Sed insaciable de riqueza


ALÍ ROJAS OLAYA

23 MARZO, 2023

El cimiento principal de la revolución bolivariana es la ética. Librar una batalla contra la corrosión, es decir, contra la corrupción, tal y como la define la cantautora ambientalista Leonor Fuguet, es la más dura batalla que contra este flagelo se ha llevado desde las luchas independentistas.

El 29 de febrero de 1828, el Libertador escribe desde nuestra capital, Bogotá, “la corrupción de los pueblos nace de la indulgencia de los tribunales y de la impunidad de los delitos. Mirad que sin fuerza no hay virtud; y sin virtud perece la república”. En 1842, en su libro Sociedades Americanas en 1828, Simón Rodríguez (1769-1854) sentencia: “La enfermedad del siglo es una sed insaciable de riqueza”. Quien es corrupto es indolente, es decir, no es revolucionario.

Entre 1819 y 1830, nuestro país nacido en Angostura, es decir, la República de Colombia, los enemigos de nuestra Patria eran muchos: Estados Unidos y los corruptos internos. En diciembre de 1826 el Libertador escribe al General Rafael Urdaneta: “Parece que quieren saquear la República para abandonarla después. No hay más que bandoleros en ella. ¡Esto es un horror! Entiendo y aún veo que los pérfidos o más bien los viles que han manejado los créditos contra el gobierno de esta provincia han robado a la Patria cruelmente”.

La corrupción es un virus silencioso que corroe la espiritualidad de la Patria. Los corruptos ostentan relojes, zapatos y ropas de marcas occidentales de renombrado prestigio, suelen despilfarrar dinero en restaurantes entre botellas de whiskies y vinos de Bourdeaux y La Rioja y eventualmente pasan fines de semana en Miami. Si estos enfermos de “una sed insaciable de riqueza” no son encarcelados la labor del Estado queda como ineficaz y el pueblo se desmoraliza.

¿Qué hacer? Veamos que hacía Bolívar. El 12 de enero de 1824, Bolívar decreta en Lima: “Todo funcionario público que haya malversado o tomado para sí, los fondos públicos queda sujeto a la pena capital” y aquellos jueces que hagan caso omiso serán condenados a la misma pena”. El 17 de septiembre de 1824, Bolívar al enterarse de la desidia reinante en un hospital “con notable perjuicio de los infelices a quienes sus males llevan a él” le hace saber al prefecto que: “si mañana hay alguna queja del hospital, cualquiera que sea, será fusilado usted. El Teniente Coronel Manterola queda aquí encargado de llevar a cabo esta orden”. ¿Así o más claro?

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