Golpe o invasión: amenaza permanente


osé Vicente Rangel.- La invasión de Venezuela por una fuerza extranjera, que no puede ser otra que la de los Estados Unidos, es la opción que maneja con mayor intensidad la Casa Blanca. La decisión la tomará un presidente como Donald Trump, aparentemente un ejecutivo, pero en la actualidad acosado por graves problemas internos y en el ámbito internacional.

El desarrollo y ejecución de la estrategia para acabar con la Revolución Bolivariana no comenzó ahora. Comenzó, inclusive, antes de que accediera al cargo de Presidente de la Republica el comandante Hugo Chávez, luego de derrotar al puntofijismo y a sus reglas de juego electorales. La reacción de Washington estuvo siempre enmarcada en la animadversión al chavismo, percibido éste como una peligrosa amenaza contra los intereses imperiales en la región latinoamericana.

El reconocimiento, hace 20 años de la victoria del líder bolivariano, fue difícil, aun cuando se manejó con cierta discreción. En los recovecos del calderismo más de uno pretendió burlar la voluntad popular, incluyendo figuras del entorno militar de entonces. Pero la aventura no prosperó debido al rotundo triunfo de Chávez en los comicios y a la actitud leal a la Constitución de los mandos medios de la institución. Se puede afirmar, con entera responsabilidad, que la conspiración contra el proceso político encabezado por el dirigente del 4/F se inició antes de arribar éste al poder. Todo se gestó con el apoyo de los Estados Unidos; de sus mandatarios, sin excepción. La lista registra los nombres de Bill Clinton; George W. Bush; Barack Obama, y el actual período de Donald Trump. Todos ellos han participado, de una u otra manera, en la conjura contra Venezuela. Unos con mayor intensidad, otros con menos. Pero con una misma línea: impedir la normalización de la relación, manteniéndola siempre afectada por duras y provocadoras tensiones.

Lo que hoy ocurre con Donald Trump es el resultado de una estrategia global del poder norteamericano ante la existencia de un proceso político profundamente nacionalista y antimperialista como el bolivariano que, a diferencia de otros en la región, ha sido irreductible en su aplicación. Lo cual determina que este proceso haya estado permanentemente en la mira de la Casa Blanca. Solo bastaría recordar el inefable decreto del presidente Obama calificando a Venezuela –a su gobierno chavista– de “inusual amenaza” a la seguridad de los EE.UU. La versión Trump a esta estrategia agrega el factor energético, que también estuvo presente en las acciones imperiales contra Irak, Libia y otras naciones.

Acabar con el Proceso Bolivariano ha sido una obsesión de los diferentes gobernantes que han pasado por la Casa Blanca durante los últimos 20 años. En todos ellos ha estado presente, de una u otra manera, desalojar del poder al chavismo, bien a través del golpe de Estado, captando militares, como ocurrió el 11 de abril de 2.002, o trabajando en la preparación de una invasión al territorio venezolano. Pero en la ejecución de cualquiera de estas dos opciones ha fracasado la subversión norteamericana contra Venezuela. Los reiterados fracasos del golpismo/USA, solo con militares o en combinación con acciones violentas de calle como las guarimbas, condujo a los promotores a la frustración y fortaleció la opción invasión que es lo que han estado preparando Trump –y su siniestro equipo– desde que accedió al gobierno, particularmente en los actuales momentos cuando conectó con una oposición sumisa, en proceso de quiebra total. ¿Cómo materializar esta opción sobre la cual existen dudas y rechazos, en parte de la población norteamericana y sectores de la clase política? ¿Cómo colocarla en el mercado de la aventura política cuando la sola posibilidad de que se realice desata fuertes reacciones en el mundo? ¿Acaso la designación de un presidente de plastilina, incapaz, sin apoyo orgánico, cuestionado en las propias filas opositoras, no constituye un error, así como la truculenta maniobra de la ayuda humanitaria presidida por el traficante Marco Rubio? La invasión, sin duda, es la carta que les queda en las manos a los guerreristas de la Casa Blanca, pero es la que representa un mayor costo para ellos. Repito lo que he dicho muchas veces, cada vez que abordo el tema: ¡Venezuela es un hueso muy duro de roer!

-Grotesco: realmente fuera de serie el espectáculo que brindó el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, el pasado lunes 18 en la ciudad de Miami. Con su peluquín batido por el viento y la entonación gangosa de la voz, expuso a la audiencia su opinión acerca de la situación venezolana. Un aspecto fue el insólito llamado a los militares venezolanos para que traicionen al presidente constitucional de Venezuela Nicolás Mauro. Jamás se había visto un extravío retórico tan descomunal, por parte de un jefe de Estado, con semejante característica. Abyecta, por una parte, porque la misma constituye una apología de la traición. Un gesto de agresividad que si se indaga un poco acerca de su contenido real revela la desesperación del jefe del imperio ante la lealtad demostrada por los mandos militares venezolanos. Esa lealtad lo saca de quicio y pretende quebrarla con sus patéticos aullidos…

– El otro enfoque del discurso de Trump –que pasará a la historia como símbolo del desprecio por la ley y la paz–, revelador sin duda
de la inestabilidad emocional del orador, fue el planteamiento de acabar con el socialismo que, por cierto, no es original. Porque aparte de Adolfo Hitler en sus momentos estelares, de éxtasis nacional-socialista, ya planteó lo mismo nada menos que Jair Bolsonaro, el ultraderechista presidente de Brasil, cuando anunció que acabaría con todo vestigio de socialismo en su país, comenzando con la expulsión de la administración pública de cuanto funcionario sea seguidor de esa doctrina política…

– El mensaje mayamero de Trump no tiene desperdicio. Es revelador del peligro que representa este personaje para el mundo. No solo para Venezuela y los venezolanos, objeto por ahora de la diatriba y la intemperancia de quien se cree el supremo, cuando lo que en verdad logra con su actitud es degradar la condición de Jefe de Estado, de barrer el suelo con la dignidad del cargo que los electores pusieron en sus manos…

– Para tomar conciencia de lo que representa lo que queda de la oposición venezolana, ahora tutelada por Donald Trump y su banda, hay que darle un vistazo a un esperpéntico documento emanado del equipo de ideólogos involucrado en la aventura de Guaidó –aprobado por la Asamblea Nacional en desacato–, titulado Estatuto de la Transición. Entre los planteamientos gruesos que contiene este adefesio está la atribución para que el mandatario de turno, provisional o no, solicite la intervención extranjera y la disolución de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana…

– Se trata de un plan de gobierno que desmonta al Estado democrático y abre las puertas a un régimen autoritario. Algo similar a lo que sucedió en Chile, luego del derrocamiento y asesinato del presidente Salvador Allende. Es decir, el acceso al poder de Augusto Pinochet y la ejecución de crímenes horrendos, fusilamiento de líderes opositores, miles de torturados, desaparecidos, exiliados y 18 años de dictadura. Que nadie se engañe con lo que pasaría en este país si llegara a imponerse la opción Trump/Guaidó. ¡Zape!

José Vicente Rangel

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