Cuando asalté el banco Mercantil en compañía…


—¿Qué pasó que vienes con la cara más larga que real y medio de tripas en el llano, Andrés? –preguntó mi pana Kirk Douglas solícito al ver el rostro del amigo que salía del Banco Mercantil en la esquina de San Francisco.

—El gerente se negó a pagarme el billete de lotería, que tú sabes que salió con el primer premio, dice que estaba vencido desde hace 60 años.

—¿Cómo es la vaina? –interrogó Rafael Correa, que ayer nada más había llegado al país desde Europa para participar en un congreso, en un hotel de Caracas y era parte de nuestro grupo.

Robert Redford, que traía unos cafés desde el cafetín que queda frente del banco, había repartido unos cuantos besos a las bellas mujeres de esta urbe, al vernos las caras de contrariedad, preguntó:

—¿Qué pasa que tienen cara de acontecimientos de pelea en el salón La Estrella Solitaria, en Tombstone, Arizona?

—Nada más ni nada menos que el gerente de ese banco se niega a pagarnos el billete de lotería –dijo Correa de inmediato.

—Sí, dice que ese billete de lotería esta vencido y no me lo puede pagar, que debimos cobrarlo en 1960.

—¡Carajo! Como que me llamo Kirk Douglas ese banquero paga hoy nuestro billete, o le pasa como le pasó a los pingos que mandamos al más allá en OK Corral, al lado de los hermanos Earp. Propongo que asaltemos ese banco de mierda, yo tengo experiencia de mi trajinar por el Oeste en estos menesteres ¿Estamos de acuerdo o dejamos que ese carajo se salga con la suya?

La verdad es que no hubo ninguna palabra de desacuerdo. Amarramos los caballos en La Ceiba de San Francisco, le dijimos a un muchacho de un quiosco cercano para que cuidara los animales, le pagamos un dinero y, sin planificación alguna, nos encaminamos los cuatro a la faena. Eran cerca de las tres de la tarde, las mujeres que pasaban tejían miradas para Rafael Correa y Robert Redford, que tenían mejor pinta que los otros dos, Kirk con casi cien años y Andrés que no le perdía los pasos en edad. Caracas por la pandemia dejaba que los trabajadores acortaran la jornada de trabajo y todos buscaban el mejor camino para llegar pronto a sus casas. Kirk nos dijo a todos a las puertas del banco:

—Rafael como es el que no tiene experiencia en estos menesteres se queda en la puerta y no deja entrar a nadie, Robert, tú desarma a los vigilantes internos que caerán mansos porque nadie se espera que se robe un banco en el centro de ciudad y menos a esta hora. Andrés y yo vamos directo a las oficinas del gerente y lo encañonamos y que nos llene de billetes estas cuatros alforjas, salimos, montamos en los caballos y nos dividimos, Robert y Andrés hacia el este y Correa y yo hacia el oeste. Será una gran sorpresa. Ahora es el momento, cada uno a su tarea. Esto me recuerda cuando asalte el Banco de la Wells Fargo, en Denver, Colorado en 1887, fue una acción magistral, usé dinamita y medio pueblo se vino abajo. Este día, amigos míos, será recordado por mucho tiempo, ya verán mañana los diarios y la televisión ni se diga de la radio. Mi amigo Gary Cooper, que era el sheriff de ese pueblo, me dijo: llévate esos dólares pero no vuelvas por aquí porque tendré que arrestarte, seguramente tendré que ahorcarte por orden del juez Garret, el mismo que mandó para el otro mundo a Billy The Kid, ese muchacho me caía bien, pero era muy desordenado, muy díscolo, a los quince años se había echado, como dicen en New York, a veinte por el pico, les dio Matusalén a todos con un tiro en la frente. Vete y no digas que me conoces.

—Un momento camaradas –terció en la conversación Rafael Correa–, coño, yo vine a participar en un congreso y traigo una ponencia ¿Y estoy asaltando un banco? Eso, al menos, parece insólito.

—Aprender es de humanos –le respondió Kirk de inmediato-, cumple con tu tarea y que no entre ni una mosca, que si ese carajo no nos paga ese billete de lotería, echamos abajo este edificio y por solidaridad también se cae el Palacio Federal, aquí llevo cuarenta tacos de dinamita en estas alforjas.

—Coño Kirk, cómo hay mujeres buenas en esta ciudad, ni en Alburquerque vi tantas damas tan bellas y pícaras.

—No jodas, Robert, mira que estamos a punto de entrar a la historia de este país por la puerta grande, y tú mirando culos y repartiendo sonrisas.

La verdad es que todo resultó fácil, como dijo Kirk, quien traía un tabaco y un taco de dinamita en la mano izquierda. Redford ya tenía controlados a los vigilantes contra la pared a la vez que le hablaba a la secretaria algo que la ponía en las nubes, fue cuando…

—Le pagas el billete de lotería a mi amigo o vuelo esta vaina ya, llena de dólares estas alforjas y ni respires.

Salimos del banco, montamos en nuestros caballos y partimos como lo había indicado Kirk antes de entrar al banco. Cabalgamos como siempre lo hacíamos y ya con los caballos cansados nos subimos al Metro en la estación Colegio de Ingenieros, los pasajeros nos hicieron sitio y nos aplaudieron, hasta nos brindaron un trago.

—Nos bajamos en la estación de La California –dijo Robert muy cerca de mi oreja derecha.

—¿Y los caballos?

—No te preocupes, ellos saben muchos cuentos nuestros y los tendrán entretenidos, nos bajamos como si nada y nos vamos para el norte, en ese cerro hay un rancho de una dama que me trae con la correa suelta, además –me dijo con una sonrisa socarrona– tiene una hermana que para qué te cuento, hermano del alma.

Cuando estaba en lo mejor y con bastantes billetes que nunca había tenido en mi puta vida, y me veía recorriendo los lugares más bellos del Oeste sentí que me empujaban, dejé de ver a Robert Redford, la agresión se hizo más fuerte, creí que era la policía que nos estaba poniendo presos. Quise resistirme, pero escuché entre los empujones una voz conminatoria:

—¿Vas a trabajar o seguirás durmiendo? Párate que tienes una reunión importante en La Casa de Bello o en Castillete, no entendí mucho el sitio, claro, llegaste con más palos que una caja de fósforos anoche.

Fui al baño, y mientras el agua tibia mojaba mi cuerpo, dije entre mí que esa batalla era la gesta más importante en mi existencia. Me reí de mí mismo mientras el agua recorría mi cuerpo. Contaré esta hazaña, merece que llegue a la gente. Con el tiempo muchos dirán: “…esa reláfica es verdad, yo vi, estaba allí cuando asaltaron el Banco Mercantil, hasta puedo decir cómo eran los caballos de los atracadores, y las alforjas full, esa vaina fue en una Semana Santa si mal no recuerdo…yo estaba allí, no digo más”. 

Fin

AUTOR

(Venezuela, 1939)

Escritor y poeta autodidacta. Preso político durante seis años en el Cuartel San Carlos, (Caracas), La Isla del Burro (Lago de Valencia) y la Cárcel Nacional de Sabaneta (Maracaibo), juzgado por el delito de rebelión militar y difamación e injurias a las Fuerzas Armadas. Entre sus obras se encuentran Siete fechas y un epitafio (1988), Del amor y otros versos extraviados (poesía), Una situación extraña (novela inédita), Sandra y los caminos de la vida (2021), Allá viene (2019), Carlota, una mujer (2018), Mala vida (2008), Siete fechas y un epitafio (poesía), Un muerto muy especial (1999), Los sueños de Carmelo (cuentos, 2012), Este sol si quema, carajo (poesía), El pájaro azul o cuando mi ayuda perdió a Oscar Gálvez (monólogo), Comandante Roque (homenaje a Iván Daza), Por aquí pasó el Comandante Elías.

Destacado:

“Eran cerca de las tres de la tarde, las mujeres que pasaban tejían miradas para Rafael Correa y Robert Redford, que tenían mejor pinta que los otros dos, Kirk con casi cien años y Andrés que no le perdía los pasos en edad”.

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