El ratón de Esopo y la oposición


Periodista y analista político José Vicente Rangel (Foto: archivo)
Yvke Mundial/UN/José Vicente Rangel

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Insólito, pero es así. Resulta que los problemas de Venezuela se resuelven únicamente con la salida de Nicolás Maduro de la Presidencia. El planteamiento es lamentable por su simplismo. Revela que la oposición no tiene idea de la situación. Porque resumir en la defenestración del Jefe del Estado la superación de la crisis es engañar a la colectividad. Pero está el precedente de la campaña electoral del 6-D, cuando se dijo que las colas para votar serían las últimas. El resultado del exceso demagógico lo padece el país porque los votos que obtuvo la oposición -le dieron mayoría en la AN- son usados para profundizar la crisis con el obstruccionismo que a diario se realiza, el estímulo a las colas, lo cual complica aún más la situación.

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La posición del liderazgo opositor de salir de Maduro como sea se explica, en parte, por la carencia de una política seria. Cuando eso pasa, se recurre a lo más primitivo. A lo que alienta la irracionalidad. Ejemplo: el revanchismo y el odio. Es decir, lo que vive el país. Porque el hecho de que un movimiento que acaba de obtener una apreciable victoria electoral que le confirió el control del Legislativo -que no es poca cosa en una democracia-, vea en ese éxito la oportunidad para adoptar una línea subversiva; para auspiciar la lucha de poderes y utilizar el logro para provocar el colapso de las instituciones, en vez de hacer aportes positivos y tender puentes para encarar con una política de Estado concertada la gravedad del momento, confirma que la oposición no existe como opción democrática. Como factor confiable para adelantar la solución de problemas, e, incluso, para garantizar la alternancia en el juego democrático.3

Pero dejando de lado los aspectos señalados, hay que enfatizar lo siguiente: la oposición arremete salvajemente contra un gobierno constitucional, legítimo, producto de una elección. No lo está haciendo contra uno usurpador y, menos, contra un dictador -así se empecine en catalogar a Maduro como tal-. Lo hace contra un mandatario con sólido apoyo en fuerzas sociales, partidos, la Fanb y la mayoría de las instituciones. Un presidente que, además, desarrolla una intensa actividad para conjurar la crisis, impulsar un modelo de productivo, encarar la subversión y proyectar una política exterior audaz. No es un gobernante frívolo, corrupto, ausente, pintado en la pared, sino todo lo contrario. En contra suya hay no solo una conjura interna, auspiciada por fuerzas regresivas que siempre han estado involucradas en golpes, sabotajes, terrorismo, sino la confabulación externa de gobiernos, políticos de ultra derecha y banqueros prófugos que financian la desestabilización. Así como una campaña mediática sin precedente, a base de infamias repetidas a diario.4

Tal es el cuadro actual. Es absurdo que una oposición que tiene todas las garantías para actuar, cuyas victorias electorales son respetadas, que acaba de vencer en una contienda donde disfrutó de amplia libertad, arremeta contra alguien que representa la legitimidad constitucional. Desconocer sin razón alguna el mandato de Maduro es desconocer la Constitución. Es proceder contra la soberanía popular. Es agredir a la democracia y destruir el Estado de derecho. Es, en dos platos, apelar al golpismo. Es tratar de resolver, falsamente, un problema para generar muchos otros. Para agravar la crisis y meter al país por el atajo sin salida de la violencia. “Salir de Maduro como sea”, con el disfraz engañoso de la promesa de que se hará “cívica, pacífica y constitucionalmente”, es una afrenta a la nación y demuestra el desprecio al pueblo por parte de aquellos que lo plantean.
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