Salvador Allende el Presidente de la Dignidad


T/ Franklin González I/ Edgar Vargas

46 años del golpe de Estado en Chile América Latina reivindica ejemplar lucha de Salvador Allende

E l pasado 11 de septiembre se cumplió un año más, el 46, del cruento golpe del Estado perpetrado contra el presidente Salvador Allende, quien, ante “la felonía, la cobardía y la traición”, nunca se amilanó, nunca bajo la guardia, nunca se arrodilló; por el contrario, siempre se empinó por encima de ese aciago momento, de esas adversas circunstancias, y con dignidad pasó a la historia per saecula saeculorum.

Cuando dejó de existir físicamente contaba con 64 años de vida. Allende, presidente de Chile del 4 de septiembre de 1970 al 11 de septiembre de 1973, gobernó por espacio de mil días, bajo el asedio incesante e incansable de la derecha recalcitrante de Chile y el Gobierno de Estados Unidos presidido por Richard Nixon. Su secretario de Estado Henry Kissinger fue lapidario al afirmar: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo. Los temas son demasiado importantes como para que los votantes chilenos decidan por sí mismos”.

Comencemos diciendo que la dignidad, del vocablo latín dignitas, significa la cualidad de ser valioso, tener honor y ser merecedor de respeto y consideración.

Entender la dignidad en el ámbito del modo de producción capitalista es casi imposible por la egolatría y el servilismo que se propaga.

Y si se particulariza al continente americano, donde aun hoy, en pleno siglo XXI, existen unos “dirigentes que se hacen llamar presidentes, pero que se consideran “perritos falderos” del todo poderoso del Norte, ello resulta harto complicado.

Pero Salvador Allende fue de los dignos de verdad. Veamos.

SEMBLANZAS DE UN HOMBRE DIGNO El poeta Pablo Neruda, desde Isla Negra, su residencia en Chile, el 14 de septiembre de 1973, comentó: “La versión de los agresores es que hallaron su cuerpo inerte, con muestras de visible suicidio. La versión que ha sido publicada en el extranjero es diferente. A reglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques, muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el presidente de la República de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su corazón, envuelto en humo y llamas”. Dicho esto, Neruda fallece el 23 de ese mismo mes. El Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, en septiembre de 2003, escribió: “Resistió durante seis horas con una metralleta que le había regalado Fidel Castro y que fue la primera arma de fuego que Salvador Allende disparó jamás”. Y agregó: “Su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un congreso miserable que lo había declarado legítimo pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la voluntad de los partidos de la oposición que habían vendido su alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro”. El comandante Fidel Castro, el 26 de junio de 2008, dirá, en un artículo, que: “el 11 de septiembre de 1973 muere heroicamente defendiendo el Palacio de La Moneda. Combatió como un león hasta el último aliento”. El comandante supremo de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez Frías, en 2012, comentó: “El 11 de septiembre para un revolucionario, para un bolivariano, es imposible que esta fecha pase sin rememorarla, sin reflexionarla. Era septiembre de 1973. En lo personal me impactaron mucho aquellos aviones bombardeando el Palacio de La Moneda. Aquel Presidente digno, con un casco. Tan desarmada estaba la Revolución Socialista en Chile que Allende solo terminó, él que era médico e intelectual, terminó poniéndose un casco de acero, de soldado y agarrando una metralleta, él fue su propio soldado”. Y agregó: “Lo que está pasando en América Latina reivindica el sacrificio supremo de Salvador Allende”. El uruguayo Eduardo Galeano, en Memoria del fuego, escribió: “Le gusta la buena vida. Varias veces ha dicho que no tiene pasta de apóstol ni condiciones para mártir. Pero también ha dicho que vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la pena vivir”. Y agrega: “Los generales alzados le exigen la renuncia. Le ofrecen un avión para que se vaya de Chile. Le advierten que el Palacio presidencial será bombardeado por tierra y aire. Junto a un puñado de hombres, Salvador Allende escucha las noticias. Los militares se han apoderado de todo el país. Allende se pone un casco y prepara su fusil. Resuena el estruendo de las primeras bombas. El presidente habla por radio, por última vez: -Yo no voy a renunciar”. Y el mismísimo Salvador Allende dejará para la posteridad sus palabras de despedidas que son imborrables y quedarán como enseñanza de lo que representan, la lucha y la convicción revolucionaria, para un ser, profundamente humano y comprometido con los más desvalidos. Y ciertamente, el 11 de septiembre de 1973, a las 9:10 hora local, ante un bombardeo bestial del Palacio de La Moneda, seguro que la muerte estaba tocando cada vez más fuerte, decide dirigirse a su pueblo y al mundo y en una arenga de profundo contenido, mencionaría, entre otras, las siguientes palabras: “Estas son mis últimas palabras, y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición. “Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. “Mi recuerdo habrá de ser el de un hombre digno, que fue leal con la patria”. Con toda razón Jorge Luis Borges afirmará: “Hay derrotas que tienen más dignidad que la victoria”. ¡Viva Salvador Allende, por siempre y para siempre! 2 Suplemento dominical del Parte de Lucha Nº 436 • Domingo 22 de septiembre de 2019 Salvador Allende el Presidente de la Dignidad T/ Omar Galíndez C. F/ Archivo CO E n el comienzo de la década de los años 70 del siglo pasado, el triunfo de la fórmula política de Salvador Allende y la Unidad Popular, con la consigna de la “vía chilena al socialismo”, dado en el contexto de la Guerra Fría y a poco más de una década de haberse producido la Revolución Cubana, significaba para el imperialismo estadounidense sacar fuera de las previsiones tácticas y estratégicas los dispositivos de la defensa hemisférica contenidos en la OEA y en los programas militares interamericanos. De alguna manera su establishment y sus aliados en el hemisferio combatían los movimientos revolucionarios en el plano guerrillero -a raíz del proceso cubano-, pero una opción socialista en el ámbito electoral que planteara la pluralidad, la libertad y la democracia, en términos de una legitimación institucional, implicaría otras estrategias. Un proceso que brotaba de la propia institucionalidad liberal burguesa era inconcebible para los intereses hemisféricos de EEUU. Ello llenó de desconcierto y cólera a los círculos políticos de Washington y de las grandes corporaciones transnacionales con intereses en Chile. Pero Estados Unidos y el sistema de poder imperial venía movilizando en Chile para atraerse a las fuerzas de derecha y evitar los avances progresistas pese a confirmados triunfos electorales. Era esa la doctrina imperial implantada en esa década y en la siguiente; ya los golpes militares se impusieron en Guatemala en 1954, en Brasil 1964, en República Dominicana 1965. Era tradicional en Chile el contar con un proceso político modelo: democrático liberal burgués. Estados Unidos apelaba a fórmulas no convencionales y poco éticas para evitar el triunfo de opciones populares. SOBORNO, SECUESTRO Y OTRAS ARMAS POLÍTICAS IMPERIALISTAS Para torpedear el triunfo de Salvador Allende en 1970, Washington apeló a métodos expeditivos que denotaban el uso de estrategias intimidatorias y virulentas que eran cada vez más violentas y desestabilizadoras contra un gobierno aun no instalado. El secuestro, el soborno, atentados a funcionarios, el desabastecimiento, el cerco financiero y el boicot comercial, entre otros, fueron armas políticas puestas en práctica por el imperialismo para abatir tempranamente el proyecto socialista chileno. The New York Times denunció cómo en el proceso electoral de 1964 se aportaron 3 millones de dólares a la candidatura demócrata cristiana; 5 millones de dólares entregó el padre jesuita Roger Vekemans para apuntalar el triunfo de Eduardo Frei. Derrocado Allende el diputado estadounidense Michael Harrington denunció, el 18 de julio de 1974, ante la Cámara de Representantes y al presidente de la Comisión de Política Exterior del Senado, William Fulbright, la entrega de grandes sumas de dinero a Jorge Alessandri para enfrentar a Salvador Allende. Una sórdida política de soborno que EEUU practicaba con mucha frecuencia para la consecución de sus objetivos políticos. El diario neoyorkino y la profusa información desclasificada de documentos de la CIA, el Pentágono, el Departamento de Estado y el FBI, de 1999 y 2000, confirman la autoría y responsabilidad del Gobierno de EEUU, en el plan urdido por esos organismos con participación de la International Telephone & Telegraph (ITT), en el derrocamiento del Gobierno de Salvador Allende. Así, The New York Times reveló la autorización del presidente Nixon al director de la CIA, Richard Helms, en 1970, para evitar que el presidente Allende asumiera la Primera Magistratura, primero, sobornando a legisladores para evitar su confirmación y, segundo, “dos tentativas de golpe militar y ambas preveían el secuestro del general René Schneider, comandante en jefe del Ejército, leal a Allende, asesinado en octubre de 1970, al resistirse a sus agresores”; la CIA canceló 35.000 dólares para el asesinato del general. Y el otro plan del general Camilo Valenzuela, jefe militar de la provincia de Santiago y el general Roberto Viaux. El diario reseñaba una reunión -a poco más de una semana de la instalación del Gobierno de Allende-, del presidente Nixon con altos funcionarios de Gobierno, donde reclamó a Helms por su incapacidad para impedir la asunción de Allende. Ya en el Gobierno, Salvador Allende fue muy cauteloso en su relación con Estados Unidos, en su primer mensaje, resaltó su propósito de “mantener relaciones amistosas y de cooperación con Estados Unidos”. Y puntos del Programa de Gobierno de la Unidad Popular que resultaban espinosos con relación a EEUU fueron diferidos. Por ejemplo: no se denunciaron los pactos militares de ayuda mutua con EEUU, se mantuvieron los programas de entrenamiento militar en los centros de formación de EEUU; continuaron las operaciones y maniobras marinas conjuntas -Operación Unitas-; no se derogaron las adquisiciones de equipos militares previstas en los acuerdos. Allende en ejercicio de soberanía, y como una trascendente medida, nacionalizó el cobre, en julio de 1971, que estaba en posesión de consorcios privados de Estados Unidos, en ello contó con el apoyo unánime de los otros factores políticos del Parlamento, y decidió retener para la nación, de las indemnizaciones al capital privado estadounidense, las ganancias excedentarias con más del 12% obtenidas desde 1955. También, en acuerdos mutuos, se expropiaron otras compañías, como el First National City Bank, la Bethlehem Steel Corporation y la Cerro Corporation. Negociaciones con apego al orden jurídico interno y el derecho internacional. Allende en 1972, ante la ONU, denunció el boicot económico contra Chile, pues, el imperio estadounidense aplicó un bloqueo económico que cercenaba el comercio exterior; cortó el acceso al crédito internacional y cualesquiera transacciones financieras. Además, en lo interno dispuso la CIA y el FBI de más de 50 agentes especiales para el saboteo y la desestabilización política, culminando con el golpe militar fraguado por el imperialismo americano y las Fuerzas Armadas chilenas que convirtió el Estadio Nacional en una gran prisión para torturar, desaparecer y asesinar a más de 30.000 partidarios de la Unidad Popular. El Informe Rettig en 1991 declaró 1.185 desaparecidos y 3.196 muertos por violencia, como resultado de las investigaciones de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. En suma, el Gobierno estadounidense y sus poderes fácticos imperiales activaron un plan desde 1963-1975 para impedir el triunfo de Allende; desestabilizar el Gobierno, y después del golpe, apoyar totalmente a la dictadura. Así impone EEUU gobiernos fascistas a los pueblos latinoamericanos, hechos a su imagen y semejanza. Pero la lucha de los pueblos es inagotable, y bien lo dijo el mártir presidente Allende: “… de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.” Venezuela y su pueblo recogieron la rosa ensangrentada del pueblo chileno que hoy florece en esperanza de un pueblo que siembra su socialismo: ¡Venceremos! Nº 436 • Domingo 22 de septiembre de 2019 Parte de Lucha Suplemento dominical del 3 EEUU y el golpe de Estado en Chile “Tienen la fuerza. Podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos” Salvador Allende, 11 de septiembre de 1973 4 Suplemento dominical del Suplemento dominical del Parte de Lucha Nº 436 • Domingo 22 de septiembre de 2019 T/ Romer Carrascal I/ Edgar Vargas E n 1958 Salvador Allende había sido el candidato del Frente de Acción Popular (FRAP) integrado por el Partido Socialista Popular, el Partido Socialista, Partido Comunista, Partido Radical Doctrinario, Partido Democrático del Pueblo y Partido Democrático de Chile y obtuvo la segunda mayoría detrás del candidato de la derecha, Jorge Alessandri. Nuevamente, en 1964, la izquierda se agrupa en el FRAP con Allende como candidato; esta vez, la derecha conservadora se alió con la Democracia Cristiana y Eduardo Frei Montalva fue electo Presidente, con su proyecto de “Revolución en libertad” y con la venia de Estados Unidos y su Alianza para el Progreso. Pese a estos reveses y a las diferencias ideológicas entre las principales organizaciones de la izquierda chilena, en octubre de 1969 nace la Unidad Popular (agrupaba al Partido Socialista, Partido Comunista, Partido Radical y Movimiento de Acción Popular Unitaria). La UP enfrenta las elecciones de 1970 con un programa político que busca llevar adelante el camino al socialismo por vías institucionales. El programa de la Unidad Popular (UP) fue un esfuerzo unitario por parte de las organizaciones y movimientos populares de izquierda por canalizar de forma institucional, democrática y pacífica un movimiento de masas y de movilización que ya tenía más de 20 años ganándose las voluntades del pueblo chileno. Movimientos que durante toda la primera mitad del siglo XX fueron reprimidos por los gobiernos de derecha, pero que pudieron promover y generar la organización sindical por los derechos laborales y sociales. El programa comienza con una caracterización de la economía chilena, en la que denuncia su carácter monopólico, dependiente, oligárquico y capitalista, y propone reestructurar la economía a través de la planificación científica y participativa por parte del control obrero y popular; además contempla la transformación del régimen de propiedad, proponiendo las formas de propiedad social y mixta, respetando la propiedad privada, definiendo como prioridad la nacionalización y la administración de los recursos naturales de la nación, por parte del Estado. Se propone la nacionalización de los medios de producción y de las industrias básicas al igual que la inmensa cantidad de recursos naturales mineros (cobre, salitre y hierro, principalmente), medida que se logrará durante el Gobierno popular por medio de la Ley 17450 de 1971, que reforma la Constitución. Además, propone nacionalizar las grandes empresas y monopolios de distribución, el sistema financiero, el comercio exterior, y todas las actividades que condicionan el desarrollo económico y social del país, tales como la producción y distribución de energía eléctrica, el transporte ferroviario, aéreo y marítimo; las comunicaciones; la producción, refinación y distribución del petróleo y sus derivados; la siderurgia, la petroquímica y química pesada, la celulosa, el papel; todas estas, por medio de expropiaciones con respeto a los pequeños accionistas. Por su carácter marxista, detecta como factor primordial para la transformación social el cambio de la economía y la forma en que esta es vista y aplicada. Su análisis se centra en una fuerte crítica al modelo de división internacional del trabajo que deja a países como Chile en una situación de dependencia, y que condena a la pobreza y miseria a las grandes mayorías del pueblo. El programa de la UP se compromete a realizar la efectiva Reforma Agraria que erradica el latifundismo, y promueve la participación efectiva de los campesinos, entendiendo la problemática de un campo desasistido que necesita del crédito, de una política de inclusión social en lo educativo y habitacional, entre otros aspectos. La propuesta de la UP, en el ámbito político y social, plantea no solo la inclusión de los históricamente excluidos, sino que impulsa una revolución de las estructuras sociales para refundar la nación chilena con base en el Poder Popular, expresada en las asambleas populares con carácter vinculante, con respecto a la toma de decisiones en la política nacional. También se plantea la revolución del saber y la cultura, proponiendo una educación y una cultura identitaria y latinoamericanista, decidida a rescatar el valor del trabajo, las costumbres, valores populares y la soberanía de los pueblos americanos y, en específico, el chileno. En el ámbito de la política internacional se promovió un plan de integración latinoamericana, asumiendo una postura de ayuda y solidaridad con los pueblos de América, respetando las diferencias ideológicas pero apoyando cualquier proyecto de rescate de la soberanía y en contra del capitalismo y el imperialismo. Su idea de integración latinoamericana incluía el aspecto económico, político y social. El Programa de la UP era marcadamente antiimperialista y anticapitalista, de una originalidad única en su especie, que en el contexto de la Guerra Fría, del conflicto Este-Oeste y del pacto imperial entre Estados Unidos y la Unión Soviética se planteó, y en cierta medida logró, generar una alternativa política y social frente a la crisis del capitalismo a través de la propuesta de una “vía chilena al socialismo”, que tenía como principal baluarte llegar al poder de manera pacífica y a través de los medios convencionales de la jurisprudencia y las normas del Estado burgués. Es decir, a través de elecciones en el sistema tradicional de gobiernos representativos, para modificar su morfología y llevar a cabo una profunda revolución popular e incluyente, que trastocara las bases de una estructura socioeconómica, política y cultural excluyente y represiva de la sociedad chilena. Este proyecto político de la UP comienza a materializarse a través de las medidas tomadas durante los tres años de gobierno de Allende. Es un proyecto que, pese al trágico desenlace de la Revolución chilena, es una importante referencia para generar propuestas y alternativas para las sociedades nuestras americanas. En el programa básico de gobierno y en lo que fue la propuesta del socialismo chileno, encontramos elementos y luchas político-sociales que trascendieron la esfera chilena, y las limitaciones temporales del siglo XX. El proyecto de la vía chilena al socialismo se erigió como una real alternativa en una sociedad injusta y excluyente, alzando el estandarte de la revolución social, del Poder Popular, la organización comunal, democracia real, efectiva e incluyente, Control Obrero y Campesino de los medios de producción, justa distribución de la tierra entre quienes son sus legítimos dueños, soberanía nacional e independencia económica, preceptos que hoy en día tienen vigencia

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