Lucharemos hasta el final por un país en paz


Por Rodrigo Londoño (Timo)

 

Palabras de Luis Ignacio Lula da Silva en el momento de ponerse a disposición de las autoridades judiciales de su país. “Si es por ese crimen, el de llevar a los pobres a la universidad, a los negros; que los pobres puedan comprarse un auto, ir en avión… Si ése es el crimen que cometí, voy a continuar siendo un criminal en este país, porque voy a hacer mucho más”.

 

No sólo Brasil se estremece con la prisión de Lula, el estruendo que ocasiona ésta se extiende a Latinoamérica y el Caribe juntos, a todos los pueblos del mundo que sueñan con un futuro de dignidad y progreso. Lo que pone de presente una vez más este atentado contra la democracia, es la pretensión hegemónica del gran capital y sus políticas neoliberales.

 

Nada que pueda reducir en un mínimo sus ganancias, sin importar que beneficie a millones de habitantes de un país urgido de soluciones sociales, resulta tolerable para quienes ambicionan el control total de las sociedades. Primero había que ir por Dilma, para congelar el gasto social durante dos décadas cuando menos. Después por Lula, para asegurar el botín por siempre.

 

No es un caso aislado. Los poderes dominantes a nivel mundial no perdonan la osadía de ningún pueblo. La Venezuela Bolivariana, con el Presidente Nicolás Maduro a la cabeza, se apresta a completar veinte años continuos de agresiones de todo orden. Golpe militar, paro petrolero, difamación universal, guerra económica, conspiraciones violentas, propagación del hambre.

 

No es casual que Cristina Kirchner también esté siendo obligada a comparecer ante los jueces, para responder por acusaciones tramadas en los salones, donde se decidió que un nuevo Presidente debía cortar de un tajo la esperanza argentina de redención social. El continente que despertó comenzando el siglo debía ser llamado al orden y sometido.

 

Qué mejor prueba de ello que la campaña de desprestigio iniciada contra Rafael Correa en el Ecuador. Se trata de borrar la mínima huella del paso de una ola transformadora, que por primera vez en muchísimas décadas, volvió a poner al ser humano por delante del ánimo de lucro de las grandes corporaciones. El mismo crimen que ahora le imputan a Lula.

 

Vivimos tiempos difíciles, no cabe duda. El panorama electoral colombiano lo pone de presente también. Retumba incontenible en nuestro país el palpitar nacional por el cambio y las transformaciones sociales, pero el viejo orden, corrupto, avaro, indolente ante la suerte de las grandes mayorías y tradicionalmente violento contra ellas, se empeña en mantenerse incólume.

 

Sin importar si para sostenerse deba reelegir a la más extrema de sus variantes, la más intolerante, la que no entiende de paz, la que exonera por completo de responsabilidad a los suyos por la orgía de sangre reciente. Las víctimas del conflicto armado, a quienes se consagra hoy la fecha, sólo cuentan si sirven para hacer propaganda, para infamar al contrario, para sembrar el miedo.

 

Es cierto que en los tiempos que vivimos, hablar de justicia social y trabajar por ella, se convierte en el más repudiable de los crímenes. Más grave aún si se asocia a un urgente relevo en la dirección del país. Se compara a quienes hablamos de ello con lo que acontece en Venezuela, como si aquello no fuera en gran parte hechura del mismo gran capital y su clase política ansiosos por volver.

 

Por destruir en la memoria continental el sueño humanitario del Presidente Chávez. Se somete al escarnio cualquier manifestación que pueda parecerse a su pensamiento, sin importar que este no sea más que la reivindicación real de la figura y las ideas de Bolívar, el héroe inmortal por la independencia, la soberanía y la dignificación de los pueblos de América.

 

La FARC desde luego no es un movimiento ajeno a la embestida predadora. Durante más de medio siglo se apostó inútilmente a la reducción militar de nuestra fuerza. Después, se nos quiso destrozar en una mesa de conversaciones, en la que tras precipitar la ruptura quedáramos anulados políticamente. Conquistado el Acuerdo de Paz, se intenta aniquilarnos de nuevo.

 

En La Habana se pactaron formalmente una reforma política y otra electoral que oxigenaran el pesado ambiente de su democracia contrahecha. Del mismo modo, se pactó una representación parlamentaria especial para las víctimas por las que hoy se pronunciarán floridos discursos. Se consagraron toda clase de garantías para el ejercicio político de los eternos excluidos.

 

Todo ello se ha violado en forma flagrante. La reacción más oscurantista se encargó de bloquear en el Congreso las reformas normativas que lo hicieran posible, mientras un verdadero laberinto kafkiano de burócratas y banqueros no sólo se encargó de poner todas las trabas a nuestra oportuna financiación, sino que ahora pretende perseguirnos por su legítimo uso.

 

Hostilizados de diversas maneras en las plazas públicas urbanas, con los campos en manos de bandas criminales y supuestas disidencias que nos amenazan de muerte, no fuimos precisamente mimados por el gobierno actual. No obstante se nos enrostran los resultados como si fueran consecuencia de nuestras ideas y propuestas, en el sempiterno afán por sepultarnos.

 

Somos también presa del ogro neoliberal que recorre el mundo aplastando naciones, saqueando sus recursos, destruyendo la naturaleza y condenando a la miseria a millones de seres humanos. Somos también sus víctimas, se nos niega el derecho a la existencia. Se habla con descaro de reformas estructurales al Acuerdo de Paz, a un acuerdo que se incumple también sin pudor.

 

Precisamente lo analizamos a profundidad este fin de semana. Los comunicados públicos expresan nuestro pensamiento. Las Naciones Unidas, la Unión Europea, Noruega y Cuba como países garantes, la comunidad internacional nos expresa un cerrado apoyo que agradecemos. El Acuerdo de Paz no se incumplirá impunemente. Todos trabajaremos por hacerlo realidad.

 

Del Presidente Santos esperamos un decidido esfuerzo por hacer honor a su palabra. Ya lo dijimos, votaremos e invitaremos a votar por los candidatos que se comprometen a cumplir lo acordado en La Habana. Lucharemos hasta el final por un país en paz, democrático y justo, nada podrá derrotarnos. Pertenecemos a la estirpe de Gaitán, somos su herencia.

 

Bogotá, 9 de abril de 2018.

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