¿Qué es del socialismo? ¿Es pertinente seguir descalificando ese bello sueño? La violencia y sus fines

Por: Eligio Damas 

Es errado seguir hablando de la existencia de socialismo, donde sólo hay unas naciones atrapadas, estancadas por las sanciones, bajo el cerco del poder de Estados Unidos y la imposibilidad de sus gobiernos de hallar salidas pertinentes. Hacerlo es venderle al mundo, a la gente, tal como las fuerzas del capital quieren, y para lo que trabajan sus agentes publicitarios e ideologizantes, que el socialismo es inherente a la pobreza y la ruindad. Como le oí decir a un amigo ayer sábado, 19 de julio, «si algo está desprestigiado, descalificado, en la conciencia colectiva hoy, son las palabras socialismo e izquierda». La capacidad de penetración de las redes, partiendo de referencias muy puntuales, se han encargado con éxito de eso.

El nacimiento de un nuevo modelo de sociedad supone una serie indetenible de cambios, un proceso determinado por la creatividad, actividad y organización de los trabajadores. Supone un nuevo modelo de producción y estructura organizativa de la sociedad. Algo así, como que, «la tortilla se vuelva», pero no por la violencia misma, la destrucción, sino la creación de algo más justo, equilibrado, eficiente que emerge de lo anacrónico y desgastado del modelo anterior.

Lo coercitivo, inherente a las leyes, da derechos, para aplicar la violencia, de diferentes maneras a fin de mantener la legalidad; pese esa violencia no lo parezca, porque forma parte de la conducta y proceder habitual. Las normas de tránsito, son violentas, en la medida que prohíbe – lo coercitivo – determinados procederes a los conductores, en función de la seguridad colectiva. ¿Acaso las penas de encarcelamiento, sin llegar a la de muerte, sin importar la sociedad que las aplica, no implican violencia?

Es decir, hay que tener muy claro el concepto de violencia.

En el paso del feudalismo al capitalismo, empezó por el nacimiento de las villas, los artesanos, sus talleres y trabajadores. Y luego se comenzó con la acumulación de capital y propiedades de parte de la clase que fue llamada burguesía. Y apareció un nuevo poder, derivado de una nueva estructura que permitió a la nueva clase consolidar un modelo de Estado, con una conducta de acuerdo a sus intereses y conveniencia. Cambiemos, «para que nada cambie», dice «El Gato Pardo», un noble feudal que percibe y entiende ha nacido un poder nuevo, representado en aquellos personajes, ajenos a la nobleza, que poblaron y desarrollaron las villas y acumularon capital, para invertir en las tierras, producción agrícola y mercancías elaboradas en sus talleres y fábricas. Y eso no es una simple novela, es la narrativa de un real y comprobado proceso histórico.

El capitalismo, emergió de la forma que antes narramos y subsiste por la violencia, cultura, formas de relacionarse de los hombres entre sí; donde la manera de distribuir los productos del trabajo, es juzgada como pertinente, porque la cultura existente y la fuerza del Estado, impuesta por lo coercitivo, que es violencia pacífica, de esa misma cultura, así lo determina. Como dije en artículo publicado días atrás, en «El mundo es ancho y ajeno», de Ciro Alegría, el terrateniente de un pueblo, alega a la multitud que carece del menor espacio, «váyanse a otro sitio». La cultura y la historia, por la violencia, quizás exacerbada en un momento, allí determinó que se volviese «pacífica», pero no dejó de golpear y maltratar a los demás pobladores. La violencia de la apropiación indebida se tornó pacífica y, violencia, el reclamo de justicia. Tanto que el terrateniente, con gritos y el poder que le da el Estado, impone un derecho que, si retrocedemos a la historia precolonial de nuestros pueblos, no tiene fundamento. ¿Cuál fue el origen de Boves y la proclama central de la Guerra Federal Venezolana?

Decir que la clase obrera o mejor los trabajadores son motores y ejes del cambio, pero pese eso optar por una vanguardia que se apodera del Estado, uno con la fuerza y cultura inerciales de la clase dominante, para que haga los cambios como por arte de magia, por pura disposición y fuerza dirigida contra los trabajadores mismos, es un contrasentido; por lo que ha acontecido en el mundo, lo que ya sabemos. Es como darle, además, pertinencia a la idea que los propósitos y metas de una minoría o vanguardia, más de las veces, ajena a los trabajadores, son inherentes a estos y estrictamente apegados a sus deseos y emociones.

El gesto de despojar a propietarios por la violencia inmediata, decisión estatal de su medios, que pasan a control estatal, para allí permanecer estancados, mal administrados y sin creatividad, llamando a eso transición, con la esperanza de transferirlos algún día a los trabajadores, como que el propietario, asido a ellos, fundamento de su poder, estaría ganado para algún día transferirlo, cuando Dios disponga, habiendo amanecido ganado para eso, sin que la clase pertinente genere sus propios medios, relaciones, es una visión pragmática, idealista, paternal, irreal y antidialéctica, pues el cambio no es violento, en el significado habitual de la palabra, ni procede de dádivas, tiene ser un proceso de construcción, trabajo y adherencia, apropiación de todos. El parto demanda una fertilización, pese pudiera, dada la ciencia moderna, apelarse a algo distinto, en la simple formalidad, a lo tradicional a la naturaleza, pero también demanda un proceso de formación, crecimiento y maduración en el vientre.

Al escribir lo anterior, pienso en un parto repentino, sin que la hembra hubiese sido embarazada y menos cumplido el plazo pertinente para que el nuevo ser aparezca a la vida como debe ser. Una simple declaración de un ser todopoderoso, como el origen del nacimiento de Jesús. Y habría padre y hasta madre, pese en este caso, no parece indispensable y ni siquiera necesario, con un hijo que no engendraron y menos cumplió como feto, dentro del vientre de la madre, el proceso correspondiente; parece una mentira.

Es una visión cristiana, religiosa, como ya dije, la de Jesús, el hijo de María, que no lo fue de José, su esposo, a quien ésta nunca tampoco fue infiel y menos fue violentada, sino resultado de un acto divino, mediante el cual Dios, puso el feto en el vientre de María, sin que mediaran las circunstancias pertinentes o lo que la vida y la ciencia enseñan. ¡Y hay que ver cuánta violencia se desató para imponer esas creencias! Como que la colonización americana, llamada el genocidio más grande de la historia, se hizo tomando como estandarte la cruz en la cual dispusieron de la vida del Mesías.

Por lo anterior, es propicio citar el trabajo «La Formación de las clases sociales en Venezuela», de Salvador de la Plaza diseminada, cuando dice «A la población indígena la fueron sometiendo y sojuzgando, ya por la superioridad de sus armas de guerra, ya mediante el concurso de monjes y clérigos quienes, so pretexto de ganar aquellas «almas» para el cristianismo y salvarlas de la idolatría en que vivían, no ahorraban los más compulsivos métodos y los más bárbaros procedimientos…». *

Gramsci, como Marx, nunca habló de un cambio repentino, sino de lo que determinaría el acontecer del movimiento real, resultante de un proceso de cambio en todos los ámbitos, como el fortalecimiento y madurez de una clase, con capacidad de manejar, generar nuevas relaciones de producción y una cultura global que oriente a la sociedad y al nuevo Estado, todo en determinante concordancia con el acontecer, la vida en movimiento.

En Gramsci, lo hegemónico, la supremacía de una clase sobre otra u otras, supone el dominio de la clase trabajadora, dentro de un proceso de transición al socialismo, del mismo modo que las llamadas democracias capitalistas, implican la supremacía o hegemonía de la propietaria del capital y su Estado sobre el resto de la sociedad. Una hegemonía engendrada, de la misma manera que la capitalista que desplazó del manejo del Estado a la nobleza feudal, cuando ya la cama estaba hecha. No se trata de la supremacía de un Estado abstracto, sino uno conducido, tal como un autobús, por un conductor que opera de acuerdo a mecanismos y normas ya determinadas.

La expresión «dictadura del proletariado», entonces, pareciera ser inadecuada, pues sugiere la imposición, fuerza y arbitrariedad y sin sustento en la estructura y la cultura multitudinaria. Y hasta podríamos decir que, contradictoria, más si partimos de la idea que ella se fundamenta en el cambio de la sociedad, las relaciones de producción y una nueva distribución de los beneficios; lo que implica sin duda, hablamos en términos puramente teóricos y hasta ideales, unas relaciones donde predomine el interés y cultura de la determinante mayoría de la población. Y unas relaciones de este tipo, no podrían surgir por la imposición y la fuerza, sino del proceso de adopción de la multitud de nuevos valores y visiones, donde los catalizadores que intenten apresurarlo deben corresponderse con la realidad del movimiento social y humano. Un catalizador muy apurado, demasiado candente, ajeno, ocasiona cortocircuitos y reacciones encontradas.

Si dentro del capitalismo, donde los medios de producción, las mercancías y el dinero, están atesorados por una minoría, que a su vez se beneficia del trabajo colectivo, mientras el Estado se encarga de cuidar, con su poder coercitivo, integrado por las leyes, ideología, fuerzas armadas y hoy, hasta las redes sociales, con su enorme poder para imponer la narrativa conveniente de lo acontecido, se habla de democracia y hasta se hacen elecciones que nada sustantivo cambian y menos abren posibilidades para que los deseos y reclamos de las multitudes prevalezcan, pese los resultados, luce desacertado llamar «dictadura» unas relaciones donde, por lo menos en teoría, predominarían los intereses generales y opiniones de la multitud que trabaja y produce.