“¿Por qué el Nobel se lo dieron sólo a Santos?”


  El Comandate de las  Farc habló con el diario argentino Página12 sin la

prevención de los tejes manejes de la política interna colombiana

Por: Pablo Waisberg* – Pagina12 | diciembre 12, 2016

Antes de llamarse Timochenko, Rodrigo Londoño era un niño campesino.

Vivía en La Tebaida, un pueblo pequeño, que en la década del 60 tenía

unos 5 mil habitantes. Su padre, Arturo, era un campesino

semianalfabeto, que había aprendido a leer solo. Había sido liberal y se

había vuelto comunista. En las primeras imágenes que ese niño tiene de

su padre, lo ve junto a otros hombres, alrededor de una radio de válvulas

y escuchando atentamente Radio Habana. Primero seguían el noticiero y

luego “Voces de la revolución”. Rodrigo se lamenta de que nunca le

preguntó a su padre cómo se hizo comunista pero aún recuerda –sonríe

cuando lo hace– que se memorizaba los discursos que Fidel Castro daba

en 1964, cuando se iba consolidando la revolución cubana y él tenía 7

años.

“Me memorizaba pedacitos de discurso y me paraba en la puerta de la

casa y repetía los discursos de Fidel a la gente que pasaba”, dice

Timochenko y se ríe, sentado en un hotel de La Habana, tomando un

“tinto”, como le dicen al café bien negro, que es una de las cosas que

intentó que nunca faltara en medio del monte. Se tomará más de tres

cafés durante la entrevista. Y cuando pida cada uno, lo hará con una

sonrisa: pareciera que sólo pensar en el café le provoca placer.

Pagina Doce: ¿Cuál fue la génesis de su comunismo?

Timleon Jiménez: Confluyeron varios factores. Uno era ese. En la escuela

primaria empecé a interactuar con un grupo social más grande. Empecé a

ir a las casas de mis compañeros. Nosotros éramos pobres pero las

necesidades básicas estaban resueltas. Pero iba a casas donde veía que

no se almorzaba o no se desayunaba, compañeros que venían con la

misma ropa o con ropa remendada. Y veía que había otros que estaban

mucho más cómodos. Eso me impactaba. En ese medio voy creciendo.

A los 12 o 13 años ingresé a la Juventud Comunista. Y la militancia

implica adquirir conciencia, estudiar, entender el porqué de las cosas. Me

gustaba mucho leer. Cuando entré a la escuela ya sabía leer. Mi mamá

me enseñó. Desde muy jovencito me leí todas las obras de Marx, Lenin y

Engels. Me imagino que entendí muy poco (se ríe) pero sí la explicación

de lo que es la explotación.

P.D: Para ese momento las FARC ya eran una organización en pleno

funcionamiento.

T.J: Ya escuchaba hablar de Marulanda. Y no se me olvida nunca que mi

papá me ponía a leerle el diario El Tiempo y recuerdo que una vez le leí la

historia de un combate, que era narrado por el Ejército. El título era “Mi

cabo se batió como un tigre” y era un tipo contando cómo habían peleado

con la guerrilla. Estaba el gobierno de Salvador Allende, en Chile, que

alentó mucho la lucha popular. Pero después vino el golpe y vino la

decepción. Y ya empezaba a estar en las campañas electorales del

Partido. Y me había ido de mi casa. Consideraba que debía dedicarme a

pelear por esas ideas pero no tenía en claro cómo. Ya escuchaba sobre

los desaparecidos. Un día escuché a un compañero diciéndole a otro que

“eso de las elecciones para qué, que había que ir a la lucha armada”.

Tuvieron una discusión. Yo estaba al margen pero escuché que le dijo

“bueno pero si quiere echar plomo dígalo que lo mandamos para allá”.

Ahí me llamó la atención eso. Entonces le dije que quería ir.

P.D: ¿El PC era parte de las FARC?

T.J: Tenían los contactos. Sabían con quién había que hablar. No eran lo

mismo pero el PC colombiano apoyó los inicios de la lucha guerrillera.

P.D: ¿Y qué pasó?

T.J: Eso generó inquietud (en el Partido). Yo ya era miembro de la

Dirección Regional de la Juventud Comunista de El Quindío. Tenía 17

años. Estaba en el segundo bachillerato. Y ahí es dónde tomé la decisión.

Y me mandaron un guerrillero de unos 30 años a que hablara conmigo.

Me dio una charla como para que yo no fuera para allá: “eso es muy

duro, van a aguantar hambre, se tiene que olvidar de la familia”. Yo dije

“ya la decisión está tomada, yo me voy”. Así llegué a la guerrilla.

Cuarenta años después de que entró al monte, Timochenko tiene la

posibilidad de volver a llamarse Rodrigo Londoño. Lo mismo le ocurre a

otros siete mil guerrilleros, a un número indefinido de militantes del

Partido Comunista Clandestino de Colombia (la organización política que

las FARC crearon hace unos años) y a otros tantos grupos de apoyo.

“Ninguna guerrilla puede sostenerse sin apoyo de masas”, dice

Timochenko para dejar en claro que su supervivencia no fue obra del

destino sino de “hacer política y utilizar las armas”.

Pero lo que puede cambiar en los próximos años es la realidad

colombiana. Por eso hay tantos actores jugando en favor de la paz. Y, por

los mismos motivos, hay otros que operan en contra.

P.D: ¿La Iglesia colombiana participó?

T.J: Uno de los factores que me llamó la atención fue el poco compromiso

de la Iglesia a lo largo del desarrollo del proceso. Ahora, después del

plebiscito vino a Cuba la alta cúpula de la Iglesia, monseñor Luis Augusto

Castro Quiroga vino acompañado de otros obispos. Fue una charla

importante, interesante.

P:D: Pero ya con el proceso bien avanzado.

T.J: Sí. Pero hace falta. Y aseguraron que se van a meter en función de la

implementación. Y hace falta porque Colombia es de tradición católica y

en todo pueblo hay un cura y su papel es muy importante.

P.D: En Colombia tuvo fuerza al Movimiento de Curas del Tercer mundo.

Allí se hizo la conferencia de Medellín.

T.J: Hay diversas tendencias. El obispo de Cali, Darío Monsalve, estuvo

comprometido.

P.D: ¿Y el papa Francisco?

T.J: Nos ha respaldado. Se ha mantenido una relación más o menos

fluida con el Vaticano. Se han mandado cartas y ha mandado el apoyo en

distintos momentos. Incluso tenemos entendido que, pese a que fue

invitado por Santos, dijo que el compromiso de ir a Colombia es si se

logra la paz. Y ahora iba a ir Santos a Roma de regreso de Oslo.

P:D: Después de recibir el Premio Nobel de la Paz.

T.J: Sí.

P:D: El premio se lo dieron sólo a Santos pero hay dos partes en la

negociación.

T.J: (Se ríe.) Eso tendrán que explicarlo los que lo han hecho. A nosotros

no nos motiva eso. El mejor premio que uno, como revolucionario, puede

tener es lograr los objetivos que nos hemos propuesto: si logramos

consolidar este proceso, si logramos la implementación de los acuerdos y

se generan las condiciones para erradicar la violencia de la vida política

del país, ese es el mejor premio que le podemos dejar a las futuras

generaciones.

P:D: ¿Quiénes se oponen a este acuerdo?

T.J: Los que han vivido de la guerra. La guerra es un negocio que

produce mucha plata, ha permitido mantener el dominio y ha impedido el

surgimiento de movimientos sociales y populares. Y como se han

beneficiado tanto de la guerra es normal que no quieran que eso salga a

la luz. Hay gente que se ha enriquecido. Se apropiaron de extensiones de

tierras, la industria armamentista. Esos sectores están resistiendo al

proceso.

Durante la negociación, el ex presidente Uribe fue el principal crítico del

acuerdo. Hizo una campaña fuerte en contra del proceso que inició su ex

funcionario y actual mandatario, Santos. Incluso se negó a sentarse a la

mesa de negociaciones para sumar sus críticas y buscar caminos de

consenso.

Lo que se juega en estos días no es sólo la paz, es la posibilidad de que

las FARC entren al sistema político y disputen poder en las próximas

elecciones de 2018. Para ello falta aún poco más de un año, que será

bastante largo pero ese tiempo permitiría también organizar algún tipo

de fuerza electoral.

P:D: ¿Cuándo será el momento de volver a dialogar con Uribe?

T.J: Eso está en el campo de la especulación. De todas maneras, depende

de él mismo. Desde el inicio del proceso, a través de terceros, insistimos

en que se vinculara pero siempre se negó. Hasta último momento, que se

le hizo un llamamiento público. Incluso después del plebiscito él dijo que

no tenía nada que venir a hacer a La Habana. Pero después comenzó a

pedirnos que lo recibiéramos pero ya le dijimos que no. No había nada

que hablar. Las cosas tienen su momento pero no descarto que en la

dinámica de la política nos pongamos a buscar acuerdos en función de

sacar adelante este proceso.

P.D: A qué se refiere con una “paz verdadera con justicia social”?

T.J: Por ejemplo, el desarrollo del campo. Tenemos un potencial agrícola

de 14 millones de hectáreas pero sólo se usan 4 millones. Y un potencial

ganadero de 19 millones de hectáreas y se usan 30 millones, y eso debe

cambiar. Están usando la tierra que es para agricultura en ganadería

extensiva. Estamos importando el 50 por ciento de la comida cuando en

los años ‘80 no necesitábamos importar un sólo kilo de comida. Eso fue

un debate porque el gobierno hablaba de “seguridad alimentaria” y

nosotros hablábamos de “soberanía alimentaria”: una cosa es tomar la

comida de dónde uno quiera y otra, muy distinta, es producir la propia

comida.

P.D: Los partidarios del No, no querían que puedan acceder a cargos

electivos.

T.J: (Se ríe.) No tiene sentido. Vamos a dejar las armas a un lado para

dedicarnos a hacer política.

P.D: Van a tener 5 cargos en Cámara de Representantes y 5 en el

Senado. ¿Eso es automático?

T.J: Sí, un mínimo de 5 y 5.

P.D: Para el 2018 propone un “gobierno de transición”.

T.J: Es una idea que lanzamos a la discusión porque los del NO ya están

haciendo campaña. Álvaro Uribe está por Estados Unidos presionando y

buscando apoyos. Por eso, los que queremos la paz debemos empezar

ya. Y uno de los grandes problemas que tenemos en el movimiento

popular es que estamos muy dispersos. Pero, además, en esta

confluencia por la paz hay muchos sectores, que confluyen en eso pero

tienen intereses distintos o visiones distintas. Unámonos en función de

este objetivo.

*Por: Pablo Waisberg, retomado de Página12

 

Comentarios de Facebook