Destruyendo el laboratorio Imperialista


EL FRANKENSTEIN DEL GOLPE DE ESTADO CONTINUADO CONTRA  VENEZUELA 

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Javier Macadán y Johanna Rivero 

Luego de doscientos años de la publicación 

de la famosa novela de ciencia ficción y terror  

escrita por Mary Shelley; el 23 de enero de  

2019, aparece Frankenstein en el escenario  

político venezolano, sin identidad, sin historia,  

no sabe hablar, no puede ver con claridad, no  

comprende todos los estímulos de su entorno,  

ni puede entender lo que sucede a su  

alrededor. 

Lo llevan de la mano, le entregan un libreto  

que apenas puede leer, lo empujan hasta  

hacerle subir a una tarima, tiembla, sus ojos  

logran distinguir algunas siluetas y formas.  

Una persona junto a él le da un codazo para que comience a tartamudear el discurso  que se le ha entregado, lo lee, pero los siguientes tres años sólo recordará y repetirá  dos cortas frases: “elecciones libres” y “gobierno de transición”. 

Los zombis que participan y de los cuales él solo puede ver sus siluetas comienzan  a gritar con euforia repitiendo: ¡vamos bien! ¡vamos bien!, palabras que aprende  agregando una nueva frase a su pobre repertorio.  

Inmediatamente su creador, un magnate de la industria inmobiliaria de New York  que vivía en la Casa Blanca observa desde los medios de comunicación y es el  primero en pronunciarse en su Twitter, lo llama por teléfono, le gira instrucciones y  le engaña diciéndole al final de la conversación: – ¡tú eres presidente! Le transfiere  unos billetes verdes y le comisiona para reunirse con el Grupo de Lima, allí empieza  la travesía del monstruo. 

El neoyorquino orgulloso realiza una reunión en la Casa Blanca para asumir su  responsabilidad, ante el mundo, en la creación de Frankenstein: – ¡Fue un duro  trabajo que ni Celso lograría! junté las partes inertes de los cadáveres de la vieja  política venezolana, para crear este obediente, apátrida, abominable, entreguista,  saqueador y monstruoso ser; darle vida no fue difícil, utilicé los medios de  comunicación que yo controlo.  

El monstruo, creyéndose presidente sigue el libreto que le fue entregado nombrando  embajadores virtuales. Sin pueblo, sin legitimidad, sin Fuerza Armada, visita países 

lacayos repitiendo una y otra vez hasta el cansancio las únicas tres frases que sabe.  Siguiendo al pie de la letra las instrucciones del neoyorquino: se reúne con los  rastrojos, hace alianzas con mercenarios, roba dinero, organiza magnicidios, trata  de realizar un golpe de Estado con municiones de plátanos. Contrata con terroristas  y contando con la complicidad del gobierno de Colombia intenta ingresar un caballo  de Troya a Venezuela disfrazado de “ayuda humanitaria”, pero el pueblo bolivariano  logra detenerlo. 

Frankenstein a su paso provoca angustia, sufrimientos, y necesidades de todo tipo al pueblo que lo vio nacer. Culpa a otras personas de sus actos, pero todos conocen  sobre su responsabilidad, lo rechazan, nadie lo quiere, el monstruo deambula, el  pueblo lo apedrea, lo abuchea, le lanza golpes, lo quiere tras las rejas. Se siente  solo, es un Rastrojo, un ser repugnante, quiere venganza, pero sus fuerzas no le  bastan para hacer más daño, está solo.  

Avergonzado su creador suspira pensando en lo feliz que era antes de crear al  monstruo y lo abandona. Frankenstein desaparece por un tiempo, nada se sabe de  él, los medios no lo mencionan, ya no está en las noticias y en las redes sociales  sólo quedan viejos rastros. 

El magnate, para no ser encontrado por su creación vende la casa, sin saber que el  monstruo lo va a acompañar el resto de su vida. Frankenstein llega a la Casa  Blanca, la encuentra habitada por nuevos dueños, día a día los observa en secreto,  duerme junto al perro, los ve por la ventana tratando de encontrar una forma de  entrar, siente frio, miedo, rabia, incertidumbre y dolor. Pasa la pandemia en los  jardines de la casa: horas, días, semanas, meses, y años. 

Desde la distancia aprende algunas palabras: ya sabe decir, gracias, por favor, cosas muy básicas. Se esfuerza en ser recibido por el anciano ciego que compró la  Casa Blanca, aprovecha su ceguera para ganar su confianza, reconocimiento y  protección, le paga con servilismo y el anciano lo acepta en condición de esclavo encomendándole nuevas misiones. Con el propósito de facilitar sus tareas dice por  las redes que reconoce a Frankenstein como su hijo. 

El pueblo alerta sale a la calle, se aglutina en las puertas de la Asamblea Nacional,  entendiendo que los designios de la Casa Blanca son la peor pandemia, pide a los  legisladores y a la justicia venezolana encerrar al monstruo creado por el  imperialismo yanqui. ¡YA!.

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