Testimonio de que andamos, crecemos y luchamos

La historia, es más que la huella que dejamos en el mundo, los momentos que construimos, los desafíos que alguna vez debieron ser superados para llegar un paso más lejos, es, sobre todo, el testimonio de que andamos, crecemos y luchamos

Autor: Freddy Pérez Cabrera | internet@granma.cu

22 de abril de 2025

Dudo mucho que alguien no se conmueva al escuchar el relato de aquel momento sublime en que la madre de los Maceo, Mariana Grajales, hizo poner de rodillas a todos sus hijos y a Marcos, su esposo, haciéndoles jurar que libertarían a la Patria o morirían por ella.

Igual de conmovedora es la historia de un muchacho, que apenas rebasaba los dieciséis años de edad, quien fue condenado a seis años de prisión por llamar apóstata a un amigo suyo, que decidió pasar al bando de los voluntarios españoles. Por esa razón, el futuro Apóstol de la independencia de Cuba portaría grilletes y arrastraría cadenas en las canteras de San Lázaro.

Y qué decir del estremecedor testimonio de resistencia de Abel Santamaría ante sus captores quienes, ni sacándole los ojos y golpeándolo de manera salvaje, lograron arrancarle una sola palabra que comprometiera a aquellos que  lo secundaron en el asalto al Cuartel Moncada. Sumemos a Frank País, aquel jovencito que con apenas 22 años era capaz de jugarse la vida, todos los días, en las calles de Santiago de Cuba mientras dirigía la lucha clandestina contra la tiranía en todo el país.

Y así, si nos ponemos a hurgar en las páginas de nuestra historia, encontraremos innumerables anécdotas y pasajes de heroísmo, que remueven en el alma el sentido de pertenencia con Cuba, el patriotismo, el orgullo por nuestra tierra. 

Como advirtió Fidel, el 10 de octubre de 1968, en esclarecedor discurso por el centenario del inicio de nuestras guerras por la independencia, no existe fuente mayor para formar valores que el conocimiento de la historia. Oportuna alerta en los tiempos que corren.

Saber hoy de dónde venimos, quiénes somos y lo que nos jugamos como nación cada día de nuestra existencia, es tan importante como el agua que bebemos; de ahí que, junto al esfuerzo colosal por salir adelante en el terreno económico, se impone también librar una batalla colosal en el terreno de la cultura y de las ideas.

Los recientes encuentros del Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, con jóvenes en sitios sagrados de la Patria como San Lorenzo, Playita de Cajobabo, Baraguá o Playa Girón, han sido una lección de cuánto más puede hacerse por el rescate de nuestra historia.

En ese sentido, reconocer que tantos años de cerco económico, carencias materiales y guerra mediática, han hecho mella en una parte de la población cubana, nos obliga también a buscar nuevas estrategias para fortalecer el orgullo de ser cubano y los valores que han conducido el devenir de la nación.

Por eso, junto a las necesarias transformaciones económicas que contribuyen a adecentar la vida del cubano, debe ir a la par el enfrentamiento a la colonización cultural que se nos trata de imponer, la cual, lamentablemente, ha calado en no pocas mentes, como reconoció en fecha reciente el prestigioso intelectual cubano Abel Prieto Jiménez.

Ante esa guerra cultural, de símbolos y de desmontaje de nuestras raíces y tradiciones, se impone hacer la «vindicación de Cuba», para lo cual no hay mejores instrumentos que el perfeccionamiento de la enseñanza de la historia y de la cultura, definida con certeza por Fidel como «escudo y espada de la nación».

En ese sentido, se necesita cambiar modos obsoletos de contar nuestro pasado a los nuevos hijos de la Patria. Es necesario inculcar en la memoria de nuestros niños y jóvenes las proezas, la entrega y el sacrificio de los próceres cubanos. Nadie lo duda. Lo que no podemos es hacerlo con fórmulas manidas, frases hechas o ejemplos desfasados del contexto. En ese empeño, se hace imprescindible hablar también de otros héroes más cercanos, de los que tenemos por cientos al doblar de la esquina, en la cuadra, en la finca, en la escuela o en el centro de trabajo.

Por citar un sencillo ejemplo, como héroes quienes  miraron cara a cara a la covid-19, o los miles de cubanos que cumplieron y aún cumplen misiones internacionalistas en lejanas tierras.

Los tiempos cambian, es cierto. Nadie puede pretender que los más jóvenes piensen y actúen como sus padres y abuelos. Mas, constituye un deber y una obligación mostrarles los mejores espejos, los verdaderos, que no son íconos de la moda, la música, o youtubers con contenido viral, pero son, sin duda, lo que en todo el sentido de la palabra podemos nombrar: ejemplo.

A veces damos por sentado que el desinterés de un joven por la historia es inamovible, que no le gusta y punto. Sin embargo, a veces el desinterés es la consecuencia más directa de lo que se narra sin pasión y, por ende, entra por un oído, pero sale por el otro sin dejar nada en la memoria y el recuerdo.

Nuestros niños no pueden ser insensibles ante la persecución y la tragedia vivida por la joven Ana Frank y su familia, quienes debieron ocultarse de los nazis en Ámsterdam durante dos años, por el simple hecho de ser judíos; o a aquel momento sublime en que el joven Panchito Gómez Toro se inmola tratando de socorrer a su jefe y amigo en los campos de San Pedro.

No creo en la apatía de los más jóvenes hacia este tipo de temas, y los propios encuentros del Presidente con notables representaciones de ellos han demostrado que esa es una tesis errónea.

De lo que se trata es de traer la historia hasta su tiempo, de quitarle el matiz épico muchas veces sobredimensionado que le resta credibilidad a lo que se narra.

La historia, es más que la huella que dejamos en el mundo, los momentos que construimos, los desafíos que alguna vez debieron ser superados para llegar un paso más lejos, es, sobre todo, el testimonio de que andamos, crecemos y luchamos.