Con Gadafi asesinaron a Libia


Clodovaldo Hernández

Una de las escenas más patéticas de la historia del siglo XXI será la de la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, ufanándose de haber matado a Muamar Gadafi, en octubre de 2011. “¡Fuimos, vimos y él murió!”, dijo la dama que luego sería candidata a la Presidencia de EEUU. No contenta con su parafraseo de la expresión de Julio César (“Veni, vidi, vinci”, vine, vi y vencí), la subrayó con una risotada.

El patetismo de la imagen deriva de varios elementos. Primero que nada porque junto con Gadafi, EEUU y sus aliados de la OTAN asesinaron a Libia, la saquearon impunemente, convirtiendo una próspera nación con alto índice de desarrollo humano, en un territorio disputado por facciones armadas, con un Estado fallido. Segundo porque, bajo el disfraz de una lucha por los derechos del pueblo libio, la operación de guerra y el magnicidio fue una represalia sangrienta, porque el gobierno liderado por Gadafi pretendió librarse del yugo del dólar. Tercero, porque Clinton y el entonces presidente Barack Obama, supuestamente, eran parte del ala decente de la política estadounidense, muy diferente a los conservadores trogloditas del Partido Republicano. Pero, en verdad, actuaron igual o peor que Richard Nixon, Ronald Reagan o los dos Bush en sus respectivas guerras imperialistas.

Pudiéramos agregar más injuria al paquete, diciendo que la señora de la risotada al estilo Cruela de Vil ha dado su nombre ahora a un premio de derechos humanos y que la alta comisionada de la ONU, Michelle Bachelet, ha aceptado ese “reconocimiento”. Pero eso nos desviaría mucho del foco de este trabajo, que es Gadafi, el joven militar que derrocó al monarca Idris I, en 1969, aboliendo el Reino de Libia y transformándolo en una República Árabe con fuertes componentes socialistas.

Gadafi gobernó su país por 42 años, nacionalizó empresas y le plantó cara a muchas potencias. Por eso era una especie de enemigo público al que resultaba fácil tildar de tirano, entre otras causas por su rostro fiero y sus desplantes excéntricos.

En realidad, a las potencias capitalistas del mundo poco les importa si los gobernantes de las naciones de su periferia son déspotas y malvados o son demócratas y bondadosos, siempre y cuando no pretendan afectar sus intereses geopolíticos y económicos. Por eso han reinado sin problemas durante décadas los dictadores de derecha más feroces en América Latina, Asia, África e incluso en la vieja Europa. El problema surge cuando los gobernantes déspotas tienen otras ideas. Y Gadafi las tenía, ¡vaya que sí!

La historia de las ideas revulsivas de Gadafi comienza mucho antes de su irrupción como líder. Desde el triunfo de la Revolución Egipcia, en 1952, el niño Muamar sintió los aguijonazos de la política. Sus biógrafos afirman que a mediados de los 50, siendo apenas un adolescente, ya estaba conspirando contra el rey, que era, para decirlo de un modo coloquial, el propio pelele de las potencias occidentales. Esas tempranas actividades rebeldes condujeron a que su nombre apareciera en los registros de la policía política libia y que lo expulsaran del instituto donde cursaba bachillerato.

A pesar de ser un perseguido político de categoría sub 20, Gadafi fue brillante tanto en sus estudios de Derecho como en la carrera militar que inició. A mediados de la década de los 60 había organizado, puertas adentro de los cuarteles, el Movimiento Secreto Unionista de Oficiales Libres, un grupo clandestino a imagen y semejanza del que lideró en Egipto Gamal Abdel Nasser, a quien Gadafi admiró profundamente y cuyos pasos trató de seguir especialmente en su vocación a la vez nacionalista e integracionista.

No fue entonces por casualidad, ni por magias de mercadotecnia política que aquel oficial de apenas 27 años asumiera el control de Libia tras el derrocamiento del monarca. Tampoco fue casualidad ni magia que se mantuviera como el líder supremo de su país durante cuatro decenios. Y, tristemente, tampoco es casual que tras su asesinato, esa potente nación del norte de África haya prácticamente estallado en mil sangrientos pedazos.

“Bajo el liderazgo de Muamar Gadafi, Libia fue sin duda un ejemplo para las naciones africanas, con significativos logros en materia social, política y económica, y alcanzando el mayor ingreso per cápita de toda África”, señala Yuri Pimentel, vicecanciller para África.

“Frente al atraso de esa nación al inicio de la Revolución Verde, Libia se convirtió, a pesar de un bloqueo criminal por parte de las grandes potencias, en una referencia, logrando unificar su territorio e instituciones, emprendiendo una reforma agraria, e impulsando un sistema de seguridad social, asistencia médica gratuita y participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas del Estado. Además, garantizó el acceso a la educación gratuita, pasando, por ejemplo, la tasa de alfabetización de 5% a 83% durante su mandato. Su gobierno fue, además, palanca de apoyo a todas las causas de la libertad en el continente africano, prestando un apoyo esencial a luchas como la de Nelson Mandela y sus camaradas contra el Apartheid en Sudáfrica, y motorizó el panafricanismo para avanzar en la unidad del continente, con iniciativas como la creación de la actual Unión Africana, y propuestas como las de un ejército y una moneda común para el continente, iniciativas que por supuesto explican en buena parte la obsesión de Estados Unidos y Europa por derrocarlo –añadió el viceministro-. Eran ideas peligrosas para quienes pretenden imponer nuevas formas de colonialismo sobre los países del Sur”.

Fue por la muerte de esas ideas que –patéticamente– Hillary Clinton soltó su macabra carcajada.
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Chávez, amigo de verdad

El comandante Hugo Chávez siempre consideró a Muamar Gadafi como uno de sus aliados en el mundo. Mientras otros mandatarios tuvieron recelos con el líder libio (considerado díscolo e imprevisible), él no dudó en procurar un acercamiento y, al final, denunció su asesinato de manera firme.

Varios fueron las visitas de Chávez a Trípoli (2001, 2004, 2006 y 2009). También se reunieron en encuentros multilaterales como la Cumbre de América del Sur y Países Árabes (ASPA), en Qatar y en la Cumbre América del Sur-África, celebrada en Margarita en 2009. Allí, Chávez entregó a Gadafi una réplica de la espada del Libertador Simón Bolívar. Antes, en 2004, Gadafi había reconocido a Chávez con un Premio de Derechos Humanos, alborotando un avispero mundial.

Ni siquiera en los peores momentos Chávez dejó de dar apoyo al líder libio. En medio de la guerra, denunció que se trataba de un complot de Estados Unidos y los países de la OTAN para robarse las reservas internacionales y el petróleo de Libia, apoyándose en grupos internos proimperialistas.

Profético y visionario, advirtió que “algunos dementes” estaban planteando utilizar en Venezuela la misma fórmula. “Dicen que Chávez es igual a Gadafi y, por tanto, Venezuela es igual a Libia… Se van a quedar con las ganas. Esa fórmula aquí no les funcionó ni les funcionará para nada ni al imperio gringo ni a sus lacayos ni a nadie”.

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