Las puertitas del señor López


Leonardo Rossiello Ramírez

Las lectoras y lectores que han leído nuestra anterior colaboración en esta columna («El Algoritmo Guaidó»)pensarán quizá que esta, «Las puertitas del señor López» [1], concierne al exdiputado de Venezuela del mismo apellido. Nos referimos a aquel que fue encontrado culpable de instigación a la violencia en protestas que en 2014 dejaron un saldo de 43 muertos y centenares de heridos. A él se le abrieron las puertas de su casa para abrirle las de la cárcel, para que entrara y luego también a los efectos de que saliera para dirigirse a otra puerta: la de su casa. Esa puerta se le abrió para que terminara de cumplir su condena de modo hogareño y a todas luces confortable.

Es el mismo individuo a cuya esposa, Lilian Tintori, en un control callejero el 30 de abril de 2017, le abrieron la puerta del maletero de su auto. Había cuatro cajas que contenían algo asombroso: 200 millones de bolívares (61 000 dólares americanos, al cambio de entonces). Según explicó, era dinero destinado a financiar ningún grupo, sino a gastos médicos de su abuelita centenaria.

López es el hijo del empresario, editor y a veces editorialista del mayor periódico de oposición venezolano El Nacional, que se edita en la propia madriguera del tirano, en Caracas. Desde ahí protesta contra la falta de libertad de prensa del régimen del electo (pero usurpador, según la misma fuente) Nicolás Maduro.

Es el mismo señor López al que (en lo que quizá resulte una ingeniosa operación orquestada por el propio Sebin), se le abrieron las puertitas de su lar: para que saliera, para incitar a un golpe de Estado que, como era de prever, no se produjo. Esta fue la enésima «ofensiva final», a la que han llamado «Operación libertad». Es probable que haya sido una salida más del «Algoritmo Guaidó» que están implementando los Titiriteros.

El señor López es el mismo personaje que, apenas fracasada la intentona, se dirigió a golpear las puertas de la embajada de Chile en Venezuela: se le abrieron, entró y poco después se le abrieron de nuevo. Y salió.

El señor López se dirigió entonces a las de antemano abiertas puertitas de la casa del embajador del reino de España en la República Bolivariana de Venezuela. Ahí se metió, eufemísticamente hablando, en calidad de huésped. Es el mismo sujeto que luego abrió las puertas de esa residencia y, a tres metros de ella, pero en la calle, hizo declaraciones, entre las cuales se destaca la muy comprensible «No le temo a la cárcel».

Después, el señor López entró en la residencia y las puertas se cerraron detrás de él. Ahí quizá tenga tiempo para plasmar muchos años de sabiduría cósmica, basados en otros tantos de reflexión y de observación, en un libro que podría llamarse Cómo y por qué las cosas salen mal.

Si los lectores piensan que es a ese señor López a los que la columna se refiere, no tenemos reparos en aceptar que así podría leerse. Pero en otro plano, rogamos a esos mismos lectores que acepten que acaso se trate de las puertitas de la evasión de la realidad. Como en la historieta Las puertitas del señor López, siempre terminan por abrirse para que salgamos de la fantasía y reingresemos a la realidad.

La de Venezuela es que tanto el señor López como el autoproclamado presidente encargado Guaidó no han logrado hasta el momento abrir las puertitas violentistas que con tanto ahínco intentan forzar. Estas básicamente son dos: o intervención militar de Estados Unidos y eventualmente algunos de sus aliados, lo que transformaría la región en un infierno análogo al de la guerra de Vietnam, o golpe de Estado, lo cual parece remoto dada la estirpe de la Fuerza Armada bolivariana forjada por Hugo Chávez.

La realidad recuerda a la que propone esta imagen, obtenida en un tren de Cercanías en España:

Quienes miran ese cartel son seres más o menos inteligentes, por lo que ni siquiera se les solicitan abducciones. Una sería que detrás del cartel hay unos cristales, detrás de los cuales existe un martillo (pese a lo que sugiere la imagen, que recuerda a un peine roto visto de arriba y a un inflador de bicicletas visto de costado). En caso de una emergencia en la cual no sea posible usar una puerta para salir del vagón, hay que romper los vidrios para salir por la ventana. Para ello conviene usar un martillo que sea rompecristales, pero para acceder a la sofisticada herramienta, primero hay que romper el cristal. Una petición de principio poco ingeniosa pero bastante cómica.

Guaidó y López han utilizado literalmente la cabeza para intentar romper el vidrio institucional venezolano, detrás del cual se encuentra la institución-martillo rompecristales Fuerza Armada. Ni siquiera han astillado esos vidrios, pero los chichones están a la vista. Hacen luego declaraciones que, ya serios, tienen en cuenta la llamada «Regla de la salida»:

Siempre deje un espacio para agregar una explicación si algo no funciona.

En cambio, cuando terminan de achacar el fracaso a la falta de apoyo, o al apoyo insuficiente (siempre mejor que falta de apoyo), sonríen, siguiendo en esto la «Ley de Jones»:

Quien puede sonreír cuando las cosas van mal, ha pensado en algo o en alguien a quien echarle la culpa.

Esperemos que el señor López esté tomando notas para su libro, y que agregue la muy famosa «Constante de ”La nueva mar en coche”»:

Cuando algo tiene que salir mal, las expectativas positivas y negativas arrojan un resultado negativo.

Los dolores de muela comienzan siempre los sábados por la noche; la realidad de Venezuela sigue siendo un impasse. Lo mejor sería que gobierno y oposición bajen un cambio y los decibeles. El primer paso sería sentarse a dialogar. El segundo, llegar a acuerdos aceptables por todas las partes; el tercero, implementarlos. Cuesta creer que las dos partes sean incapaces de sentarse a dialogar, porque entonces regiría el «Teorema del barón de Münchhaussen»: Incapacidad más incapacidad = incapacidad.

Lo que proponemos es un buen plan. Ojalá lo ejecuten enseguida. Siempre es mejor que uno perfecto… en un futuro incierto.

Fotografías por Leonardo Rossiello Ramírez.
[1] Así se titula la historieta de Carlos Trillo y Horacio Altuna. Un oficinista de baja estatura, con sobrepeso, miope y casado con una señora insoportable, escapa de su realidad anodina abriendo las puertas de cuartos de baño. Ahí vive situaciones absurdas y cómicas, transformado en un héroe, en un don Juan o en cualquier otra figura diferente a la de la grisura que representa.

Leonardo Rossiello Ramírez

Nací en Montevideo, Uruguay en 1953. Soy escritor y he sido académico en Suecia, país en el que resido desde 1978.

La nueva mar en coche

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