El Patriarca: Ismael Rivera


Ismael Rivera es la propia convocatoria. Casi que es el propio Caribe, que sus historias se confunden y enlazan y sus voces son idénticas. Y es que sin Maelo, el Caribe no está completo.

En el Caribe cualquier hora y esquina son válidas  para armar la tertulia, sonar los cueros y cantar.

Y él, que creía que solito iba a estar cuando muriera; que había sido incomprendido y que nadie lo había querido como era.

Y él, que creía que si miraba una estrella dejaba de brillar y que si tocaba una flor se iba a marchitar, y que tenía una suerte tan negra como él, que nada era…

Maelo se equivocó de cuajo con su premonición. Los que nos quedamos solos fuimos nosotros, sus melómanos confesos, que aprendimos de él la irreverencia, la altanería asociada a la raza, la altivez como sinónimo de dolor, y de sabor.

Somos nosotros los que hemos visto dejar de brillar a más de una estrella de opaca luz y hemos visto marchitarse flores, nunca tan rojas como a las que él cantó.

Suerte negra la de nosotros, los que no tenemos ahora a Maelo alzando su voz ronca y enarbolando su santero “Ecuajei”  en favor de la esperanza.

La creatividad parece que se fue con él o se declaró en huelga a su muerte. Porque lo cierto es que Maelo brilla cada vez mas en este universo desolado donde ha ganado terreno la mediocridad.

¿Se dará cuenta Ismael Rivera?

Los incomprendidos ahora somos nosotros.         

Ismael Rivera

En el Caribe cualquier hora y esquina son válidas  para armar la tertulia, sonar los cueros y cantar. En esas esquinas, que ahora toman nombre de bar o tasca para que el asunto se desarrolle libremente bajo techo, también se arman las polémicas. Que si fulano toca mejor que mengano, que si tal tema es más completo que otro, que  si  perencejo es tremendo cantante, y por ahí  la cosa se hace tan interminable como las aguas que nos bañan.

Donde no hay polémica ninguna entre salsómanos, y válgame Dios que digo la verdad, es en los predios de Ismael Rivera. “Señor Sonero, si señor”. “Lo mejor”, “El hombre de la calle Calma”, “Tremendo tipo”, “Ese sí le echaba de verdad”. Elogios que se funden en las emociones. Elogios que se fundamentan en el prodigio de este hijo de Borinquen, Tercer Sonero Mayor entre los mayores, Único entre ellos que pasó de la Bomba y la Plena al Son casado con la Salsa, bautizado, al igual que Miguelito Cuní por el mismo Benny como Sonero Mayor.

Ismael Rivera es la propia convocatoria. Casi que es el propio Caribe, que sus historias se confunden y enlazan y sus voces son idénticas.  Y es que sin  Maelo el Caribe no está completo.

La calle calma

Era Septiembre de 1988. En el aeropuerto de San Juan de Puerto Rico me esperaban Víctor Prada Vallés y uno de los hijos del viejo Rafael Viera, el hombre que fuera administrador de Fania por muchos años y que ahora, en estos tiempos, es consulta obligada en su tienda de discos de la  Parada 15 de San Juan. Víctor Prada, respetado locutor y salsómano venezolano, impenitente devoto de la música boricua, se encontraba casi autoexiliado en Puerto Rico, luego de una muy mala racha en  Caracas. Viera le ayudaba, y él, como siempre ha sido, ayudaba a otros, como me ayudó a mí  y al equipo que se trasladó a Borinquen para grabar entrevistas con grandes salseros, gracias al ojo clínico de Henrique Lazo, en los tiempos que estuvo al frente del programa “Festival”.

Ese septiembre “Gilbert”, el huracán, amenazaba al Caribe. Y aun así, antes de que se concretara la amenaza, Víctor Prada Vallés me llevó a la calle Calma y, obviamente, a la Plaza del Salsero. Evocábamos en el trayecto nuestras lágrimas compartidas cuando murió Maelo, porque fue Víctor Prada quien me llamó a mi casa para darme el doloroso parte. Y evocamos los programas de César Miguel Rondón y las tertulias con Ángel Méndez, ismaelómanos todos, ensortijados una vez más por la impotencia.

Allí, en la calle Calma todo se respira en compás de maquinolandera. La vieja Margarita no estaba en su casa de la calle Loaiza entrando por la Calma, en el número 2003. Pero estaba San Juan, 16 meses después de esa muerte, emitiendo lamentos en clave de ecuajei y reclamando el cambio de nombre para tener más cerca la felicidad que se le había ido en la irreverente sonrisa del incomprendido.

Luego el Tite Curet Alonso y Norma Salazar, su compañera además de extraordinaria boricua, acrecentaron los deseos y las informaciones, complementadas con las palabras al viento que nos dijeron Willie Rosario, Mario Ortíz, el viejo Rafael Viera, Raphy Leavit, Boby Valentín y Andy Montañéz.

Desde los ojos de nuestra juventud Maelo se nos aparecía siempre como un cantante de salsa con un carisma particular, con un brillo en la voz y en la mirada que hacían de él alguien especial. Pero no sabíamos por qué. Solo el tiempo, y la indagación que se vuelve estudio  llevaron no a la verdad  absoluta pero sí a la aproximación del hecho vital que transfigurado en la vida de Ismael Rivera permite comprender el porqué no hay polémicas cuando se trata de su nombre.

Ismael

Fueron cinco los hijos de Margarita, y Maelo quedó de mayor cuando Carlos murió. Pobreza limpia y sin arrugas, que Margarita tapaba con la plancha, Ismael nació el 5 de octubre de 1931 al son de Santurce, en el hospital de la localidad. No faltó la comida porque la madre se fajaba duro mientras el padre le metía a la caña y empinaba el codo sin mayores preocupaciones. Gracias a Dios, a Margarita la pobreza no le tapó el oído, ni la amargura le quitó los sueños, porque solo ese detalle permite comprender que aupara, desde la más temprana edad las ínfulas cantoras de su hijo Ismael, quien, a los 10 años ya andaba pegando gritos en tiempo de plena, imitando a la madre, quien tenía lo suyo, con vena de compositora incluida.

Ismael fue a la escuela a alternar los estudios con la organización de su primera gran orquesta, de perolitos, por supuesto, de latas y tapas y tenedores robados a la madre. Pero al parecer le sonaba bien el asunto porque hasta le pagaban unos chavos cada vez que se montaba con ella a amenizar  “bailes”. Claro. La cosa no solo era estudiar y cantar; había que ayudar en casa y Maelo, en la mejor tradición albañilera de la familia comenzó a trabajar en las construcciones, y en las construcciones se apegó a la amistad de Rafael Cortijo, casi niños los dos. Soñadores los dos. Negros los dos. Músicos los dos.

Fueron 12 años de sueños y de andanzas… y de broncas familiares por aquello de dejar el trabajo para irse a emparrandar por ahí que  “muchacho, de eso no vas a sacar nada” mientras la madre observaba atenta pero apoyando al hijo.

Cortijo, por supuesto, tenía más andanzas musicales y posiblemente más conciencia. Eso de empatarse con Daniel Santos tenía que significar algo. Y eso de definirse por la Bomba y la Plena, también. Y era bueno en los cueros Cortijo. Y ese Cortijo sabía que su amigo Ismael era excelente cantando. Así que cuando Boby Capó y Miguelito Valdéz le dijeron un día que se dejara de bobadas y pensara en ir formando su grupo, el Cortijo no dudó. Hizo su Combo teniendo a Ismael como cantante  y el auspicio de Boby Capó para grabar. Y lo que grabaron ese año de 1954 fue nada menos que “El Bombón de Elena”. Pero no era el debut profesional de Ismael, ni de Cortijo. Lito Peña los había encendido en las ganas de ser famosos, desde las filas de la orquesta “Panamericana”. Cortijo se armó con la alianza amistosa de otros músicos vehementes como él y salió el Combo a llenar el espacio que la música tradicional boricua había dejado en manos de orquestas edulcoradas y bien preparadas para gustar a los “visitantes”. Cortijo tomó su Bomba y su Plena, las preservó, les dio un toque personal sin llegar a disfrazarlas y las sirvió ante el pueblo en la voz monumental de su amigo del alma. Y triunfó. Rafael Ithier, Martín Quiñones, Kito Vélez, Mario Cora y Roberto Roena bien pueden decirlo. Como bien pueden decirlo los millones de boricuas que redescubrieron sus ritmos y a través de ellos la posibilidad de crecer y expresarse como pueblo alegre, juguetón,… caribeño.

Por su parte, Maelo era la manifestación exacta de esas ganas de volver a cantar del pueblo boricua. Con apenas 23 años se volvía palabra representativa de sabor, pero con toda la soltura del mundo, con todo Borinquen hirviéndole en las Bombas y las Plenas que fueron desplazando a los conjuntos de salón que nada decían a la tierra de Albizu Campos.

Y mire que uno dice que la salsa es irreverente.

Irreverentes los hombres de Cortijo, el ejército de diez de Cortijo, la artillería cantada de Maelo, que rompió moldes, esquemas, métricas, patrones, cánones y todo lo rígido que en música uno pueda imaginar.

Lo de Cortijo y su Combo no fue moda. Lo de Ismael Rivera no fue estudio de grabación. Nada en ellos fue pacotilla. Y otro detalle. Jamás descuidaron el baile, la razón de la vida, la soltura del alma, el respiro de la dominación…las ganas de ser. El Caribe.

El resto lo hicieron el repertorio y la altivez, y la crónica hecha pregón en la voz  rotunda del hijo de Margarita, quien con la euforia a cuestas participó en películas, mostró su rostro a toda Latinoamérica, para que toda Latinoamerica cayera, de una vez por todas seducida por su encanto, que no vayan a creer, el negrito tenía lo suyo.

Suya era también la globalidad y la representatividad del momento en que surgió a la vida musical. La década de los cincuenta no fue precisamente fácil en el Caribe y Puerto Rico no iba a ser la excepción. La situación de Estado Libre Asociado pesaba y pesa no solo en el plano económico y social sino cultural. La población puertorriqueña se ha debatido entre dos idiomas, y entre dos ópticas para ver el mundo. No es un hecho casual que sea Puerto Rico la nación caribeña que más canta a la tierra. El hecho de no saberse dueños de ella pesa mucho. Imposible pensar que a Maelo el detalle se le pasara por alto y por eso se infiere que mucha de su sabrosa arrogancia estuviera empalmada con este hecho. Como él muchos boricuas relevantes asumieron esa posición, y vale la pena evocar las posturas solemnes de Roberto Clemente por ejemplo, quien no permitía que lo entrevistaran en inglés ni que lo llamaran Robert, ni nada de eso, que el hecho de jugar en el Norte no significaba sino aporte borincano a las Grandes Ligas. Y mucha altivez, sabedor del maltrato y la humillación constante a que eran sometidos sus paisanos en territorio norteño. Pero sigamos.

“Qué mi pueblo no pierda la clave”

Aliado tácito del abierto nacionalismo que cantaban Pedro Ortíz Dávila, la primera voz que cantó el “Lamento Borincano” de Rafael Hernández y Daniel Santos, insigne intérprete de Don Pedro Flóres, Ismael Rivera no tuvo militancia política abierta, pero sí una extraordinaria sensibilidad hacia el hecho puertorriqueño, sin perder la alegría plenera que lo llevó a la palestra. Con esa alegría arrolladora llegó Ismael a Estados Unidos junto a Cortijo. Su voz, el sonido de aquella Banda de negros, la voz particular en los coros de Eddie Pérez y la muy novedosa coreografía del grupo se encargaron de sembrarlos en el gusto de los bailadores latinos residentes en Nueva York. También sembró al futuro Sonero Mayor y a Cortijo en el terreno del disipe y la fanfarronería. No se sabe si envalentonamiento o soledad, la inmensa soledad de los famosos, pero el atajo  de la vida se les sembró de alcohol, de licencias, de drogas. Y era 1962, ocho años luego de la entrada triunfal en el mundo grande del espectáculo musical, cuando  Venezuela despidió a Cortijo y su Combo después de haberse ganado el codiciado “Momo de Oro” en los carnavales, sin saber que era la prisión lo que estaba esperando a Ismael Rivera. Y a su compadre. La “Ley” los esperaba en el aeropuerto boricua con todo listo para decomisarles la droga que habían adquirido en su escala en Panamá. La cosa, sin embargo, no estuvo en el decomiso y detención sino en la espectacularidad de la misma. Un Maelo maltratado, tratado con saña, humillado en su condición de ser humano y boricua fue lo que mostraron los medios de comunicación. Ismael Rivera pasó entonces a ser “mal ejemplo” para la juventud, un negro malo, un drogómano, un vicioso y un alborotado. No contaban ni su arte ni su popularidad. Ni la de su compadre. No les perdonaron nada, porque la idea era precisamente cobrarles la irreverencia. La penitencia fue de cinco años, aunque solo se cumplieron tres años y medio. La humillación llegó a los términos del paseo: cinco cárceles sirvieron  de residencia a Maelo y aunque en alguna de ellas formó un combito, fue en “Las Tumbas” donde la depresión le llegó al máximo. Acostumbrado a la luz, el cantante fue llevado a esta tenebrosa cárcel sótano de permanente iluminación artificial. Como otra inmensa paradoja, “Las Tumbas” es uno de los más emblemáticos temas en la voz de Maelo, compuesto solidariamente para él por Boby Capó.

Cuando las palmeras le volvieron a iluminar el alma Ismael Rivera se encontró al  Combo de Cortijo virtualmente disuelto. Ithier, Martín Quiñones y Roena habían montado tienda aparte, entre otros. Quiñones y Roena regresaron con Cortijo cuando éste tomó las riendas nuevamente, pero solo fue para asistir al eclipsamiento de ese sabor, que había quedado maltrecho con la prisión. El panameño Camilo Azuquita había sustituido a Maelo, pero ni con uno ni con otro la cosa funcionó como antes. Ismael Rivera, entonces, se marchó a Nueva York. Junto a él, como siempre en las buenas y en las malas estuvo Sammy Ayala, su Güiro, su compadre, su amigo plenero y soberano que viajó con él porque “qué vá, uno no sabe y a lo mejor me le pasa algo y yo estoy lejos”. Era 1966. Maelo tenía 35 años.

El cambio

Si se tiene en cuenta que el sonido de la Bomba y la Plena es alegre, querendón, prestado  para el jolgorio y el baile, se puede llegar a la conclusión elemental de que no era precisamente el sonido con el que se identificaba el estado de ánimo de Maelo una vez salido de “Las Tumbas”. Se debe añadir a esto el detalle de su viaje a Nueva York donde se encuentra con un movimiento salsoso en plena efervescencia. Si se unen los dos elementos se puede comprender cómo entró Ismael Rivera, sin mayores problemas al campo  Salsoso desde el ingrediente del Son Montuno, género que para él no era desconocido, pero que se prestaba más para descargar el ánimo. Mas cadencia, temas más argumentales y profundos, mayor ayuda desde el ángulo de los arreglos…

Todo lo acometió Rivera desde la óptica de su mayor nivel de conciencia, desde su independencia de intérprete y desde la ayuda de valiosos amigos entre quienes se encontraba Tite Curet Alonso, personaje clave en la vida profesional de Maelo y de otros grandes.

Y contaba Tite que fue en Nueva York donde Maelo comenzó a formar sus “Cachimbos” , la agrupación con la que retornaría al gusto de los melómanos y con la que se alzó orgulloso para cantar uno de los mejores repertorios que cantante alguno en el ámbito salsoso haya tenido.

Maelo se fajó con el son montuno con soltura y creatividad. El hecho de contar con Alfredo “Chocolate” Armenteros, trompeta generosa que ya había acompañado al Benny Moré, con los arreglos y piano de Javier Vásquez, con el trombón experimentado  y palmierista de Barry Rogers y el inmenso Tres de Mario Hernández, entre otros, le dieron confianza. Sus coros, no tan tremendos como él, pero solventes igualmente, le apoyaron con el suficiente ardor como para hacerse notar; total, no todo el mundo tiene en sus coros a Adalberto Santiago, a Héctor Lavoe y a Rubén Blades. Yayo el indio siempre está. Es el propio corista.

De la etapa de “Los Cachimbos”, más larga de lo que muchos piensan, quedaron temas memorables, algunos convertidos en himnos inconfundibles y como himnos, perennes  en el recuerdo y el gusto de todos en el Caribe. ”El Nazareno”, “De todas maneras rosas” y “Las caras lindas”, dan fe.

De la sutil trampita montada por Fania para tenerlo en sus filas también quedan recuerdos sonoros, y muy buenos por cierto. ”Cúcala”, con Celia, es buen ejemplo.

A pelo se fue retirando del mundo de las grabaciones, aunque siguió presentándose esporádicamente. El comienzo de la década de los ochenta mostró su voz grabada por última vez. La muerte de Rafael Cortijo le cortó, al parecer, las cuerdas vocales del alma. Maelo se fue apagando y replegando, para terminar sus días entre los brazos de su madre Margarita a las 5 de la tarde del miércoles 13 de mayo de 1987, cuando, quién lo iba a pensar, estaba viendo televisión, esa televisión que le  dibujó la fama con Cortijo y le llenó de epítetos la gloria. Murió, pudiéramos decir que en calma, en la calle Calma, su calle, su vida.

Su grito de guerra en la segunda parte de su vida profesional fue el eterno “Ecuajei”. No sabíamos que significaba, pero igual todos lo entonábamos. Sería en Cuba, durante un programa especial que le estabamos dedicando, cuando un oyente nos llamaría para decirnos que “Ecuajei” es el vocablo  Yoruba con que se saluda a OYA, la reina entre los Orishas, de las puertas del cementerio y de los vientos. Y señalaba nuestro oyente que eso hacía pensar en que  Maelo fuera hijo de Oyá, “santa” que, por cierto, no se corona.

A pesar de haber ganado mucho dinero durante su carrera musical, Maelo murió en la raya de la modestia con la pobreza. Y muchas especulaciones se tejen en torno a quienes ayudaron para efectuar su sepelio. Paradójicamente, nunca un sepelio fue tan rico. El pueblo y sus amigos trataron de cumplirle las peticiones formuladas en  “Entierro a la moda”. Y aunque algunos músicos faltaron, hubo representatividad. Hasta la oficialidad “asociada” de Borinquen se hizo presente al no poder pasar por alto las magnitudes del luctuoso acontecimiento.

Ismael Rivera, bautizado por Benny Moré como Sonero Mayor en una de sus giras a Puerto Rico, nació el 5 de octubre de 1931 en San Juan. Y en San Juan murió el 13 de Mayo de 1987. Duerme en paz al lado de su compadre Rafael Cortijo, en el cementerio de Villa Palmera, en los predios del Ecuajei. Dios los cría, y ellos siguen juntos cantando el Bombón de Elena sobre otro entarimado. Muy alto.

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