Carlos Aponte, gran combatiente venezolano-cubano nuestro americano


Por Fidel Díaz Castro

Siempre que voy a Matanzas trato de llegarme al menos un rato al Morrillo; visito el museo, me asomo a la terraza a contemplar la belleza marina, rememoro lo leído y visto en un documental acerca de aquellos días 7 y 8 de mayo de 1935, en que caen combatiendo juntos Antonio Guiteras, y el venezolano Carlos Aponte. Medito un poco sobre ellos, sobre mí, sobre la América actual, ante sus restos que descansan allí, esperando porque le pongamos más atención a sus historias, a la nuestra que deriva de ellos. 

Salgo de ese santuario de la rebeldía recorriendo más o menos los rincones por donde trataron de escapar, bajando a tramos hasta la orilla, imaginando -especulando más bien pues ya la vegetación habrá variado notablemente en 80 años-, por dónde cogerían tratando de burlar el cerco del ejército, en aquella ratonera. Luego el monumento cerca de los pinos, donde marcan el lugar en que al parecer cayeron, muy cerca uno del otro, Guiteras y Aponte.

Confieso que Carlos Aponte era para mí un importante luchador antimperialista, nacido en Venezuela, que había combatido en Nicaragua con Sandino y que se había enrolado en la lucha de Guiteras. Esto no es poco; pero gracias al Centro Pablo (a Víctor Casaus y María Santucho), que me enviaron un ejemplar, he estado leyendo “Carlos Aponte: un peleador sin tregua” libro electrizante que me ha multidimensionado la admiración hacia este gran héroe nuestroamericano, al que deberíamos tener –más en estos días en que la hermana bolivariana es atacada económica-mediática e imperialistamente- en primera fila de los luchadores continentales. El libro es un ejercicio del más alto periodismo, y de vanguardia combatiente, pues lo escribe nada menos que Pablo de la Torriente Brau.
Creo que Antonio Guiteras y Carlos Aponte –así como el propio Pablo de la Torriente- deberían estar entre nosotros, no como héroes caídos sino como jóvenes rebeldes, latinoamericanistas, que no tuvieron límites territoriales, que hicieron de cada pueblo su patria, y suyas todas las injusticias en la tierra; tuvieron clara conciencia de lo que era el imperialismo, y le salieron el paso de todas las maneras que encontraron posible. Hoy, que el Norte no es menos brutal, aunque use disfraces o envenene en tercera persona, debemos unirnos a esa guerrilla que ellos vivieron, y hacer de ese Morrillo, donde están sus restos, un centro de conspiración por esa América nueva y nuestra que nos espera, o mejor decir, que espera por la obra de nosotros.

Aquí va la reseña biográfica de Carlos Aponte, venezolano, también cubano, que no le aguantó una a nadie, y que se dio entero, por nosotros.  El libro completo puede descargarse en PDF 

Carlos Aponte: un peleador sin tregua 
Por Pablo de la Torriente Brau

Ahora, cuando la prensa, sistemáticamente, ha venido dando el título de bandidos y enemigos públicos a los revolucionarios que mueren en Cuba, procede decir quién fue Carlos Aponte Hernández, muerto en el combate del fuerte El Morrillo, cerca de Matanzas, haciendo frente a la sorpresa y la traición.

Su vida, que por lo extraordinaria merece los honores de la inmortalidad, no puede desfilar por la brevedad de un artículo de periódico, sino a rasgos relampagueantes.

Aunque era joven como un estudiante, había expuesto la vida tantas veces que parecía viejo, de tanto recuerdo como había acumulado.

Toda su figura denunciaba al hombre que solo estaba a gusto en la pelea. Su voz varonil tenía resonancias graves; el sol de los trópicos le había curtido la piel, color de bronce, la cabeza de líneas enérgicas, ostentaba un perfil lleno de audacia, y en los ojos, oscuros y brillantes, su mirada se cargaba de altivez y de insolencia, a la simple evocación del nombre de un tirano o de un traidor.
Amaba el peligro. Sentía por él esa pasión vehemente y suicida que algunos hombres sienten por una mujer alguna vez en la vida. Pero él fue algo más que un valiente. Por eso su vida se convertirá en un símbolo tan pronto como sea conocida; por eso su vida tiene un sentido grandioso, emocionante y conmovedor.

Carlos Aponte

Carlos Aponte Hernández pertenecía a una familia muy conocida en Caracas. Su espíritu turbulento y apasionado le hizo abandonar el colegio en plena adolescencia, para unirse con su hermano, que guardó prisión mucho tiempo en Venezuela, a una revolución para derrocar a Juan Vicente Gómez. Por este motivo no llegó a poseer la cultura que hubiera obtenido si su clara inteligencia hubiera disfrutado de la oportunidad necesaria para ello.

Más, si no tuvo los libros suficientes, en cambio tuvo vida en exceso. Por eso, frente a cien sabios, su figura dramática hubiera arrastrado a todos los auditorios atraídos por su personalidad magnética; por el esplendor de su juventud, estremecida por la emoción de la aventura… Él no conocía a los sabios, pero los sabios, algún día, tendrán que hablar de él…

Desde aquel inicio de su adolescencia, ni su cuerpo ni su imaginación descansaron en la lucha. Su vida tomó, desde entonces, el ímpetu y la fuerza de un torbellino y si alguna vez pareció desordenada, ello fue porque adquirió esa grandeza épica que solo admite el juicio a la distancia del tiempo.
Adolescente casi, llegó a adquirir el grado de capitán en las sucesivas invasiones que, desde las fronteras con Colombia, los rebeldes venezolanos realizaban a su propio país. Mas llegó a hacerse imposible el repetir tales hechos y Carlos Aponte, ya con su hermano en prisión, emigró. Vino para
Cuba y pronto se puso en contacto con Mella, Martínez Villena, Gustavo Aldereguía, Sánchez Arango, Fernández Sánchez, y otros luchadores antimperialistas. Comenzaba entonces el largo y sombrío período del machadato, y él, que siempre reconoció haber comprendido en Cuba cuál era el verdadero papel de la juventud latinoamericana en su lucha contra el capitalismo penetrador de nuestros países, unió su nombre a la exigua lista de los hombres que iniciaron la denuncia del criminal gobierno de Machado.

En La Habana, la larga serie de sus aventuras comenz[ó] a tener resonancia. Cuando pasó por la capital de Cuba Ballenilla [sic] Lanz, ministro de Venezuela en Alemania, Carlos Aponte sin consultarlo con nadie, esperó su llegada a la puerta del hotel Sevilla y allí, con su cinturón, le cruzó la cara varias veces al exégeta de Juan Vicente Gómez. Rubén Martínez Villena logró evitarle consecuencias mayores y fue para México, de donde regresó a poco, para tener que salir enseguida porque estando en un cabaret se enteró que en él se encontraba uno de los secretarios de la Delegación estadounidense a la Sexta Conferencia Panamericana y, a silletazos, lo hizo salir de local.
Pasó entonces a Nicaragua, por la frontera de Honduras, y por espacio de dos años peleó en las montañas de Las Segovias, al lado de Sandino frente a los “marinos” y a los “vendepatrias”, y desplegó tal valor, audacia y desprecio a la vida, que muy pronto fue el ayudante de Sandino. En este vertiginoso recordatorio nada es posible decir de aquella campaña llena de heroísmo y sacrificios. Solo procede recordar, por ahora, que a pesar de sus discrepancias con el “Héroe de las Segovias”, este, al retirarse Aponte de sus filas, por considerar que ya había posibilidades de lucha en Venezuela, le extendió unas credencias llenas de elogio para el valor de quien había sido durante dos años su compañero de marchas, combates y “champas”.

En Nicaragua, al lado de Sandino, aprendió Aponte todas las astucias de la guerra, y estaba ansioso de penetrar en Venezuela para ponerlas en práctica contra las tropas de Juan Vicente Gómez. Pero el desastre que siguió al golpe de Curazao se lo impidió.

Pasó de Panamá al Perú para tomar parte en la revolución aprista, sofocada fácilmente por Sánchez Cerro, y estuvo siete meses en prisión. De esta experiencia le quedó una constante evocación despectiva de los líderes del aprismo, que hizo pública muchas veces y que jamás fue rebatida por estos.

En Ecuador y en Chile hizo propaganda por las causas de Venezuela y Nicaragua, y combatió a las fuertes compañías explotadoras. Pero no había allí ocasión de combate, y vino para Cuba, después de haber sufrido una prisión de más de dos años en Colombia, por haber intentado penetrar de nuevo en Venezuela.

Cuba fue siempre un imán para Carlos Aponte. Sentía por ella un cariño profundo y una admiración sin límites por su juventud ardientemente combativa y jovial a la vez. En ella murió y hoy recuerdo las muchas veces que me dijo, entusiasmado, en aquel lenguaje suyo, pintoresco, afectuoso:

“Hermano, esta es una tierra buena para pelear y morir en ella”… Siempre pensó que, al triunfar la revolución en Cuba, de ella podría sacar los hombres y las armas necesarias para invadir Venezuela, y arrasar de allí, de una vez, la tiranía de Juan Vicente Gómez.

 

Su última estancia en Cuba estuvo llena de episodios emocionantes. Apenas llegado, por insultar, a través de una entrevista que le hice, al general Arévalo Cedeño, tuvo que balacearse con el general Urbina, al que hirió gravemente, resultando él herido en un pie. Recluido provisionalmente, y bajo custodia, en una clínica, esa misma noche un grupo de amigos se lo llevó a punta de pistola. Obligado a vivir fuera de la ley, vino a New York, para ver a su madre, a la que no había visto en largos años.

Más el panorama cada vez más agitado de Cuba lo atraía con fuerza irresistible, y volvió para allá, a buscar el combate y la muerte. Murió al lado de Antonio Guiteras, cuando este salía para el extranjero a preparar las expediciones que habrían de luchar contra el ejército de Batista.

Esa fue su vida. Nació en Venezuela. Combatió al imperialismo en Venezuela, Colombia, Cuba, Panamá, México, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Perú, Ecuador y Chile; guardó prisión en Venezuela, Colombia, Cuba y el Perú; expuso su vida bajo el fuego de las balas en Venezuela, Cuba y Nicaragua. Murió, peleando, en Cuba, primera trinchera de la lucha contra el imperialismo en América. Por todos los pueblos de América en que estuvo, alzó su voz contra las tiranías locales; bravo entre los bravos, se distinguió de los “profesionales del valor” en que solo utilizó su valor para ponerlo al servicio de las causas nobles y justas; por donde quiera que estuvo pudo haber llegado a ser “alguien” al servicio de los gobiernos opresores, pero el mismo instinto que le hacía desafiar la muerte, lo colocó siempre, sin una falta, al lado de la causa de los oprimidos; prefirió antes que medrar con su fama, robustecerla siempre con hechos heroicos; tuvo un hondo sentido de la amistad y un desprendimiento y generosidad naturalmente irreflexivos; su lenguaje está nutrido con voces de todos los pueblos de la América española y en sus recuerdos abundaban los cadáveres de muchos “marines” invasores, de muchos traidores nativos, y de muchas ocasiones en que la Muerte se espantó de la salvaje arrogancia con que le hacía el ofrecimiento de la vida…

Yo, que he conocido ya a muchos hombres incomparables, a muchos hombres sin paralelo posible, a nadie he conocido que, como Carlos Aponte Hernández, el coronel de las tropas de Sandino, mereciera tanto el honor de decir de él que tenía el corazón de un león.

Él me contó toda su vida y me dio el encargo de que yo, algún día, la contara toda. Y el encargo es difícil, pero lo cumpliré a su tiempo. Hoy solo tengo que decir que el hombre que cayó en Cuba, no es un “bandido”, según el juicio imperialista, porque, precisamente, hasta el momento de su muerte, no hizo otra cosa que combatir contra los verdaderos bandidos de todas las tierras de América…

Nueva York, 5 de noviembre de 1935

(Publicado en Repertorio Americano, San José, Costa Rica, el 16 de enero de 1936, y recogido en Ana Suárez Díaz: Escapé de Cuba. El exilio neoyorquino de Pablo de la Torriente Brau (marzo,1935-agosto,1936), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
2008, p.188

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