La múltiple crisis del periodismo venezolano


El periodismo venezolano está en crisis, como todos los periodismos del mundo, aunque con sus peculiaridades, claro.

Si usted oye las voces lastimeras de quienes fueron los grandes señores feudales del periodismo moderno venezolano terminará por creer que esa crisis es producto de la maldad del “régimen”, que es enemigo de la libertad de expresión y que quiere tener la hegemonía comunicacional. Si esa versión le cuadra, ni modo, quédesela.

Pero si su propósito es ir un poco más a fondo, entender que se trata de una crisis múltiple, tendrá que analizar varias cuestiones: desde el colapso del modelo de negocios que universalmente sustentaba a esta industria, hasta factores de historia.

[Cuando se dice historia no significa remontarse al 27 de junio de 1818, cuando el Libertador Simón Bolívar puso a rodar el primer Correo del Orinoco. Tampoco quiere decir profundizar en las batallas mediáticas que protagonizaron conservadores y liberales en el siglo XIX (que luego desembocarían en la Guerra Federal). Ni detenerse en los años de la prensa gomera a principios del XX o en la fundación de los grandes medios masivos nacionales a mediados de la centuria pasada. Son relatos fascinantes, pero acá se hablará de una historia mucho más reciente, casi presente].

Modelo de negocios roto

La maquinaria mediática global suele denunciar que en Venezuela ya no hay medios impresos y que los pobres quiosqueros están en proceso de extinción o sobreviven vendiendo chucherías.

Lo más curioso de esos hechos es que son ciertos (no falsos, como muchos otros temas de esa maquinaria), pero resulta que se publican en una mayoría de medios que tampoco son ya impresos o que apenas imprimen unas cantidades simbólicas de ejemplares, en comparación con las que vomitaban sus rotativas hace apenas unos años.

Hasta los grandes periódicos de Estados Unidos, Europa y Latinoamérica han reducido sus tirajes a números ridículamente bajos o han dejado de circular en papel y han mutado a portales digitales.

Y el culpable de esa desaparición acelerada del viejo “periódico-fajo-de-papel-que-mancha-las-manos-y-luego-sirve-para-el-perro” no es una malvada dictadura que los cierra para que no digan la verdad. Es, ciertamente, un tirano, pero de otra naturaleza: el mercado.

Durante el siglo XX, el periodismo fue una industria basada en un modelo de negocios que consistía en que el medio de comunicación era un ente dual, portador de noticias y, a la vez, de piezas de publicidad por las que los anunciantes pagaban altas sumas. Tan altas que las compañías periodísticas podían darse el lujo de vender el periódico o revista, en cuanto objeto físico, a pérdida, a un precio muy inferior a su costo real de producción.

Ese modelo comenzó a hacer aguas a finales de los 90, con la masificación de internet, un fenómeno que se agudizó en los diez primeros años del siglo actual. Más tarde o más temprano, el periódico impreso ha sido desplazado en casi todos los escenarios por las presentaciones digitales. Y los anunciantes, los que pagaban los costos de los diarios de papel, ya no quieren insertar publicidad en un medio que pocos van a mirar. Pura lógica de mercado.

Fueron a la guerra… y la perdieron

Revisemos ahora el aspecto de la reciente historia específica del periodismo venezolano. Junto con ese proceso global, la crisis de nuestro sector de la comunicación masiva debe ser vista en términos bélicos. ¿Por qué? Pues porque los dueños de los grandes medios para el momento en que comienzan los cambios políticos (década de los 90) le declararon la guerra a la Revolución Bolivariana. Y no se trató de una metáfora. Juntaron el enorme poder que tenían para influir en grandes contingentes humanos y se lanzaron a bombardear sin tregua al gobierno de Hugo Chávez.

Es un hecho comprobable que el golpe de Estado de abril de 2002 fue más mediático que político y militar. Los mismos capitanes de medios y sus sobrecargos y azafatas se ufanaron de ello en el breve tiempo que les duró la alegría.

El cierre de VTV y las agresiones físicas contra Catia TV, Radio Perola y otros medios comunitarios el 11A fueron la prueba de que estábamos ante una guerra-guerra, no una guerra metafórica.

La confrontación no cesó con esa batalla. Por el contrario, se recrudeció a lo largo de una década, durante la cual la Revolución se esforzó por equilibrar un poco las fuerzas en disputa. Se crearon varios medios públicos y alternativos, se negó la renovación de la concesión de RCTV (uno de los episodios más duros de la guerra mediática) y se crearon los programas de Comunicación Social de la Universidad Bolivariana de Venezuela y la Misión Sucre.

Pero, una vez más, el principal factor en el desenlace de esta guerra fue el mercado. Varios avisados editores se reconocieron perdedores de la guerra y se anticiparon al declive total de sus negocios, por lo que los vendieron sin remordimientos para irse a otros ramos de la economía o utilizar el dinero en la especulación financiera. Los nuevos dueños de esos medios entraron al negocio pero renunciaron a la guerra perpetua con el Gobierno. Algunos, incluso –hay que decirlo– han incurrido en el sobrecumplimiento de ese propósito. Bueno, pero en el sistema capitalista, los propietarios de los medios son –guste o no– libres de fijar su línea editorial.

Entonces, esas ruinas que se ven en el mundo periodístico venezolano son las típicas de una industria que implosionó por sus propias contradicciones y, a la vez, los despojos de una guerra que emprendieron unos arrogantes propietarios que no querían ser el famoso quinto poder, sino el primero. La soberbia los hizo perder dinero, propiedades, poder y en algunos casos hasta el glamour.
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¿Ganamos… de verdad ganamos?

No sería nada periodístico dejar de mirar hacia el otro lado del conflicto. Y en ese otro lado están los medios públicos que nacieron o se fortalecieron durante la guerra mediática.

Desafortunadamente, tampoco puede decirse que salieron ilesos de esas escaramuzas ni mucho menos que hayan logrado llenar los espacios dejados por los medios derrotados. Matizando lo que una vez se dijo, son medios públicos sin suficiente público.

En buena medida, el periodismo de guerra que se adoptó durante la etapa más cruenta de la pelea con los grandes medios, derivó en mera propaganda. Y la propaganda no es periodismo, aunque se vista de tal.

Al periodismo de los medios públicos le falta eso que servía de título a un microprograma de VTV: Contacto con la realidad. Se le acusa, no sin razón, de empeñarse en decir que todo está bien, aunque esté mal.

Se han instaurado prácticas que privilegian la imagen de los funcionarios y de los organismos y dejan en segundo plano a la noticia, otro error ontológico porque la proyección de imagen y el marketing personal, institucional o corporativo son actividades bastante diferentes al periodismo, incluso antagónicas.

Así llegamos a otro 27 de junio, Día del y la Periodista en Venezuela: con mucho por reflexionar, debatir y hacer, independientemente de la trinchera que hayamos ocupado en la guerra y de la que muchos no han (hemos) salido en la posguerra.

Clodovaldo Hernández

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