El uruguayo Ernesto Gutiérrez, vive en Suecia hace 16 años
Un ingeniero uruguayo trabaja en la Universidad de Uppsala sobre cómo gestionar la innovación entre la academia y las empresas
Por Leonardo Icardo
El ingeniero uruguayo Ernesto Gutiérrez se recibió en 1998 de ingeniero industrial mecánico en la Universidad de la República y en 2001 decidió emprender viaje a Suecia “por amor” –allí vivía su actual esposa, argentina, junto a su familia–, y esa fue “una motivación más que justificada” aclaró Gutiérrez.
Su viaje a Suecia coincidió con la etapa de finalización del MBA que estaba realizando en la Universidad Católica, por lo que tuvo que defender la tesis final a distancia y fue uno de los pioneros en realizarlo así. “Sin saberlo, estaba innovando” bromeó Gutiérrez.
La tesis del MBA trataba sobre cómo cuantificar el costo (tiempo, materiales, etc) de ciertos problemas en las organizaciones y las dificultades a la hora de justificarlos. Trabajando con empresas de Suecia se dio cuenta de que la brecha entre el primer y tercer mundo no era tan alejada. “Me di cuenta que los problemas fundamentales eran más comunes que las diferencias”, expresó Gutiérrez.
En 2006 encontró en un aviso de un diario local un llamado para un doctorado (en Suecia es un trabajo pago) para personas con experiencia en innovación y en hacer frente a temas de conflictos y cambios en organizaciones. Luego de seis años, logró publicar su tesis sobre gestión de la innovación y allí buscó contemplar la evaluación y selección de ideas y proyectos en una organización. “En el manejo de ideas y proyectos alguien tiene que evaluar que idea es buena o mala. En todo proceso de innovación hay una toma de decisiones”, sostuvo.
Empezó a trabajar como consultor con empresas que buscaban atender esta problemática. Se trataba de capacitaciones para las personas que buscaban innovar y generar nuevas ideas. Llegó a trabajar en uno de los programas nacionales de Suecia sobre la reconversión del sistema forestal y papelero.
“La innovación es un gran experimento y tiene que haber una gran heterogeneidad entre los actores involucrados. Lo que aprendí en este tipo de experiencias, es la importancia que tiene preguntarse qué significa innovación, gestionarla y cómo lo vamos a hacer. Entender lo que se está haciendo”, expresó Gutiérrez.
Hace seis meses, Gutiérrez, trabaja en la oficina de innovación de la Universidad de Uppsala. Este tipo de oficinas fue creado mediante decreto del gobierno de Suecia, hace 10 años, con el objetivo de apoyar a investigadores, estudiantes, profesores y agentes externos de las universidades en temas de innovación.
Su área de trabajo es bastante particular de esta universidad y busca generar las condiciones necesarias para fomentar la innovación, potenciar al máximo el desarrollo de una idea que puede ser útil para la sociedad y realizar actividades donde se encuentran los investigadores con las empresas. “Desde la oficina se busca conectar personas. Fomentar que dos mundos, el académico y empresarial, se junten a conversar”, comentó el ingeniero.
Proyecto con Uruguay
La oficina en la que trabaja Gutiérrez es la encargada de llevar adelante un proyecto global de tres años sobre cómo implementar y llevar adelante la innovación en las universidades. Participan del proyecto en Uruguay la Universidad Católica y la Universidad ORT, más allá de que todas fueron invitadas, aclaró Gutiérrez. También hay universidades de Argentina, Brasil, Holanda, España y agencias estatales.
“La idea es intercambiar conocimientos y ver como se gestiona la innovación en las universidades. Uno de los pilares del proyecto es atender a las preguntas de qué significa ser emprendedor, si es un héroe solitario o la capacidad de actuar de forma colectiva. “Son preguntas que no son obvias y nos las debemos hacer para ver cómo enseñamos y cómo formamos profesionales”, dijo.
El proyecto está diseñado con dos grandes bloques. Por un lado, discutir como se enseñan temas de emprendimiento y qué significa formar a alguien para que tenga un espíritu emprendedor y con ello, diseñar un curso sobre la temática. Por otro, el que participa Gutiérrez, busca estudiar cómo se gestiona la colaboración entre universidades y agentes externos (empresas, organizaciones sociales). Testear distintas actividades que realizan las universidades y conectar investigadores con las empresas. Ver qué problemas tienen las empresas y buscar la manera de adaptar las mejores herramientas disponibles.
“Los desafíos que hay en Uruguay son bastante comunes a los que hay en Suecia. El sentido de la innovación y la forma de gestionarla es una pregunta que cada sociedad, universidad, empresa, debe resolver por sí misma. Y este fue para mí entender el secreto de la innovación”, expresó Gutiérrez.
Para el especialista, la gestión en innovación “es compleja y paradójica”. Implica hacerse una nueva pregunta que muchas veces no tiene una respuesta clara. “En temas de innovación lo diferente no son las preguntas, son las respuestas”, agregó Gutiérrez.
Gutiérrez sostiene que en Uruguay se hacen cosas “muy buenas” con respecto a la innovación y existe un “esfuerzo consciente”. Aclara que la idea no es que Suecia venga a enseñar a Uruguay su forma de trabajo y que va a “luchar” porque eso no pase. “Espero que vayamos a aprender a Uruguay y entre todos ver cómo podemos mejorar la gestión de la innovación en las universidades y en colaboración con agentes externos. La idea es no es que Suecia le venga a enseñar a Uruguay, creo que tenemos más para aprender (en Suecia) que para enseñar”, sostuvo Gutiérrez.
Stanford: la meca de la innovación
La universidad de Stanford es conocida por ser “la meca de la innovación”. Todas las personas que estén involucradas en el tema desean ir para descubrir cuál es el secreto para innovar. Gutiérrez no fue la excepción. En su visita a la universidad con otro grupo de personas, estaban siendo guiados por uno de los profesores que recordó una anécdota que había ocurrido tiempo atrás.
En otra de las visitas que tuvo que realizar el profesor a un grupo de estudiantes alemanes, le consultaron “¿cuál es el secreto de Stanford para innovar?”. El profesor, confundido ante la pregunta, no supo muy bien cómo reaccionar y decidió contarles lo que habían hecho allí: “Creamos una escuela de diseño, donde los alumnos aprenden haciendo proyectos concretos con empresas y estableciendo sus propias preguntas. Y lo primero que hicimos fue comprar sillones rojos para cambiar un poco lo convencional de una sala de estudio”.
Al tiempo lo llamaron por teléfono los estudiantes, contentos para decirle que ya habían comprado los sillones rojos.
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