Alberto Juantorena: 75 años de grandeza y fuego

La Habana, 21 nov (Prensa Latina) Alberto Juantorena cumple hoy 75 años y vuelve a estremecer la memoria deportiva de Cuba, como si cada una de sus zancadas siguiera aún martillando el corazón del país que lo vio convertirse en leyenda.

No hay fecha más simbólica que esta para recordar al hombre que se negó a obedecer las leyes de la fisiología y del miedo. Juantorena, nacido en Santiago de Cuba en 1950, llegó al atletismo como quien tropieza con su destino: por azar, por mirada ajena, por ese misterioso soplo que toca a los escogidos.

De ahí arrancó el galope que lo llevó de muchacho espigado a figura universal, dueño de un estilo poderoso y elegante que partía en dos el tartán cuando se lanzaba a la carrera.

Fue en Montreal, en el verano irrepetible de 1976, cuando su nombre dejó de pertenecerle. Ese día se convirtió en patrimonio de la épica cubana. Primero los 800 metros, donde nadie esperaba verlo coronar la cima: arrancó con hambre, sostuvo con inteligencia, mató en los últimos 250 m con la fiereza de un animal mitológico. Récord mundial, oro, asombro.

Y cuando el mundo aún no encontraba palabras, regresó Juantorena para devorarse los 400 m. Allí sí era favorito, pero el cuerpo venía cansado, minado por la exigencia del día anterior.

Sin embargo, el Elegante de las Pistas ignoró los límites humanos y voló otra vez, como si algo divino guiara su cadencia. Segundo oro, con el corazón. El doblete imposible. La eternidad.

Desde entonces, Juantorena se multiplica en los libros, en los estadios, en los niños que aprenden que la velocidad también puede ser poesía.

Corre en las tardes de entrenamiento de un país entero, en la fe de quienes creen que Cuba puede todavía producir milagros. Corre, incluso ahora, en las fibras de quienes saben que algunas hazañas no envejecen aunque envejezcan los héroes.

Hoy cumple 75 años, y el tiempo, ese juez implacable, parece inclinar la cabeza ante él. Porque si algo enseñó Alberto Juantorena es que la gloria no se mide en segundos ni en medallas, sino en la huella que deja el relámpago cuando atraviesa la historia.

Y la suya, está viva, todavía ardiente.

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