Presidenciales en Colombia: una generación que recupera su vocación de poder


María Fernanda Barreto

Con una histórica participación del 53% del electorado, se realizaron ayer las elecciones presidenciales en Colombia dejando como candidatos para la segunda vuelta a Iván Duque y Gustavo Petro, quienes se enfrentarán de nuevo el 17 de junio de este año. Veinte días de alta tensión para el país y para la región entera, dado el papel fundamental que ha cobrado el actual gobierno colombiano en la recomposición geopolítica de la derecha y la formalización del ingreso de Colombia a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) esta semana.

Por todo esto es muy importante entender el momento político de Colombia desde un análisis situacional complejo, es decir, contemplando suficientes variables y visibilizando las contradicciones. Partiendo de que, a pesar de lo errático de las corrientes progresistas en la historia reciente del continente, la sociedad colombiana se encuentra actualmente tan derechizada que la irrupción en el poder ejecutivo de un candidato como Petro, cobra dimensiones muy importantes pero difíciles de comprender desde países como Venezuela, donde las contradicciones fundamentales están en otro nivel. Con ese objetivo se proponen los siguientes puntos:

1. La izquierda llegó sin candidaturas propias a las elecciones presidenciales de Colombia

Denunciando falta de garantías y exclusión, la izquierda colombiana llegó a las presidenciales sin ninguna opción propia. En marzo, el partido FARC retiró su candidatura y al mes siguiente lo hizo la ex senadora Piedad Córdoba. El Polo Democrático Alternativo (PDA) que, desde su creación, representaba una opción de izquierda, optó esta vez por dar su apoyo a Fajardo, figura más bien identificada con el centro.

Petro, quien públicamente dice no ser un hombre de izquierda, es heredero inmediato de los votos de estas candidaturas retiradas. Pero de ningún modo esto implicaría que Petro integre a su campaña elementos fundamentales de aquéllas, como bien lo demuestra, por ejemplo, su actitud contra el Gobierno venezolano, que ha sido enfática y reiterada, en virtud de que “el fantasma del castrochavismo” ha azotado constantemente su campaña desde la mediática mundial.

A pesar de esto, para este sector de la política colombiana, la imagen de Petro aglutina la lucha contra la parapolítica y el narcoestado, el enfrentamiento a la corrupción, la defensa ecológica en un país sometido al despojo transnacional de su ecosistema, y el respeto a los acuerdos de paz firmados entre el gobierno de Santos y las FARC, más la posibilidad de dar continuidad al diálogo con el ELN.

2. El primer éxito de la candidatura de Gustavo Petro en la jornada de este domingo fue aumentar la participación electoral

El sistema electoral colombiano es un sistema diseñado para excluir a la mayoría de la población. En lo práctico, es uno totalmente artesanal, susceptible al error humano, arcaico y, por tanto, fácil de manipular (ver cuadro comparativo entre cómo se vota en Venezuela y cómo se vota en Colombia).

Su debilidad quedó demostrada en las múltiples denuncias que se hicieron el día de ayer desde Colombia y desde los centros de votación en el exterior, incluyendo los de Venezuela, donde, por cierto, se pudo comprobar la gran cantidad de colombianos y colombianas que aún permanecen en el país. Tan deficiente sistema electoral ha propiciado históricamente una abstención funcional a los intereses de la minoría en el poder.

El temor a la participación popular que ha mantenido la élite política colombiana quedó plenamente justificado el día de las elecciones, al demostrarse que, cuando aumenta la participación popular en los procesos electorales en Colombia, aumentan los votos para las alternativas políticas que amenazan el continuismo.

El aumento en la participación electoral estuvo directamente relacionado con un intento organizado de simpatizantes de Petro para impedir el fraude. Sin mayores recursos logísticos, haciendo acopio de un gran voluntarismo, se tejió un sistema de testigos y testigas electorales en el país y fuera de él, que lograron, al menos, disminuir los constantes ilícitos. Esta maquinaria debe hacerse aún más fuerte para la segunda vuelta, pero además debe, desde ya, comenzar a presionar por la modernización y blindaje de este sistema para futuros eventos electorales. Impedir el fraude electoral incentiva la participación política electoral de las mayorías y es un paso importante para la inclusión que requiere la paz de Colombia.

Pero lo más interesante de este aumento de la participación es que Petro, Fajardo y De la Calle, lograron incentivar por primera vez la participación masiva de la juventud colombiana.

3. Paz o guerra: la contradicción fundamental que subyace

Colombia continúa polarizada entre quienes defienden la continuidad de la guerra para su beneficio político-económico y quienes apuestan por una salida política y negociada al conflicto. Al 49,7% de la población votante que optó por el “sí” en el plebiscito sobre los acuerdos de paz con las FARC, lo supera hoy el número y el porcentaje de votos de los tres candidatos que abogan por el cumplimiento de los acuerdos con las FARC y la continuidad del diálogo con el ELN.

Gustavo Petro, Sergio Fajardo y Humberto De la Calle, sumaron en estas elecciones 9 millones 800 mil votos, lo que constituyó más del 55% de la votación. Los siete departamentos en los que se impuso la candidatura de Petro (Guajira, Atlántico, Sucre, Córdoba, Chocó, Vaupés y Cauca) son los mismos en los que triunfó el “sí”. Caso emblemático también el de la ciudad capital, donde obtuvo la victoria el apoyo a los acuerdos de paz y, ahora, la candidatura de Fajardo.

Un repaso rápido al aumento en las cifras de participación, aparentemente vinculado a los sectores juveniles y de las proporciones que votaron “sí” en el plebiscito mencionado, podría dar pie a la hipótesis de que las nuevas generaciones de votantes están apostándole a la paz.

4. La unidad, el reto de los sectores progresistas de Colombia

El principio del ballotage electoral es, sin duda, la imposición de la negociación como estrategia gatoparda, que tiende a minimizar toda posibilidad de irrupción de una política diferente a la hegemónica. Así, comenzó ya la ronda de negociaciones en Colombia, y son los sectores progresistas que se vincularon a la candidatura de Sergio Fajardo los que tienen más poder en la rueda: 4 millones y medio de votos que, de haber ido a las urnas en unidad junto a Petro, habrían garantizado el triunfo en la primera vuelta.

Fajardo, candidato del PDA y apoyado por el partido Alianza Verde, logró pisarle los talones a Petro, perdiendo por menos de 300 mil votos. Nunca el PDA tuvo tanto peso histórico en sus espaldas. Robledo y Fajardo definirán si su partido asciende a la historia política de Colombia o acaba por desintegrarse; la primera opción sólo sería posible plegándose a la campaña de Petro.

Aún en el caso de que este último perdiera en la segunda vuelta, el PDA habría acumulado un gran número de votantes y se consolidaría el liderazgo del senador Robledo a lo interno de su organización; por el contrario, apoyar a Duque o dar libertad de voto, significaría la ruptura definitiva del PDA, que acabaría con su posibilidad como partido alternativo, independientemente de que alguna de estas figuras se posicionara en un eventual gobierno uribista.

Ya, de hecho, una buena parte de la base de este partido se unió a la candidatura de Petro en contraposición a las definiciones del Comité Ejecutivo. Lo cierto es que, desde el resultado de 2006, cuando con el liderazgo del profesor Carlos Gaviria se convirtió en la segunda fuerza del país al perder frente a Álvaro Uribe en primera vuelta, nunca el PDA se había encontrado ante una encrucijada histórica como la actual. Fajardo ganó nada menos que en la capital de Colombia, que se consideraba un bastión petrista, y en Cali, una de las ciudades más importantes del país junto con Medellín, donde llegó en segundo lugar.

Duque, por su parte, se posicionó en Medellín y Bucaramanga mientras Petro ganó en Barranquilla y Cartagena. El importantísimo triunfo en Bogotá -ciudad donde Petro fue alcalde- lo obtuvo Fajardo gracias al apoyo del Partido Alianza Verde, que es además una fuerza importante dentro del nuevo Congreso colombiano. El senador Antanas Mockus -líder de Alianza Verde- puede definir un apoyo de su partido a Petro y, de ser así, éste deberá ceder espacios de poder y líneas de acción ante Fajardo, Robledo y Mockus, pero también deberá dialogar con las tres candidatas -todas mujeres- a la vicepresidencia por los partidos progresistas: ellas son Clara López, Claudia López y Ángela María Robledo, quienes previamente anunciaron públicamente su disposición a la unidad en una segunda vuelta en torno a Gustavo Petro, Sergio Fajardo o Humberto de la Calle.

Este último, candidato del Partido Liberal, aunque con un pequeño electorado cercano a los 400 mil votos, se uniría a la campaña de Petro con el prestigio que le dio su importante papel en los acuerdos de la Habana.

A la derecha, por su lado, sólo le queda aliarse. Vargas Lleras es toda una curiosidad política, pues aunque llegó en cuarto lugar, puede decirse que sus votos son “duros” y tan personales, que sólo él los puede endosar. La prueba está en que mantuvo los mismos votos desde 2010, con un pequeño crecimiento de un poco más de 70 mil votos. Unidos los votos de Duque y Vargas Lleras, sumarían menos de 9 millones, por lo que el triunfo de las fuerzas progresistas unidas podría ser arrasador. Por ello, Duque deberá desmarcarse de Uribe y tratar de pescar en el centro para hacer mella en esa posible unidad.

La contradicción más importante en esta negociación será, entonces, entre los egos de los candidatos y la voluntad de poder de los proyectos históricos que cada uno de ellos representa. En el caso de Petro, es de esperar que prime la segunda. Uribe, por su parte, tiene el crédito de haber levantado sobre su propia imagen la de Iván Duque, quien básicamente era un desconocido de la política colombiana hasta ahora, pero una de las consecuencias más interesantes de esta alianza que va a buscar la derecha para la segunda vuelta, es que podría dar inicio a una etapa de un “uribismo sin Uribe”, tal como ha comenzado a evidenciarse en los medios.

5. La segunda vuelta presidencial de Colombia debe mirarse dentro del gran tablero mundial

Santos introduce un nuevo actor de gran peso geopolítico en esta segunda vuelta: nada menos que la OTAN. Si bien este ingreso de Colombia a la OTAN no es sorprendente, ya que es la consecuencia de acercamientos institucionales sistemáticos, el anuncio hecho pocas horas antes de la contienda electoral del domingo sí lo es. Se necesita una alta dosis de ingenuidad para creer que dicho anuncio, en tal contexto, no formó parte de la campaña, y que no será utilizado en esta segunda vuelta.

El Grupo de Lima también enciende sus alarmas y todo parece indicar que Sebastián Piñera, presidente chileno, se apresta a recibir el mando en el caso de que la derecha colombiana pierda la presidencia. Es de prever que la coalición regional antivenezolana, como brigada de choque de los Estados Unidos, no esperará sentada los acontecimientos de esta segunda vuelta; mucho menos lo haría la OTAN, cuya entrada en la escena colombiana viene a reforzar los poderes fácticos vinculados a la empresa de la guerra.

Lo que es fácil de predecir es que, aun sin una sesión espiritista, ambos actores cooperarán para revivir “el fantasma del castrochavismo”, que recobrará el protagonismo en estos últimos 15 días de campaña electoral.

La política colombiana está tan marcada por la violencia que Petro tiene, como primera tarea, llegar vivo a la segunda vuelta. Además, deberá hacer concesiones para cooptar el voto de Fajardo, e inclusive, de la derecha antiuribista. Pero más allá de eso, si Petro llega al poder, necesitará imprescindiblemente el apoyo político de todas las fuerzas que pugnan por la paz. Su principal reto será gobernar con un Congreso mayoritariamente opositor y contra poderes fácticos nacionales y transnacionales.

No hay una revolución en Colombia, no se abren las grandes alamedas, pero irremediablemente se hace una fisura en el poder instituido de la oligarquía más elitista y violenta del continente. Ahora, el principal reto para los colombianos y colombianas de cara a esta segunda vuelta de las elecciones presidenciales es unirse para defender la voluntad de poder del pueblo, que al fin se ha expresado con la esperanza de construir la paz con la justicia social que le urge, lo cual sería sumamente positivo (también) para Venezuela y toda la región. Este será, sin duda, el mayor acumulado histórico de estas jornadas.

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