Occidente IV. El derrumbe 1


VLADIMIR ACOSTA

El siglo XX es el siglo del derrumbe total de Europa como líder y cabeza de Occidente, aunque los actuales líderes europeos simulan no darse cuenta de ello. Para los europeos el siglo comienza con la Primera guerra mundial, guerra imperialista y colonialista ya inevitable porque los choques entre las potencias imperiales dominantes y sus rivales habían llegado a una conflictividad creciente que bordeaba la guerra. Anunciada e iniciada como choque de corta duración, pronto se convierte en horrenda guerra de trincheras que dura 4 años, destruye países y produce 20 millones de muertos y miles de heridos, locos e inválidos. Y esa guerra criminal nada cambia en cuanto a poder imperial y colonial, salvo que distribuye en favor de los vencedores las pérdidas territoriales de los derrotados.

 Inglaterra y Francia, las mayores potencias imperiales y colonialistas de entonces, quiebran a los partidos socialistas, que traicionan su internacionalismo proletario llamando a los obreros de cada país europeo a luchar por los intereses de sus burguesías imperiales y a masacrarse unos a otros para serviles de carne de cañón. En la guerra los poderosos Imperios británico y francés, aliados con el decadente Imperio zarista ruso, que pronto colapsa, enfrentan a los Imperios llamados centrales: el alemán, el austro–húngaro y el ya podrido Imperio turco. La victoria de los primeros es rotunda, aunque la derrota alemana se logra con la complicidad de su vergonzosa socialdemocracia, la misma que en 1914 era el partido socialista más grande y prestigioso de Europa.

Sigue el Tratado de Versalles (1919), del que Keynes hace un análisis demoledor. Ese Tratado “de paz” del que no podía salir sino otra guerra es un dictat colonialista impuesto por los vencedores, que ocultan su prepotencia tras unos irreales 14 puntos “democráticos” propuestos por el hipócrita presidente de Estados Unidos (EU) Woodrow Wilson. El dominio de Inglaterra y Francia se confirma y fortalece, entre ambas se reparten las colonias de los vencidos, dividen sus países, y a Turquía le arrancan la mayor parte de su territorio imperial para convertirlo en colonias británicas o francesas. A las viejas colonias o semicolonias asiáticas les niegan sus derechos y a la derrotada Alemania, que casi carecía de colonias, le cargan todo el costo de la guerra, la declaran no solo principal sino única culpable de esta y la condenan al desarme y a pagar tal magnitud de reparaciones de guerra que saben que le resultarán no solo ruinosas sino imposibles de pagar. 

Pero tras esta torpe prepotencia colonialista el derrumbe de Europa empieza a manifestarse y a crecer por obra de varios fenómenos esenciales que aquí defino y relaciono brevemente.  

El primero es la Revolución rusa, que sacude al mundo. Pobres y explotados la celebran y quieren imitarla. Ricos y explotadores la detestan, la califican de amenaza y llaman a aplastarla. La clase dominante europea invade Rusia, convertida en URSS. Son años de hambre y guerra civil, pero Rusia logra vencer. Su política se hace menos radical pues quiere industrializarse, pero el plan para ello (la NEP) no es suficiente y en 1930 se fortalece el poder estatal industrialista y se inicia la colectivización forzosa. El costo de esta es terrible: hambrunas, intolerancia, represión, dictadura autoritaria. Pero el país se estabiliza y avanza en lo económico, político y militar, de modo que al mediar los 30 es país estable con el que la derechista Europa debe tratar y negociar.   

El segundo es el despertar de los pueblos coloniales. China pide se le devuelvan las partes de su territorio apropiadas por Alemania. Versailles se las adjudica al imperialista Japón y como respuesta a este nuevo atropello europeo, una masiva manifestación de protesta inicia en Pekín el 4 de mayo de 1919 la Revolución popular china. En India es el Partido del Congreso el que inicia también su lucha de masas por liberarse del dominio inglés. Y en el Medio y Cercano oriente, los territorios desgajados de Turquía y convertidos por Europa en nuevas colonias, inician su rebelión contra los colonialistas ingleses y franceses que se los han apropiado.

El tercero es el surgir de nuevos grupos intelectuales europeos que sin ser revolucionarios se rebelan contra ese viejo régimen elitesco, casi todo monárquico, que son las democracias imperiales europeas. Son movimientos diferentes que van desde el Futurismo hasta el Surrealismo pasando por el Dadaísmo y otros. Y sobre todo se trata además de nuevos movimientos populares europeos, de masas en movimiento, porque también los propios pueblos de Europa empiezan a denunciar en forma masiva esas falsas democracias europeas que son viejos sistemas políticos elitescos que los desprecian y excluyen; y también masivamente promueven crear nuevos movimientos sociales y partidos, exigiendo se les reconozcan sus derechos a participar también del poder. Es lo que Ortega y Gasset llamó con propiedad en 1917 La Rebelión de las masas.

El cuarto es el libro de Oswald Spengler La decadencia de Occidente, brillante obra publicada entre 1918 y 1922 que, con visión pesimista y elitesca, toca muchos temas vigentes e interesantes, pero que solo cito aquí porque describe las sucesivas culturas que, según él, llenan la historia humana como procesos relativamente independientes sometidos empero cada uno a etapas similares (nacimiento, desarrollo, plenitud, decadencia y muerte) y porque muestra que la última de esas culturas, la europea, ha entrado ya en la decadencia. El libro fue leído y discutido, pero sobre todo celebrado en Alemania, que no creía ser parte de esa decadencia.

El quinto es el nazismo alemán. Como en el caso de la Revolución rusa tampoco tiene aquí cabida un análisis minucioso que abarque en este caso su origen y rasgos, su virulento derechismo, su lucha violenta y feroz contra el comunismo, su hábil captación de élites y masas populares, todo ello en esa Alemania de la derechista República de Weimar, débil y resentida por su derrota. Tras un torpe golpe que fracasa en 1923 y cuesta a Hitler ir a la cárcel en la que escribe ese pastel racista que es Mi Lucha, el nazismo ratifica su disposición a armarse y a organizar el gran movimiento de masas derechistas y violentas al frente de las cuales Hitler gana en 1933 la elección que lo lleva al poder, desde el que se dispone a lograr a cualquier precio el “espacio vital” que necesita la Alemania ahora nazi para ejercer su dominio terrorista y dictatorial sobre toda Europa, y más allá.

Y hay un sexto elemento que es la temprana presencia e intervención de EU en Europa; importante porque, aunque se mueve con prudencia en esas décadas de posguerra, participa en 1918 en la invasión de la Rusia comunista, y a partir de los años 20 en la recuperación de Alemania que va llevando al nazismo al poder.  

Llegan los años 30. Sobre el destino de esa Europa en la que avanza con lentitud la decadencia anunciada por Spengler, los elementos que inciden con más fuerza son el comunismo ruso, que promueve la lucha del proletariado y sus partidos comunistas por enfrentar y vencer la explotación capitalista abriendo paso al socialismo, y el nazismo alemán, cuyo plan es imponer por la fuerza militar su dominio brutalmente capitalista, dictatorial y racista sobre toda Europa. Para mediados de los años 30, desde el ascenso de Hitler al poder, la amenaza de otra guerra, más terrible y letal que la anterior, se perfila para Europa, y esta debe decidir con quién aliarse, si con Rusia para intentar parar a Hitler, o con Alemania para hacer que esta inicie su guerra enfrentando y casi seguramente aplastando a Rusia. La guerra que está ya por llegar depende de esa decisión. Seguimos con ello en próximo artículo.

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