
15/05/2025.- La mujer, designada por el universo, usa el cuerpo como aéreo transporte. Insustituible, pisa tierra con la encomienda de traer la sensible vida y posarla en el planeta como cuna.
Allí da inicio lo extraordinario, para no confundirnos con el milagro. Esa genética del llanto dulce de todo principio. Ese fluir hacia la alegría intermediaria, consintiéndose en los fervores del presentimiento, que sustancia la materia prima del festín de vivir, a pesar de la podredumbre que nos extingue a los humanos.
Lo que preconfigura el designio de la memoria a convocar el baile, invocando a nuestros ancestros y amorandos, como gratitud a la cosecha emocional, sin esgrimir el rencor ante el olvido, en el espejo de la piedra escrita.
Es la referencia monumental y continua de la Abya Yala y su inherencia como destino, hasta alcanzarnos como sujetos luneros y solares, la maravilla.
Nadie podrá sustituirle la muerte a otro y perder esta sujeción, porque en el tope, la parca es personal y sobrevive en la conciencia a todas sus constancias al ser huella digital espiritual. Atavío referente de un nudo propio que nos desata, sin poder debatir el delirio que nos antecede liberar el ave interior.
Cuando muere la flor, ha de continuar la premonición en el recuerdo, aunque el olvido dependa de lo inevitable, que es el tiempo.
En la esencia, mortales transversales, que en la dualidad del amorando llevan solapado el duelo, sobre todo cuando ya nadie responde por la definición de lo infinito, ni versa elocuente lo relativo al deceso de la eternidad.
Solo intentaré decir en el momento del balbuceo de la antesala, envuelto en el pañuelo impávidamente blanco junto al hálito primero, que fue bello lo indescriptible: el vuelo en que me vi danzante surcando el cielo impresionado de sus ojos.
Conmemoro a distancia, ahora, el aniversario de esa ausencia, aquel tiempo y lugar en que juntamos nuestras sombras, evitando totalmente el desierto humano en el bazar de lo predicho; considerando de paraguas el firmamento afectivo de nuestro universo, mientras el polvo blanco adelante lleva, deforme y lejano, nuestras huellas y actuales referentes, haciendo de torpes jeroglíficos en la arena. En la ciudad de las artes, como centro comercial, la vida está de moda como vidriera, pero la soledad en lucha interior no se somete al tedio del olvido, y ahí nos adentramos, por lo más débil de la piel, a guarecernos de la mansalva. Apenas se oyen todavía los alaridos de los nuestros que no llegan al último refugio. Tal vez, somos dos rieles separados por un tren sobre durmientes. Lo importante, quizás, sea la vida como un viaje, pero distinto si vamos o nos llevan. A veces, también sobramos en la espera.
Lo demás ha sido envidia del dolor.
París, 14 de mayo de 2025
Carlos Angulo