PIEDRA, PAPEL O TIJERA | Crónicas del Esequibo II


Diplomacia inicua o las intimidades del poder

¿Cómo se fraguó -en un lapso de 50 años- entre Londres, Washington y París la conspiración para despojar a Venezuela del territorio Esequibo?

La historia, tan infame como fascinante, la cuenta Enrique Bernardo Núñez en un trío de ensayos maravillosos, “Tres momentos en la controversia de límites de Guayana”.

Pocas veces un texto histórico llega a ser tan conmovedor. No está allí esa historia pétrea, sosa, saturada de extensos documentos e inútiles citas. “Tres momentos” es un relato vivo, sobre las intimidades del poder.

Abarca un período de cuatro décadas de innumerables reuniones y diálogos con el Reino de Inglaterra, de las sucesivas promesas inglesas y de las siempre frustradas expectativas venezolanas. Una historia de engaños diplomáticos, de mapas falsos, de líneas imposibles, de presiones, chantajes y discursos demagógicos.

A todo lo largo del siglo XIX, y mientras negociaba con Venezuela, el calculado plan inglés incluía la ocupación y colonización de facto al oeste del río Esequibo; en la seguridad de que Venezuela no poseía ni la capacidad militar ni la fortaleza institucional para hacer frente al asalto sobre su territorio.

Todo se hizo en el contexto de la hegemonía colonial. Recuerda Núñez que las largas negociaciones con la Gran Bretaña, no excluyeron nunca la “opción militar”, la amenaza del uso de la fuerza. Las frecuentes provocaciones mediante furtivas incursiones sobre territorio venezolano en Barima, en Yuruán, en el Cuyuní, complementaban la estrategia diplomática del Reino que tuvo siempre un solo objetivo: arrebatarle a una nación pequeña y desvalida una parte esencial de su territorio.

Núñez se sitúa como si viera frente a sí discurrir el complejo período que se inicia en 1841, con las frustradas gestiones de Alejo Fortique ante el Gobierno de Robert Peel para llegar un arreglo diplomático sobre fronteras. Y culmina casi sesenta años después con el Laudo Arbitral de París, impuesto por la vía de los hechos a Cipriano Castro, incómodo recién llegado a la Casa Amarilla, bajo el influjo “benevolente” del Presidente Cleveland y de la Doctrina Monroe.

HOMBRES Y NOMBRES DEL ESEQUIBO

En estas breves y apasionantes páginas desfilan ante nuestros ojos todos los actores situados en el proscenio político de la época. Desde la Reina Victoria hasta Antonio Guzmán Blanco, desde Alejo Fortique hasta Groover Cleveland, desde José María Rojas hasta Severo Mallet Prevost.

Insignes nombres de nuestra historia discurren vinculados a esa década de arduas e infructuosas negociaciones que, como dice Núñez, nunca tuvieron de parte del Reino Unido la menor intención de culminar de manera justa y respetuosa.

Rafael María Baralt, ratón de biblioteca en el Archivo de Indias, quien buscó los documentos que establecían los incontrovertibles derechos de Venezuela; Juan Manuel Cajigal, sabio cuyos conocimientos fueron desaprovechados por nuestro país; el inefable Robert Schomburgk, artífice de la legitimación “científica” del despojo a través de cinco líneas trazadas para justificar la fraudulenta reclamación de Inglaterra.

Incluso Daniel Florencio O Leary, edecán del Libertador, aparece como Cónsul de Gran Bretaña en Caracas, bregando a favor de la Reina; Nuñez relata también las acciones y omisiones de todos los cancilleres venezolanos de la época, sólo para demostrar turbulencias y falencias de nuestra política exterior.

Llama la atención lo poco que Nuñez destaca a Pedro Gual, quien junto a un grupo de ricos “amos del valle”, Nicomedes Zuloaga, Manuel Felipe Tovar, Juan José Mendoza, Francisco La Madrid y Federico Núñez Aguiar pidieron en 1861 la intervención militar de Inglaterra para que pusiera “orden en el país”, a cambio de cederle el territorio Esequibo.

Cabe acotar, sin embargo, que los Presidentes venezolanos, salvo Antonio Guzmán Blanco y Carlos Soublette, apenas si son mencionados. Pareciera que Núñez nos quisiera decir que -a fin de cuentas- todo se decidiría fuera de Venezuela. En Sevilla, en Madrid, en La Haya, donde se libraba una batalla de documentos y mapas. Y después en los centros de poder: Londres, Washington y París.

LAS LÍNEAS DE LA COLONIZACIÓN

Derrotado Napoleón en 1814, Gran Bretaña pone sus ojos sobre la vasta extensión del escudo guayanés. Alcanzada la independencia de la pequeña República venezolana, a la que Inglaterra había apoyado, el imperio inglés da continuidad a la historia de más de tres siglos de invasiones colonizadoras a las tierras de Guayana.

Ya en 1822 Bolívar intuye el plan de Albión; y manda un claro mensaje a los ingleses: Los Colonos de Demeara y Berbice están ocupando y poblando tierras al oeste de Río Esequibo. Es pertinente que se pongan bajo las leyes de la República o se retiren a sus posesiones. Apenas se podía prever lo que vendría.

El Esequibo es un “un pedazo de tierra que no vale nada, ese asunto lo arreglaremos”, le dijo Lord Aberdeen al embajador Fortique en 1841. Durante 59 años el Gobierno de Su Majestad expresó siempre a Venezuela su disposición de llegar a un acuerdo pacífico y amistoso sobre los límites entre la Guayana Británica y Venezuela.

Mientras compartía té y mapas cartográficos con nuestros embajadores, Inglaterra enviaba más de cuarenta mil colonos a poblar no sólo su colonia guayanesa sino también a incursionar más allá del río Esequibo. Y contrató al naturalista prusiano Robert Schomburkg para que demarcara el territorio de la Guayana Británica, aduciendo que los holandeses habían navegado por el río Orinoco y por lo tanto “todo aquello le pertenecía”.

Nacieron así las cinco líneas de Schomburgk; demarcación arbitraria, legal e históricamente indocumentada, cada una de las cuales avanzó sobre nuestro territorio. Durante los debates del Laudo Arbitral, en París, en 1899, los ingleses llegaron a plantear una línea que alcanzaba el Delta del Orinoco y que situaba bajo dominio inglés las poblaciones de El Callao, Guasipati y Tumeremo. Finalmente, el Tribunal Arbitral de París cedió a Venezuela menos del 10% del territorio en litigio; y en “compensación» permitió a Venezuela el control de las bocas del Orinoco. Exactamente lo mismo que Lord Aberdeen había ofrecido en 1841.

Los ensayos de Enrique Bernardo Núñez narran el drama histórico de las negociaciones entre los representantes de una nación pobre y destruida por una sangrienta guerra, y los estólidos lores de los poderes imperiales, respaldados en secreto por el naciente imperio estadounidense. Ni siquiera es la historia de David contra Goliat sino contra dos Goliats.

Esa es también la historia de nuestras propias incoherencias, y los tropiezos de una política exterior que no terminó de constituirse nunca en una estrategia de nación. Núñez no puede evitar concluir su crónica con una nota pesimista: “No es aventurado decir que la historia pasada y futura de Venezuela no ha sido ni será otra que la de su colonización”.

Tal vez por eso, por su profunda comprensión de la historia, Chávez decía que en este siglo XXI estamos peleando nuestra segunda y definitiva independencia.

En la próxima entrega: Crónicas del Esequibo (III) Severo Mallet Prevost: De París al Acuerdo de Ginebra.

William Castillo Bollé

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