Revolución en el pensamiento y los actos de Fidel Castro

Por Luis Toledo Sande

“Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas.

Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.

Fidel Castro, que asumió la historia con una gran erudición y, ante todo, como fuente para la acción transformadora, revolucionaria, en la celebración del Primero de mayo de 2000 trazó el Concepto de Revolución que precede a estas líneas.

Sabría que los procesos llamados por antonomasia revoluciones no han sido infinitos. De una revolución podrá esperarse que abra el camino para la continuidad de sus logros, como sucedió con la Revolución Industrial, cuya fertilidad no ha dejado de expandirse por el mundo, aunque no con iguales resultados para todos los pueblos.

La mecánica y las tecnologías funcionan o se manejan por intereses concretos, que no son ajenos a factores sociales, pero la dinámica social tiene sus propias complejidades. La Revolución Francesa, que vive en la herencia de sus ideales de emancipación, dio paso a estancamientos conservadores y reaccionarios que llegan a nuestros días.

Al Líder cubano podía resultarle de particular interés la Revolución de Octubre, por su significado para la práctica y el pensamiento de orientación socialista. Ella sembró grandes esperanzas para los desposeídos del mundo, hasta el desmontaje de la Unión Soviética, tras el cual las fuerzas capitalistas intensificaron su afán por borrarla de la historia o, al menos, denigrarla.

Cuando el Primero de Mayo de 2000, en la Plaza de la Revolución José Martí, Fidel Castro pronunció el discurso donde se lee el Concepto citado, ya la Revolución de Octubre, vista como hecho en sí, no como la fuente de lecciones que no debe cesar, era un proceso finiquitado, algo a lo que difícilmente se llega sin un deterioro agudo previo.

Los hechos evidenciaron que el socorrido dictamen según el cual el socialismo era irreversible no pasaba de ser un dogma entusiasta, y peligroso. Fue una de esas consignas que pueden infundir en procesos sociales un espejismo comparable con el que favoreció el hundimiento del Titanic, considerarlo invulnerable.

Al político veedor que fue Fidel Castro no le serían indiferentes las señales de tal realidad. Por muchas que fueran sus singularidades como país, Cuba no es un caso ajeno a las leyes generales de la sociedad, ni existe en otro mundo, y urgía buscar todos los antídotos posibles para impedir la reversión de su proyecto de justicia social.

Lejos de limitarse a exponer aquel Concepto, hasta el fin de sus días el Comandante reflexionó sobre lo que debía hacerse para mantener viva la Revolución. Lo hizo sin descanso, y en 2005, cinco años después del discurso citado, pronunció- esta vez en el Aula Magna de la Universidad de La Habana- otro relevante en ese empeño.

Más que atenerse al programa anunciado por los organizadores- la celebración de los cincuenta años del inicio, en la propia Universidad, de su actividad revolucionaria, se concentró en advertir sobre peligros que Cuba y su Revolución debían vencer para no destruirse. Dejó claro que tal destrucción podría venirle de dentro, no desde afuera.

Así como es necesario impedir que el Concepto plasmado en 2000 se tome como un decálogo desgajado de su más profunda intencionalidad, y del discurso del cual forma parte, se debe impedir también que del discurso de 2005 solo se citen- sin la fundamentación que les otorga lo que las precede y les sigue- las líneas que resumen el peligro de la autodestrucción.

Fuera de contexto, el Concepto y esas líneas podrían terminar como criterios de buenas intenciones, pero vacíos o menguados. Algo así ocurre con mandamientos religiosos que se repiten y a la larga se traicionan en los hechos, como se ha visto ante la muerte de un papa progresista cuyos ímpetus, asociados al mejor cristianismo, intentan neutralizar falsos creyentes, entre ellos políticos ultra reaccionarios que en vida lo befaron y tildaron de representante de Satanás. Veremos qué pasa en las próximas elecciones papales.

El Concepto sustentado por Fidel Castro sería letra muerta si no lo acompaña la lucha contra los males que podrían demoler la Revolución. Y contra la corrupción, uno de los más peligrosos, advirtió el Comandante por distintos ángulos en el discurso del Aula Magna.

Tampoco basta tener “sentido del momento histórico”: es necesario interpretarlo y aplicarlo bien. La idea de Lenin de que el análisis marxista es el análisis concreto de una situación concreta no se debe confundir con pragmatismo. Con semejante confusión quizás a nadie se le habría ocurrido pensar que el asalto a un cuartel y el alzamiento de tropas guerrilleras en las montañas podrían conducir a la derrota de un ejército con muchos más efectivos y recursos materiales de todo tipo que los asaltantes y los guerrilleros dispuestos a enfrentarlo. Hoy el espíritu de aquel asalto y de aquellos combatientes sigue siendo necesario para erradicar lacras, enfrentar mercenarios y librar otra Lucha Contra Bandidos, quizás más difícil que la designada con ese nombre.

Afirmar que Revolución “es cambiar todo lo que debe ser cambiado”, no invita a cambiarlo todo, sino solamente lo que se debe cambiar, y cambiarlo del modo más acertado posible y para bien del pueblo. Así como sostener que Revolución “es igualdad y libertad plenas”, y “ser tratado y tratar a los demás como seres humanos”, no llama a solo expresar verbalmente esos ideales, sino a consumarlos como realidad cotidiana.

La meta de “emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos” supone que el pueblo sea agente activo de la emancipación, no beneficiario pasivo ni mero acatador de lineamientos. Solo así se estará cada vez más en mejores condiciones para intensificar lo que la nación cubana ha hecho a lo largo de su historia: “desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional”, y para impedir el efecto que pueden causar deformaciones de individuos y grupos.

Se trata de defender con eficacia “valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio”. Y eso requiere “modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo”, virtudes radicalmente opuestas al egoísmo, a tener por brújula el beneficio propio en imagen y forma de vida, y en criterios de autoridad.

El llamado a “luchar con audacia, inteligencia y realismo” no autoriza a entender el realismo como renuncia a enfrentar obstáculos severos contrarios a la justicia y el colectivismo defendidos en los reclamos ya citados del Concepto de Revolución. Y todo ello exige “no mentir jamás ni violar principios éticos”, exige “convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas”.

Por eso puede afirmarse que “Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”. Pero estas convicciones no pueden tomarse como disposición a una unidad acrítica, a dar cabida irresponsable y sin límites a individuos o tendencias distantes de los “sueños de justicia para Cuba y para el mundo”.

Solamente aplicando con lucidez, y de veras, las enseñanzas del Líder de la Revolución se garantizará que ella no se estanque ni muera a destiempo como una parcela histórica delimitada. Debe mantener el ahínco transformador, y merecer perpetuarse como estela creativa y emancipadora fraguada a partir del triunfo de 1959.

Para lograrlo tiene el abono de una historia nutrida de otras experiencias, pero enraizada en el legado del gran Octubre cubano: el de 1868. De esa historia viene una Revolución hecha “con los humildes, por los humildes y para los humildes”, núcleo del Concepto sustentado por su Líder.

rmh/lts

*Tomado de Cubaperiodistas

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Luis Toledo Sande

Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

Luis Toledo Sande

Luis Toledo Sande

Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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