El Karl Marx desconocido


Juan R. Quintero – Analista

Karl Heinrich Marx es sin duda una de las figuras más polémicas de la historia universal.  El nunca hubiera podido entender los extremos absurdos que la mención de su nombre ha producido,  produce, y seguramente producirá en el ánimo de muchos desde que dejo de existir en 1883.  Algunos exhiben una exagerada munificencia hacia su obra y figura, mientras que otros proyectan un odio feroz y propugnan una total descalificación de su memoria como hombre e intelectual.  Uno de sus biógrafos, el ruso Boris Nicolaevsky, describió esta falsa disyuntiva en 1933 cuando expresó lo siguiente: “Un ambiente conflictivo ha girado en torno a Karl Marx por décadas, y nunca ha sido más amargo como en los tiempos actuales.  El ha impreso su imagen sobre los tiempos como ningún otro hombre.  Para algunos él es un demonio, el archienemigo de la civilización humana, el príncipe del caos; mientras que para otros es un amado y visionario líder, guiando a la raza humana hacia un futuro más brillante”.  El verdadero Karl Marx, el Karl Marx desconocido, no se asemeja en lo más mínimo a las descripciones estereotipadas, manipuladas e interesadas de quienes enarbolan las banderas del extremismo, tanto de izquierda como de derecha.  Por ello intentaré de manera breve y concisa describir al Karl Marx de carne y hueso, al ser humano con su inevitable carga de virtudes y defectos, y cuya vida y obra, con todas sus experiencias y enseñanzas, merece ser mejor entendida, más acertadamente conocida por los ciudadanos de hoy y mañana.

 

Karl Heinrich Marx nació a las dos de la madrugada el quinto día del mes de mayo, un día como hoy hace exactamente doscientos años.  Su primer aliento fue de aire primaveral, que para ese momento permeaba en la ciudad prusiana de Tréveris, ribereña al Río Mosela.  Fue el segundo hijo del matrimonio de Heinrich y Henriette Marx.  Entre sus antepasados, tanto maternos como paternos, se encuentran varios rabinos judíos.  Sin embargo, su padre se convirtió al protestantismo para así poder ejercer la profesión de consejero judicial del gobierno provincial.  Su esposa e hijos fueron todos bautizados en la misma fe en 1824.  Apenas con cinco años a cuestas, ya estaba afectado por la intolerancia social de los tiempos, sacudido por los vientos producidos por los prejuicios políticos, religiosos y sociales enraizados en la Europa de inicios del Siglo XIX.

 

Sus años de adolecente y de joven adulto fueron marcados por los estudios: en la Universidad de Bonn (1835-36), la Universidad de Berlín (1836-41), y finalmente, la presentación de su tesis ante la Universidad de Jena (1841).  Karl contrajó nupcias con su amada Jenny von Westphalen (Junio 1843), vecina y amiga entrañable de su infancia y juventud.  Inicia su carrera profesional como editor del periódico Diario del Rin en la ciudad de Köln (Colonia), pero por presiones de la dictadura prusiana sale en exilio de su patria rumbo a París (1843).  En la Ciudad de la Luz, el primero de mayo de 1844, nace su primera hija, Jenny Caroline (Jennychen).  Su pasantía en París lo lleva a conocer a Mikhail Bakunin y a Pierre-Joseph Proudhon, con los cuales tendría años después serias desavenencias.  En la ciudad de la luz consolida su amistad de por vida con Friedrich Engels, sin duda su principal colaborador (¿por qué nadie escribe sobre el Marxismo-Engelismo?).  Marx y familia se ven obligados a mudarse para Bruselas en 1845 al ser expulsados de Francia.  Allí, en estrecha colaboración con Engels, en 1848 escribe y publica el Manifiesto del Partido Comunista.  Arrestado, es ahora expulsado de Bélgica con rumbo de nuevo a Francia.  En París asume de nuevo labores periodísticas, siendo nombrado editor del Nuevo Diario del Rin: órgano de la Democracia (Junio 1848).  Todo esto dentro del torbellino político-revolucionario que vivió Europa Occidental y Central, conocido como la Primavera de la Naciones de 1848.  De nuevo expulsado de París, arriba en Londres en Agosto de 1849, empezando una nueva etapa en su vida, la fase madura de su pensamiento y acción, la más importante y menos conocida.

 

Aquí cabe citar de nuevo a Michael Harrington, quien anotó las siguientes palabras entorno a Marx como personaje historico: “Existen, claro está, algunos académicos que saben quién era.  Pero en cuanto a la mayoría del público instruido, el Karl Marx que vivió entre 1850 y 1883 no existió.  Ese Karl Marx desconocido está tan en discordancia con el Marx totalitario, o el insurrecto o el intransigente de la mitología popular que el significado de sus años maduros o ha sido ignorado o distorsionado.  Por ejemplo, él era ciertamente revolucionario, pero igualmente moderado, y esa combinación dialéctica desconcierta a la mayoría de las lecturas aceptadas que se hacen de él”.  Después añade: “…..existe una constante en la vida de Karl Marx.  Como estratega político, filósofo y economista, él consideraba a la democracia como la esencia del socialismo”.

 

Entre los mitos mal intencionados, descalificadores, están la de la “dictadura del proletariado” y la de que “la religión es el opio del pueblo”.  Primero, para Marx y su época la palabra dictadura significaba gobierno, preferiblemente electo por votación en sufragios libres.  Marx propuse la organización política de la clase obrera para así poder derrotar en elecciones a la “dictadura de la burguesía”, la cual había dominado históricamente los procesos comiciales mediante la división del voto obrero.  El segundo mito, tomado fuera de contexto, puede perfectamente ser usado como un “ejemplo” de la posición extrema anti-religiosa de Marx.  Fue un ateo por decisión personal, la cual asumió libremente.  Lo del opio tiene que ver que para su época era utilizada extensamente por los médicos para aliviar el dolor.  En 1843 Marx utilizó este “medicamento” cuando escribió: “La religión es el suspiro de una creatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, del alma viviendo en condiciones desalmadas.  Es el opio del pueblo”.  Su mensaje fue que en la ausencia de acciones concretas, practicas, para aliviar el sufrimiento de las grandes mayorías de los ciudadanos, la religión cumplía el rol de aliviar angustias y proveer esperanza.  Sacar de contexto con pinzas mal intencionadas, envenenadas, puede voltear por completo el verdadero significado de cualquier opinión, cualquier propuesta, cualquier idea.

 

Karl Marx fue periodista, historiador, sociólogo, economista, revolucionario, teórico político, socialista democrático, pero sobre todo, filósofo.  Amante de la verdad, dedico horas incontables leyendo en la Biblioteca del Museo Británico de Londres, investigando y uniendo cabos.  Creía profundamente que la felicidad humana debía ser asumida durante la vida de cada quien sobre la misma Tierra, y no como una supuesta recompensa adquirida en un lugar mítico después de dejar de existir.  Creía profundamente en la justicia social para todos, y no en la panacea de la igualdad perfecta, imposible de lograr.  Amó profundamente a su familia, sus amigos, y su trabajo, el cual le brindó el sustento mínimo necesario para sobrellevar las muchas dificultades y sufrimientos que marcaron sus 64 años de vida.  El bicentenario de su nacimiento es momento oportuno de empezar a conocer al Karl Marx verdadero, al Karl Marx desconocido; de estudiarlo con mayor objetividad, con mayor razonamiento y menos emotividad.  Bien valdrá el esfuerzo.

 

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