Juan Domingo Perón: “tachado” de populista. Perfil Clodovaldo Hernández


En América Latina, un gobierno que se ocupe de la mayoría es “tachado” de populista. Sí, tachado, porque populista es una palabra que –paradójicamente– tiene connotaciones negativas, aun cuando la raíz etimológica misma de democracia es gobierno del pueblo.

¿Y quién fue uno de los primeros en recibir ese mote despectivo, disparado por las clases pudientes y buena parte de las élites intelectuales? Pues, sin duda que Juan Domingo Perón.

Líder histórico de Argentina, Perón describió la trayectoria que luego han seguido otros políticos de la Patria Grande. Algunos de ellos lograron también llegar al Gobierno. Otros no alcanzaron esa meta. Todos tienen la característica común de haber sido amados por los pobres y odiado por las oligarquías, por cierta parte de las clases medias y por la llamada intelligentsia.

Las palabras del gran escritor argentino Ernesto Sábato son muy ilustrativas: “Aquella noche de septiembre de 1955, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi cómo las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escindía al pueblo argentino, en ese momento se me apareció en su forma más conmovedora. Pues, ¿qué más nítida caracterización del drama de nuestra Patria que aquella doble escena ejemplar? Muchos millones de desposeídos y de trabajadores derramaban lágrimas en aquellos instantes, para ellos duros y sombríos. Grandes multitudes de compatriotas humildes estaban simbolizados en aquellas dos muchachas indígenas que lloraban en una cocina de Salta”.

La razón de las alegrías y las tristezas de ese día, el 16 de septiembre del 55, era un golpe de Estado mediante el cual Perón fue derrocado. Se le puso término a su segundo período. Había ganado las elecciones de 1946 para gobernar hasta 1952. En 1949 se logró la reforma de la Constitución para hacer posible su reelección, la cual cristalizó sin problemas, pues ese primer gobierno fue de grandes logros para la masa trabajadora. Sin embargo, la conspiración incesante de los poderosos y las dificultades económicas que afectaron sus grandes planes favorecieron la caída. Se vio obligado a vivir en el exilio, en Paraguay, Panamá y España. Intentó volver en 1964, sin éxito, y finalmente logró hacerlo en 1973.

El vínculo de Perón con las bases populares surgió de su primer cargo público, la Secretaría del Trabajo y Previsión. Con programas de avanzada a favor de la clase obrera, sembró las primeras semillas de un liderazgo que, casi medio siglo después de su muerte, sigue como si nada.

Era una mutación este Perón: un militar injertado con sindicalista que en 1945 terminó tras las rejas por pasarse de lo segundo, siendo lo primero. El 17 de octubre de ese año protagonizó su primer acto de masas. Una multitud se presentó en el lugar donde lo tenían detenido y exigió su liberación. Sus superiores militares le pidieron que se dirigiera a la muchedumbre para apaciguarla. Lo hizo. Había nacido una de las grandes leyendas de la política continental.

Con cincuenta años de edad y dispuesto a desarrollar todo su potencial político, pidió la baja y pasó a la vida civil. Cuatro meses le bastaron para ganar las elecciones presidenciales. De ese tenor era su carisma.

Al aluvión de votos contribuyeron sectores de los partidos tradicionales que apostaron por un viraje, pero el aporte fundamental fue el de la clase obrera. En el lado opuesto había una coalición muy previsible, formada por la oligarquía, las toldas políticas más conservadoras, con el apoyo (adivinen de quién…) del embajador de Estados Unidos Spruille Braden. El frente, que se autodenominó Unión Democrática, tenía un invitado que puede parecer insólito a estas alturas: el Partido Comunista Argentino.

Braden era el típico diplomático estadounidense en Latinoamérica: defensor de los intereses de sus propias empresas (una minera de cobre con intereses en Chile, acciones en la malhadada United Fruit Company, firmas de seguridad) y de las corporaciones gringas en general. Antes había instigado la guerra de El Chaco, entre Bolivia y Paraguay para favorecer a las petroleras de EEUU… En fin, un verdadero bicho. La victoria de Perón fue, entonces, una derrota para este personaje y todo lo que él encarnaba.

Su gestión de gobierno lo forjó como paradigma del gobernante con sentido social o, para los enemigos, tótem del populismo. Lanzó políticas a favor de los más pobres, convocó a Constituyente para, entre otros avances, establecer el voto de la mujer. Su éxito como presidente fue tal que cuando se presentó a la reelección obtuvo 62% de los votos, diez puntos porcentuales más que la primera vez.

En ese segundo mandato las expectativas se perdían de vista, tanto en lo interno como en la política exterior. Fue precursor de la integración latinoamericana y presentó ideas visionarias, que ya miraban hacia el siglo XXI. En plena Guerra Fría, era un tipo demasiado peligroso, a pesar de que siempre marcó distancia con el comunismo. En 1955, los grupos más reaccionarios auparon el golpe militar que sumió a Argentina en 18 años de represión, persecución y asesinatos selectivos por motivos políticos. Como ha sido lo habitual, para curar al país del populismo, los poderosos se afanaron en mostrar su odio contra el pueblo.

Volvió al poder en 1973, pero entonces solo le quedaba un año de vida y, al morir en ejercicio de la Presidencia, se repitió aquella escena de 1955: bulliciosas fiestas de los oligarcas y ríos de lágrimas entre los descamisados.

Y por si fuera poco: Evita

Juan Domingo Perón tenía unos atributos de liderazgo suficientes. Pero, no conforme con eso, tuvo al lado a Evita.

Eva María Duarte fue otro fenómeno de masas con connotaciones mágicas, casi religiosas, hasta tal punto que uno de sus apelativos fue el de “Jefa espiritual de la nación”.

Si formidable era la influencia de Perón en el pueblo, qué no cabía esperar de la dupla que formó con su esposa entre 1945 y 1952, cuando el cáncer se la llevó en la flor de sus 33 años.

Evita potenció a Perón no solo porque era impactante y bella. También porque fue una dirigente por sí misma, pionera de la participación de la mujer en la política y promotora del voto femenino.

Cuando volvió, ya con 78 años, Perón también lo hizo con una mujer al lado: su tercera esposa, María Estela Martínez, llamada “Isabel” o “Isabelita”. Gracias a una espectacular jugada política con Héctor Cámpora a la cabeza, burló la proscripción que le impedía ser candidato y llegó a la Casa Rosada con “Isabelita” como vicepresidenta. Tras el fallecimiento de Perón, le tocó a ella asumir las riendas y también sufrir el golpe de Estado que dio paso a la época más oscura de la historia argentina reciente, la dictadura eufemísticamente llamada Proceso de Reorganización Nacional. De nuevo, las fuerzas más nefastas de la sociedad, a nombre de la lucha contra el populismo, aplastaron al pueblo.

 

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