*“EN MANUELA SÁENZ NOS ENCONTRAMOS…”*


*Isrrael Sotillo* 
Los días se escapan, y ya nada podemos hacer para volverlos hasta el presente. Pero aún así, nos queda la memoria, ese espacio donde podemos ir a buscar toda la información de lo que ha acontecido debajo del cielo de la tierra; y más allá, reconstruir hechos que a la luz del sol de hoy se han convertido en verdades incontestables o inamovibles; mas, sin embargo, las podemos verificar o develar en su justa dimensión humana.    


Estos días de la primavera de mayo fueron transcurriendo con diversas expectaciones, las cuales se fueron decantando de la misma manera como las aguas de los ríos se expanden en el abanico deltano para unificar su curso final y posteriormente desembocar en ese gigantesco cántaro planetario llamado océano; días éstos que me han servido para acercarme en medio de la refriega económica y política, a un personaje de la gesta independentista americana sobre quien todavía quedan amplias páginas para escribir en ellas y recrear tanto la literatura, como la poesía, y la misma historia: Manuela Sáenz, “La Insepulta de Paita”, como la nombra Pablo Neruda en los “Cantos Ceremoniales.


De las características de la personalidad de Manuela Sáenz, hay una que sobresale y da para soltar las manos en tropeles de fecundos manuscritos; es la del humor, esa condición humana pletórica de actitudes, poderosa para reponerse ante los avatares de la vida.

La risa, el gesto de los gestos: “si puedo moriré riéndome”, ya había destacado Voltaire en su tiempo; y en ella era arma certera para celebrar las victorias y soliviantar las derrotas. Manuela sabía reírse, afirma el escritor ecuatoriano Alfonso Rumazo González, en su obra histórica MANUELA SÁENZ, La Libertadora del Libertador: “… saber reírse de sí misma y acertar a reírse de los demás con inteligencia y gracia. Quien se ríe de sí mismo ha logrado desterrar la vanidad.

Quien se ríe inteligentemente de los demás da prueba de una superioridad bien cimentada. Reír es el distintivo del hombre; saber reírse es más difícil que saber pensar. La risa es una sutilísima cita de la razón y del sentimiento, fugados ambos de su original seriedad. Nunca nadie pudo sobreponerse a la risa de Manuela, ni de Bolívar. Hasta del genio se rió la quiteña, y en el recuerdo de uno de los momentos más patéticos de su existencia.

El de haberlo salvado de las manos de los asesinos. Nada tan divertido como su relato de la fuga del general, reseña Rumazo González, citando a Boussingault: Figúrense ustedes, decía ella, que él quería defenderse; cuan gracioso estaba, en camisa y espada en mano: don Quijote en persona”. 


Manuela tuvo bien desarrollado el sentido del valor de la vida y de la solidaridad, eso que ahora se expresa cuando referimos o proferimos a las personas que apreciamos y queremos al momento de la despida: ¡Cuídate! ¡Cuídate! Y cómo cuidaba Manuela Sáenz, la vida, su vida, y la de su gente; lo hacía con gran afán pero, sobre todo custodiaba la vida de su hombre, la del Libertador Simón Bolívar, y lo hacía con dedicación y paciencia franciscana; hasta probaba los bocados antes de que él se los metiera en la boca; por eso en su casa había rigurosidad militar en el tema de las comidas, tal cual lo había aprendido en su Quito natal y familiar: “desayuno a las seis de la mañana, después de haber asistido a la misa; almuerzo, a las nueve y media; “entredía”, la hora de la visita; comida por la tarde, a las tres y media; cena (de ordinario chocolate con numerosos manjares) a las siete de la noche, porque a las ocho todos debían acostarse para ponerse en pie entre las cuatro y cinco de la mañana.

Regía, pues, la célebre norma de los tres “tempranos”: levantarse temprano, comer temprano, acostarse temprano. Creía que allí se esconde el secreto de una vida larga”.
Otro de los rasgos de Manuela Sáenz, era su elegancia.

Fue una mujer de excepcional belleza, de una aguda inteligencia y de un admirable trato social. Al poco tiempo de haberse mudado a la ciudad capital de la Colombia bolivariana, se convirtió en el centro de atracción de la sociedad bogotana. No pasaba desapercibida para nadie.

En las horas matinales usaba una bata, a la que no le faltaba atractivo alguno. Llevaba sus brazos al descubierto, para nada le preocupaba disimularlos; bordaba mostrando sus lindos dedos, los tenía como casi nadie, preciosísimos.

Era de poco hablar. Fumaba con garbo moruno; hacía las veces de difusora y receptora de noticias. El resto del día se vestía de oficial y así salía a la calle. En ella la noche experimentaba una metamorfosis kafkiana a la inversa: coloreaba su rostro; lucía sus cabellos artísticamente peinados; era animada, fresca, alegre;  se valía algunas veces de expresiones que aunque arriesgadas, eran pasables.

En Manuela destacaba su complacencia y generosidad, en eso no tenía límites. La capitana Manuela Sáenz era inconfundible en aquella ciudad de Bogotá que se quedó impactada con su personalidad.  Dominaba a plenitud la galantería. Adoraba a los animales, tenía predilección por los perros y los gatos.


La ingratitud de Santander para con Bolívar fue un fardo pesado que arrastró durante el resto de su vida Manuela Sáenz, nunca se pudo deslastrar de ese resquemor santanderista que le taladraba hondo las extrañas de sus pensamientos; de la misma manera adversaba al vencedor de las Queseras del Medio, José Antonio Páez, quien tampoco era santo de su devoción y así quedó plasmado en una famosa misiva suya al Libertador Simón Bolívar en la que determina con inteligencia estratégica su capacidad para precisar con tino todas las incógnitas que se presentan en el entramado de la política:


“En correo pasado nada dije a usted sobre Cartagena, por no hablar a usted de cosas desagradables; ahora lo hago felicitándole, porque la cosa no fue como lo deseaban. Esto más ha hecho Santander, no creyendo lo demás bastante; es para que lo fusilemos.   


Dios quiera mueran todos estos malvados que se llaman Paula, Padilla, Páez, pues de este último siempre espero algo. Sería el gran día de Colombia que estos viles muriesen; éstos u otros son los que están sacrificando con sus maldades para hacerlo víctima un día u otro. Este es el pensamiento más humano: que mueran diez para salvar millones…”


Nunca estuvo Manuela Sáenz, tan mordida por los celos y tan atiborrada de impaciencia, como cuando el general Bolívar hizo su entrada a Huaylas, y encontró a Manolita Madroño, una jovencita de dieciocho años, guapa con ganas. Era un fresco y lindo pimpollo, muy pretendido en el Departamento de Ancahs. Corría el año 1824, y mayo andaba que se iba.

El cabildo había ordenado la realización de fiestas y agasajos y decidió obsequiar al ilustre caraqueño con una corona de flores, la cual sería entregada por la bella y distinguida mozuela Manolita Madroño, no pasaron ni siquiera los tres días de la resurrección sin que el general y la doncella de Huaylas se envolvieran en la nube de los deseos y del placer.


El sexto sentido amoroso de Manuela le decía que aquello sería de corta duración porque lo voluptuoso casi siempre es fugaz. Más le preocupaba la infidelidad de su gran amor, lo cual quedó reflejado en una carta enviada al capitán Santana que acompañaba al Libertador en sus correrías por el Perú: “Huamachuco, 28 de mayo de 1824. Mi amigo: las desgracias están conmigo, todas las cosas tienen sus términos, el general ya no piensa en mí, apenas me ha escrito dos cartas en diecinueve días.

¿Qué será esto? Usted que siempre me ha dicho que es mi amiga, ¿me podrá decir la causa? Yo creo que no, porque usted peca de callado. ¿Y que yo se lo pregunte a usted! Pero, ¿a quien le preguntaré’ A nadie; a mi mismo corazón que será el mejor y único amigo que tenga. Estoy dispuesta a cometer un absurdo; después le diré cuál, y usted me dará la razón sino es injusto. No será usted temerario; se acordará usted en mi ausencia de la que es muy amiga de usted.  Manuela.”


Ella se refugió en su propia intimidad y estuvo a punto del suicidio, cosa que para Manuelita no era una cuestión extraña, sino un sentimiento natural.  Al final de su vida Manuela Sáenz, se encontró con lo que más aniquila a los seres humanos, las ingratitudes y el olvido. Murió sola, en la pobreza, y hasta las cartas que se cruzaba con el Libertador y en las que invirtió largos años de su existencia fueron quemadas, a las que se sumaron los harapientos vestidos que aún le quedaban de sus días de gloria. Se dijo que la difteria amenazaba con contagiar a la población de Paita.  


Vale aquí un fragmento de esa elegía escrita por un poeta maravilloso, llamado Pablo Neruda, quien supo resumir la vida de Manuela Sáenz en un texto de penetrante humanidad, “La Insepulta de Paita”:
“En Paita preguntamospor ella, la Difunta:tocar, tocar la tierrade la bella Enterrada.


No sabían.Las balaustradas viejas,los balcones celestes,una vieja ciudad de enredaderascon un perfume audazcomo una cestade mangos invencibles,de piñas,de chirimoyas profundas,las moscasdel mercadozumbansobre el abandonado desaliño,entre las cercenadascabezas de pescado,y las indias sentadasvendiendolos inciertos despojoscon majestad bravía,-soberanas de un reinode cobre subterráneo-,y el día era nublado,el día era cansado,el día era un perdidocaminante, en un largocamino confundidoy polvoriento.


Detuve al niño, al hombre,al anciano,y no sabían dóndefalleció Manuelita,ni cuál era su casa,ni dónde estaba ahorael polvo de sus huesos.Arriba iban los cerros amarillos,secos como camellos,en un viaje en que nada se movía,en un viaje de muertos,porque es el aguael movimiento,el manantial transcurre.el río crece y canta,y allí los montes duroscontinuaron el tiempo:era la edad, el viaje inmóvilde los cerros pelados,y yo les pregunté por Manuelita,pero ellos no sabían,no sabían el nombre de las flores.Al mar le preguntamos,al viejo océano.


El mar peruanoabrió en la espuma viejos ojos incasy habló la desdentada boca de la turquesa”.
Escribo porque no tengo alternativas… o a lo mejor porque no quiero buscarlas. Mi intuición me dice que vienen días de mucha dureza, más duros que todos los días duros vividos en estos últimos cinco duros años, pero no es menos cierto que después de este vía crucis nos levantaremos para continuar la vida como quiso el padre de la patria: con la mayor suma de felicidad posible. Eso creo.


*Escrito en Rosario de Paya, una mañana del día lunes 28 de mayo de 2018*. *IS* 📝

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