales de desagregación en todas partes. Cualquier signo de pérdida de fe en lo público era una victoria. Incluso encontró consuelo en las luchas de la izquierda contra la Guerra de Vietnam en la década de 1960. Se preguntó si la oposición a algunas acciones del Estado podría convertirse en odio al Estado. Desde entonces propagó la escisión como praxis revolucionaria: “Los radicales no deberían apoderarse del Estado sino salir y crear sus propias nuevas políticas”, recoge Slobodian.

¿CONTRA EL RACISMO?

Llegó al punto de apoyar las luchas contra el racismo en Estados Unidos, pero no porque estuviera de lado de los negros sino porque veía en ello una oportunidad de fragmentación política. Creía que se podía impulsar un nacionalismo afro que terminaría en una minirrepública negra, pero donde estos no se mezclaran con los blancos. La frustración llegó cuando notó colaboración entre negros y blancos.

En el fondo Rothbard tenía la firme convicción de que había una jerarquía de talento y capacidad biológicamente arraigada tanto en los individuos como en los grupos. Dicho de otro modo: Creía que existían razas superiores de acuerdo con el fenotipo y genotipo. Su necesidad de crear divisiones lo llevó a pensar en un contramovimiento que persiguiera a los que promovían la igualdad humana.

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Algunos seguidores confesos de Bitcoin son de tendencia anarcocapitalista (Foto: Archivo)

GUERRA RACIAL

Lo que sorprende no es que tuviera ese pensamiento sino que en 1986 siguiera vigente y cautivara a muchos seguidores durante una época cuando supuestamente ya todas esas corrientes eran consideradas obsoletas.

En esa década circuló un boletín lucrativo que generó cerca de un millón de dólares por año gracias a sus suscriptores. El folleto era una suerte de manual para la guerra racial que se avecina en el que se enumeraban libros y servicios sobre cómo enterrar sus pertenencias, convertir su riqueza en oro o guardarla en el extranjero, así como transformar una casa en fortaleza. “Prepárate”, decía el manual, además agregaba: “Si vives cerca de una gran ciudad con una población negra sustancial, tanto el esposo como la esposa necesitan un arma y entrenamiento”.

Cuando Sudáfrica “superó” el apartheid, en las páginas de los boletines se lamentaron: “¿Por qué no se impusieron los sudafricanos blancos?”, se preguntaban. Más adelante, el separatismo iba más allá de las fronteras y se propuso una visión universal del mismo.

“La integración no ha producido amor y fraternidad en ninguna parte”, proclamaba en 1994 mientras argumentaba que Estados Unidos se estaba convirtiendo en Sudáfrica en cámara lenta. La solución propuesta era antigua: “El Viejo Sur tenía toda la razón: La secesión significa libertad”.

Que a principios de la década de 1990 se fundaran nuevos Estados, tras la disolución de la Unión Soviética y Yugoslavia, reflotó la idea de que era posible relanzar el separatismo racial, que fragmentaba aun más el mundo en parcelas más pequeñas pero transitadas por quienes tenían el derecho debido al color y a la clase social.

Antes de morir, en 1995, Rothbard estaba desarrollando el “paleolibertarismo”, cuya creencia era que el libertarismo necesitaba ser “desparasitado” de las tendencias libertinas de la década de 1960 y debía regresar a sus valores conservadores. Los paleolibertarios esperaban “deshacerse” de los “hippies, drogadictos y ateos anticristianos militantes”, miembros del movimiento libertario más amplio, para defender las tradiciones judeocristianas y la cultura occidental con vistas a restaurar el enfoque en la familia, la iglesia y la comunidad, componentes básicos de una futura sociedad sin Estado”.

Como un ejercicio de imaginación también habría que preguntarse si la filosofía paleolibertaria proyectaba un solo territorio para los pobres o se conformarían guetos-cárceles para el grupo social con más integrantes.

Según Quinn Slobodian “los paleolibertarios deseaban un futuro anarquista capitalista pero no preveían una masa amorfa de individuos atomizados. Más bien las personas estarían anidadas en colectivos que escalan hacia arriba desde la familia nuclear heterosexual, en lo que se conocía como los pequeños pelotones a los que pertenecemos en la sociedad”.

Después del colapso de la URSS, los paleolibertarios se preparaban para una guerra que nunca llegó. Pretendían barrer décadas de intervención estatal para dejar todo en la versión de fábrica.

¿Qué venía después? De acuerdo con el historiador se fantaseaba con una terapia de choque autoadministrada que contemplaba privatizar la tierra, el agua y todo lo que se pudiera; venta de carreteras y aeropuertos; acabar con el bienestar; devolver el dólar al oro; y dejar que los pobres se las arreglaran solos.

Posteriormente todos estos separatistas terminaron militando en partidos de ultraderecha. El discurso antiinmigrante de Trump volvió a agrupar estos remanentes que, aunque aletargados, permanecían incólumes en su radicalidad.

Por su parte los profetas del colapso racial y social siguieron generando literatura y publicaciones sobre inteligencia racial. Uno de estos promotores fue reconocido después de traducir el saludo nazi de “Sieg Heil” al inglés, gritando: “¡Hail Trump! ¡Viva nuestro pueblo! ¡Victoria aclamada!” en un mítin en Washington.

Con la llegada del magnate presidente muchos de estos extremistas se sintieron envalentonados y salieron a ondear sus banderas con la cruz confederada. Escenas más ridículas aún eran aquellas manifestaciones de gente vestida con polos blancos y pantalones caqui portando antorchas tiki por toda la ciudad.

La dinámica establecida es que cada cierto tiempo reflote una figura política como la de Trump que encarne estos deseos separatistas y supremacistas que se han mantenido intactos por mucho tiempo. Las condiciones materiales, el descontento social y la pérdida de fe en el gobierno propician estos liderazgos cuyo racismo es visto como una anécdota risible y un mal menor.

En el caso de Argentina la situación política y económica es caldo de cultivo para que surjan políticos como Javier Milei, autodefinido anarcocapitalista y promotor de esta filosofía como una novedad, quien además habla sin rubor, en medios de comunicación masivos, acerca de venta de órganos humanos, eliminación del Banco Central y otras aberraciones.

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