Domingo Alberto cumpliría un siglo


Hace muchos años recuerdo que, por indicación y paciencia del doctor Ramón J. Velásquez —quien después fue el único Presidente interino ya que la copia era moneda falsa desde el principio—, a un mínimo grupo de muchachones el abogado y político nos daba lecciones de historia patria en su casa.

En ese entonces, comenzando la primera lección, nuestro brillante profe ejemplificó cómo las situaciones cambiaban y recordaba que en la tercera década del siglo XX todo joven debía ser “como Jóvito Villalba”.

Para los que piensan que Venezuela comenzó ayer, los saco del error al recordar que el jefe político de la llamada Generación del 28 que gobernó prácticamente por sesenta años era ese verbo brillante de Villalba y no Rómulo Betancourt.

Para los del mínimo grupito de nuestras lecciones de historia, recuerdo cuando don Ramón J. nos dijo que en los días posteriores al golpe de Estado o Revolución de Octubre de 1945 “todo joven con una pizca de sensibilidad social” quería parecerse a mi padre.

Bien, resulta que Domingo Alberto el viejo este 17 de mayo de estar vivo llegaría a los cien años, y, aunque la frase de Ramón J. Velásquez era cierta, en esta fecha solo algunos de mis lectores y el cronista oficioso de su amado pueblo natal Tovar, estado Mérida, me aguijonean para que escriba recordando que DAR es una luz para iluminar oscuridades como las actuales.

Siendo el hijo mayor, reconozco que me es difícil acometer la empresa, pero el homenajeado de hoy la merece.

A Domingo Alberto Rangel el viejo, quienes acostumbran razonar sus posiciones, leyendo, aún lo añoran como un valiente articulista que desde los años oscuros del perezjimenismo hasta su muerte, hace poco más de diez años, fue seguido por la mejor parte del país.

Unos, para encontrar, en su prosa elegante y fácil de seguir por cualquiera, luces en el camino; otros, para hacerse los locos, porque cuando hay intereses es imposible que cambien los interesados, aunque lean la Biblia.

Pero DAR no fue los cien libros que escribió y que lo convirtieron en el más prolífico escritor venezolano, con cuentos, novelas, ensayos siempre ingeniosos y de la actualidad de esos años, y obras históricas donde reivindicó su origen andino, baldonado quizás sin razón por la larga tiranía de Juan Vicente Gómez.

Pero DAR fue un gran orador, el mejor y que más emoción trasmitía a quienes lo escuchaban.

Pero también fue más que esos grandes discursos, aunque a casi setenta años de ellos aún lo recuerdan quienes tuvieron la suerte de escucharlo, como el de “las cabezas calientes en Maracaibo” o el que en Parque Central dio elogiando a “los mariscales soviéticos”, preludiando en los años ochenta lo que podría suceder cuando en el mundo solo queda una potencia en pie.

Domingo Alberto Rangel fue lo que en estos tiempos falta: una característica sobresaliente, porque a DAR le sobraban esos atributos de generosidad, valentía, cultura y solidaridad.

Cuando renunció al poder, al salirse de una AD gobernante y ayudada en sus políticas desde Washington, DAR no dudó en seguir lo que le dictaba un gran corazón y, en vez de cantar la palinodia para dejar en la estacada a una juventud que, violando la regla de la mayoría democrática, se fue a la guerrilla en contra del sentimiento predominante, sufrió callado cárcel y exilio, esta vez “democrático”, como antes “dictatorial”, durante la década anterior, desde el derrocamiento del presidente Gallegos, hasta el 23 de enero.

Hoy día, conversando con venezolanos de varias generaciones, destacados por varias razones, encuentro un respeto a la figura de DAR que no se corresponde con las apariencias.

Prácticamente todos coinciden en que la política actual carece de figuras históricas cultas, reconocidas por todos, como DAR y también Arturo Uslar Pietri.

Pasando lista por los sopotocientos partidos y partidetes, nadie sabe quiénes son los segundos y terceros de a bordo.

Y nadie lo sabe porque son ilustres piratas desconocidos, incapaces de aguantar una cárcel por injusta que fuese. Para no hablar del hacer caso omiso al mandamiento séptimo que castiga el robo, situación con la que nunca transigió mi padre y en la que caen la mayoría de quienes pugnan por el poder hoy.

A un siglo de su nacimiento y desde estas páginas rindo honor a quien siempre tuvo como norte en su vida la lucha a favor de los oprimidos, la formación intelectual rigurosa, incluyendo la geopolítica y la economía, materias que impartió en la UCV muchos años después de jubilarse.

Tuvo DAR solidaridad con sus aliados de lucha y capacidad para escuchar a mis jóvenes compañeros liberales que lo visitaban en su casa de Las Mercedes, razón por la cual se ganó el respeto de adversarios, como puedo testimoniar en el caso de los presidentes Leoni, Lusinchi, Caldera, Chávez e incluso Nicolás Maduro.

Ojalá los ciudadanos Ameliach y otros que ordenaron en la Asamblea Nacional recopilar sus discursos cuando fue diputado intenten, al menos, cumplir lo prometido, que nunca pedimos.

Sería justo.

Domingo Alberto Rangel

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