Las guerrilleras que viajaron a Corea del Norte para hacer la revolución en México


Elia Hernández, antigua integrante del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR), en su casa, en ciudad de México.ADRIANA KONG

Un documental de Mario Corona Payán recupera las historias de cinco mujeres que en los años setenta se formaron política y militarmente en el país asiático

Las mujeres, reunidas en Chihuahua, entonan un himno coreano que aprendieron hace 50 años. La transliteración suena algo así: “Jangbaeksan julgi julgi phiorin jauk / Anmokgang kubi kubi phiorin jauk”. Elda Nevárez, Herminia Gómez, Esperanza Rangel, Marisol Orozco y Elia Hernández, integrantes del Movimiento de Acción Revolucionaria en los años sesenta y setenta, viajaron a Corea del Norte para formarse política y militarmente durante la Guerra Fría. Ahí aprendieron también la canción. El cineasta Mario Corona Payán ha recuperado sus historias y su lucha en el documental Mujeres del MAR.

Una de ellas, Elia Hernández, alias Rita, vive hoy en el sur de Ciudad de México, en Tlalpan. Cuando era joven llevaba el pelo oscuro peinado con mucho volumen; hoy, a los 75 años, lo usa muy corto del color de la caoba. Hernández entró en el Movimiento de Acción Revolucionaria cuando tenía 20 años y era maestra de una escuela en Nezahualcóyotl. Tenía, recuerda, inquietudes por la falta de empleo, o los empleos mal pagados; por el estado de las escuelas; por la falta de oportunidades; por la represión a campesinos, médicos, profesores, petroleros, estudiantes. “¿Por qué teníamos que vivir todo eso?”, dice a EL PAÍS en el salón de su casa.

Elia muestra fotografías antiguas en su departamento, en Ciudad de México.Vídeo: ADRIANA KONG

Su departamento es luminoso y ordenado. En una de las paredes, hay enmarcadas fotografías de sus nietos, del Che Guevara, de Fidel Castro y de Camilo Cienfuegos. “Había una influencia muy grande de otros movimientos en América, y había mucha influencia de la Revolución cubana. Era un ambiente muy fértil para que los jóvenes nos interesáramos en cómo resolver esos problemas de México”, recuerda Hernández. El objetivo, cuenta, era instaurar “un régimen socialista”. Y la lucha armada, la única opción que veía: “No había condiciones para un cambio de manera pacífica. Había que dar otro tipo de lucha”.

El Movimiento de Acción Revolucionaria, el MAR, fue una guerrilla sobre todo urbana fundada a finales de los sesenta por alumnos becados en la Universidad Patrice Lumumba de la Unión Soviética. “A diferencia de otros grupos, no nace del coraje de la represión, no nace con esta huella de dolor que son el 68 y el 71. Nace a partir del análisis sociopolítico y cultural de la realidad mexicana”, señala Fritz Glockner, autor del libro Memoria roja: historia de la guerrilla en México. Ni la URSS ni Cuba ni China aceptaron, en ese momento, entrenarlos “por las relaciones diplomáticas, económicas y culturales con el Estado méxicano”, explica el historiador. “Kim Il Sung es el único líder socialista o comunista que lo admite”, continúa y asegura que el MAR fue, “según los registros”, el único movimiento clandestino que se entrenó fuera de México.

Entre 1969 y 1970 viajaron a Corea del Norte tres grupos del MAR: en total fueron 46 hombres y siete mujeres. Marta Maldonado, que falleció en La Habana, Cuba, en 2010, fue en el primero; en el segundo viajaron Martha Elva Cisneros, que murió en Morelia en 2018, y Marisol Orozco. Elia Hernández viajó en el último grupo de que salió de México hacia Pyongyang con Herminia Gómez, Elda Nevárez y Esperanza Rangel. Primero llegaron a Alemania, después a Moscú y al final a Corea del Norte, donde se instalaron en un campamento. Era invierno y hacía mucho frío.

Elia Hernádez muestra una fotografía de sus compañeras y ella en la cárcel en la década de los setenta.
Elia Hernádez muestra una fotografía de sus compañeras y ella en la cárcel en la década de los setenta.ADRIANA KONG

“Los compañeros que ya estaban ahí nos recibieron con una emboscada. Como estaban vestidos de militares y no los conocíamos no sabíamos de qué se trataba. Al día siguiente empezamos con el entrenamiento. Habíamos engordado mucho porque pasamos algunos días en Moscú comiendo chorizos y caldos”, recuerda Hernández. Dormían en cabañas de madera en habitaciones que compartían entre dos y por las mañanas se levantaban temprano para estudiar teoría marxista-leninista, para entrenar judo o karate, o para aprender a armar y desarmar pistolas, fusiles, morteros. “Había que prepararnos y propagar estas ideas para que juntos propusiéramos una revolución. Tal vez era muy utópico, pero esa era nuestra idea”, dice Hernández.

Corona Payán conoció las historias de las mujeres del MAR que viajaron a Corea del Norte mientras hacía su anterior documental, La otra revolución (2018). Uno de los guerrilleros a los que entrevistó entonces le contó del viaje a Asia durante la Guerra Fría y del grupo de mujeres que se formó allí para hacer la revolución. “La historia mexicana nunca las reconoció y por el contrario quería borrarla”, dice el cineasta por teléfono días después de la presentación de la película en el festival DocsMx en Ciudad de México. “Me enganché con la idea de que después de 50 años empiezan a ver resultados importantes de su lucha”, dice el director.

El plan original para el documental contemplaba un viaje a Corea del Norte, que iba a hacerse a principios de 2020, pero se frustró por la pandemia de covid-19. La película, de todos modos, no se centra únicamente en la formación que ellas recibieron en el país asiático, sino que hace un recorrido de una hora y media por su lucha: sus procedencias, sus inicios en el MAR, el viaje clandestino y el regreso a México, donde cuatro de las cinco mujeres fueron detenidas y torturadas. Era el sexenio del priista Luis Echeverría (1970-1976), cuyo nombre está vinculado a las feroces matanzas de estudiantes en 1968, cuando era secretario de Estado, y en 1971.

Herminia Gómez y Elia Hernández, en fotografías de archivo.
Herminia Gómez y Elia Hernández, en fotografías de archivo.CORTESÍA

Con Hernández, había viajado Herminia Gómez, alias Laura, que hoy tiene 71 años y conversa con EL PAÍS por teléfono desde Chihuahua, donde vive. Ella también recuerda el frío “espantoso” de ese invierno, los entrenamientos y las clases teóricas. Apenas salían del campamento, a una fábrica, o a una escuela, y contaban con traductores coreanos que habían estado en Cuba y hablaban español. “Íbamos con un nivel educativo aceptable pero había compañeros que no tenían conciencia”, cree Hernández. “Siempre platicamos que si hubiéramos ido un poco más preparados, más conocedores de lo que pasaba en México, hubiésemos aprendido mucho más en Corea. Ellos eran unos militares muy capacitados”, dice Gómez.

Ella volvió, como Hernández, seis meses después de haber llegado. Hicieron el camino inverso, esta vez pasando por Bélgica y por España, y llegaron de regreso a México. “Teníamos la idea de que íbamos a ir directo a la sierra”, cuenta, “pero nos dimos cuenta de que nos hacía falta dinero y territorio”. “Nos acomodaron en lugares para dar base a la guerrilla”, explica. Ella vivió en Oaxaca, en Chiapas, en Hidalgo. Hernández se quedó en Ciudad de México. “Hacíamos tareas de visitar a la gente, de ayudarlos, de orientarlos… Yo era igualita que uno de mis compañeros, cargaba mi mochila de 25 kilos, mi fusil”.

“Después nos empezaron a detener. En el 71″, cuenta Gómez. Ese año, cayó la primera casa de seguridad, que estaba en Xalapa, Veracruz. La guerrilla se dispersó y al final, a ella y a su compañero los detuvieron en Ciudad de México: “Nos llevaron a un lugar donde tenían muchos detenidos. El Ejército nos llevó a la sierra para ver si podía detener a más gente. [Sufrimos] una tortura muy fuerte, muy espantosa. Nos identificaron en la prensa como guerrilleros. Después de la detención y la tortura ya nadie regresó al MAR. Yo salí, creo, en el 73. A cada uno nos tocó en diferente momento”.

Para Corona Payán, uno de los desafíos más grandes de contar la historia de estas mujeres –además del presupuesto acotado– fue conseguir que algunas de ellas compartieran recuerdos que eran demasiado dolorosos, explica el cineasta. “No quise hacer el documental pensando en las torturas, quise enfocarme en la esperanza”, dice, y sigue: “La forma en que la ven la lucha, la guerrillera y la de cada día contra el machismo y contra un sistema que no apoya”. “Si ellas no fueron el origen del feminismo en México, al menos lo fortalecieron mucho”, cree el cineasta.

En la película, las cinco guerrilleras que aún viven se reúnen por primera vez después de muchos años alrededor de una mesa, en una nevería en Durango. “Ahora cuenten ustedes de la peda que se pusieron con los coreanos”, pide una, se ríen todas y ya no se oye la anécdota. “Fue una cosa tan emocionante. Nos preguntan de emociones de hace muchos años y lo más emocionante ha sido volver a estar juntas”, dice Gómez desde Chihuahua. Tras la amnistía de José López Portillo, ella y Hernández volvieron a ser maestras. Cada una de las siete siguió en la lucha a su manera. La película, cree Gómez, muestra “exactamente” lo que han sido sus historias: “Las vidas de unas mujeres que nunca dejaron de ser revolucionarias”.

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