“El flaco Daniel”


por jorge zabalza (publicado en ‘ZUR pueblo de voces’)

El sábado de noche fue la bienvenida a Inger y Henry, un ritual que desde hace nueve años cumplimos con Lourdes, Daniel y Veronika. El otro era la cena de despedida cada vez que ambos regresaban a Suecia. Algunas veces se sumaban Inés y Jorge Manera, en otras, María Liria Martínez o Judith y Ricardo Elena. Pendiente de Daniel como siempre, Lourdes controló que el aire acondicionado estuviera apagado. El Flaco estaba aún más bromista y expansivo que de costumbre. Traía consigo la alegría que ese mediodía le produjo el merecido reconocimiento a Washington Carrasco.

Su gran amigo Coriún fue el primero en acompañarnos a la mesa, un recuerdo que evocó a los que lo precedieron en la ausencia, las heridas que no sanan y despiertan nostalgias de tiempos idos. Con Fidel a la cabeza, la generación del Moncada va entregando el testimonio de los que quiso ser su revolución social. Así decíamos y recordábamos, como si la muerte nada tuviera que ver con nosotros. Mucho menos con Daniel, lleno de proyectos que requerían vivir una eternidad: entrevistas para Tímpanos, el nuevo disco, ¡el concierto de sus primeros 60 años de actuación para el 1° de diciembre!

Estaba preocupado por la cantidad de gente joven que ya no se sienten representados por el Frente y no piensan votarlo. ¡Hablan del Frente como si fuera un partido más! ¿A quién dejar la posta? ¿Qué hemos hecho, Tambero? Nosotros nada, hermano, de esto no somos responsables.

Desalambrar será de los sigan luchando por la tierra, la sangre de Tupac correrá por las venas de los que griten ‘libérate hermano’. Plantaste las semillas, pero las flores crecen sin obedecer, tienen vida propia.

Salió al ruedo el fantástico compromiso que el gobierno y sus caudillos contrajeron con UPM ¿Dónde quedó aquel frente grande contra la extranjerización de la tierra y la producción? Estaba releyendo artículos del Bebe, parecía tener una bola de cristal, se fue demasiado temprano, no los hubiera dejado entregar el país al capital transnacional.

Lo indignaba el clima de olvido y perdón: estuvo frente a la Corte de Injusticia (así la bautizó) cuando desplazaron a Mariana Mota para proteger a los culpables de crímenes contra la humanidad.

El viernes había estado en Las Piedras, en una muestra de los dibujos de Capagorry que organizó su hijo (“se llama Juan, como Capita”).

Antes de cumplir veinte, Daniel había llegado a Minas con su andar desgarbado. Mayor que Daniel, Capagorry era el portaestandarte de la bohemia del pueblo. Con diferente suerte y dedicación, los tres estudiamos guitara con Cedar, el padre de Daniel, que vivía pegado a la capilla de Las Delicias. En el Bar Almandoz se mezclaban todas las edades para desespero de las madres de los que, con apenas quince años, teníamos la ñata contra el vidrio y orejas bien grandes. Me encantaba oír a Capita años antes de que, en 1965, crearan ‘hombres sobre la tierra’ con Daniel. Me llamaban más la atención el pelo largo de Daniel que sus dotes de cantor y me deslumbraban las historias del cura Pintos que hacía Capagorry, las mismas que hasta poco antes hacía el Pepe Morosoli en el galpón de la esquina de mi casa.

Eran un grupo de intelectuales donde estaban Edgardo Ribeiro -mi profesor de dibujo- y Olga Labraga, que me enseñó a buscar a Artigas por debajo del bronce. También Santiago Puchet -futuro director de ‘La Hora’- y Solanito, el play boy comunista y querido por todos. Me atraían sus despiadadas críticas al sistema, pero las escuchaba con disimulo, no fuera que alguien contara a mi padre que oía a los demonios del pueblo. La misma fuerza de atracción que tal vez sintió el ‘Pastilla’ Fornaro, otro de los acólitos de esos predicadores.

Cada vez que nos encontrábamos se conmovía al hablar de los caídos en la toma de Pando. Los quería como hermanos, fueron sus compañeros políticos. Por supuesto, me hacía llorar con el corrido de la mexicana Judith Reyes.

Este 8 de octubre estuvo en el homenaje a Ernesto Guevara en Vallegrande. Fue muy especial para Daniel. Esa noche que no podremos olvidar nos contó de su emoción al pisar sobre las huellas del Ché camino a la lavandería de La Higuerita, al lugar donde sería asesinado por los esbirros de la CIA. Los invitaron a cerrar guitarra en mano. Al resonar en la quebrada, el timbre de su voz se volvió más profundo que de costumbre y, con Circe Maia y los desaparecidos y Llamarada de Jorge Salerno, hizo estremecer los corazones de la concurrencia.

Eran sus estandartes. Los cantaba donde iba a cantar e iba a donde lo llamaban. Con los mismos sentimientos de amor a la humanidad y la misma actitud solidaria y fraterna durante medio siglo.

Pocas mañanas atrás, en Babilonia, Marcelo me preguntó ¿Daniel puede haber causado más daño que la oligarquía? Vocera de lo más reaccionario, esta señora Vigil no puede herir la memoria de nadie, su odio y el de su clase homenajea la historia de vida de Daniel, cantor de las luchas del pueblo latinoamericano.

El lunes llamó Henry: Daniel no era inmortal. Todavía frescas las charlas del sábado, nos abrazamos con Veronika. Otras y otros recordarán al poeta o al eximio concertista, pero en mi caso personal, cómplice de secretos íntimos, solamente puedo recordar al Daniel orgulloso de sentirse revolucionario y de haber sido hombre de acción en aquel movimiento tupamaro de los ’60. Del movimiento que ya no es y que, para colmo, ha dejado de cultivar la memoria de sus mejores mujeres y hombres, los que murieron dando a luz aquella década de grandes definiciones, ingenuidad, miedo y heroísmo.

Del otro flaco.

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