El periodista colombiano Hernando Calvo Ospina, exiliado en Francia desde los años 80, tras haber sido desaparecido, torturado y preso, analiza con RT la conformación de las fuerzas paramilitares en el seno del Estado colombiano.
El escritor y periodista colombiano Hernando Calvo Ospina es directo: “El Estado en Colombia es la fuerza más asesina del país”.
Esta afirmación no la hace a la ligera. Ha investigado exhaustivamente el tema y parte de su trabajo ha quedado plasmado en el libro ‘El terrorismo de Estado en Colombia‘, publicado por la editorial venezolana El perro y la rana y presentado recientemente en la Feria Internacional del Libro en Venezuela.
Calvo Ospina posee una historia personal tan desconcertante como la información que desmenuza con precisión sobre la oligarquía colombiana y su relación con la violencia que ha asolado al país suramericano desde hace unos doscientos años.
Este escritor, que nació hace 57 años en Cali, Colombia, mientras fue estudiante de Periodismo en la Universidad Central de Ecuador, en Quito, fue detenido arbitrariamente y desaparecido por fuerza militares colombianas y ecuatorianas. Corría el año 1985.
Durante varios días fue torturado por ser un sospechoso habitual, es decir, ser un colombiano de izquierda con supuestos nexos con la guerrilla del M-19, que había retenido a un empresario ecuatoriano.
Como su presunta relación con el grupo irregular no fue demostrada, fue apresado solo durante tres meses. De Ecuador fue enviado a Perú, tras la presión internacional por su caso. Sin embargo, debido a que el entonces presidente Allan García lo declaró ‘persona non grata’, voló a París, cuyo gobierno lo acogió. Era 1986.
Estado y paramilitarismo
En las casi cuatrocientas páginas de su texto, Ospina traza de manera precisa la relación que existe en Colombia entre el Gobierno, las clases privilegiadas, las empresas transnacionales y el paramilitarismo.
Al conversar con RT en Caracas sobre su libro, es tajante: “El Estado colombiano es responsable de más de 95 % de las violaciones a mujeres, a niños, de crímenes atroces, porque el paramilitarismo es el alma del Estado en Colombia“.
Esta afirmación se encuentra sustentada en su investigación, donde sitúa la conformación del paramilitarismo en los años cincuenta, cuando es legalizado como “autodefensa” ante los grupos subversivos. Ya en 1965 un decreto de la Doctrina de Seguridad Nacional permitía la constitución de estos grupos conformados por civiles que trabajaban en la defensa para el Gobierno. Tres años después ya gozaban de un estatus legal
“Los paramilitares en Colombia nacieron antes de que los inventara EE.UU.”, afirma el escritor, que agrega que el nivel de contrainsurgencia que existe en su país “es una escuela”.
¿Dónde está el problema?
Calvo Ospina sitúa el origen de la problemática de su país, al que no ha podido volver, en la “intransigencia política“. “No hay la posibilidad de una fuerza política alternativa, que se vaya a desarrollar, porque le ‘cortan la cabeza'”, expone.
De ese tema habla en su obra al hacer un recorrido histórico por la acción de figuras como el militar y político colombiano Francisco de Paula Santander (1792-1840), al que denomina como “el primer gran ejemplo de la traición e intransigencia política de la élite colombiana“, que según su opinión, “vio en el asesinato de Simón Bolívar la sola posibilidad de desmembrar a la Gran Colombia”.
En un recorrido de doscientos años, el también autor de ‘Colombia, laboratorio de embrujos’ recuerda la participación de la oligarquía criolla enfrentada a la peninsular por el poder, durante la Independencia, y la explotación y “ansias de lucro” de la clase dominante dueña de cultivos de café, cacao, caucho, bananos y de minas de metales preciosos.
La tierra
El problema en Colombia y el resto de América Latina sigue siendo el mismo: la tenencia de la tierra.
Las condiciones para los trabajadores de la tierra y productores de rubros como el café, la papa, el plátano y el arroz son muy precarias y los precios que les dan por sus cosechas son muy bajos, continúa Calvo Ospina. Por esta razón, algunos se dedican a cultivos como el de la coca.
“No hay carreteras para sacar el producto, no tienes lo necesario para tener una buena producción. Es mucho más fácil con la coca, te dan todo: la semilla, los pesticidas”, lamenta.
Así, desde su punto de vista, “el sistema está hecho para que el campesino siga produciendo coca porque la pagan bien”, pese al impacto social negativo que causa.
El escritor se refiere también a los rubros que fueron iconos en la producción agrícola colombiana y que desde hace unos años son importados. “Nos debería dar vergüenza que el café que toman los colombianos sea de otro lado”, expresa. La producción del mejor grano va al exterior y más de 80 % del que se consume internamente proviene de Ecuador y Perú, recoge La Tierra Esclava.
El vecino incómodo
Por otro lado, Calvo Ospina cataloga la situación económica como “grave”: “la mayoría de la población tiene para escoger entre nada y nada”.
El Departamento Administrativo Nacional de Estadística, Dane, refiere un crecimiento económico de 2,7 % en el tercer trimestre de este año, pero en 2017, el 26,9 % de los colombianos se encontraba en pobreza monetaria y un 7,4 % en extrema, según el mismo organismo.
Según el periodista, tanto la problemática económica como la política o militar hacen que “el principal problema que tiene Venezuela es un país que se llama Colombia”.
“Desde la frontera en Cúcuta, hasta Bogotá, se vive de la gasolina venezolana, de alimentos, de medicinas subsidiadas por el Estado venezolano. Es una realidad. Si la frontera se cerrara veríamos a Cúcuta, Bucaramanga, pasando hambre”, afirma.
El Gobierno venezolano ha denunciado reiteradamente el contrabando de extracción que se hace del combustible y productos de uso prioritario, además de la moneda local que es vendida por un precio más elevado que su valor nominal en el país vecino. Según expertos, en 2015 unos 45.000 galones de gasolina ingresaban diariamente de manera ilegal a Colombia.
A principios de noviembre de este año, Caracas informó sobre la muerte de tres militares venezolanos en una “emboscada paramilitar” en el estado fronterizo de Amazonas. En esa oportunidad, el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, manifestó que Bogotá se había negado en varias ocasiones a establecer comunicaciones para tratar temas comunes, entre ellos el de la seguridad.
Democracia genocida
Calvo Ospina dice sin ambages: “La democracia más genocida que he conocido es la de Colombia”, y apoya su afirmación en cifras: la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), recoge en su libro, determinó que entre 2002 y 2005, durante el gobierno de Álvaro Uribe, hubo 2.750 homicidios y desapariciones por parte de grupos paramilitares.
Según la Alta Comisionada de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para los Derechos Humanos, en un documento del año 2000, el Estado colombiano debe hacerse “responsable por omisión, tolerancia o apoyo de los crímenes cometidos por esos grupos cobijados en las Autodefensas Unidas de Colombia”, plasmó en su texto.
Además, según el Centro de Investigación y Educación Popular Cinep, las Fuerzas Armadas asesinaron extrajudicialmente a 3.330 personas en el 2003; 818 en el 2004; y 1.037 en el 2005.
Incluso la Comisión Intercongrecional de Justicia y Paz, cuyo cálculo incluye en su obra, compara los fallecidos y desaparecidos durante la democracia en Colombia con los del cono sur en las dictaduras.
- En la presidencia de Virgilio Barco (1986-90) la cifra es de 13.635 víctimas.
- En el periodo de César Gaviria (1990-94), corresponde a 14.856.
- Durante agosto 2002 y junio 2004, en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, fue de 10.586.
Al ser consultado sobre la perspectiva de cambio en su país, tras el 44 % del total de la votación que obtuvo el excandidato presidencial Gustavo Petro en los pasados comicios de junio, en los que resultó ganador Iván Duque, dice que no es optimista. “No conozco oligarquía tan sangrienta y tan tonta como la colombiana”, concluye.
Nathali Gómez