
Ante los Planes de Magnicidio Contra el Presidente Gustavo Petro
“Es el momento de escribir un nuevo capítulo en la historia de Colombia, uno donde la resistencia y la democracia prevalezcan sobre la opresión y el silencio. Este es el reto y la promesa que enfrenta el país: trascender su historia violenta hacia un destino de paz y justicia para convertir a Colombia en Potencia Mundial de la Vida”.
07062025
Hugo René Orejuela, Periodista de la Radio Air Libre de Bruxelles y del Consejo de Edición de KontraPortada.
Colombia, un país marcado por la violencia y la polarización política, se encuentra en un cruce de caminos. La historia reciente ha sido testigo de un ciclo interminable de exterminio político, en el que liderazgos opuestos han sido silenciados a través del asesinato y la manipulación mediática. En este escenario, se erige la figura del presidente Gustavo Petro Urrego, un exguerrillero del M19, quien, con una trayectoria política inusual y una visión transformadora, representa una amenaza real para el estamento oligárquico que ha dominado la nación por décadas.
Desde la creación y exterminio de un partido político de izquierda como parte de un acuerdo de paz, hasta la repetida ejecución de magnicidios en el país, la violencia sigue siendo el lenguaje predominante en Colombia. El asesinato sistemático de figuras políticas se ha convertido en una norma, un símbolo del miedo que permea las interacciones entre el Estado y sus ciudadanos. La historia está plagada de ejemplos, incluyendo los casos de magnicidios de candidatos presidenciales de diversas tendencias, lo que subraya la incapacidad del Estado para proteger a quienes buscan cambiar el rumbo del país.
El reciente intento de desestabilizar la figura de Petro no es más que el último episodio de una serie de ataques contra quienes desafían el status quo. Las campañas de desprestigio orquestadas por la élite continúan alimentando un clima de hostilidad que pone en riesgo la vida del presidente. Sin embargo, su lucha por reformas sociales en salud, laboral, educación, pensiones, entre otras, ofrece una nueva narrativa de esperanza para un pueblo cansado de la pobreza y la desigualdad exacerbadas por políticas anteriores.
La oligarquía colombiana, vista como un conglomerado de intereses que ha manipulado el poder en beneficio propio, se muestra cada vez más amenazada por la figura de Petro. Este exguerrillero, que no proviene de los círculos tradicionales de poder, ha apostado por una agenda que busca devolver los derechos perdidos al pueblo colombiano. Así, las reformas propuestas por Petro son vistas como un ataque directo a un sistema que ha garantizado a la elite oligárquica su riqueza y privilegios a costa del sufrimiento de millones de colombianos.
Además, el reciente análisis sobre la utilización de armas avanzadas y el involucramiento de narcotraficantes en planes con fines políticos, para acabar con la vida del presidente Gustavo Petro, revela una red oscura que trasciende fronteras y que amenaza la estabilidad del país. La narrativa de la violencia se ha modernizado en las actuales amenazas, integrando actores internacionales, que van desde francotiradores hasta sofisticadas tácticas de desinformación aupadas por la prensa corporativa.
Un aspecto perturbador del contexto actual en Colombia es el uso de estrategias de Lawnfare para desestabilizar a Petro. Estas tácticas, que incluyen desde juicios mediáticos hasta acusaciones infundadas, imitan prácticas utilizadas en regímenes totalitarios donde el objetivo es silenciar voces disidentes. Los intentos de asesinato y las maniobras para deslegitimar su mandato no son más que extensiones de un conflicto que ha permanecido latente en la sociedad colombiana por generaciones.
Petro, consciente de esta realidad, ha denunciado públicamente estos planes, reafirmándose no solo como un líder político, sino también en un símbolo de resistencia contra el miedo, algo nada novedoso en este líder que desde su silla en el Senado, denuncio con valentía el paramilitarismo con nombres propios y su permeabilidad en el Congreso de la Republica. Su papel de denuncia se convierte de nuevo en un acto valiente que busca movilizar a las masas hacia una nueva conciencia social, un desafío ideológico a las viejas estructuras que han mantenido el control sobre el pueblo colombiano.
Colombia se enfrenta a un futuro incierto, donde las sombras del pasado se entrelazan con la esperanza de un cambio. La figura de Gustavo Petro representa esa chispa de resistencia que debe ser avivada por el pueblo. A medida que las reformas sociales se discuten en Asambleas Populares y las hunden en el Congreso, el verdadero desafío radica en la capacidad de la sociedad colombiana para unirse en defensa de estos cambios frente a las amenazas del establecimiento.
Si bien los vientos de cambio soplan con fuerza, Colombia debe permanecer atenta ante el peligro de regresar a ciclos de violencia. La intersección entre la política, el narcotráfico y los intereses oligárquicos sigue siendo una combinación explosiva. Sin embargo, a través de la conciencia crítica y la movilización popular, puede surgir una nueva narrativa que no solo reivindique el derecho a la vida y a la esperanza, sino que también construya un futuro donde la justicia social y política sean reales y alcanzables.
Es el momento de escribir un nuevo capítulo en la historia de Colombia, uno donde la resistencia y la democracia prevalezcan sobre la opresión y el silencio. Este es el reto y la promesa que enfrenta el país: trascender su historia violenta hacia un destino de paz y justicia para convertir a Colombia en Potencia Mundial de la Vida.