¿CURIARA O REMO? – J. M. RODRÍGUEZ


Los economistas doctorados y los seguidores que asumen la economía como ciencia, construyen discursos entreverados para convencer al resto de la gente, que consideran legos, sobre el papel fundamental de ellos en la sociedad. Ni de vaina entienden que el asunto esencial de las sociedades es la democracia y no la economía.

El aura científica la hace ver como el navío en el que se desplaza la sociedad. Cosa muy favorable para los economistas comprometidos, como tripulantes de tal embarcación, con la burguesía empresarial, o con el Estado,. Los primeros asumen que la gente tiene que ganarse el derecho de navegar en ella o quedaran varados en la tierra de la resignación. Los otros serán sus salvadores. Tan pretencioso relato logra transformar el remo en curiara.

La derecha ha insistido en eso de múltiples maneras, pero, vean como lo dicen tres “soviéticos” en su Diccionario de Economía Política publicado en la Unión Soviética en 1965: Las leyes económicas, como las de la naturaleza, poseen carácter objetivo, es decir expresan nexos y relaciones independientes de la voluntad y de la conciencia de los hombres. El hombre no puede crear, cambiar o abolir las leyes económicas, pero puede descubrirlas, conocerlas y utilizarlas en provecho de la sociedad. Utilizar las leyes económicas significa concordar la acción humana con las exigencias de dichas leyes… 

Dejemos que sea Marx quien les conteste: carente de una coordinación «consciente» de la división del trabajo (a priori y voluntaria), la sociedad es cooptada por grupos minoritarios con un poder decisivo sobre los medios de producción, que por lo común se usa como poder de explotación. En conjunto, estos grupos constituyen la clase dominante de una sociedad, producto directo del sistema de valores, pues éste origina las relaciones sociales de producción…

En definitiva, la concentración de la riqueza y el poder, sea en las manos del capitalismo o de la vieja ortodoxia socialista, va en dirección contraria a la democracia. Ambos creen en aquello que Walter Lippmann decía de forma descarnada: El público debe ser puesto en su lugar para que los hombres responsables puedan tomar decisiones sin interferencias de la chusma confundida… Y ganó dos veces el Pulitzer, premio a la excelencia.

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