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Manifestación ayer en Nueva York contra el bombardeo de Estados Unidos, Reino Unido y Francia contra objetivos en Siria en represalia por el presunto uso de armas químicas contra la población civil en la ciudad de Duma, cerca de DamascoFoto Afp

David Brooks

La tarea diaria de descifrar y explicar Estados Unidos se ha vuelto infinitamente más difícil en la era de Trump. Reportar de la misma manera que se hacía antes implica pretender que todo es normal dentro de un manicomio, o la alternativa es reportar que un manicomio encabezado por alguien que dice: mi botón es el más grande es quien está a cargo del país más poderoso de la historia. Ante cualquiera de estas opciones, también se tiene que abordar por qué el público sigue en gran medida como espectador ante lo que tantos dicen es no sólo un ataque brutal contra la democracia estadunidense, sino la mayor amenaza al mundo.

Por supuesto hay denuncias y otras expresiones de disidencia que buscan rescatar a este país todos los días –y no sólo de progresistas y conservadores tradicionales, sino desde muy dentro del establishment– junto con, de vez en cuando, algunas de las manifestaciones más grandes en la historia reciente del país repudiando al régimen trumpista.

Algunos creen que los escándalos e investigaciones están llevando a que los días de este régimen estén contados. “Tu kakistocracia está colapsando después de su lamentable paso. Como la nación de mayor grandeza conocida en la historia, tenemos la oportunidad de salir de esta pesadilla más fuertes y estamos comprometidos en asegurar una mejor vida para todos los estadunidenses, incluidos aquellos que has engañado tan trágicamente”, tuiteó hace un par de días John Brennan. Pero hay algo muy, muy preocupante cuando un ex jefe de la CIA, entre tantos otros veteranos de la cúpula política del país, advierte contra la amenaza llamada Trump.

Pero día con día se permite que procedan los asaltos crueles contra inmigrantes, mujeres, minorías, las artes, los derechos civiles, el medio ambiente y hasta instituciones gubernamentales. Aún hay –a pesar de que amplias mayorías reprueban este régimen en las encuestas– demasiado silencio. Y aun cuando se rompe el silencio, no ha sido suficiente el ruido opositor como para repeler –con algunas excepciones– el asalto frontal contra casi todos aquí y por el mundo. El comandante en jefe acaba de enviar misiles contra Siria en lo que muchos definen como un acto ilegal, pero no hubo protestas masivas. Sin mayor resistencia, en los hechos eso se traduce en que los espectadores se vuelven cómplices.

Igual en el extranjero, donde gobiernos del mundo, con algunas excepciones notables, no condenan la violación a derechos humanos, normas y acuerdos internacionales cometidos por el gobierno en Washington. Al no hacerlo, se vuelven cómplices, tal como se acaba de exhibir en la recién concluida Cumbre de las Américas. Los historiadores recuerdan otros momentos en los que la colusión de gobiernos democráticos con regímenes que se proclamaban superiores con derecho a desatar guerras unilaterales y reprimir salvajemente a todo disidente llevaron a desastres humanos.

Aquí, todos los días se reporta sobre un régimen apoyado por sectores supremacistas blancos, algunos abiertamente neonazis, que ha amenazado con usar armas nucleares para matar a millones de seres humanos, y que dentro y fuera de este país realiza una masiva persecución de inmigrantes con tácticas sadicas que incluyen arrancar a hijos de los brazos de sus madres. “Mi hijo me dice todos los días ‘tengo miedo mami’, sólo queremos vivir y trabajar aquí porque tuvimos que salir de nuestros países por lo mismo, para escapar del miedo. ¿Qué le digo a mi hijo, cómo le explico esto?”, pregunta una madre guatemalteca que está en santuario en una iglesia de Nueva York, en un acto de resistencia contra estas políticas.

De repente, uno tiene la sensación de que todo esto tiene que ser una película, de que no es posible que estemos reportando esto todos los días. No puede ser tan abiertamente bruto, donde el debate político es de berrinches e insultos de nivel de secundaria (perdón a los estudiantes de secundaria por la comparación). Tiene que ser una reseña de una película, y no un documental aún no editado.

¿Pero es una película satírica, un melodrama de segunda, es una de horror, o sólo una tragicomedia? Depende del día. Por ahora es como una mezcla de Dr. Strangelove, de Kubrick, con Wag the Dog (con De Niro, Dustin Hoffman y Willie Nelson, en la cual para distraer de un escándalo personal sexual del presidente, un equipo de control de daños fabrica una guerra ficticia), y El Padrino (en su nuevo libro James Comey, el ex jefe de la FBI, compara a Trump y su entorno con una familia de la mafia).

No sería difícil elaborar el guión. Como han confesado muchos de los comediantes satíricos que se han vuelto los referentes mas confiables todos los días (los grandes bufones de esta corte imperial) para analizar esta coyuntura política, esto se escribe solo.

Tal película podría incluir hasta sorpresas positivas para la relación bilateral con noticias como ésta “reportada por el humoristaAndy Borowitz en una nota satírica publicada en The New Yorker: â€œMéxico sorprendió el mundo (…) al aceptar pagar por el cuidado siquiátrico de Donald J. Trump”. El presidente mexicano declaró que había autorizado el pago “a pesar de críticas en su país de que tal tratamiento podría ser más caro que el muro fronterizo. Argumentó que ‘cuando la seguridad del mundo está en juego, 800 dólares la hora es barato’”.

Y se podría contemplar un final feliz para la película: una estrella porno salva a Estados Unidos. Stormy Daniels decidió romper el silencio y enfrentar al presidente al revelar su aventura sexual con Trump y los intentos para callarla, y con ello ayudó a detonar una investigación federal que podría ser, dicen los que saben, más peligrosa para el futuro de este régimen que otros asuntos. Ahora hay esta percepción de que las estrellas porno podrían salvar al país de esta presidencia por expresar la verdad, comentó Alana Evans, otra estrella de pornografía amiga de Daniels.

Pero para todo cineasta serio (como para los periodistas), la pregunta es cómo, y cuándo responderá el público una vez que salgan de la sala de exhibición a la calle (¿se escuchará algún eco de mayo 1968 en París?)

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