DE CUANDO DAVID Y RAMÓN VENCIERON A LOS ENANOS – CARLOS ANGULO


(Foto tomada del feisbu de Consuelo)

@MANOALZACARLOS ANGULODAVID ARRÁEZELELEFANTEBOCARRIBA

De esta tierra nadie se va,

excepto el alma que es la primera que salta del barco,

en la agonía

 

Comprendo medianamente, esta difícil y densa suerte de vida por la que hemos pasado, ni demasiado alegre lo que definimos como victoria, ni finalmente doloroso lo que consideramos perdido. Sobre todo porque en nada de esto nos dio por llamar la atención, accionando los extremos, pero esencialmente porque no tuvimos ninguna ambición y porque dignificar la vida con los demás no ha sido bien visto en los ojos de los que se aferran más en defender el amor personal, que lo generoso de los pueblos

A veces siento que duele más la amorosidad por los vivos con que hemos andado en esta lucha y se han ido, que los muertos que podrán venir y no he conocido y lograrán la resolución

La muerte sin ser cielo similar nos ancestra un sitio en las estrellas, para poder imaginar a los amigos cuando llueve sobre el rostro o mirar su eternidad en los azules más lejanos, de la memoria

Esta apreciación de la amistad, nos guarda el sentimiento del amigo para siempre, en unos espacios que están colmados de ideas, solidaridad, preocupación y aporte en esta sala endémica de padeceres y logros bordados de gazas y zarzas, atentados y negociaciones preliminares

manoalza

Tal vez ustedes aún no dan valor de conocimiento a la fuerza que contienen seres especiales, cuando estamos agonizando colgados de una lagaña que fue lágrima, y entregados a darnos por final, y llegan ellos y nos levantan. Así apaciguan por el mundo el cuerpo, ante los malos o buenos tiempos, como para decirnos que falta mucho por hacer mientras nos cuente el corazón. Y se quedan con nosotros deletreándonos la fortaleza que hemos sido, cuando huimos de la insoportable emocionalidad del desequilibrio

Los admiro con gratitud y consideración, siempre en su humor y determinación, cuya sentencia habitual sustentada en lo vivido e imaginado nos aboca a ello, para saber dónde se guarda el olvido sin que haga falta, como quien ha visto el mar por primera vez y nunca más, citando a Marcos y María

Sé que podremos, y nada ni nadie olvidará porque no estamos hechos de olvido sino de estar vivos, para ser fuerza entre la gente

Hay ocasiones en que le hace falta perfume de pueblo a estos sitios de la distancia, donde por muy escaza vez escalamos las creídas alturas, expropiadas por los poderes de clase. Entonces nos llega a la memoria la infancia, el solar y el recreo, al margen de la historia corregida y despertamos, y nos reconocemos poniéndonos en nuestro sitio, para que no sea omiso ni ocultemos después, esa mancha de esclavo pegada en las manos y en la percha

 

Jamás nos dejaremos llegar a la derrota ni siquiera en la tristumbre y confusión, siempre tendremos un último argumento después de la palabra, sea el abrazo o el silencio

Escoltarán el agrado, deslastrarán el cansancio, harán primavera el otoño de los que no tienen tiempo, para que no se den ni cuenta la soledumbre de las hojas cuando caen, aun cuando caigan, teniendo un costal a mano para que sea abono lo cremado

Un día llegué en la oscuridad y toque el timbre de su casa perdida entre la bruma, y ya la puerta estaba abierta. Entré y tenía un trago servido para el primero que llegara, y él tomaba otro en la soledad de los que piensan y hablan mientras leen. Las palabras ya estaban allí, nada más seguí oyendo. Allí supe de lo denso, y hartamente crítico que intimidaba, y también lo adelantado en el análisis y la propuesta. Justo a su tiempo, le conté de mi insofacto. Así le puso cielo a mi intemperie y le hizo nido a otra guerra común, que ejercitan sin fuerza los que ya vienen acosados de indecisiones, y me quede allí un largo tiempo acompañándonos

Un día fuimos a una parranda en El Tocuyo donde cantaba Raúl Orozco y un argentino que hacía gotear de sensibilidad un acordeón, como quien estira un gusano de seda. Allí, en un descuido David me cambió la agenda electrónica por la suya, recuerdo que fueron los primeros aparatos que antecedían al celular, y con ella se hacían múltiples funciones, que no lográbamos saber de un todo. Cuando la encendí, estaba rara, nombres y teléfonos de países lejanos, mapas extraño, y no encontraba la dirección que buscaba. Y le dije, esta agenda se puso loca, no sé qué le pasa. Había pasado un avión y me dijeron que esa era la causa por la que se había desconfigurado la agenda. Y le empecé a dar golpes en la mesa a ver si se acomodaba, que vas se ponía peor, ahí David me la quito para arreglarla, aunque era porque se dio cuenta que se la iba a reventar ante tamaña ignorancia, la de darle golpes en la mesa, y la volvió a cambiar por la mía sin darme cuenta. Duro años la burla. Un día llegué donde Ramón y estaban haciendo una carne en salsa. Y pregunté y me respondieron que estaban cocinando un enano, por dentro me dije estos están locos. Me lo dijeron con tanta convicción, que todavía dudo. La historia es larga y la contarán los protagonistas alguna vez. Allí volvió a salir el cuento de la agenda electrónica y la burla otra vez, esos son de los que nunca se cansan

 

Por el 2005 creo, fui con Gino González a Suecia y visitamos al negro Cheo, entrañable amigo de David, y supimos mucho más del compromiso profundo que tenía por nuestro País. No pude convencer al Negro Cheo de hacer un libro de tanta historia significativa guardada para la muerte, ahora nos queda la mitad. Fue al primero que le avisé de la ida de nuestro amigo, a quien planeaba visitar desde Suecia a Venezuela, el sábado 20 de mayo, unos cuatro días después del 16 en que  había salido de la vida

 

Cumplimos allí albergados donde David el ciclo, y nos mudamos, a una casa que tenía Luis Cedeño. Apareció el día de irnos, y le agradecimos su apoyo y camaradería. Esa noche antes de partir, le conté de Luis Lucksi, un poeta boliviano a quien le dimos hospedaje en Resolana donde yo vivía antes, sólo por los días que estaría en la ciudad. Cuando llegó Lucksic, ya en la conversa y tomándonos unos cafeces añejados nos contó: hace tiempo ya cuando joven, porque ahora ya estoy cerca de morir, fui a visitar un amigo y cuando alcancé su puerta, él estaba saliendo de viaje. Después de saludarlo y conversar lo necesario se fue, y me dejó encargado de la casa. Cuando salió para concretar el viaje le comenté, que no se preocupara, que yo estaría pendiente, “si algo falta en la casa del amigo, uno no puede apropiarse a sí mismo”

Una noche me quedé dormido en la sala, en un sofá, con el cigarrillo prendido, y cuando despertaba la casa se incendiaba. Salí  espantado, y miré desde muy fuera la torpeza y ya todo se iba haciendo cenizas, excepto el cuartico de huéspedes que me había asignado. Pensé en irme, pero no era moral. Y decidí esperarlo. Cuando llegó,  no sabía que decir, y le dije la verdad. Me respondió, bueno que se le va a hacer. Si este cuartico fue lo único que se salvó sigue estando a la orden, sólo que ahora nos hospedaremos los dos

De esta permanente manera de hacer la vida, el tiempo nos convence a favor, porque no estábamos equivocados, y hemos sido consecuentes con todo lo que nos ha rozado plenamente desprendido. Igual los que se han ido sin querer por seguir en esta lucha imaginándonos a todos los nosotros

 

Desde entonces, la amistad no es más que la habitación de dos ausencias. Y conmueve saber que es demasiado silente el viaje del esplendor, sin un amigo. Aunque nada me ha sido lejano, cuando pienso en no llegar. Algo amigable nos sostiene, al borde metafórico del abismo y lo recuerdo. Lo que pudiera decir que sé, se lo debo a los amigos, que lo terminado en cualquier ámbito fue porque realmente no se tuvo el tiempo exacto de comenzar, que la amistad no debe ser sospechosa en nada sino mal comprendida, que el abrazo es la conmoción final de la palabra que te levanta sin lástima, cuando la amistad sólo se ve exacta de transparencia en la oscuridad

No sé si sea reiterativo y necesario decir, que no tenemos otra opción más digna que seguir cada vez mejores como gente en lo que podamos, porque nuestros amigos a quienes queremos sin límites y viceversa también están inmersos como nosotros en una de las más miserables y desleales batallas acontecida en todos los tiempos, al enfrentar al peor sistema imperial, que nunca hemos visto, ni tan siquiera esa distinción de ser inerte y vacío de emociones

La tristeza nos ubica en avistar, desde abajo, el peso íngrimo de la muerte. La partida de un amigo, a otra conjetura, nos deja impávidos, nos detiene en el llanto, nos suscribe en lo vivido y nos convoca a la última de las marchas

El frío que nos envuelve en esta inusual llama de la vela pareciera ser eterno, en la miseria mística, en el todo y en la nada brutal de la embestida, pero asumimos estas más decididos en que la lágrima no pase en vano ante tanta moda globalizada y tecno dirigida, para producir desesperación 

Sin obviar que la mayoría de ocasiones estamos tan comprometidos con lo que hacemos, que la mayoría del tiempo no hay  disponibilidad para cubrir el lugar de la visita, que nos junta en el recuerdo. Casi siempre estar muy ocupados nos hace lejano de los otros. Aunque eso no salve a nadie, habitamos al tanto de la imperfección, y no dispuestos a descuidarnos, porque vamos juntos en esta amorosa insistencia colectiva que no tiene alternativa de caer en la debilidad

Tengo una cita con mis amigos, desde que existo en la distancia, les visitaré en el mismo lugar donde los avisto sólidos, algunos encontraré en el sitio cambiados de paisaje, otros los veré bajo símbolos y rituales alertando lo intuido. Nos debemos los encuentros, y es poco lo que falta. O tal vez en la prisión de la madera, ojalá que no, alguien diga como consuelo colateralmente, por lo menos ya salió de eso

Seguros construiremos defensas infranqueables, no como una manera de intimidar, sino casualmente para ver quienes se atreven a estar conscientes de franquear el mundo de los solitarios en el frente, que se están yendo, para seguir diciéndonos a como dé lugar y en la tormenta, no olvidar la fiesta de continuar viéndonos

De David Arráez, como a Lucksic igual, fue lo último que le oí cuando nos despedimos aquella vez al mudarme, -aquí seguimos estando a la orden-.

Años después nos volvimos a ver, relativamente poco tiempo hace, cuando lo fui a visitar en su evocada casa  de San Diego llena de recuerdos, al regresar eventual de Guatemala. Le lleve unos libros recién hechos, y conversamos sobre estos tiempos de la injerencia y el irrespeto al derecho internacional, que después de haberlos creado ya no le sirve a la alta capa financiera mundial. También abordamos la soledad como necesaria  fuente de creación y los adioses intempestivos, pero ahora de pronto entristecido, sé que ya íbamos de paso por este mundo, cuando supe por mensaje de texto que se había ido de la vida. Podrá ganarnos la muerte, pero nosotros nunca nos daremos por vencidos. De todo esto ante gran pesar, sólo vuelven las ganas de llorar. Carlos Angulo. 20 de abril, 2019, Guatemala

 

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