Bolívar contra el liberalismo y la corrupción 


GERÓNIMO PÉREZ RESCANIERE

El problema comenzó cuando el Congreso de Colombia suprimió los impuestos que le ponía la legislación española a los ricos. 

«El Congreso de Cúcuta —escribía Francisco de Paula Santander el 17 de Abril de 1823— expidió leyes benéficas que disminuyeron las antiguas rentas coloniales y la sustitución que adoptó para cubrir el déficit no ha correspondido en nada a los presupuestos calculados». 

¿Benéficas? Ante la «sorprendente» situación, los ricos y potentados colombianos manifestaron querer prestarle al Estado. Pero para eso, explicaron, hacía falta que el gobierno tuviese dinero con qué pagar vales, libranzas y documentos de tesorería que habrían necesariamente de surgir. De ahí nació el plan de contratar un empréstito en el exterior. Una vez saneado el crédito oficial por aquel Fondo Monetario Internacional, el Estado podría esperar una cooperación financiera más amplia de los hombres de negocios y así lo ofrecieron los señores Arrubla y Montoya, potentados nacionales, a nombre de los principales grupos económicos. Tal fue el origen del empréstito inglés, muy bien narrado por Indalecio Liévano Aguirre en el número cien del Boletín de la Academia de la historia venezolana. 

El Congreso, donde tenían curul muchos de los acreedores del Estado, presentes y futuros, dictó la ley que autorizó el empréstito y como los negocios deben ser completos, el mismo Banco Goldsmith que dio el préstamo fue nombrado legalmente «agente del gobierno de la República de Colombia para la transacción de todos los negocios de dicha República en Inglaterra». ¿Por qué esa exclusividad? Ya veremos. 

De momento Arrubla y Montoya viajaron a Londres. Les acompañaba un señor Hurtado, con el título de Ministro diplomático. Se firmó el empréstito, se repartieron las siguientes sumas por concepto de comisiones: Arrubla y Montoya £ 20.137, que al cambio de la época sobrepasaba la cantidad de cien mil pesos colombianos; y Hurtado £ 53.000, que ascendían, más o menos, a doscientos ochenta mil pesos colombianos. Estas cantidades, sumadas, eran casi iguales al presupuesto de Educación de Colombia. En la prensa aparecen tras esto frecuentes anuncios de formación de compañías para explotar los recursos agrícolas y mineros de la república, compañías en las que el capital lo aportaba, en todo o en parte, la casa Goldsmith, y el señor Hurtado figuraba como Presidente. Era el desarrollo concreto de la exclusividad otorgada al Banco. Otros movimientos se produjeron con ese dinero y cuando Bolívar solicitó, para la batalla que habría de darse en Perú, algunos millones de pesos, que perfectamente permitían las cifras en libras esterlinas del empréstito, se le dio largas al asunto en el Congreso. Ante exigencias más imperativas, se le respondió al Libertador que complacer su solicitud no era posible, que no había nada de dinero. El General Santander le envió la famosísima carta en que le decía que sin una ley del Congreso no podía hacer nada, porque no tenía poder discrecional, sino el que pueda ejercer conforme a las leyes, “aunque se llevara el diablo a la república”. 

La batalla de Ayacucho debió librarse con finanzas distintas. Bolívar miraba con desvío al liberalismo que en su juventud compartió. Este asunto bancario lo acera en esa posición y hay que entender que el liberalismo es lo que hoy se llama neoliberalismo.

Luego vino la quiebra del Banco Goldsmith con su alboroto grande en Londres y se descubrió que los flamantes representantes de Colombia, que tan caro cobraban por su asesoría de la gestión, también se alegraban el cuerpo con una comisión del banco. Y no era pequeña, alcanzaba a algo así como un veinte por ciento del total. Secreta se hubiera mantenido esa comisión para la eternidad sin la quiebra. Hecha pública, en vez de pedir excusas o esconderse, Arrubla y su grupo solicitaron que el Estado les pagara el veinte por ciento que Goldsmith les quedó debiendo al irse de este mundo, porque se había suicidado. ¡Y Colombia lo pagó!, por decisión de la mayoría del Congreso, liberal como los encartados.

Bogotá era un infierno de intrigas y maniobras. Santander había invitado a los Estados Unidos a enviar un delegado al Congreso a celebrarse en Panamá. Los periódicos por él inspirados popularizaban la idea de que el Libertador quería ser rey, emperador de la nueva gran unidad política, y en apoyo de ese aserto analizaban la constitución boliviana, cuyas cláusulas de evidente ímpetu autoritario –al par que igualitario- no los desdecían ciertamente.

Por su parte, Bolívar adelanta su estrategia con brío. Envía la Constitución boliviana a las personas influyentes con cartas de recomendación y expide instrucciones para los delegados al Congreso Anfictiónico, que comenzará el 22 de junio de ese mismo intenso año 1826. 

Filósofo del dinero

Varias tentativas fallidas de magnicidio se produjeron antes de la famosa. Una debía ejecutarse en un baile de máscaras ofrecido por las autoridades municipales en el Coliseo de Bogotá. Cuando Bolívar llegó al Coliseo ya los palcos y el recinto estaban colmados. Como la orquesta había comenzado a tocar, el Libertador prescindió de subir al escenario y permaneció entre los invitados, acompañado de sus ministros y los diplomáticos. Imaginemos a Bolívar paseando la mirada sobre los muchos enmascarados que bailaban ante él. Algunos escondían revólveres. Él conocía a los hombres de la conspiración. Cerraban por las tardes sus libros de cuentas para reunirse en la logia Sociedad Filológica a escuchar las soporíferas exposiciones de don Ezequiel Rojas sobre el benthamismo, también los versos del brillante Vargas Tejada contra Bolívar. 

Las relaciones se tensaban y se produce un episodio que Liévano narra con las siguientes palabras:

«Infortunadamente un nuevo incidente se presentó al llegar Bolívar a la famosa hacienda de Hatogrande, de propiedad del general Santander, hasta la cual le acompañó el vicepresidente, seguido de gran parte de los miembros del Gobierno. “Allí —dice Cordovez— Santander lo hospedó con esplendidez, lo mismo que a la numerosa comitiva. Después de la comida se establecieron cuartos de trecillo para distraerse, formando en uno de ellos el Libertador, Santander y los doctores Vicente Azuero y Francisco Soto, íntimos del Vicepresidente. Ya se habían jugado varias partidas con éxito diverso, cuando Bolívar dio un codillo (ganó en el juego) a Santander, quien inmediatamente salió de la pieza con el fin de inspeccionar el cumplimiento de sus órdenes relativas al mayor gusto y comodidad de los ilustres huéspedes. Apenas había salido Santander cuando al Libertador, al tiempo que recogía la ganancia en muy buenos escudos, soltó imprudentemente una sangrienta frase:

—¡Al fin me tocó mi parte de empréstito! 

Santander tuvo noticia del insulto de su huésped y se resignó a respetar las conveniencias sociales impuestas a un anfitrión, pero guardó en su pecho el recuerdo del cruel ultraje”.»

Furibundo cambio de agresiones se producía por la prensa colombiana. De ellas cabe leer un artículo dictado por Bolívar, cuyos originales están corregidos de su puño y letra. Su blanco son los liberales: 

«¿Nos negarán que los señores Zea y Hurtado se han robado los fondos públicos? ¿Nos negarán que los señores Arrubla y Montoya se han apoderado del empréstito? ¿Nos negarán que los señores Restrepo y Castillo son agiotistas y se han enriquecido a la sombra de su autoridad? ¿Se nos negará que el Vicepresidente se ha enriquecido a costa de la República y que es tan avariento como el más vil hebreo?. El Congreso ha vendido sus leyes a los más viles agiotistas; el Congreso ha puesto una feria en su augusto recinto. Elbers, Montoyas, Arrublas, Santander y otros muchos han pagado los votos del Congreso, los primeros con dinero y el último con empleos y bienes nacionales. Al Congreso, pues, nadie lo ha creído ni justo ni sabio; más bien parecían (los congresistas) los publícanos en el templo que los sacerdotes de la ley. Faltaba un Cristo que los azotase y los expulsase de aquel lugar santo. Este Cristo ha venido y aunque debiera arrojar a esos regatones de leyes, ha respetado su profanado carácter…. Todos quieren riquezas; todos quieren obligaciones nacionales, indemnizaciones, porque el Congreso las decreta y el Vicepresidente las negocia. Mientras tanto el Libertador es el único culpable a los ojos de la Gaceta de Colombia y de la cábala de Bogotá».

Al mismo género de escritos pertenece la famosa parodia de Decreto escrita por Bolívar. Llevaba por título «Ley fundamental para separar la Nueva Granada de Venezuela y Quito», y comenzaba así: 

«República de Colombia, Francisco de Paula Santander, Presidente Nato de Colombia y Protector de la Confederación de Arrublas, Montoyas, Hurtado y Compañía. Considerando…».

Adviene la tan pedida Convención, el sitio escogido para ella es la población de Ocaña. Si Bolívar quiere revisar y anular la Constitución de Cúcuta, el partido de Santander intenta destituir a Bolívar de la presidencia de Colombia. Todo se hará legalmente, con votaciones, pero ¿quiénes podrán votar? Lo informa el reglamento: sólo podían sufragar 

«…los que tuvieran una propiedad raíz o ejercitaran una profesión sin dependencia de otro en clase de jornalero o sirviente».

¿Cuál es el objetivo de esta regla? El propio Francisco de Paula Santander, describió, en carta del 18 de enero de 1828 a uno de sus hombres, Azuero, la intención política de esto: 

«No debemos cerrar los ojos a lo que se presente; es decir, a ese enjambre de ciegos partidarios de Bolívar, cuyo poder no ha sido tan pequeño que no haya trastornado la República y amenazado frecuentemente nuestra existencia; todos ellos albergan la mayor desconfianza por su suerte desde que están sabiendo las elecciones y se figuran peligros inminentes en la caída de su protector, lo cual tiende a conducirlos desesperadamente a sostenerlo a todo trance. ¿Cuál puede ser el resultado? Una guerra interior en que ganen los que nada tienen, que siempre son muchos, y que perdamos los que tenemos, que somos pocos».

¿Miente Santander al asumir la alineación de Bolívar con «los que nada tienen»? Las acciones de Bolívar mostrarán que no. Se ha instalado en Bucaramanga, en una actitud que resulta pintada por sus conversaciones con Perú de Lacroix que recogerá en el famoso Diario de Bucaramanga. 

Bolívar con los pobres

En un párrafo del Diario se dice: 

«Aquellas noticias condujeron a Bolívar a repetir lo que le hemos oído decir varias veces, a saber; probar el estado de esclavitud en que se halla el pueblo, probar que está no sólo bajo el yugo de los alcaldes y curas de las parroquias, sino también bajo el de tres o cuatro magnates que hay en cada una de ellas; que en las ciudades es lo mismo, con la diferencia de que los amos son más numerosos porque se aumenta con muchos clérigos y doctores; que la libertad y las garantías son sólo para aquellos hombres y para los ricos y nunca para los pueblos, cuya esclavitud es peor que la de los mismos indios; que esclavos eran bajo la Constitución de Cúcuta y esclavos quedarían bajo la Constitución más liberal; que en Colombia hay una aristocracia de rango, de empleos y de riqueza equivalente por su influjo, por sus pretensiones y peso sobre el pueblo a la aristocracia de títulos y de nacimiento más despótica de Europa». Los millones del préstamo Goldsmith nunca regresarían.

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