Por qué el Che no peleó en Girón

Luis Hernández Serrano

Luis Hernández Serrano

  • abril 16, 2025

La respuesta a esta curiosa pregunta la daremos aquí en este trabajo periodístico cuyo contenido no es muy conocido sobre todo por las nuevas generaciones


Estamos convencidos de que para muchas personas cubanas y extranjeras la respuesta correcta a la interrogante del título es en realidad un revelador secreto ahora divulgado.

     Sobre este interesante tema se han dicho, redactado y publicado falsos argumentos, por ignorancia o mala intención. Aprovechamos la nueva celebración de la primera gran victoria cubana contra el imperialismo yanqui para explicar lo ocurrido realmente.

      Muchos enemigos de nuestro proceso socialista intentaron hacer ver, creer o pensar que el legendario médico guerrillero argentino no combatió a los mercenarios por reinar entonces serias discrepancias o discordias del propio Che con Fidel y Raúl.

     Los odiadores, contrarrevolucionarios, asesinos y torturadores de la tiranía de Batista, los fascistas refugiados junto a la mafia de Miami, no llegaron nunca a conocer ni a reconocer la ética, sensibilidad, solidaridad, capacidad intelectual, nobleza, el amor y audacia del Guerrillero Heroico. De haber conocido bien al Che, o la verdadera causa de que no combatiera en Girón en aquella ocasión, tal vez no se hubieran atrevido a expresar semejante calumnia.

Era estricto, pero valiente, sensible y humano

Ernesto Guevara de la Serna sí estuvo en Playa Girón. No combatió, pues se encontraba aún convaleciente de una herida de bala en su rostro. / ARCHIVO DE BOHEMIA

La leyenda del Che se había extendido desde la época de la Sierra Maestra por todo el país. De sus hazañas se hablaba casi a diario por la emisora clandestina Radio Rebelde, escuchada en miles y miles de las casas cubanas.

      A decir verdad –la misión primordial del periodista-, a pesar de su aparente severidad y rigor, se han registrado detalles importantes de sus fibras más íntimas y sensibles. En una carta no tan divulgada a Aleida March, su esposa, le confesó que él había pasado parte de su vida refrenando fuertemente el cariño por ciertas consideraciones y ello hizo verlo por algunos como si fuera “un monstruo mecánico”.

      Incluso en una libreta de apuntes enviada a ella desde muy lejos, le comentó: “Si sientes algún día la violencia impositiva de una mirada, no te vuelvas, no rompas el conjuro, continúa colando mi café y déjame vivirte para siempre en el perenne instante”.

      Tal exhortación amorosa evidenciaba justamente el calibre poético de sus sentimientos humanos, uno de los más valiosos e imprescindibles ingredientes del espíritu revolucionario más legítimo.

       Lenin escribió en cierta circunstancia: “El camino de la revolución no está románticamente cargado de rosas, pero yo desconfío del revolucionario que no sea romántico”. Y el Che lo era, lo demostró siempre.

     Era sumamente exigente en el cumplimiento del deber y en la aplicación estricta de la ética, la moral, la disciplina. Se mostraba a diario enemigo acérrimo de la demagogia, la simulación y la hipocresía. Por eso, para poner otro ejemplo de su persona, en el molino de trigo del municipio habanero de Regla, en medio del polvillo del embudo desprendido hacia el aire en aquel centro fabril, casi sin poder respirar por su alergía y su asma implacables, cuando cierto periodista y un funcionario le pidieron que envasara el saco simbólico del cumplimiento de una meta productiva, se molestó mucho y ripostó: “Miren, compañeros, envaso el que me toca o ninguno”, y siguió sudando a mares en aquella casi invisible polvareda de su jornada de trabajo voluntario hasta el último momento, sin chistar.

     Un argentino que lo vio en el aeropuerto José Martí de Rancho Boyeros, en La Habana, se le acercó y le preguntó: “¿El Comandante Che Guevara?”. El héroe del Ejército Rebelde asintió con la cabeza y el desconocido agregó: “Permítame que un compatriota le estreche la mano”.

     Guevara sonrió sin pronunciar palabra alguna y alargó la diestra. El visitante sacó una libreta del bolsillo y le pidió su autógrafo; el ya famoso jefe guerrillero le expresó: “Yo no soy un artista de cine”.

     En plena Crisis de Octubre, en 1962, cuando estaba movilizado militarmente y con su jefatura en la estratégica Cueva de los Portales, en Pinar del Río, otro reportero pretendió entrevistarlo y lo alcanzó por determinada zona rural allí. -Hábleme de su trabajo actual y de la situación reinante.  -¿De qué quieres que te hable? ¿Del Ministerio de Industria, del Ejército o de la Economía? -Bueno, Comandante, sería interesante en su voz.  – Mira, del ministerio no sé qué decirte, pues estoy en operaciones militares. De la Economía, estoy en el Ejército, y del Ejército, no tengo autorización del Estado Mayor para brindar informaciones a la prensa.

      Poco después Guevara explicó a los periodistas visitantes en los cortes de caña con máquinas cosechadoras de la gramínea: “Todos ustedes vienen a tirarme foto, y eso me molesta. Estoy aquí porque quiero probar la eficiencia de las máquinas y sacarle el máximo de rendimiento: no vine a posar, ni a exhibirme”.

      A la pregunta de un colega acerca de su momento más emocionante como guerrillero, aseveró: “Cuando oí la voz de mi padre en el teléfono que hablaba desde Buenos Aires. Hacía seis años que yo estaba ausente de mi país”.

El miedo no estuvo nunca en la mochila del Che, como lo llamaron siempre y lo siguen llamando cariñosamente los cubanos y sus admiradores del planeta. / FOTO archivo de BOHEMIA

La mentira tiene patas cortas   

Este periodista pudo entrevistar hace 17 años al doctor Orlando Fernández Adán, capitán médico del Ejército Rebelde; nos contó la verdadera causa de la ausencia del Che en los combates de Playa Girón, pero nos dio a conocer su presencia en aquellas arenas libres de Cuba en contacto con nuestros dirigentes.

    Mientras medios imperialistas propagaban la infamia de que el Che había tenido grandes problemas con Fidel y Raúl y por eso estaba ausente en el enfrentamiento a tiros con los mercenarios invasores de la Brigada 2506 durante los días 17, 18 y 19 de abril de 1961, el talentoso y corajudo guerrillero de la Sierra Maestra era atendido de urgencia por una peligrosa herida de bala en pleno rostro.

      -Oye, para allá va el Che con una herida de bala en la cabeza. “Eso es lo único que me dice. La tremenda mala noticia me la da José (Pepito) Argibay, segundo jefe de Pinar del Río en ese momento. -Coño, Pepito, no me jodas. Con el Che no se juega. -Mira, lo que te comunico es muy serio, y al mismo tiempo estoy dándote una orden que debes cumplir inmediatamente. ¿Tu sabes con quién estás hablando? -Sí. -Entonces prepárate para salvarle la vida”.

      De este modo comenzó su relato el cirujano general e integrante de la Columna 8 Ciro Redondo del Che, ubicado en la fortaleza militar de La Cabaña en La Habana desde los primeros días de enero de 1959.

      Al comandante lo trasladaron a toda carrera hacia el Hospital provincial de Pinar del Río. Cuando el cirujano Orlando Fernández Adán llegó al salón de operaciones, lo encontró acostado en la mesa quirúrgica, sin camisa.

     El Che, como médico, confía en los facultativos del centro de salud, pero al ver a su compañero de la columna guerrillera, por lógica, se siente más confiado aún.

    -Cómo fue eso? Le preguntó al ver la herida de entrada del proyectil. – “No sé cómo pudo pasar, pero la pistola se me cayó y se disparó, esa es la pura verdad”

     El plomo le penetró por la mejilla izquierda. Ya iban a explorar con un bisturí la herida para ver su posible trayectoria. Preguntó por la placa y le dijeron que estaba aún mojada. Adán le respondió que las heridas de bala no se exploran y las placas de urgencia se miraban mojadas para no perder ni un segundo.  Y aclara que las heridas punzantes en general no se exploran.

    La pistola era una Stechkin soviética. El cirujano comprobó la no existencia de lesión del nervio facial. Comentó: “No hay parálisis. No hay signo de trastorno neurológico. Tampoco se ha lesionado el conducto que lleva la saliva de la glándula parótida hacia la boca; ni siquiera el maxilar ha sido tocado. El plomo recorrió el pequeño tramo por dentro de la cara, atravesó el pabellón de la oreja y tropezó con el hueso mastoide, quizás el más duro del organismo. Afortunadamente el proyectil no interesó ninguna arteria, ni órgano del cuello o de la garganta, ni mucho menos el cerebro.   La inflamación originada por el balazo apareció enseguida”.

    El miércoles 19 de abril llevaron al argentino a la casa de Argibay. Pero, el jueves 20, el Che se trasladó para Playa Girón, ya no para enfrentarse al enemigo invasor en su condición de convaleciente. Adán recordó: “No recibió mi alta. Viajó a las arenas del combate porque sí. Actuó como jefe y como médico. No contó conmigo ni con ningún otro galeno para eso”.

      Sin embargo, el doctor Adán poco después, en dialogo con Aleida March, la esposa del comandante, le preguntó si el Che no vio bien su atención profesional como cirujano. —Sí. —-No me dijo nada. —Orlando, si él te elogia personalmente, deja de ser el Che. Él te elogió por la espalda, como hacen los verdaderos compañeros y amigos.


FUENTES CONSULTADAS:

Mi hijo el Che, Ernesto Guevara Lynch, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1988, página 333. Una herida y otra mentira, Luis Hernández Serrano, Juventud Rebelde, página 4, martes 10 de junio 2008.