ARGIMIRO GABALDÓNLA LLAMA INEXTINGUIBLE DEL HUMANISMO Y LA REBELIÓN EN VENEZUELA

Por José Luis Alcalá Ojeda

La existencia de Argimiro Enrique de La Santísima Trinidad Gabaldón Márquez, nacido el 15 de julio de 1919 en la apacible Hacienda Santocristo, entre las tierras llaneras de Biscucuy y Guanare, en el estado Portuguesa, fue una epopeya tejida con hilos de intelecto, arte, profunda sensibilidad social y un compromiso inquebrantable con la justicia. Hijo del ilustre general José Rafael Gabaldón Iragorry, una figura señera de la resistencia contra la tiranía de Juan Vicente Gómez, y de María Teresa Márquez Carrasquero, Argimiro respiró desde su cuna los ideales de libertad y rectitud que su padre encarnaba. No era un heredero de fortuna, sino de una convicción: la de que la vida valía la pena si se vivía por y para los demás. Su hermano mayor, Joaquín Gabaldón Márquez, también fue un dirigente destacado de la época, aunque no compartió la vía armada.

LOS AÑOS FORMATIVOS: LA SEMILLA DE LA CONCIENCIA Y LA REBELIÓN TEMPRANA
Desde sus primeros años, Argimiro exhibió una inteligencia precoz y una curiosidad insaciable que lo distinguían. Sus lecciones iniciales, recibidas en la misma hacienda junto a su hermano Edgar bajo la guía del maestro Arturo Simonet, incluían lecturas de José Martí que no solo le enseñaron a descifrar palabras, sino a comprender el alma de los pueblos. Se cuenta que una historia sobre «El pájaro prisionero» y las reflexiones sobre la libertad y la compasión hacia el oprimido dejaron una marca indeleble en su joven espíritu, prefigurando una vida que se entregaría a la causa de la emancipación. Esta temprana impregnación de ideales martianos, con su énfasis en la dignidad humana y la autodeterminación, fue un pilar fundamental en su formación ideológica. Argimiro era conocido por su espíritu aventurero; fue nadador, jugador de béisbol, pescador, cazador y excursionista, actividades que lo conectaban profundamente con la naturaleza y el territorio que luego defendería. Además, le apasionaban las ciencias naturales y conocía a fondo la flora y fauna de los lugares donde vivió, una muestra más de su vasta curiosidad.
A una edad asombrosamente temprana para su época, con apenas 17 años en 1936, la vocación política de Argimiro ya bullía en El Tocuyo, estado Lara. Allí, lejos de los centros de poder y las universidades, ya era uno de los cofundadores de las primeras células del Partido Comunista de Venezuela (PCV), que se establecería formalmente en 1938. Su fervor y liderazgo eran tan palpables que su participación activa en movimientos huelguísticos estudiantiles y en la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV) le valió la expulsión del prestigioso Liceo Andrés Bello en Caracas, un hecho que, lejos de desalentarlo, solo reafirmó su camino. Pese a las adversidades, en 1939 logró graduarse de bachiller, defendiendo una tesis sobre la «Filosofía de Demócrito», lo que subraya su inclinación por el pensamiento crítico y filosófico desde una etapa tan temprana de su vida. Este es un detalle crucial, pues muestra que su compromiso no era meramente pasional, sino cimentado en una sólida base intelectual. El 22 de enero de 1948, Gabaldón contraería matrimonio con María Luisa Martí Pérez, con quien compartiría su vida y sus ideales. De esa unión, nacieron sus cuatro hijos: Carmen Dolores, Beatriz, Alejandro y Tatiana. Su vida familiar estuvo siempre marcada por un profundo respeto a sus convicciones, incluso cuando estas lo llevaron por caminos arriesgados.

EL POLÍMATA Y EL PEDAGOGO: DE LA ARQUITECTURA A LA RESISTENCIA CULTURAL
La sed de conocimiento de Gabaldón lo llevó por caminos diversos, enriqueciendo su visión del mundo. Emprendió estudios de Arquitectura en Caracas inicialmente y luego en Argentina, un camino que abandonó al cabo de tres años para sumergirse en las Artes en Brasil. Esta etapa de formación, lejos de su patria, pulió su perfil de artista completo, destacándose en la pintura de paisajes y retratos, una habilidad que cultivó con notable maestría. Su sensibilidad artística no era un pasatiempo, sino otra lente a través de la cual observaba y comprendía la realidad social, plasmándola en obras como «La borrasca», «Quebrada ahogamula» o «El árbol de la vida», donde capturaba la esencia del pueblo y su entorno, a menudo olvidado por la élite.
Al regresar a Venezuela en 1945, la vida de Argimiro se convirtió en una intrincada red de activismo político y una vasta producción intelectual y artística. No solo fue un prolífico escritor de novelas, cuentos y poesía, cuya obra hoy es un testimonio invaluable de su época y de sus convicciones, sino que también se desempeñó como reportero para el prestigioso diario El Nacional, utilizando su pluma como arma para denunciar las injusticias y amplificar las voces de los silenciados, a menudo desde la peligrosa clandestinidad durante los años de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Este rol periodístico le permitió no solo informar, sino también formar opinión y movilizar conciencias, siempre buscando la verdad en un contexto de censura.
Paralelamente a su labor intelectual y periodística, la vocación pedagógica de Argimiro se manifestó con una fuerza arrolladora. Impartió clases de Historia y Geografía de Venezuela en el Liceo Lisandro Alvarado de Barquisimeto, transmitiendo a sus alumnos una visión crítica del devenir nacional y sembrando en ellos una conciencia histórica. También asumió la dirección de la Escuela Artesanal de Lara, donde impulsó la capacitación en oficios, buscando dotar a los jóvenes de herramientas concretas para su subsistencia y desarrollo. Pero quizás su logro más significativo en este ámbito fue la fundación del Liceo Antonio José de Sucre en la misma localidad (posteriormente renombrado Fernando Delgado Lozano), un acto de profundo compromiso que buscaba llevar la educación formal y de calidad a las comunidades rurales más alejadas, rompiendo las barreras geográficas y económicas que históricamente habían limitado el acceso al saber.

EL CONSTRUCTOR DE CONCIENCIAS: LA PRAXIS COMUNISTA EN EL CAMPO LARENSE
Fue en las vastas y empobrecidas montañas de Lara, particularmente en la región de El Tocuyo y sus alrededores, donde Argimiro Gabaldón dejó su huella más profunda como el brazo organizativo y pedagógico del PCV en el campo. Su labor allí no era una mera actividad altruista, sino una profunda praxis que fusionaba su ideología con la acción directa para la concientización, movilización y organización de la clase campesina, que consideraba el motor fundamental del cambio social. Su visión era clara: para que el pueblo se liberara, debía primero entender su opresión y su propio poder.
Su compromiso con la alfabetización masiva de los campesinos trascendió la mera instrucción. Era, en esencia, un proceso de concientización política y emancipación. Al dotar a hombres y mujeres analfabetos con la capacidad de leer, les abría las puertas a la información y al pensamiento crítico, capacitándolos para comprender las raíces estructurales de su pobreza y explotación, y para discernir su propio potencial como agentes de cambio. Gabaldón, a través de su pedagogía transformadora, no solo les enseñaba letras, sino a leer el mundo que los rodeaba, a reconocer su posición de clase oprimida y la necesidad de organizarse para su liberación. Esto era vital para el PCV, que buscaba construir una base social informada y comprometida.
En el contexto de una dictadura represiva, Argimiro dedicó una parte considerable de su esfuerzo a la creación y consolidación de células comunistas clandestinas en el corazón rural. Valiéndose de la profunda confianza que había forjado con los campesinos a través de su trabajo genuino y su conocimiento de sus necesidades, lograba identificar y formar a los militantes más valientes y comprometidos. Estas células, lejos de ser meros grupos de estudio, se convertían en la infraestructura vital del PCV en las zonas rurales, sirviendo como puntos de contacto para la distribución capilar de la prensa clandestina del partido, como el influyente Tribuna Popular, y para la articulación de la resistencia y la difusión de directrices políticas. Impartía una rigurosa formación política e ideológica, elevando la conciencia de los campesinos de simples simpatizantes a cuadros militantes.
Argimiro fue un ferviente impulsor de las cooperativas campesinas desde mediados de la década de 1940, especialmente entre 1946 y 1947, en las montañas que unen Lara y Portuguesa. Estas cooperativas eran más que una estrategia económica; eran un modelo de autogestión y solidaridad que buscaba liberar a los campesinos de la opresión de los intermediarios y los terratenientes. Además del beneficio material, fomentaban la solidaridad de clase y servían como plataformas naturales para la discusión política y la acción colectiva, desafiando frontalmente el sistema latifundista y las injusticias arraigadas. Complementando esto, impulsó la formación de ligas campesinas y sindicatos agrarios —muchos de ellos operando en la clandestinidad o con un estatus semilegal—, dedicados a la lucha directa por la tenencia de la tierra, salarios justos y el enfrentamiento al poder de los grandes propietarios. Su conocimiento de la actividad agrícola, inherente a su origen provinciano, le permitió conectar de manera auténtica con las necesidades del campesinado.
Durante los años oscuros de la dictadura de Pérez Jiménez, Argimiro Gabaldón demostró su ingenio y su audacia al organizar emisoras de radio clandestinas, como la célebre «Radio Liberación» que operó entre 1956 y 1957. Estas estaciones no eran solo un medio para informar; eran una herramienta poderosa de agitación y propaganda política del PCV. Rompían el férreo cerco informativo impuesto por el régimen, difundían las denuncias del partido, sus comunicados y los llamados a la acción, manteniendo viva la moral de la militancia y coordinando la resistencia en un entorno de represión implacable. Su experiencia como periodista le permitió entender la importancia de este canal para la guerrilla y la movilización popular. También instaló una imprenta clandestina en La Cuibas, estado Lara, desde donde se editaban panfletos y materiales subversivos contra el gobierno, diversificando así los canales de comunicación y resistencia.

EL SALTO A LA LUCHA ARMADA: EL NACIMIENTO DEL COMANDANTE «CARACHE»
Tras el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez en 1958, Argimiro ocupó brevemente la presidencia del Concejo Municipal de Biscucuy. Sin embargo, la creciente desilusión con las políticas del gobierno de Rómulo Betancourt a partir de 1959, percibido por el PCV y vastos sectores populares como un giro conservador y antidemocrático que traicionaba las aspiraciones de cambio, lo llevó a una profunda convicción: que solo la lucha armada podría lograr la transformación social radical y duradera que Venezuela necesitaba. El llamado «Pacto de Punto Fijo», aunque buscaba la estabilidad democrática, excluyó a fuerzas importantes como el PCV, generando un profundo descontento en sectores que veían la continuidad de las viejas estructuras de poder. En el III Congreso del PCV, celebrado en marzo de 1961, Gabaldón, quien era miembro de su dirección y secretario general de la Junta Electoral del partido, defendió con vehemencia la adopción de esta vía, fuertemente influenciado por el reciente y victorioso proceso de la Revolución Cubana, que se presentaba como un modelo viable para el continente y que Fidel Castro apoyó activamente en la creación de movimientos armados en Latinoamérica.
Así, en 1960, Argimiro Gabaldón dio el paso decisivo que lo llevaría de la vida civil y política a la clandestinidad armada, creando el primer foco guerrillero de Venezuela en La Azulita, estado Mérida. Este acto pionero marcó el inicio de una nueva etapa de lucha. Un año después, en 1961, fundaría y lideraría el Frente Guerrillero de Liberación Nacional Simón Bolívar o «Libertador», una de las formaciones más emblemáticas de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), el brazo armado del PCV. Este frente, organizado formalmente a partir de 1962, operaba en las escarpadas serranías que confluyen entre Lara, Portuguesa y Trujillo, territorios que Gabaldón conocía a plenitud gracias a sus años de trabajo de base. Fue en estas montañas donde adoptó el nombre de guerra «Comandante Carache», un sentido y respetuoso homenaje a un valiente líder indígena ancestral de la región, simbolizando la continuidad de una lucha histórica por la libertad y la justicia de los oprimidos. Su figura se convirtió en un faro para los jóvenes estudiantes y campesinos que se sumaron a la lucha, muchos de ellos provenientes de los mismos Liceos y comunidades donde Argimiro había sembrado conciencia.
El Frente «Simón Bolívar» bajo su dirección no solo se dedicó a la resistencia pasiva. Entró en una fase de operaciones militares activas. En marzo de 1963, por ejemplo, las FALN realizaron una acción notable con la toma de la población de Humocaro Alto, en la serranía de Lara (en el entonces Distrito Morán, hoy municipio con el mismo nombre), una operación dirigida políticamente por la Comisión Militar del PCV, que Gabaldón, como uno de sus principales cuadros, había impulsado. En este periodo, Argimiro no solo era un líder militar, sino también un estratega y un pensador crítico. Se conoce que alertó desde el principio sobre las vacilaciones y posiciones que él consideraba claudicantes, aventureras u oportunistas dentro de la propia dirección de su partido, el PCV, lo que reflejaba su independencia de criterio y su compromiso irrestricto con la vía revolucionaria.
El Comandante Carache era un líder de un coraje e inteligencia extraordinarios, capaz de mantener la moral de sus hombres frente a la intensa persecución de las fuerzas gubernamentales. Mientras muchos guerrilleros desertaban ante las «farsas pacificadoras» del gobierno, Gabaldón se mantuvo firme, sin rendirse. Su convicción se plasmó en una de sus frases más conocidas, que encapsula su espíritu: «No soy un guerrero, nunca lo había pensado ser, amo la vida tranquila, pero si mi pueblo y mi patria necesitan guerreros, yo seré uno de ellos.» Su lema personal se convirtió en un grito de guerra para la causa: «Hacer la Patria libre o morir por Venezuela».
En marzo de 1964, el gobierno de la época, desesperado por sofocar la insurgencia, llegó a ofrecer una recompensa de 15 mil bolívares por Argimiro Gabaldón, vivo o muerto, lo que evidencia el impacto de su liderazgo y la amenaza que representaba para el establishment.

LA GRAN ENCRUCIJADA: DE LA VERDADERA REVOLUCIÓN A LA TRÁGICA PARTIDA
Ha mediados de 1964, el movimiento revolucionario en Venezuela se encontraba en una encrucijada crítica. Figuras prominentes como Argimiro Gabaldón, Douglas Bravo, Juan Vicente Cabezas, Luben Petkoff y Fabricio Ojeda, entre otros, unieron sus esfuerzos con el propósito de delinear un nuevo plan organizativo. Buscaban reimpulsar la lucha armada y hacer frente a las constantes arremetidas del gobierno, así como a la creciente influencia del imperio norteamericano en la política interna venezolana.
Sin embargo, la situación interna de la izquierda revolucionaria se fracturaba peligrosamente. Tras las derrotas políticas electorales y militares insurreccionales de 1962 y 1963, algunos líderes tanto del Partido Comunista de Venezuela (PCV) como del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) comenzaron a argumentar que la fase para la insurrección armada había concluido. En un marcado contraste, los sectores más radicalizados insistían en la imperiosa continuidad de la guerra.
Dentro del PCV, coexistían tres corrientes de pensamiento principales. Una de ellas, a la que Argimiro Gabaldón adhería firmemente, abogaba por proseguir la lucha guerrillera con el fin último de construir un auténtico Ejército Popular. Una segunda corriente, liderada por Douglas Bravo, planteaba la teoría de la «Lucha Combinada» y, desde el mismo año 1964, impulsaba una escisión dentro del PCV. Esta facción llegó a suscribir, en octubre, el trascendental «Documento de la Montaña», donde proponían la creación de un verdadero Partido de la Revolución, argumentando que el PCV se había estancado y no lograba hacer avanzar la guerra. Finalmente, una tercera tendencia del PCV, por su parte, abogaba por una tregua que condujera a la pacificación del país.
Simultáneamente, en el MIR, Domingo Alberto Rangel y un grupo minoritario se desmarcaron de la vía armada, mientras que la mayoría de sus cuadros, especialmente los jóvenes, se mantenían firmes en la línea de la guerra. Esta profunda divergencia estratégica y política generó un intenso trauma para los partidos alzados en armas y, en particular, para los frentes guerrilleros, que sufrieron un desgaste significativo durante 1964 y los años subsiguientes.
A pesar de estas divisiones internas, líderes como Fabricio Ojeda, Argimiro Gabaldón, Douglas Bravo, Juan Vicente Cabezas y Luben Petkoff compartían la inquebrantable convicción de que la utilización de las armas era la única vía revolucionaria viable para alcanzar el poder político. Fue esta visión común la que los llevó a concertar sus fuerzas con el propósito de relanzar y fortalecer el movimiento guerrillero nacional, buscando superar las contradicciones internas y unificar la vanguardia revolucionaria.
Un documento histórico, fechado el 17 de diciembre de 1964 y conocido como una «Carta dirigida al Comandante Roberto enviada por El Maracucho», ilustra de forma concreta esta fase de rearticulación. En él se detalla la «Sumatoria de las fuerzas reunidas» en esa fecha, contabilizando un total de 240 hombres bajo el mando de estos líderes. Específicamente, se registra que José Vicente Cabezas lideraba 25 hombres en Trujillo; Argimiro Gabaldón, 50 hombres en el Distrito Arure de Lara; Luben Petkoff, 45 hombres en Las Negritas, Trujillo; Fabricio Ojeda, 50 hombres en el Distrito Ospino de Lara; y Douglas Bravo, 70 hombres en Falcón. Este registro es una evidencia directa de la magnitud del esfuerzo por consolidar y coordinar las distintas facciones guerrilleras en un momento decisivo para el movimiento.
Desafortunadamente, unos días antes de esa rearticulación, un acontecimiento trágico y controvertido apagó la vida del Comandante Argimiro Gabaldón. En uno de los campamentos del frente «Simón Bolívar», en las montañas larenses, uno de los combatientes, Jesús «Chucho» Vetencourt Torres, conocido como «Comandante Zapata», realizó un disparo que, según la versión oficial, ocurrió accidentalmente mientras limpiaba su arma. La bala impactó directamente en la cintura del comandante, hiriéndolo de gravedad. Aunque Vetencourt alegó la accidentalidad, la fatalidad del hecho y el contexto de profundas divisiones en la izquierda generaron inmediatamente interrogantes y sospechas que, aún hoy, persisten en el debate histórico sobre la causa exacta de su muerte.
La noticia del fallecimiento de Argimiro Gabaldón, el «Comandante Carache», el 13 de diciembre de 1964, se difundió rápidamente, causando una profunda conmoción entre sus compañeros de lucha y en toda la militancia. Gravemente herido, fue conducido clandestinamente al hospital «Egidio Montesinos» de El Tocuyo, estado Lara, donde lamentablemente falleció a las puertas del centro asistencial. Su padre, el general José Rafael Gabaldón, al enterarse de la tragedia, pronunció una frase desgarradora en su entierro: «Argimiro no te lloro, sería agraviarte», reconociendo no la tristeza de la pérdida, sino la grandeza del sacrificio de su hijo por un ideal.
Su muerte representó una baja devastadora para el movimiento revolucionario. Argimiro era, sin duda, uno de los líderes más importantes y respetados de la lucha armada en ese momento, un combatiente incansable que seguía el admirable ejemplo de rectitud y valentía de su padre. Aunque formalmente aún pertenecía al PCV, las recientes posturas de repliegue de la lucha armada de una parte de la dirección de su partido lo habían distanciado estratégicamente. En el Comité Central, varios sectores ya habían manifestado su desacuerdo con la continuidad de la guerrilla. Esta divergencia llevó a Argimiro, junto a Douglas Bravo, Fabricio Ojeda, Luben Petkoff y muchos otros militantes, a la firme convicción de que era necesaria la creación de un nuevo partido político, surgido de las filas del PCV, que mantuviera con inquebrantable firmeza la vía de la guerra revolucionaria.

LEGADO Y PANTEÓN: LA MEMORIA VIVA DE UN REVOLUCIONARIO INOLVIDABLE
La partida física de Argimiro Gabaldón, prematura y en circunstancias complejas, lejos de apagar su luz, la convirtió en un faro para las generaciones venideras. Su existencia se erige como un testimonio imborrable de un humanismo profundo, una vasta intelectualidad, una sensibilidad artística genuina, una vocación pedagógica transformadora y un inquebrantable compromiso revolucionario que floreció desde la base social. No fue solo un guerrillero; fue un constructor de conciencia, un educador incansable y un organizador popular que entendió que la verdadera revolución empieza en la mente y el corazón del pueblo.
Su figura, la del «Comandante Carache», se ha consolidado en el imaginario colectivo venezolano como un símbolo perdurable de la lucha por la justicia social y la soberanía. Su vida ejemplifica la coherencia entre el pensamiento y la acción, entre la denuncia de las injusticias y el sacrificio personal por superarlas. Es recordado no solo por su valor en las montañas, sino por su labor silenciosa en las aldeas, alfabetizando, organizando cooperativas y sembrando la semilla de la dignidad y la autogestión.
El 15 de julio de 2017, en un acto de profunda justicia histórica y reconocimiento a su incansable entrega a la causa de los desposeídos, los restos de Argimiro Gabaldón fueron trasladados con honores al Panteón Nacional de Venezuela en Caracas. Allí reposa junto a los de otros héroes y heroínas de la patria, compartiendo el espacio con el también emblemático guerrillero Fabricio Ojeda, cuyo destino y convicciones se cruzaron con los suyos. Este traslado no fue solo un formalismo, sino un acto simbólico de reivindicación de una etapa de la historia venezolana a menudo silenciada o tergiversada, reconociendo la invaluable contribución de Argimiro a la resistencia popular y la lucha por una Venezuela más justa. Su presencia en el Panteón sella su lugar en la memoria colectiva del país, sirviendo como recordatorio constante de aquellos que, como él, alzaron las armas o dedicaron sus vidas a la construcción de un país libre y soberano, frente a regímenes que consideraron antipopulares y entreguistas.
Hoy, la memoria de Argimiro Gabaldón se mantiene viva. Su nombre resuena en centros educativos, donde su vocación de maestro inspira a nuevas generaciones; en instituciones artísticas, que honran su legado como pintor y escritor; y en proyectos de vivienda de la Gran Misión Vivienda Venezuela, que simbolizan la lucha por la dignidad y el bienestar del pueblo por el que entregó su vida. Su figura es un estandarte de la persistencia revolucionaria, un recordatorio de que la verdadera transformación nace del arraigo en las comunidades y de un compromiso inquebrantable con los ideales de libertad y equidad para todos los venezolanos. Su llama, la del humanista, el maestro y el comandante, sigue encendida en el corazón de la historia venezolana.