Suficiente, Uribe debe ocupar el sitio que merece


Nadie con la dignidad presidencial puede hacer ostentación de pudor para luego reversar, ni
manosear la opinión pública, ni fundarse en testimonios de personajes como El Tuso y Monoloche

Uribe nunca dio a conocer su carta de renuncia, afirmó haberla enviado y solo tras varios días el presidente del Senado dijo tenerla en su poder. Foto: Leonel Corrdero/Las2Orillas

Algunas cosas quedan claras del berenjenal armado en torno a la renuncia y posterior retractación del señor Álvaro Uribe Vélez a su curul como senador de la República. En primer lugar la falta de seriedad del expresidente. Nadie que tenga esa dignidad puede salir públicamente a anunciar al país algo, haciendo ostentación de su sentido del pudor, para a los pocos días afirmar todo lo contrario, sin turbarse en lo más mínimo por su actitud.

Por otro lado, también se pone en evidencia el manoseo desvergonzado de la opinión pública por parte del personaje. No dio a conocer nunca su carta de renuncia, afirmó haberla enviado y solo tras varios días el presidente del senado dijo tenerla en su poder, aunque dicha comunicación jamás se radicó en la secretaría de dicha corporación. Probablemente la carta no existió en realidad, no fue más que una creación fantasiosa para generar revuelo político.

Del mismo modo pretende engañarse a la nación colombiana mediante la transformación de un proceso de carácter penal, adelantado ante la máxima institución judicial del país, la Corte Suprema de Justicia, en una especie de pelea callejera en la que el senador Uribe, sus abogados y áulicos, escandalizan públicamente con toda clase de sindicaciones contra personas e instituciones, con el deliberado propósito de generar su descrédito, despreciando las formas jurídicas válidas.

El llamamiento al senador Uribe a rendir indagatoria por manipulación de testigos y fraude procesal, hace parte de un procedimiento judicial iniciado en la sala penal del más alto tribunal del país, no es un grito acusatorio en una columna de prensa, ni mucho menos un debate político suscitado en el legislativo. Tampoco el alegato de dos verduleras en una plaza de mercado. Es innegable que el uribismo, con mala maña, lo quiere hacer aparecer como todo eso.

 

 

El llamamiento a indagatoria por manipulación de testigos y fraude procesal
es un procedimiento judicial iniciado en la sala penal del más alto tribunal del país,
no un grito acusatorio en una columna de prensa, ni un debate en el legislativo

 

Para restarle gravedad al asunto y hacerlo una cuestión pueril, un tema de moda que la gente olvidará en unos cuantos días. Porque los uribistas confían en que en este país de telenovelas y realities, en el que importa mucho más cuál diseñador vestirá al presidente el día de su posesión, que la masacre contra nueve personas en El Tarra a una cuadra de la patrulla del Ejército, la memoria de los colombianos vuelva a hundirse en la futilidad en el menor plazo.

Ya lo vieron acontecer con el fraude cometido en el Congreso para que resultara aprobada la reelección del Mesías. Judicialmente, mediante sentencias que hicieron tránsito a cosa juzgada, las cortes probaron el cohecho de los más altos funcionarios públicos del gobierno Uribe, para favorecer su continuación en el poder. Incluso estos pagaron penas de prisión. Pero a nadie importó que el presidente fuera un tramposo y menos que volviera a repetir mandato.

De nuevo lo consiguieron con el asunto de las chuzadas. Desde el buen muchacho que le dio posada una noche en su apartamento en un gesto de amabilidad que no pudo olvidar, y a quien nombró como cabeza del DAS, todos los directores de ese tenebroso organismo, incluido el subdirector Narváez, reconocido instructor paramilitar, nombrado allí por recomendación presidencial, se dedicaron a perseguir de modo implacable a los contradictores del Mesías.

Y claro, como los que sirvieron con abyección a la aprobación del articulito, también resultaron judicializados y condenados. Poco importó que su cargo fuera resorte directo del presidente Uribe, cuyas orientaciones y órdenes se encargaron de cumplir a cabalidad. A nadie más sino a su jefe directo sirvieron sus interceptaciones telefónicas, sus campañas de desprestigio, sus montajes, amenazas e incluso sus crímenes. Pero de nuevo el país miró hacia otro lado.

Podían más las argucias de Uribe ante los medios que las sentencias de los jueces. Así que se trata de recrear espectáculos semejantes. Ya nadie quiere recordar que el proceso iniciado contra el expresidente tuvo su origen en un auto inhibitorio de la sala penal de la Corte Suprema de Justicia, que declaró infundadas las denuncias de Uribe contra el senador Cepeda, investigación de la que salió en claro que el falso denunciante y los falsos testigos eran en realidad obra de Uribe.

Por la resolución de la Corte, el país conoció algunas de las interceptaciones telefónicas ordenadas para la indagación, entre las cuales destaca la de Uribe madreando a los magistrados, a quienes ahora él recusa con asombroso cinismo, por haber ordenado el seguimiento a las llamadas de ciertos amigos suyos, involucrados de manera grave en la artimaña ilegal. Se conoce que el acervo probatorio de esa naturaleza es cuantioso y muy serio, aunque los uribistas intenten banalizarlo.

Fundándose orondos en testimonios de despiadados criminales paramilitares que favorecen al expresidente. No les da ni vergüenza. El Tuso Sierra y Monoleche, entre otros bandidos, escriben cartas o se hacen videos respaldándolo. Suficiente, hermanos, ubiquemos a Uribe por fin en el sitio que se merece.

 

 Uribe nunca dio a conocer su carta de renuncia, afirmó haberla enviado y solo tras varios días el presidente del Senado dijo tenerla en su poder. Foto: Leonel Corrdero/Las2Orillas

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