El amanecer del socialismo en la cuna del capitalismo: entre la filosofía y la conciencia de los pueblos

Por: Víctor Amílcar Fuentes Muñoz
Abogado y Docente Universitario
República de Panamá

8 de noviembre de 2025

El mundo ha presenciado un acontecimiento histórico que desbarata siglos de hegemonía ideológica: el triunfo del socialista Zohran Mamdani como alcalde de la ciudad de Nueva York, la mismísima cuna del capitalismo global.

Durante décadas, quienes defendían el sistema capitalista repetían con ironía: “si te gusta el socialismo, vete a vivir a Venezuela, Cuba o Nicaragua”. Hoy ese argumento se desploma ante la evidencia de un pueblo que, desde el corazón del imperio, ha dicho basta. El socialismo ha cruzado fronteras y ha conquistado la conciencia de quienes ya no creen en la mentira del “mercado libre”.

En su discurso de victoria, Mamdani expresó palabras que estremecieron al mundo:

“Mientras los multimillonarios de Donald Trump creen que pueden comprar las elecciones, nosotros tenemos un movimiento de las masas. No creo, francamente, que deban existir los multimillonarios. Hoy respiramos el aire de una ciudad que ha renacido.”
Esa declaración, nacida en la capital financiera del planeta, no es solo una consigna política: es un grito filosófico contra la opresión del capital. Porque el capitalismo presentado durante siglos como sinónimo de libertad ha sido, en realidad, una maquinaria de desigualdad, esclavitud moderna y destrucción ambiental.

La historia del pensamiento humano ya lo advertía. En la filosofía antigua, Sócrates y Platón hablaron de la justicia como principio del bien común; Aristóteles enseñó que la ciudad debía existir para la virtud y no para el lucro. Pero el capitalismo desvió ese propósito, convirtiendo la polis en mercado y al ciudadano en consumidor.

En la Edad Media, Santo Tomás de Aquino sostuvo que la propiedad debía servir al bien común, no al egoísmo individual. Sin embargo, el capitalismo salvaje ha distorsionado ese principio: bajo su dominio, los gobiernos entregan la minería, los bosques y los ríos a las transnacionales, en nombre del “desarrollo”. Lo que llaman inversión extranjera es, en realidad, una nueva forma de colonialismo económico. Montañas arrasadas, comunidades desplazadas y pueblos enteros condenados a la miseria mientras unos pocos acumulan riquezas inmorales.

Y en la filosofía contemporánea, pensadores como Karl Marx, Antonio Gramsci y Jean Paul Sartre desnudaron al capitalismo como una estructura de alienación que roba al ser humano su esencia. Marx advirtió que la acumulación del capital significa la acumulación simultánea de miseria; Sartre denunció que el hombre, reducido a engranaje de la producción, pierde su libertad interior.

Hoy, esas advertencias cobran vida. Los gobernantes que se ufanan de ser “presidentes de los empresarios” traicionan a sus pueblos y destruyen la base moral de la sociedad. Son los heraldos de un modelo que devora la naturaleza, corrompe la política y despoja al trabajador de su dignidad.

Frente a esa decadencia, el socialismo surge no como una ideología del pasado, sino como una ética del porvenir. Colombia y México son prueba de que la redistribución de la riqueza y la inversión social pueden rescatar millones de vidas de la pobreza. El socialismo no es ruina, es renacimiento; no es atraso, es justicia.

El triunfo de Zohran Mamdani en Nueva York simboliza un giro en la conciencia universal. Es el eco contemporáneo de las enseñanzas antiguas y el renacer de la filosofía moral en la política. El socialismo vuelve a recordarnos que el ser humano no vale por lo que posee, sino por lo que comparte.

Ya no pueden decirnos “vete a Cuba” o “vete a Venezuela”. El socialismo ha llegado al corazón del imperio, con rostro humano, con razón filosófica y con la fuerza de los pueblos que despiertan.

El capitalismo destruye, el socialismo construye. El primero acumula poder en manos de unos pocos; el segundo devuelve la esperanza a las manos del pueblo. Y cuando la filosofía, la historia y la justicia se abrazan, no hay imperio que pueda detener la verdad.